Pegaso se había escapado de su casa. Así, con estas palabras: se había escapado. No se trata de que se fue, se cambió de vivienda o se despidió; no, nada de esto, sino que se escapó violentamente de su casa.
Miguel Alcaraz Bohigues era hijo de Francisco de Asís Alcaraz de la Portilla y de Eloísa Bohigues Bohigues. La familia Alcaraz Bohigues no era una familia común, pero tampoco rara. Eran devotos de Nuestra Señora de la Merced y habían hecho resucitar una antigua cofradía de la Virgen de la Merced que tenía por misión que sus socios o cofrades visitaran a los presos y les trajeran obsequios fungibles, como tortas, pasteles, etc., cuando era el cumpleaños de algún preso, pues a todos los tenían fichados. Se trata de una familia con espíritu religioso y por lo mismo con una moral arcaica.
Sus padres y sus hermanos —Eleuterio, Facundino, Mercedes y Rosario— lo querían. El mayor lo adoraba por lo dulce y servicial que era, Facundino el segundo hijo de la familia, que era casi de su edad, solo un año más, se comportaban con él como verdaderos amigos, las dos chicas, Mercedes y Rosario, lo adoraban por un sinfín de razones, Miguel, es decir, Pegaso es guapo y resultó ser el más guapo de toda la familia y sin defectos físicos. Ojos brillantes, mirada sincera y cariñosa, esbelto de cuerpo, bueno, lo era antes de los terribles acontecimientos, esbelto, fuerte, vientre plano, pecho de envidiar, cuello largo y la cabeza muy proporcionada para la edad que tenía, es decir, una cabeza de joven sonriente y simpático.
Todas las amigas de Mercedes y Rosario estaban prendadas de su hermano, todas querían que les fuese presentado. Ellas, las amigas de sus hermanas, que eran mucho de espiar, observaban abusivamente todo lo que podían y más de Miguel, y decían: «es que hasta los andares los tiene muy sexys», «es que está para comérselo, aunque eso sea lo que una haga ya en toda su vida, de ahí a la muerte», «pero mirad cómo mueve el culo, es que tiene una gracia que anda sola» y otras lindezas por el estilo. A sus hermanas les agradaba que dijeran cosas bonitas de su hermano, pero sus amigas eran tan atrevidas que les preguntaban cosas verdaderamente obscenas: «¿Habéis visto a vuestro hermanito en pelotas?», «¡cómo debe estar, quién pudiera!». Hasta una les dijo un día:
«—¿Quien le compra su ropa?
— Pues él, quién va a ser…, —contestaban las dos a coro.
— Esos jeans ajustadísimos y rotos le caen de bien…, hasta le marcan los huevos, que debe tenerlos considerables, —insistió.
— Ya, deja tranquilo a mi hermano, mujer, déjalo ya, que se ponga lo que quiera, —contestó Mercedes».
Pero al muchacho no le dio por las chicas que estaban enamoradas de él, además de que le caían muy gordas, pesadas, viscosas y pegajosas como lapas. El muchacho no les hacía ni puto caso a esas pendejas, aunque con sus hermanas era muy cariñoso, de hecho es al único hermano que le permitían entrar en su dormitorio, porque jamás se burló de nada de ellas. Le mostraban su ropa antes de ponérsela y él les daba su parecer, siempre con tanta moderación que, si alguna cosa no le gustaba, solía decir: «no es que me guste mucho, pero está bonito, si te gusta a ti es lo más importante». Si las veía felices y sorprendidas por sus palabras, él les decía: «ve, póntelo y te lo miro puesto». Es entonces cuando decía: «a simple vista no me gustaba, pero puesto es otra cosa, te queda bien, está perfecto, es bonito». Ellas se ponían felices. Esto era en casi todo, vestidos, zapatos, bañadores, braguitas.
El nunca les pedía parecer a ella, se compraba sus cosas a pelo, es decir, iba a su estilo de tiendas para comprarse su estilo de prendas. Pero sus hermanas eran mujeres prendadas de su hermano y a veces querían ver cómo era su ropa interior, sobre todo cuando sabían que se había comprado algo al cambiar la estación. Si esto ocurría. Miguel, sin inmutarse, abría sus jeans, los bajaba a las rodillas y ellas observaban todo, porque unas veces eran bóxer largos de compresión, otras slips, suspensorios o tangas. Miguel para sus hermanas se daba la vuelta, pero no se dejaba tocar. Además, ellas ya habían ido con él a la playa y sabían que se bañaba en tanga hilo que le cubría un magnífico pene que se remarcaba en el minúsculo triángulo de tela de nylon. A ellas les gustó siempre el comportamiento sencillo, simple y liberal de Miguel. Lloraron desesperadamente cuando se fue, porque perdían, además de un hermano, un amigo y un confidente que las entendía a la perfección.
Mientras el muchacho solo se mostraba como un liberal nunca hubo problemas de ninguna clase. Cuando dijo que era homosexual y salió del clóset para la familia, entró una preocupación en sus padres, sus hermanas ya lo imaginaban y sus hermanos se cachondeaban de él, era el objeto de su burla, pero Miguel lo soportaba. Soportaba a sus hermanos, hicieran lo que hicieran, porque eran sus hermanos. Con sus hermanas nunca fue motivo de conversación su homosexualidad, ellas seguían teniendo a su hermano, su amigo y confidente y les gustaba Miguel como era, siempre tan sincero y a la vez complaciente, porque las trataba bien y nunca las consideró menos que él. Sus padres fueron su pesadilla, más su madre que su padre. Su padre le arreó un sermón de padre y muy señor mío y pensaba que ya todo estaba resuelto. Hay padres que piensan que dan su parecer enfadados y a gritos y que eso es ley, pero cuando un hijo piensa: «mi padre está equivocado», viene la debacle de la autoridad paterna y de la obediencia filial.
El problema más gordo era su madre. Ella sola ya parecía una brigada de investigación criminal. Todos los días, siempre que lo tenía delante, estuvieran o no presentes sus hermanos y hermanos, hacía su correspondiente inquisición con preguntas molestas, de esas que nadie contestaría ni en privado, como por ejemplo: «¿cuántos chicos has mirado esta mañana? Para curarte debieras no mirar a ninguno», «¿cuándo me haces caso y nos vamos al sicólogo que te he buscado a través de mi amiga Lucía que dice que es muy bueno?».
Ya sabían todas las amigas de su madre el «problema sicológico» de su hijo: «era homosexual y había que curarlo, pero no se dejaba». Todas le recomendaron sicólogos, retiros, y un sinfín de soluciones, asegurando de todas todas su efectividad. Así que ya no hubo necesidad de salir del armario para nadie, porque su propia madre había roto el armario pieza a pieza y su hijo había quedado fuera, sin siquiera calzoncillos para disimular. Ya todo el mundo sabía que los Alcaraz tenían un hijo maricón y comenzaron en todas las casas las prevenciones de padres a hijos:
«Que no te vea con él».
«Las malas influencias, la culpa es de los padres».
«Unos padres tan buenos y que les salga un hijo maricón…».
«Si no queréis ser como el hijo ese de los Alcaraz, no vayáis con él».
«A saber cómo serán los Alcaraz, al fin y al cabo, tarde o temprano, todo sale».
No obstante, la vida seguía, las contrariedades, aunque no se olvidaban, se atenuaban con el paso de los días. Miguel salía con sus amigos y amigas y en su casa no había problemas porque todos eran hijos de «buenas familias». Es cierto que algunos amigos habían dejado la pandilla a causa de Miguel, porque en su casa les habían puesto tantas precauciones que se fueron por otros derroteros. El grupo que se mantenía fiel no buscaba el sexo, sino divertirse, ir al cine, pasear juntos, contarse historias y ellos y ellas, sin haberse definido como novios de nadie, estaban felices. Eran gente normal, solo que la mamá de Miguel había distorsionado algunas mentes y los que eran de casas cercanas a la de Miguel y conocidas eran los que se habían separado. Quedaba del grupo de gente de la periferia, menos conocidos, que no habían oído hablar distorsionadamente de Miguel, ni de Nicolás ni de Justino, ni de Aureliana, ni de Fanny, ni de Julieta, ni de Sebastián, ni de Manolo.
Pero ellos llegaron a saber más y resulta que sin que se dieran cuenta, ni se comentara, Nicolás siempre se ponía al lado de Fanny y, sin que se percatara nadie, muchas veces se cogían de la mano, lo que llegó a ser muy natural y, aun dándose cuenta, nadie en el grupo comentaba nada, porque eran más íntimas Aureliana y Julieta, también algo más íntimos Justino y Manolo, ambos jugadores de futbol en un equipo de su barrio. Manolo y Justino eran los deportistas, y siempre hablaban con el grupo de deportes. Los invitaban a ir a ver sus partidos y el grupo en pleno asistían. Solo mirando desde atrás del grupo, se notaba que Nicolas y Fanny se besaban cada vez que uno de sus amigos metía gol. Pero lo mismo ocurría con Aureliana y Julieta, pero lo normal es que las chicas se besen por cualquier cosa, pero también se abrazaban Miguel con Sebastián. Algunas veces se abrazaba todos, pero como se sentaban en la misma línea esa alegría por el gol o la buena jugada de sus amigos la manifestaba con el que estaba al lado, lo que ocurría es que siempre estaban al lado las tres parejas. Ellos miraban todo el partido y esperaban a la salida a Justino y a Manolo. Pero en el campo, cuando se retiraban los jugadores, siempre Justino y Manolo salían juntos y con sus brazos por encima de los hombres del amigo. De modo que se iban definiendo cuatro parejas.
Un día Miguel, Sebastián Justino y Manolo fueron a recoger a Nicolás a su casa, porque les pillaba de camino para ir a la casa de las chicas. Nicolás no estaba en casa y no había dormido allí. Su madre les dijo lo primero y una hermana les dijo que seguramente estaría en casa de Fanny, porque últimamente iba muchas veces allí. Ellos no pensaron nada, sino lo normal que quería a la chica y estaban próximos a definirse como novios, lo que habían ido notando como cosa que iba emergiendo del grupo como muy natural. En efecto recogieron a Julieta y a Aureliana que vivían muy cerca una de la otra en la misma manzana y se fueron todos a casa de Fanny. Llamaron a la puerta y salió a abrir Nicolás con una toalla atada a la cintura. Salió de esta guisa porque había escuchado que eran ellos y tantas veces habían ido los ocho juntos a la piscina que nadie se extrañaba de nada.
Se acomodaron en la sala y salió Fanny sonriente, preguntando si querían tomar algo:
— El café lo podéis hacer vosotros mismos, ya conocéis la cafetera y os entretenéis mientras nos vestimos, que acabamos de ducharnos.
Ellos no querían pensar nada, pero les estaba insinuando que se habían duchado juntos, lo que daba a pensar que también habían dormido juntos. Pero no hicieron caso, porque los amigos no urgen, los malintencionados entienden más de lo que ha ocurrido, los amigos buenos entienden lo que se les dice y ahí acaba todo. Había llegado Nicolás cuando estaban haciendo café para todos en la Nespresso y pidió uno. Entraba con su pantalón abrochado y pecho descubierto, la camisa en la mano. Es guapo este Nicolás, no tanto de cara, pero de cuerpo sí, muy bien hecho. Es que Nicolás era asiduo diariamente del gimnasio. Enamoraba más a los chicos que a las chicas, pero Fanny se había enamorado de él y los adelantó a todos. Se puso a explicar:
— Muchos veces vengo a hacer compañía a Fanny, porque se van sus padres a sus asuntos y se queda sola, entonces vengo a hacerle compañía.
Como todos le miraban como tontos sin hacer preguntas, continuó:
— Es que…, bueno, parece…, no, no…, es que nos queremos.
Todos saltaron de alegría y lo felicitaron.
— No es que seamos novios, porque sois los primeros que sabéis esto, pero parece que congeniamos, vale, es que congeniamos mucho.
— No tienes que dar explicaciones, eres libre y Fanny también, sois nuestros amigos, vuestra vida nos importa en la medida que vosotros queráis que nos importe, —discurrió Miguel y todos estaban de acuerdo.
— Claro, quizá no lo habéis notado, pero Julieta y yo congeniamos bastante, claro que es diferente a vosotros, pero también nos estamos enamorando, —dijo Aureliana.
— Buscábamos una ocasión para decíroslo y mira esta es; lo que pasa es que nosotras en nuestras casas somos amigas y es normal que se acuesten dos amigas, a nadie se le ocurre pensar nada; en ese sentido lo tenemos más fácil, —añadió Julieta.
Se miraron a la cara los cuatro chicos y entonces se dieron cuenta que estaban emparejándose Miguel con Sebastián y Justino con Manolo. Justino dijo:
— Eso es lo mismo que en el vestuario, Manolo y yo nos duchamos bajo el mismo chorro; y… sí, yo lo quiero y Manolo dice que me quiere, —explicó Justino.
— Yo no digo que te quiero, es que te quiero de verdad, —espetó Manolo.
Todos se pusieron a mirar a Sebastián y a Miguel. Miguel comenzó a mover su mano de forma negativa y espetó:
— No, no penséis en nosotros, yo soy gay, claro, creo que lo sabéis, pero todos os estabais emparejando y quedábamos nosotros que hemos hablado más entre nosotros, pero no hay nada de nada.
Añadió Sebastián:
— Ahora que os habéis declarado todos de modo espontáneo, tengo que decir que yo también soy gay, pero no he tenido nunca nada con nadie y siempre he procurado ocultarlo; de verdad que Miguel y yo no somos amantes, ni queridos, ni novios, pero lo podríamos ser, porque ¿quién queda del grupo para que lo desbarate? Además, lo amo…
Todos aplaudieron y Miguel le dio un beso a Sebastián como nadie de los presentes había visto uno en la realidad, metió su lengua dentro de la boca de Sebastián y lo obligó a alternarse entre ellos, largo beso, hasta que se cortaba la respiración. Todavía luego de dejar el beso se quedaron con las dos puntas de la nariz y mirándose a los ojos, luego juntaron los caras cerrando los ojos y se sentían entre sí. Todos los demás, incluso Fanny que acababa de llegar, estaban con la respiración atragantada de ver semejante beso y posturas. Sebastián y Miguel se dieron un abrazo y sonrieron ante los demás cogidos por la cintura.
— Casi se me corta la respiración, —dijo Nicolás.
— Aprende a besar, —dijo Fanny desde detrás de Nicolas.
Todos habían estado estupefactos. Salieron a tomar algo y a pasear y se sentaron en la terraza de un bar emparejados y todos se miraban con sonrisa de complacencia. Ese mismo día, en un momento en que se adelantaron al grupo paseando junto al mar, era una tarde preciosa. Sebastián le dijo a Miguel:
— Yo no he hecho nunca el amor con nadie, estoy solo en casa, ¿quieres que cenemos juntos y pasamos la noche juntos?
— No tengo ningún problema contigo, te amo, Sebastián, hace tiempo que quería decírtelo, —contestó Miguel— pero yo he estado en un sauna gay y allí con no sé quién he perdido la virginidad. Me gustó, pero cuando he ido allí algunas veces a buscarlo, no lo encontré y desistí de ir más. Lo he perdido de vista.
Esa noche cenaron y fueron luego a la casa de Sebastián, durmieron juntos muy poco tiempo, se durmieron ya al hacerse de día, porque pasaron la noche intentando hacer el amor hasta conseguirlo. Era necesario aclarar muchas cosas, lo único que sabían por las veces que habían ido a la piscina con sus bañadores slip es que la polla de ambos no era pequeña, porque marcaba bien, aparte que de alguna manera se habían visto en las duchas de la piscina ocasionalmente y quizá alguna vez intencionadamente.
La noche pasó rápido, los dos muchachos sabían que entre ellos había algo y tenía que pasar algo. Además, querían hacer cuanto más mejor. Comenzaron a explorar. Primero se besaron de nuevo como sin saber cómo ellos gozaban de un largo y profundo beso. El besó encendió lo que faltaba a la pasión para ayudarse mutuamente a desnudarse. Ambos se quedaron en slip. Se miraron y el bulto que los dos tenían dentro del slip sobrepasaba la capacidad de este de preservarlo. Ponto se dieron cuenta que sobraba el slip y cada uno, mirando fijamente al otro, iba desplazando su slip hacia las rodillas empezando por la zona de los glúteos y al ir estirando obligó a despejar la zona púbica, el pene y el escroto. No tardó ya de salir el slip, pues con un ligero ejercicio del pie se lo quitaron y lo dejaron en el suelo, donde estaba el resto de la ropa. Se miraron lujuriosamente y babearon ya de solo verse.
Avanzaron un par de pasos y se dieron un cuerpo con el otro, se abrazaron apretadamente, se volvieron a besar y sus manos se posaron sobre el pene del compañero. Se miraron a los ojos mientras acariciaba cada uno el pene y el escroto del otro. Y aquí desapareció la curiosidad y dio pase al amor. Querían hacer el amor. Se metieron sobre la cama. No sabían cómo hacer lo que sí sabían qué se hace. Hacía falta que uno se pusiera terco. Fue Miguel quien se puso de espaldas a la cama, mientras Sebastián de costado lo miraba extasiado. Miguel, que ya había aprendido en el sauna gay, le indicó que se pusiera encima de él pero al revés. Sebastián entendió lo que era un 69. Miguel puso la polla de Sebastian en su boca y Sebastián lo imitó, chuparon, succionaron, lamieron polla y bolas y gimieron…; gimieron fuerte, en alta voz e intensamente. Sintieron espasmos como cuando se masturbaban y casi a la vez ambos derramaron todo el contenido de su propio esperma en la boca de su compañero. Degustaron, tragaron y algo se les escapó. Les gustó y pensaron repetirlo más veces, la noche era larga…
Se pusieron juntos y pudieron besarse con sabor y olor a semen ajeno. Les gustó más.
— Pensé que no me gustaría el semen de otro hombre, —dijo Sebastián.
— ¿Habías probado el tuyo?, —preguntó Miguel.
— Muchas veces; tú ¿no?, —respondió Sebastián.
— Ya sabes que no soy virgen, replicó Miguel.
— Pues… yo quisiera perder mi virginidad aquí, hoy, contigo, —suplicó Sebastián.
— Tú me mamas la polla, yo te preparo el culo para hacerte el menor daño posible, no sé si lo haré bien, pero lo procuraré y luego, si no te arrepientes, te tomo tu virginidad a cambio de mi corazón.
La respuesta de Sebastián fue un beso de lo que había aprendido con Miguel. Luego dijo:
— Miguel, me encuentro muy bien contigo, como si toda la vida hubiera estado contigo, me gusta tu cuerpo, tu piel, tu tacto y el cariño con que haces todo, ¿por qué será que me parece que me he enamorado de ti?
— Creo que estamos hechos el uno para el otro, —respondió Miguel.
Hicieron el amor. Miguel que estaba de espaldas a la cama provocó otro 69 como el anterior y Sebastián, mientras le mamaba la polla a Miguel, sentía el placer de las mordidas y lamidas que su compañero le daba a su culo. Le entró un especial placer cuando Miguel le metía la lengua alternando con sus dedos en su culo y exclamó:
— Para Miguel que me voy…
Miguel aprendió ese día que no debía tener prisa en dilatar el culo de su compañero, sino dar tiempo para que el cuerpo asimile los tocamientos sin que transmita totalmente al cerebro las sensaciones. Así lo hizo Miguel y llegó a meter cuatro dedos, el medio y el anular por delante y junto a ellos el índice y el meñique. El dedo pulgar sirvió de frontera para que no entrara la mano entera. Sebastián ya gemía, pero la lentitud y destreza de Miguel, frenó el desborde del apasionamiento con lo que la maceración del ano resultó placentera.
Miguel le pidió que se pusiera como para sentarse sobre su polla y poco a poco fue entrando con auténtico placer y sin grave dolor. El pequeño dolor que sentía Sebastian pronto se convertía en placer. Una vez introducido del todo, Miguel hizo un esfuerzo descomunal para levantar el peso de Sebastián y hacer que saltara, sacando un poco la polla del culo y volviéndola a meter al dejar que se sentara de nuevo. Por fin ambos cogieron el ritmo y el sudor que estaba sufriendo Miguel fue compartido por Sebastian, ambos entraron en el esfuerzo acompasado hasta el momento en que Sebastián exclamó:
— ¡Qué me voy!, ¡ahora…!, ¡sí!, ¡me vooooooy!, ¡aaaaaah!
Llenó el pecho y abdomen de Miguel de semen caliente. Miguel recogió con su mano y comía de él. Sebastián una vez le quitó su mano y se la puso en la boca para saborear su propio semen, pero al tocar con su lengua la mano de Miguel, este se vino invadiendo las entrañas de Sebastián de su propio semen. Luego Sebastián cayó extenuado sobre el pecho de Miguel y se besaron. Sebastián agradeció a Miguel que se tomara su virginidad y Miguel le agradecía a Sebastián la confianza. Ambos se juraron amor eterno y proyectaron cómo iban a realizar sus sueños.