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De corrida en corrida a la hija se le iba la vida

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La noche que su mujer se fugó con Juan, un veinteañero, Agustín, agarró una borrachera de coñac de las que hacen época.

Estaba en la cocina de su casa, una casa de aldea de una sola planta, que tenía tres habitaciones, una cocina de piedra (lareira) y un hueco que era cocina y comedor en el que había una mesa con cuatro sillas. Al fondo tenían la masera... La casa estaba hecha con piedras, mucho barro y poco cemento. Las paredes estaban sin revestir y las telas de araña formaban parte del decorado, y es que las limpiaban por el día y las arañas volvían a hacer sus telas por la noche.

Agustín estaba sentada a la mesa con la botella de coñac y una copa encima de ella. Tina, su hija, viendo el estado de su padre, le quitó la botella de delante.

-Ya está bien, padre.

Agustín no se quitaba de la cabeza a su mujer.

-¡La puta que la parió! Tanta miseria lleve cómo cabreo deja.

Tina, que calzaba unas sandalias y llevaba puesto un vertido azul que le llegaba a los tobillos, a pesar de ser verano, le dio la razón.

-Sí, ese chico las va a pasar canutas con una mujer cómo mamá. No sé que vería en ella.

-¿Y ella que vio en él? -se levantó, bajó a cremallera de la bragueta y sacó la tranca- ¿Tiene ese mocoso una tralla cómo esta?

Tina, vio colgando el cipote de su padre y se piso colorada.

-Guarde esa cosa, padré.

Lejos de taparse, Agustín, que tenía 50 años, fue junto a su hija, que con 20 años aún no había visto una polla delante, y le dijo:

-Toca, toca, ya verás que textura.

A Tina le dio la risa.

-¡Quité, quite, padre!

-Toca, mujer, toca.

-No me gusta...

-¿Ya tocaste alguna?

-¡Noooo!

Volvió a insistir.

-Toca, toca que no muerde.

-No quiero, me da vergüenza.

Agustín cogió con su mano la pequeña mano de su hija y se la llevó a la verga. Tina, temblando, la cogió. Agustín, le dijo:

-¿A qué llena a cualquier mujer?

-Es muy grande y muy gorda. ¡A mí me reventaría!

Soltó la verga.

-¿Tienes el coño estrechito?

-Sí.

-¿Muy estrechito?

-Sí, muy, muy estrechito.

-Se me hace la boca agua. Deja que te lo coma.

Tina volvió a echarse a reír.

-¡Noooo! ¡Qué soy su hija, padre!

- ¿Y qué? Menéamela.

Tina, que no paraba de temblar y de humedecerse, le respondió:

-No sé hacerlo.

-Yo te digo cómo se hace y cómo se mama si quieres mamarla.

-Es que no sé hacer esas cosas, pero tampoco quiero saber cómo se hacen.

Le volvió a coger la mano.

-Esté quieto.

Le decía que estuviese quieto pero no se alejaba de él. Le gustaba aquella situación.

-¿Deja luego que te coma el culo?

Tina se extrañó de la proposición.

-¡¿El qué?!

-El culo.

-No sabe lo que dice, padre.

-Sé, sé. ¿Y las tetas? ¿Me dejas comerte las tetas?

Agustín le quitó la botella y a morro echó un trago de coñac. Tina, le volvió a quitar la botella.

-Deje de beber, padre, deje de beber que le puede dar algo, y guarde esa cosa.

-¿Guardarla? Voy a pasearme así por la aldea para que todo el mundo sepa lo que dejó la desgraciada de tu madre.

Se iba hacia la puerta. Tina lo sujetó por la cintura, y le dijo:

-No haga tonterías, padre. ¡Lo llevarán preso!

Agustín, sintiendo las tetas de su hija apretadas a su espalda, le dijo:

-¡Suéltame, pequeña, suéltame que te la estás jugando!

-Guarde la polla y lo suelto.

La guardó y lo soltó.

-Dame la botella.

-No.

Agustín estaba fuera de sí.

-¡Dame la botella o te meto un bocado en una teta!

Tentada estuvo a no dársela, para ver que hacía su padre, pero se la dio. Se sentó en una silla junto a la cocina de piedra, sobre la que se quemaban unos troncos. Agustín, sentado otra vez a la mesa, le dijo:

-Así me gusta. Una hija debe obedecer a su padre.

-No me quedaba otra.

Agustín le iba a contestar pero devolvió todo lo que había comido y bebido ese día. Tina fue junto a él, y le dijo:

-Se veía venir.

Agustín seguía teniendo arcadas y no era capaz de hablar.

Cuando acabó de vomitar, Tina, fue a por unos trapos y limpió el vómito del piso de cemento... Después puso sobre un tres pies una olla de agua a calentar para que se bañase y sobre la piedra una cafetera con agua para que su padre se despejase. La casa olía que apestaba. Tina echó unas ramas de eucalipto al fuego para que se fuese la peste, y se fue. Agustín, casi despejado, tenía el cuerpo fatal, le dijo a Tina:

-Gracias, hija, no sé que haría sin ti.

-Lo que va a hacer por mí es bañarse y tomar una taza de café bien cargado.

-Sí, pequeña, sí, lo haré.

-Tal y cómo está, si no lo hace...

-Deja de mirarme. ¡Estoy asqueroso!

-¿Se las apañará solo?

-Si, bonita, sí, vete a dormir.

Minutos más tarde, el agua caliente seguía en la olla. Agustín se había tomado una copa de coñac, suficiente para volver a agarrarla. Tina, lo oyó echar maldiciones de nuevo.

Cristina. Tina, era una chica alta, entrada en carnes sin llegar a estar gorda, morena, de ojos color avellana, guapa. Su cabello negro le llegaba a la cintura. Tenía buenas tetas y buen culo.

En bragas y camiseta blanca ajustada al cuerpo, llegó junto a su padre, y le dijo:

-La remató. Le voy a preparar el baño.

Agustín, que era más alto que su hija, moreno y de complexión fuerte, la miró y vio que por los lados de las bragas le salían pelos negros. Su hija debía tener un coño deliciosamente peludo. Después se fijó en los pezones marcados en la camiseta, y le preguntó:

-¿Me vas a bañar vestida así?

-¿Lo provoco? Si lo provoco voy a poner el vestido.

Agiustín, le mintió.

-No, no hace falta qe te pongas el vestido.

Poco después... Agustín, desnudo, con una pastilla de jabón en la mano, y balanceándose de un lado al otro, se metió dentro de la tina, y le dijo a su hija:

-Se mueve todo.

-Es usted el que se mueve, padre.

-¡Pues sujétame, coño! -se enjabonó el torso, peludo cómo el de un mono- Echo de menos a la hija de puta.

Tina sujetó a su padre por la cintura, y le dijo:

-No debía, le metió los cuernos.

-Ya, pero cuando follaba, follaba bien.

-¡Padre!

Enjabonando la tranca, le soltó:

-Es la verdad, aunque ya hacía un mes que no me follaba.

-¡¡Padre!!

-Échame agua con la regadera y deja de escandalizarte que tú bien oías sus gritos al correrse. Por cierto. ¿Qué hacías al oírlos?

-Desear estar en su sitio, no.

-¿No te hiciste algún dedito?

Tina miró a su padre con cara seria, y le respondió:

-Cómo siga por ese camino lo dejó solo.

Agustín, no podía bañarse sin ayuda.

-Me callo, me callo.

Tina duchó a su padre, que se frotó el cuerpo y la tranca sin que se le pusiera dura aunque de vez en cuando le mirase para los pelos que sobresalían de las bragas blancas, para los pezones y para su culazo. Le dijo:

-Eres muy guapa, Cristina.

Tina lo vio venir de nuevo.

-Salga de ahí y séquese.

Agustín se puso mimoso.

-¿Duermes hoy conmigo?

-Está borracho, padre, si no lo estuviera no me diría eso.

Su voz sonó melosa.

-Quiero hacerte cositas.

Tina, sabía que no era el día para dejarle hacer cositas.

-¡Ahí se queda!

Tina volvió a su habitación. Agustín, mal y cómo pudo, se fue a la suya, donde durmió desnudo y por encima de la colcha.

Al otro día, Agustín, se levantó con un dolor de cabeza espantoso. Se vistió y fue a desayunar. Tina estaba tomando una taza de café en la cocina. Seguía vestida con las bragas y la camiseta, le dijo:

-Tengo la cabeza cómo un bombo.

-Es la resaca, padre. Hoy era mejor que no fuera a trabajar al aserradero.

-No puedo quedar en casa. Hay mucho trabajo atrasado.

Tina se levantó para hacerle un café y Agustín volvió a ver los pelos que sobresalían por los lados de sus bragas blancas. Le preguntó:

-¿Hice alguna estupidez anoche, hija?

-¿Por qué lo dice?

-Coño, de llevar la ropa hasta los pies a andar desnuda por la casa hay un buena diferencia.

Tina, sonrió.

-Tanto cómo desnuda...

Agustín sabía bien lo que hiciera, pero quería saber el grado de cabreo que tenía su hija con él.

-¡Para lo qué te falta! ¿Hice alguna estupidez?

-Si, padre, una.

-¿Te metí mano?

A Tina se le escapó una carcajada, acto seguido le dijo:

-¡Nooooooo! Anoche no pasó nada entre usted y yo.

-¿Entonces cuál fue la estupidez que hice?

-Beber de más, padre, beber de más.

-Dime una cosa, hija. ¿Ayer noche estabas vestida con esa misma ropa?

-Sí.

-¡¿Y de borracho no quise hacer nada contigo?!

-Quiso, padre, quiso.

-No me extraña.

En la boca de Tina se dibujó una sonrisa.

-¿Por qué lo dice?

-Por nada, hija por nada -se bebió el café-. Me voy a trabajar. ¡Y vístete!

El tiempo en las aldeas era pesado cómo el plomo. La rutina era odiosa... Del trabajo a casa y de casa al trabajo. Diversiones, pocas, la taberna, polvo para la gente casada, pajas para la gente soltera, el día de la fiesta y poco más, bueno, alguna puta que se follaba todo lo que se movía siempre había, pero incestos, los incestos eran motivo casi de lapidación.

Agustín, pasados un mes del abandono, ya lo había asumido, lo que no asumía era pasar sin coño. Andaba caliente todos los días. El trasero de su hija lo traía de culo y el recuerdo de los pelos saliendo de sus bragas y los pezones marcados en la camiseta lo traían loco.

Una noche, Agustín, llegó a casa con una docena de espárragos, media docena de zanahorias y cuatro pepinos, que iban de mayor a menor grosor y largura, Tina, llevando el vestido azul que le llegaba a los tobillos, estaba sentada a la mesa con un vaso de vino tinto delante, le preguntó:

-¿Quien le dio eso?

-Toño, son de su huerta. ¿Qué haces tú bebiendo vino?

Tina recordó el momento en que se corriera con el dedo que se hiciera pensando en su padre, y le respondió:

-Recuperando líquidos.

-Éso se hace con agua. Después de un día de calor se bebe agua.

-O leche.

-La leche engorda.

-Sí que engorda, sí. El mes pasado me quiso engordar, padre.

Agustín hizo que se ponía nervioso.

-¿Qué te hice, hija?

Tina se había cansado de esperar para follar con su padre y comenzó a montarse una película.

-No se preocupe, fue culpa mía. No me pude resistir a chuparle su enorme verga cuando lo bañe.

Agustín, le siguió la corriente.

-¡Qué cabrón! Te lo pedí yo. ¿A qué sí?

-Sí.

Agustín, sobre actuando, se echó las manos a la cabeza.

-¡No tengo perdón de Dios! ¿Me puse guarro al no levantarse mi polla?

-Bueno...

Agustín se tiró en plancha a la piscina. Sabía que estaba llena de agua.

-¿Te dije que te quería comer el coño?

-Sí.

-¿Y el culo?

-También, y me quedé con ganas de que me comiera el coño y el culo.

-¡¿Querías que jugara contigo estado borraho?!

-Sí, padre.

La voz de Agustín sonó autoritaria.

-¡Tira para tu habitación! ¡¡No te quiero ver delante!!

Tina, por primera vez, no le izo caso a su padre.

-El cuerpo me pide fiesta.

Agustín, sacó el cinto, arriesgándose a que se jodiera el invento. Con el brazo en alto y el cinto en la mano derecha, le dijo:

-¡Tira para tu habitación o de dejo el culo a rayas!

Tina se puso en pie, levantó el vestido, se bajó las bragas, Agustín, con el brazo en alto vio el tremendo bosque negro que rodeaba el coño de su hija, y luego su blanco culo, al darse la vuelta. Se apoyó en la mesa con una mano, y mostrándole las nalgas, le dijo:

-Si no es a usted se la voy a dar a otro, padre. Ando muy caliete, y todo fue culpa suya. Ahora pegue si quiere pegar.

Agustín ya la tenía morcillona. Volvió a sobre actuar.

-¡Tú lo has querido!

Le dio cuatro veces con el cinto.

-¡Chasss, chassss, chassss, chasssss!

-¡Ahora tira para tu habitación!

Cristina, que aún sobre actuaba más que su padre, se levantó, y llorando lágrimas de cocodrilo se fue corriendo para su habitación.

A la media hora salio con las misma bragas y la misma camiseta del día en que se fugara su madre. Agustín, sentado en una silla al lado de la lareira, babeando, volvió a ver los pelos negros saliendo por los lados de las bragas, los pezones marcados en la camiseta y se puso palote... Y más que se iba a poner al sentarse Tina sobre sus rodillas, rodear su cuello con los brazos, y decirle:

-No se debe pegar a una mujer para calentarla -ya lo tuteó-. O juegas conmigo o salgo vestida así a la calle.

Agustín, dejó de actuar. Le comió la boca a su hija, después se levantó, la cogió en brazos y la sentó sobre la mesa, le pasó la llave a la puerta de la casa, y volvió a su lado. Tina se echó hacia atrás y dejó las piernas colgando. Le quitó las bragas y cogió en la encimera, (donde estaban el tarro de la sal, el del azúcar y el tarro de la manteca) un espárrago de los que había traído. De dos mordiscos dejó solo el tronco, le levantó las piernas hasta sus hombros, y con el espárrago fue acariciando su clítoris y sus labios, labios que se fueron abriendo poquito a poco. Su vagina era estrecha. Metió en ella la mitad del espárrago e hizo círculos dentro. Tina, dijo:

-¡Uuuuuuuy que gustito, padre!

Lo quitó húmedo de jugos, mordió un trocito, lo masticó y lo tragó, después le dio otro trocito humedecido a ella, Tina lo mordió lo masticó y lo tragó. Su coño mientras esto hacían se empapó. Después se lo metió todo dentro de la vagina y la siguió follando con él. El coño se adaptó al espárrago y lo apretaba cómo si fuera una polla delgadita. Cuando lo quitó estaba empapado de jugos mucosos, mordió, la mitad y le dio la otra mitad a Tina. Lo comieron mirándose a los ojos. Luego. Agustín, sacó la verga, cogió una zanahoria, la metió dentro del tarro de manteca y luego le metió la puntita en el culo... La sacó, mordió la puntita y se la comió. Tina ya no paraba de gemir. Agustín frotó su glande mojado contra el clítoris al tiempo que metió y sacó la zanahoria en su culo se su hija... Al rato, Tina, exclamó:

-¡Me voy a correr, padre!

Agustín le quitó la zanahoria del culo y le dio un mordisco.

Fue ver como se comía la zanahoria y salir de su coño un espectacular chorro de meo que dejó empapado la camisa y el pantalón de Agustín. Detrás del meo salieron jugos. Se corrió cómo una perra.

Al acabar de correrse, le dijo:

-¡¡Pedazo de corrida!! En mi vida me había corrido así.

-La primera corrida es la más floja.

Tina, se sorprendió.

-¡Joder! ¡¿Cómo serán las otras?!

La cogió al hombro, cómo si fuera un troglodita, la llevó a la habitación y la tiró sobre la cama. La verga se le había bajado un poco. Salió de la habitación y cuando volvió a ella traía en la mano un pepino delgado.

A Tina también la ponían las guarradas. Saliera bien puta, le dijo:

-Quiero que me comas el culo, padre.

-Antes quítate la camiseta, ven y ordéñame.

Tina se quedó en cueros. Sus tetas eran cómo melones, y tenía dos bosques de vello negro, uno pequeño en las axilas y otro rodeando el coño. Se puso en cuclillas delante de su padre y metió la cabeza de la polla en la boca. No sabía mamar, pero ella mamó, mamó, y mamó hasta que Agustín cogió la polla, se masturbó, y cuando sintió que se iba a correr, le dijo:

-Abre la boca y cierra los ojos.

Tina abrió la boca y cerró los ojos. Agustín, la había engañado, en vez de correrse en su boca se corrió en su frente, en sus ojos, en su cara... Su corrida fue cómo la de un caballo, le dejó la cara perdida de leche.

Al acabar de correrse su padre, Tina, se levantó. Agustín la cogió por los pelos, tiró su cabeza hacia atrás y lamió la leche de la cara de su hija, para después besarla con lengua y hacer que también se la tragase. Cuando dejó de besarla, y mientras se desvestía, le dijo Tina:

-¡Que asqueroso eres, padre!

-¿Te gusta que lo sea?

-¡Me encanta que lo seas!

Tina, se echó boca abajo sobre la cama. Quería que le comiera el culo y se puso en posición. Agustín, en pelotas, con la polla colgando, fue a la cocina y volvió con el tarro de azúcar y la manteca. Subió a la cama y le dio un masaje con la manteca, desde el cuello al culo, ojete incluido. Mientras sus fuertes y grandes manos masajeaban el cuello, los hombros, las costillas, la espalda y el ojete, en la que entraron hasta tres dedos, Tina, se deshizo en gemidos. Luego, Agustín, espolvoreó el azúcar sobre su cuerpo y empezó a lamerle el cuello. Tina llevó una mano al coño y se comenzó a tocar. La lengua de Agustín recorrió su columna vertebral desde el coxis a la primera vértebra, luego lamió cuello, hombros, espalda... Y llegó al culo, lamió el azúcar y la manteca de las nalgas, luego las abrió con las dos manos, Tina elevó el culo, Agustín lamió su periné y metió su lengua dentro del ano. Tina, le dijo:

-¡¡Sigue, padre, sigue que me corro!!

No siguió, metió el pepino en la manteca y se lo fue metiendo en el culo, cuando iba por la mitad, Tina, exclamó:

-¡¡¡Me corro, padre!!!

Se comenzó a sacudir y a retorcer. Sus gemidos eran cómo alaridos de placer... Tuvo un orgasmo anal espectacular.

Al acabar quedo cómo muerta. Agustín le quitó el pepino del culo, le dio un mordisco, y le dio la vuelta. Tina seguía con la mano sobre el coño. Se la cogió, la miró y vio que estaba empapada de jugos mucosos, los lamió y después la beso. Tina, le dijo:

-Estar contigo es algo guarro, pero mágico.

Agustín la volvió a besar. Y de nuevo comenzó a masajear su cuerpo con manteca. Esta vez masajeó su cuello y luego las tetas, más de cinco minutos estuvo masajeando sus grandes tetas con pequeñas areolas marrones y bellos pezones, que al acabar de masajearlos estaban duros y erectos. Luego masajeó su vientre y del vientre bajó al coño, que estaba encharcado de jugos... Volvió a espolvorear azúcar y a lamer. En las tetas estuvo lamiendo y mamando y magreando largo rato, luego se metió entre las piernas de su hija y le lamió el coño, que más que coño parecía una piscina de lo mojado que estaba. Con la primera lamida, le dijo:

-Me voy a correr otra vez, padre.

Agustín no quiso que se corriera tan pronto. Con la puntita de la lengua lamió con sutileza el glande del clítoris, con tanta sutileza que lo rozaba muy, muy, lentamente. A cada diminuto rocé sentía los dulces gemidos de su hija. Su verga se fue poniendo dura. Así estuvo largo rato, viendo cómo su hija gemía y apretaba las sábanas con las dos manos. Llegó un momento en que los gemidos y la respiración de Tina le avisaron de que se iba a correr. Apretó la lengua contra el clítoris y lamió de abajo a arriba con rapidez. Tina levantó la pelvis hasta las nubes y volvió a soltar un chorro de meo que le llenó la boca a su padre. Lo estaba echando fuera cuando sintió caer en su boca otro líquido calentito y más espeso. Agustín se tragó toda la corrida de su hija mientras ella se retorcía. Tina quiso romper las sábanas con sus manos y mordió con rabia la almohada. El orgasmo había sido brutal.

Otra vez se quedó cómo muerta. No daba ni tenía, quien tenía, pero un empalme bestial, era Agustín... O metía o reventaba.

Cando Agustín se arrodilló entre sus piernas, la cogió por la cintura y la levantó, (aun con el coño abriéndose y cerrándose) y puso su verga en la entrada de su coño, Tina, le dijo:

-Esto me va a doler, padre.

Agustín, frotó la verga en el coño mojado, luego bajó al ojete y empujó, sin llegar a meterla, Tina le dijo:

-¡Por ahí no, padre!

Siguió frotando la verga contra el coño. La paró enfrente de la vagina, y luego empujó. No entraba. El coño era demasiado estrecho y si se la metía la iba a romper.

Volviéndosela a frotar, le dijo Agustín a su hija:

-Va a ser mejor que me la vuelvas a chupar.

Tina, se puso brava.

-¡Mete, coño!

-Te voy a romper, cariño.

-Rompe .

-¿Estás segura?

-¡Qué rompas, hostias!

Le clavó la punta. Tina volvió a agarrar las sábanas con las dos manos. Apretó los dientes y sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no se quejó. Agustín le preguntó:

-¿La quitó?

-No, métela un poquito más... Más... Más...

Agustín se la metió hasta el fondo, y le preguntó:

-¿Te duele mucho, hija?

Vio que estaba llorando, pero su respuesta lo dejo abobado.

-Métela más, padre.

¡Qué diablos iba a meter si ya la tenía toda dentro del coño! Cómo no le metiera los huevos...

Comenzó a meter y sacar muy, muy despacito, y a Tina, al rato, le empezó a gustar... Metiendo y sacando, y cogiéndola por la cintura, (ahora con un solo brazo) le acarició el clítoris con el dedo pulgar. No tardó en decirle:

-¡¡¡Me cooooorro!!!

Media hora después, ya se corriera tres veces más... Con el coño engrasado, la polla entraba y salía muy apretada, pero les producía un placer inmenso.

Agustín, llegó un momento en que no aguantó más, Tina se lo notó en la cara, y le dijo:

-Lléname el coño de semen, padre. Quiero ser tuya para siempre.

Dicho y hecho, Agustín le llenó el coño de leche a su hija con una de sus corridas de caballo, Tina sintiendo la leche calentita se corrió con su padre.

Quique.

(9,70)