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Analista analizada (2º parte)

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En la posición en que se encontraba Lucy, con el culo en pompa y las rodillas separadas para acomodar bien en su vagina la respetable verga de Lou, sus nalgas estaban abiertas como un libro, dejando al aire el surco que las unía. Cuando Lou dijo esto, Lucy sintió claramente cómo él empezaba a acariciar su agujero trasero con las yemas de los dedos. De inmediato su boca soltó la polla de Jack y ella protestó.

— ¡Eh, eh, de eso nada! ¡Por detrás ni hablar!

La pura verdad es que a Lucy le gustaba el sexo anal y lo practicaba con frecuencia con David. Al prepararse para la salida de aquella noche había llevado a cabo una limpieza cuidadosa de su parte posterior, tanto por fuera como por dentro, dispuesta a dejarse encular por Jack como parte de la diversión. Incluso había guardado un tubo de lubricante en su bolsito de noche. Pero cuando decidió meterse en la cama con dos hombres a la vez y probar lo que iba a ser el primer trío de su vida, descartó subconscientemente el uso de su entrada trasera.

No quería permitir que aquellos dos tipos pletóricos de energía la sodomizaran con el entusiasmo que era de suponer y le dejaran el culo dolorido para una semana. Después de haber visto y sentido la imponente arma de Lou estaba más decidida aún a no tener sexo anal aquella noche. David era un buen amante y estaba aceptablemente dotado, pero no llegaba ni de lejos a alcanzar las dimensiones de aquel negrazo.

Sin embargo, imperturbable ante la protesta y manteniendo su verga dentro del sexo de Lucy, Lou introdujo despacio un dedo en el culo de la joven.

Lucy gritó con enfado y se sacudió, aflojó las rodillas y se dejó caer boca abajo sobre el colchón.

— ¡Que te digo que no!

Lo que ella jamás hubiera podido prever fue la reacción de Lou. La cogió por un hombro, la hizo volverse hacia él y con toda calma le dio una bofetada. La sorpresa dejó muda a Lucy. Se quedó mirando a Lou con los ojos brillantes por las lágrimas que amenazaban con empezar a brotar.

A su espalda, Jack, tendido en la cama, la sujetaba por los hombros, recostada contra él. Lou permanecía de pie frente a Lucy, con su enorme miembro negro, reluciente de los jugos de la propia Lucy, muy tieso. Le habló en tono sereno, casi dulce.

—A ver, Lucy, no te pongas a lloriquear como una nena. Escúchame y sé razonable.

La dulzura de su voz animó a Lucy a protestar de nuevo. Se tragó sus lágrimas —más de humillación que de dolor, ya que la bofetada no había sido fuerte— y habló con indignación, en voz muy alta.

— ¡No quiero oír una palabra más! Esto se ha terminado, me voy de aquí.

Lou la cogió del brazo y la levantó con brusquedad de un tirón. De pie junto al hombre desnudo, Lucy sintió un escalofrío de miedo al comparar su negra mole con su propio cuerpo esbelto y blanco. Le llegaba al hombro y tenía que levantar la cabeza para mirarle. Jack se levantó de la cama y se puso a su lado, también. Era tan alto como Lou y, aunque no tan fuerte, el vello espeso y rizado de su ancho pecho impresionaba a Lucy.

Al mismo tiempo que el temor la invadía cada vez más, no conseguía evitar que la excitación que la llenaba minutos antes le produjera un cosquilleo incitante entre los muslos mojados. Le daban miedo esos dos tipos en cuyas manos era como una brizna, pero al mismo tiempo su cuerpo se retorcía aún de deseo.

—Ven, Lucy, vamos a sentarnos y a hablar con calma tú y yo.

Sin soltarla, Lou tomó asiento en un sillón y después atrajo a Lucy sobre sus rodillas. Jack se sentó enfrente, en el borde de la cama. Lucy, forcejeando con Lou, reanudó sus protestas.

—No vamos a hablar de nada, he dicho que me voy de aquí, no pienso aguantar esto, qué te has creído, joder...

—Tú no te has dado cuenta todavía de tu situación, ¿verdad, zorra?

La dureza de las palabras, a pesar de la calma de la voz de Lou, asustó a Lucy. O quizás lo que le dio más miedo fue precisamente el contraste entre ambas cosas. El enorme hombre negro hablaba con la tranquilidad de quien tiene las cosas totalmente decididas y la situación bajo absoluto control. La impresión de poder se reforzaba por la presencia cercana de Jack, que contemplaba a Lucy con una ligera sonrisa de burla. Lou siguió hablando.

—Escúchame con atención y sin interrumpirme, Lucy. Tú has venido aquí voluntariamente, ¿verdad? Cuando iniciamos a una dama en los placeres del sexo en trío, la única regla es que ella ha de estar dispuesta a comportarse como una zorra. Te lo dijimos claramente y tú estuviste de acuerdo, Lucy, recuérdalo.

Ella se revolvía furiosa sobre las rodillas de Lou.

—A Jack y a mí—siguió él hablando— no nos importa pagarnos una profesional si hace falta, con tal de tenerlo todo a nuestro gusto. Claro está que preferimos a una chica cachonda como tú, pero sólo si ella obedece esa única regla, ¿comprendes?

—Yo no tengo por qué...

—No pierdas el tiempo, Lucy. Sé lo que vas a decir porque no soy idiota: al contrario, voy a demostrarte que la idiota eres tú. ¿Cómo puedes creer que Jack y yo estaríamos haciendo esto sin contar con los medios suficientes para convencerte de que con nosotros no valen los escrúpulos?

»Tú tienes que conseguir ese contrato para A*. Ya sabes que tenemos otra oferta de Spurs, prácticamente igual que la vuestra, y optar por ella depende sólo de mi decisión personal. Si tú no aceptas las reglas de este juego, mañana yo recomendaré que firmemos con Spurs, y además haré saber expresamente a tu compañía que tu ineficiente gestión ha sido determinante para que sea así.

Lucy no podía realmente creer lo que estaba oyendo. Su boca se abrió involuntariamente mientras Lou hablaba.

—Tú... vosotros...

—Ahora no nos mires como a unos delincuentes, putita. Te vuelvo a decir que tú  has empezado aceptando libremente que los tres nos enrollemos. Ni Jack ni yo seríamos capaces, jamás en la vida, de chantajear a nadie para tener sexo con nosotros, pero esto es muy distinto. Tú ya estabas de acuerdo por tu voluntad en tener sexo con nosotros, y se trata simplemente de decidir unos pequeños detalles. Es una lástima para ti que esos pequeños detalles sean tan importantes para Jack y para mí, y sobre todo es una lástima para ti que Jack y yo tengamos la capacidad de influir un poquito sobre tus decisiones en este sentido.

—Resumidamente podríamos decir—intervino Jack por primera vez— que hace una hora tú pudiste decidir si querías o no que te jodiéramos. Pero ahora ya es seguro que vamos a joderte de una u otra forma, y lo único que puedes tú decidir es cómo: en tu trabajo o por tus agujeros. Por todos tus agujeros, guarrilla.

—Jack lo ha resumido muy bien. La decisión de ser jodida ya la tomaste. Ahora decide cómo.

En silencio, con la cabeza gacha, Lucy sentía que iba a empezar a llorar de un momento a otro.

—A ver, putita, no te agobies —dijo Lou, amable—. ¿De qué se trata en realidad? Nadie quiere hacerte daño. Se trata de pasar un buen rato, queremos que disfrutes con nosotros, joder.

—Aunque es posible que no sea tanto —habló Jack—, pero eso se debe sólo a que no puedes imaginarte cómo disfrutaremos nosotros haciéndote pasar por el aro.

Lou se rió y añadió:

—No seas bestia, Jack. Escucha, Lucy, algunos de nuestros caprichos serán humillantes para ti, es verdad, y habrá un poco de dolor en algún momento, pero te prometo que no te causaremos verdadero daño. Mañana por la mañana lo único que te quedará de esto será el recuerdo.

Lucy seguía callada y miraba el dibujo de la alfombra mientras sentía que el corazón le iba a estallar. Su boca estaba seca y su sexo se encogía. Durante un par de minutos nadie dijo nada. Después, Jack se puso en pie.

— ¿Y bien…?

Lucy no habló, sentía que si lo intentaba la voz no iba a salirle de la garganta. Pero sabía que no tenía opción, y sabía que ellos dos también lo sabían. Lou, con el mismo tono sereno y dominante que había mantenido en todo momento, le tomó de la barbilla y la besó en los labios con suavidad, ordenándole:

—De rodillas, putita.

[Continuará]

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