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Mi madre se vuelve adicta a mi verga
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Tiempo de lectura: 4 minutos

IVÁN

Recuerdo la primera vez que la vi como mujer. Estaba en la adolescencia, abrí la puerta del baño: somnoliento, sin percatarme que se estaba bañando: vi la blancura de su piel, sus tetas con pezones marrones, su coño totalmente peludo, su cuerpo olía tan bien y brillaba. La vi tan hermosa. La mujer más hermosa del mundo. Desde entonces se convirtió en la protagonista de mis pajas y sueños húmedos. Hasta que ingresé a la universidad y conocí a mi novia.

Mi mamá se llama Carmen, de estatura normal, tez clara ligeramente amarilla por ascendencia japonesa, cabello largo y negro, ojos marrones claros, pestañas largas, su cuerpo está bien a pesar de dos hijos y 52 años encima. A pesar de que enviudó hace casi 15 años siempre lleva su anillo de casada.

A mi novia Alejandra le excitaba que la compare con mi madre. Sus mayores orgasmos se daban cuando fingía ser mi madre gritando: “¡Cógeme! Como a tu madre”. Con ella aprendí la pasión del sexo, a controlar la eyaculación precoz, conocer el cuerpo de una mujer y buscar los puntos de mayor placer. Al cabo de un tiempo terminamos, pero nunca olvidaré lo que aprendí de ella.

Me mudé a mi propio departamento para no tener la tentación de besar a mi madre. Todo estaba bien hasta la boda de mi hermana. Mi mamá tomó un poco, la llevé a casa. Se tambaleaba y se pegó a mi cuerpo, sentí la suavidad de su piel, el olor de su cuerpo, su aliento aunque con un poco de alcohol olía bien. La ayudé a subir, la llevé a su habitación. Llevaba un vestido largo (hasta los talones) de una pieza sostenido con solo un par de tiras, que dejaba ver adivinar el contorno de sus curvas.

La ayudé a subir a su habitación, una de las tiras del vestido cayó dejando ver su sostén, quité el otro. El vestido se deslizó por sus piernas dejándola solo con la ropa interior. Besé su cuello, mi madre suspiró. Nuestras lenguas se enlazaron en un húmedo beso francés.

La acosté en la cama y besé su cuerpo. Besé su cuello, lamí sus orejas y sin decirnos nada, levantándose un poco, aflojé su sostén. El espectáculo de sus tetas desafiantes me llevó a besarlas con ternura, aumentando mis caricias con mi lengua y mordiendo delicadamente sus pezones duros. Relamí cada centímetro de sus pechos, hasta llegar a sus sobacos lo cual me pareció increíble, pues ella se retorcía producto del placer.

Adoro todo lo suyo. Bajé mi lengua por sus caderas y tiré de su tanga con mis dientes hasta sus rodillas. Me concentré en la parte de atrás de sus rodillas, ya que es el punto erótico de Alejandra. Mi madre gemía, en su calzón se podía una gran humedad formándose. Deslicé sus bragas pasando sus dedos por su vagina peluda. Sonidos acuosos y un olor fuerte llenaron la habitación.

Sumergí mi boca en toda la extensión de sus labios vaginales, chupándolos, pasando mi lengua por todo ese vértice de lujuria que ahora era mío y que estaba dispuesto a beber por todo el tiempo del mundo. La besé y chupe con ferocidad, como un poseído, relamiendo sus labios y su clítoris, pasando mi lengua por toda el área de sus piernas abiertas. Sentí la textura de sus vellos púbicos, casi me ahogo porque mi madre vertía cada vez más y más jugos salados, ácidos y calientes. Hasta llegar a la entrada de su precioso ano; degustando cada gota de sus fluidos que manaban desde su alma entregada al deseo. El sabor y el aroma de su sexo era el más poderoso bálsamo que jamás bebí, hasta que mi hermosa madre no pudo más y estalló en un delicioso orgasmo, sollozando como una jovencita recién desvirgada.

Fue en ese momento que me bajé el pantalón y se la clavé, con un mete-saca que aumentaba gradualmente de intensidad. Mi mami clavó suavemente sus uñas en mi espalda mirándome fijamente a los ojos. Continué besándola, colocándola de lado, después de pasar mi lengua por su cuello, espalda, cintura y sus caderas donde me detuve a mordisquear sus nalgas infinitas. Mi mami estaba enloquecida; gemía y se retorcía. Chupé su vulva. Su clítoris se endureció, me dediqué a lamer cada poro, cada milímetro de piel. Abrí su pierna derecha y la puse encima de mis hombros, y abriendo sus piernas. Su cuerpo se tensó hasta que explotó en un nuevo orgasmo arrojando grandes cantidades de jugos, eso hizo que me corriera. Introduje mi lengua lo que más pude tratando de dilatar ese orificio de placer. Seguí lamiendo su sexo y su clítoris.

Subí sus piernas a la altura de mi rostro besando y lamiendo sus bellos pies, mientras le colocaba en la entrada de su vulva todo aquello que tanto deseaba sentir en sus entrañas. La penetré con fuerza, mientras ella daba un grito de placer y sus gemidos aumentaban así como el vaivén de sus caderas, hasta que comenzó a gemir más y más, estallando un orgasmo prolongado mientras yo inundaba sus entrañas con el semen.

– gracias hijo por ayudarme y por apoyarme.

– te quiero y te amo. Eres muy bella y sexi

A la mañana siguiente, mi madre se despertó confundida. Me prepara un desayuno muy rico, se acuesta conmigo y me abraza. Me doy cuenta que está solo en un camisón transparente. Comenzamos de nuevo a hacer el amor, sin salir de la cama en toda la tarde.

Terminó el día y fui a mi departamento. Una hora después de volver al trabajo tocan la puerta. Era mi madre que vestía un saco muy largo. Entra a la sala, cierra la puerta y se abre el saco. Estaba completamente desnuda. Su pubis lo había recortado en forma de corazón. Ya no llevaba su anillo de bodas. Colocó sus brazos en mi cuello y me besó apasionadamente. Lamí por detrás de sus rodillas, exploré su cuerpo con mi lengua. Ella arrojaba grandes cantidades de flujo, hacía sonidos guturales, su rostro se puso completamente rojo en una mueca de placer. Al unir nuestros cuerpos la habitación se llenó de sonidos acuosos y la carne chocando con grandes gemidos. Luego me montó, su cuerpo subía y bajaba mientras mi lengua lamía su pezón que se movía rítmicamente.

EPÍLOGO CARMEN

Desde que mi hijo nació se convirtió en el amor de mi vida y luego que éste se fuera se hizo el hombre de mi vida.

Hoy me haré un tatuaje en mi nalga con el nombre de mi hijo y de sorpresa le daré mi anillo, o sea mi ano.

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