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Polvos tío y sobrina
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Después de viajar en un tren 44 años subidos en el mismo vagón, y cuando ya el invierno depositó sus nieves sobre nuestras sienes, cada soplo de aire fresco es una bendición, y una bendición fue descubrir que no estaba sexualmente muerto, que no le tenía que ir al funeral a mi polla si no la medicaba con viagra.

Fue hace poco. El día de la boda de un sobrino de mi mujer. A Sarita, una chica de 22 años, separada, de cabello negro y largo, preciosa, morena, delgadita, casi sin tetas y con poco culo, se le había estropeado el auto y después del banquete no tenía en que volver a casa. Mi mujer, que es una "aquí estoy yo", sin consultarme, le dijo:

-Tu tío te lleva a casa.

La hostia era que su casa quedaba a sesenta kilómetros de allí, y con sesenta de vuelta iba a regresar en plena madrugada. Y a mí, conducir de noche no me gusta. Además, no contaba conducir y había bebido bien. Pero había que cumplir. Le pedí el coche a una de mis hijas, mi coche, pues yo lo uso poco y ella lo necesita para ir a trabajar.

Hablamos de todo un poco durante el trayecto…

Ya era de noche cuando llegamos a su casa. Una casa de aldea de una planta, pintada de blanco. Estaba en una colina, en medio de un robledal. Antes de bajar del Opel Corsa, y mientras ladraban los perros al ruido de un auto que no conocían, me preguntó:

-¿Te apetece tomar un vino, tío?

-SÍ, un vino nunca viene mal.

Entramos en la casa. Prendió la luz. La cocina era cocina, sala y comedor. Solo tenía dos dormitorios. Sarita cogió una botella de vino tinto y un vaso en la alacena, un sacacorchos en un cajón, lo puso todo sobre la mesa, y me dijo:

-Sírvete. Voy a ponerme cómoda.

Se marchó vistiendo un vestido blanco ceñido al cuerpo que le daba por encima de las rodillas y calzando unos zapatos del mismo color y volvió vistiendo una bata roja y unas zapatillas del mismo color.

Sentado a la mesa en una silla, le dije

-Está bueno el vino.

Sarita, recogiendo el cabello en una coleta, poniéndole una goma, me preguntó:

-¿Quieres un poco de queso para picar?

-No, hoy ya comí para una semana.

Sarita no quiso perder el tiempo. Sin sentarse, me preguntó:

-¿Te gusto cómo mujer, tío?

Yo tampoco iba a perder el tiempo. Me levanté, me acerqué a ella, le acaricié con un dedo la mejilla, y le dije:

-¿A que hombre no le gustaría un bomboncito cómo tú?

Sarita se mordió el labio inferior, rodeó mi cuello con sus brazos y después, metiendo una de sus piernas entre las mías, me dio un beso con lengua que me puso la polla morcillona y latiendo.

-Quédate a dormir en mi casa.

Aquello me sobrepasaba. No tenia viagra e iba a quedar mal. Después de correrme no se me iba a levantar hasta pasado mucho tiempo. Le dije:

-No puedo, podemos jugar una hora, máximo, después me voy.

Me volvió a besar, su pierna se frotaba con mi polla cerca del coño… Sarita sentía cómo latía. Estaba colorada. Le pregunté:

-¿Vamos para tu habitación?

No me contestó. Me cogió de la mano y me llevó a una habitación que tenía una cama de matrimonio, dos mesitas y un armario, y que estaba pintado de blanco cómo el resto de la casa.

A lado de la cama me quitó la chaqueta, el chaleco y la camisa. Sarita vio que yo no era gran cosa. Tenía barriga, pequeña, pero barriga al fin y al cabo. Al quitarme los zapatos, los calcetines, el pantalón del traje y los boxers, y ver mi polla, dijo:

-Es cómo la de mi ex, pero más gorda. Me gusta.

La metió en la boca y se me puso tiesa al momento. Me asombré, sin viagra con mi esposa no se me ponía dura.

Mamaba bien. No podía dejarme ir o la jodía. Hice que se levantara, le quité el cinto de la bata y quedo desnuda. Sus tetas tenían areolas marrones pequeñas y pezones como lentejas, eran de esas que caben enteras en la boca. Su coño estaba custodiado por una gran mata de pelo negro. Nos echamos sobre la cama. Le comí las tetas y la besé mientras jugaba con mis dedos en su coño mojado. Ella me meneaba la polla. Minutos más tarde, bajé al tesoro. Le pasé la lengua entre los labios desde la vagina al clítoris, y me quedé más de un minuto pasando la puntita de mi lengua por él de abajo arriba, suavecito y apurando… Lo hice una constante… Lengua desde la vagina hasta el clítoris y lamerlo con diferentes velocidades, eso sí, siempre de abajo arriba y con la puntita de la lengua… De su coño no paraban de salir flujos, eran cómo aceite de espesos, pero más claros… A los quince o veinte minutos, sus gemidos subieron de volumen, su pelvis se levantó y sus manos aferraron las sábanas, entonces apreté mi lengua contra su coño y lamí con celeridad desde la vagina al clítoris. El resultado fue un orgasmo brutal.

Después de correrse, gemir y convulsionarse, repetí lo que estaba haciendo… Lamer desde la vagina al clítoris, lo de antes…Otros diez o quince minutos después, sus gemidos me alertaron de que estaba a punto. Con la legua plana y apretada al coño le lamí todo al mismo tiempo, vagina y clítoris. Aún tardó en correrse, pero cuando lo hizo, de su coño comenzaron a salir jugos en cantidad. Los sentía bajar por mi lengua y salir por los lados. Los sentía salir a presión, despacito. Sarita se estaba muriendo de placer, pero no decía nada, solo gemía, se retorcía y levantaba la pelvis. Casi al final de su corrida sentí el ruido inconfundible de una sábana al rasgarse, sus uñas pintadas de rojo habían podido con ella.

Me puse boca arriba y dejé que cogiese aire. Al ratito, me besó, y me dijo:

-Fue maravilloso. ¿Quieres que te la mame y me trague tu leche?

La idea me encantaba, pero no podía pasar sin meter dentro de aquella dulzura, por eso le dije:

-Luego. Antes quiero ver tu cara cuando te corras que aún no la vi.

La volví a besar, largo y tendida. Le volví a comer las naranjitas… Me subí encima de ella y se la metí hasta el fondo. No se movía, follar no follaba bien. Después diez minutos de mete y saca, le cerré las piernas y abrí las mías. La polla le entraba y salía apretada, era cómo si se la estuviese metiendo en el ano. Hice palanca con el culo y le follé con el glande el punto G… Nada, no me duró nada. Esta vez sus uñas se clavaron en mis nalgas en el momento en que una explosión dentro de su coño bañaba mi polla. Su vagina apretó mi polla. Busqué sus labios y me metió un morsdisco en el labio inferior que me hizo sangre. ¡Cómo gritaba Sarita! Parecía que la estaban matando.

Tras la tempestad llegó la calma, pero por poco tiempo, ya que no tardó en subir encima de mí y cerrar las piernas para que le entrara más apretada. Aprendiera bien la lección. Me folló de modo que el glande de mi polla frotase su punto G, y al rato, se volvió a correr, esta vez rehuí sus labios, esto hizo que le metiera un mordisco a la almohada y que jadeando acabara por rajarla.

Al acabar de correrse quedara sin fuerzas. La tenía a tiro. Saque mi polla del coño y se la metí en el culo. Le metí la cabeza. No se quejó…

El caso fue que yo estaba tan maduro, que cuando le había metido la mitad, me corrí y le llené el culo de leche.

Echados encima de la cama. Vio mi polla más muerta que viva y, comprensiva, me preguntó:

-¿Lo repetiremos otro día?

La besé, ella me cogió la polla y sentí que despertaba. Le pregunté:

-¿No me ibas a hacer una mamada para tragarte la leche?

Más contenta que un cuco, sonrió, y me preguntó:

-¡¿Puedes seguir?!

Sonriendo, le respondí:

-Claro, aún no he visto tu cara cuando te corres.

Seguí, pero una hora más, es que aún siendo ella un bomboncito, uno ya tiene su edad.

Quique.

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