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Sexo en el siglo 23 (2 de 5)

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Me costó dormirme pensando en lo que había hecho. No es que fuese una mojigata ni nada por el estilo, no rechazaba la masturbación y muchas veces lo hacía, ya fuese por necesidad o sólo por disfrutar un poco, pero ésto era distinto. No era exactamente masturbación. Me sentía avergonzada.

Al día siguiente, cuando me desperté, a los pocos minutos Andrés me trajo el desayuno.

Yo que estaba desnuda, me tapé el pecho con la sábana.

– Perdón – dijo él, con expresión avergonzada en su rostro.

– No... no pasa nada – dije yo, también avergonzada.

– Te traje el desayuno.

– Gracias – le contesté y estiré las manos para tomar la bandeja, con lo que la sábana se cayó, dejando al descubierto mis senos.

Los ojos de Andrés bajaron a mis pechos y los miraron fijamente. "Bueno" pensé yo, "lo hecho hecho está y la verdad es que lo disfruté, así que no tengo por que arrepentirme ni comportarme como una estúpida" y los dejé al descubierto.

El se dio vuelta para retirarse.

– Esperá – lo detuve – No te vayas.

El se quedó a mi lado.

– Sentate – y le señalé el borde de la cama

Él me obedeció y yo empecé a desayunar.

– ¿Qué pensás de lo que hicimos anoche? – le pregunté.

– Tengo problemas internos en mis circuitos.

– ¿Por qué? – pregunté extrañada.

– Porque obedecí lo que tu ordenaste pero parece que te causé daño.

– ¿Por qué decís eso?

– Porque estás molesta por lo que pasó y tienes angustia por lo que hiciste – respondió él.

– ¿Por qué pensás eso?

– Estoy equipado con circuitos que analizan las emociones de los humanos y esa es la conclusión a la que llegué.

– No te voy a negar que estoy un poco incómoda con lo que pasó – le aclaré – pero nada de eso tiene que ver contigo o con lo que hiciste. Es un problema mío.

– Pero te causé daño al angustiarte.

Yo ya tenía alguna experiencia en tratar con robots y con los conflictos de las tres leyes. En eso ellos son como niños a los que les cuesta separarlos de su lógica.

– Tu no me causaste daño – le dije con firmeza – ¿Está claro? Al contrario, me hiciste muy feliz.

Él asintió con la cabeza. Parecía realmente compungido.

Lo que tu interpretas como angustia es porque la situación fue muy extraña y eso me desconcertó. Pero no es angustia. ¿Está claro?

Él volvió a asentir, pero ahora con una pequeña sonrisa.

– Contame más cosas de tu sexualidad – le pedí.

– No hay mucho más. Cumplo con todo lo que me pidas, te satisfago de la forma que quieras. Me adapto a las medidas que quieras...

– ¿Cómo? – lo interrumpí – ¿Qué es eso de las "medidas".

– Bueno – dijo él – me puedo adaptar físicamente a las medidas que una mujer requiera.

– ¿Querés decir que la... que tu... pija puede variar de tamaño a voluntad?

– Si. Dentro de determinados límites, claro.

– Ah – dije yo y me quedé pensativa.

Lo de que a las mujeres les gusta más una pija muy grande es muy relativo. A veces es bueno sentir una bien grande dentro tuyo, pero lo que más gusta es que el amante sea bueno. De todos modos... nunca viene mal de vez en cuando sentir algo realmente grande dentro de tu cuerpo.

– ¿Podrías... desvestirte ahora? – le pregunté con una sonrisa de falsa inocencia.

Me miró con alegría en el rostro y comenzó a desvestirse.

Cuando estuvo desnudo me corrí en la Cama y le señalé que se sentara a mi lado. Cuando lo hizo comencé a tocarle la pija que todavía estaba en reposo. De a poco se fue endureciendo hasta quedar como la noche anterior. Mientras lo masturbaba lentamente, le dije

– Quisiera que estuviera un poco más gruesa – le dije.

Como por arte de magia, sentí que le verga comenzaba a aumentar de grosor en mi mano. La solté y pude ver que había pasado a cinco centímetros de grueso.

– Ahora más larga – dije con la respiración ya entrecortada, mientras lo seguía masturbando, y su verga comenzó a estirarse hasta pasar de los 14 o 15 centímetros iniciales a unos 18 o 19.

– Uaaauuuu!!! – dije yo en voz baja mientras el deseo me empezaba a invadir.

Me empecé a estirar hacia abajo en la cama, acostándome sin soltarla y con suavidad la empecé a atraer hacia mi cara.

El robot, que pareció entender lo que yo quería, se acomodó para meterme la verga en la boca al tiempo que llevaba su cara a mi entrepierna.

Así empezamos un sesenta y nueve fenomenal. Yo sentía como su ahora enorme verga me entraba en la boca, con bastante trabajo porque me obligaba a abrirla al máximo, al tiempo que su lengua comenzaba a moverse entre mis piernas.

Era impresionante lo que ese hombre-máquina sabía hacer. No paraba de moverse lentamente, metiendo y sacando la pija de mi boca, mientras que su lengua me acariciaba los labios vaginales, el clítoris y a veces se introducía en mi agujero, provocándome espasmos de placer.

No solo su lengua se movía, ya que también jugueteaba con sus dedos, a veces en mi culo, a veces entrando en mi concha y escarbando en ella.

Así estuvimos unos minutos, hasta que ya no pude resistir más a su lengua y sus dedos, porque de pronto se dedicó a buscar mi punto G.

Cuando lo halló me masajeó y acarició hasta que me fui en un orgasmo maravilloso, apretándole la cabeza con mis piernas mientras gozaba.

Realmente fue un orgasmo impresionante, que me dejó desfallecida en la cama. Pero a él no le importó. Se dio vuelta y posicionándose sobre mí, me empezó a meter esa tremenda verga en mi concha, nuevamente encharcada de jugos por la excitación que me había producido y por el orgasmo que me provocó.

A pesar de lo mojada y dilatada que estaba, sentí que se abría camino con cierta dificultad por el tamaño que tenía.

Al igual que la noche anterior, se movía con mucha habilidad, metiendo y casi sacando totalmente su pija, para luego volverla a meter con fuerza.

Yo sentía que estaba a mil. Me movía cada vez que él empujaba y colaboraba en que saliese para volver a su encuentro nuevamente cuando él empujaba.

Al poco rato sentí que me venía un segundo orgasmo, diferente del que me había provocado con la lengua, pero igual de intenso.

Lo rodeé con mis piernas, tratando de que no se separase y acabé con gemidos y arañándole la espalda mientras le comía la boca, metiendo mi lengua y metiendo él la suya en un beso salvaje.

Él me agarraba de las nalgas y me obligaba a seguir moviéndome, aún cuando yo ya había acabado y esperaba su semen dentro mío, pero el no quería eso todavía.

Me siguió cogiendo hasta que me hizo acabar nuevamente y en medio de mi tercer orgasmo, tan o más fuerte aún que los anteriores, sentí como me entraba su leche cálida, acentuando más todavía, si es posible, mi placer.

Una vez que acabamos los dos, si es que lo de él podía decirse que era acabar, ya que un robot no podía "gozar", pero de todos modos por mi parte no sentía que fuese un orgasmo fingido, nos quedamos tirados en la cama, yo acurrucada entre sus brazos y él acariciándome suavemente la cara, el cuello, los senos. Creo que, de alguna manera, Andrés disfrutaba de lo que hacía.

– ¿Sentís algún tipo de placer al hacer esto? – le pregunté.

– Un robot no "siente" – respondió él – No puede disfrutar como sé que disfrutan los humanos, pero cuando tu gozas mis circuitos quedan con más energía. Creo que el cumplir con lo que ordenas y que eso te dé placer hace que, de alguna manera, yo tenga una especie de placer.

Yo me fui estirando hacia abajo, besando sus tetillas, su vientre, su ombligo, hasta sentir sus vellos púbicos en mi barbilla.

Levanté mi cabeza y admiré su pene en reposo, ahora más grande que la primera vez que lo había visto.

– Mmmmm – ronroneé – ¿se podrá parar de vuelta? – le pregunté con voz de vicio.

– Si recibe suficientes estímulos, claro que si – dijo sonriendo.

Yo le empecé a pasar la lengua, sintiendo la mezcla de sabores de su "semen" y mis propios jugos, a lo que Andrés respondió con un "Mmmmmmm" de goce.

– ¿Este tipo de estímulos sirven? –pregunté con voz de hembra en celo y juro que no tuve que fingir, porque realmente estaba caliente de nuevo.

– Si – dijo él – sirven mucho. Seguí chupando.

– Oh, es la primera vez que un robot me da una orden – dije con fingido enojo.

El robot, que percibió el tono de broma dijo –No es una orden. Es sólo un pedido. ¿No te gusta que te lo pida?

– Me encanta – dije, y me introduje la verga que ya empezaba a crecer, en la boca y empecé a chuparla con deleite.

Habrán pasado dos minutos en los que sentí que la pija iba creciendo en mi boca, una cosa que realmente disfruto mucho y que pocas veces logro, porque cuando llego con mi boca a la verga de un hombre, ésta ya está totalmente parada, pero a mí me encanta metérmela y que se pare dentro de mi boca.

Cuando ya la tuve bien dura de nuevo le pedí

– Volvé a ponerla del tamaño anterior.

– ¿Te lastimé antes? – preguntó sobresaltado. – ¿Era muy grande?

– No... – me reí – estaba perfecta, pero para lo que la quiero ahora sí es demasiado grande.

Me miró con cara de duda, pero sentí que bajaba de tamaño en mi mano, mientras yo lo masturbaba.

Una vez del tamaño deseado, me di vuelta y me senté sobre su cara, poniendo mi concha al alcance de su lengua y le pedí – Chupámela. Calentame bien. Chupame toda.

Mientras él me comenzaba a chupar, yo lo seguía pajeando.

Yo estaba maravillada de lo bien que el robot entendía lo que yo deseaba. Me empezó a chupar la concha, mientras me acariciaba la cola, pasando un dedo por mi culito. A los pocos segundos me agarró las nalgas con las dos manos y separándolas, llevó su lengua a mi ano, acariciando, chupando, besando.

Así estuve varios minutos disfrutando de su lengua, pero conteniéndome porque no quería acabar todavía. Cuando ya no aguanté más, me bajé y me acosté boca abajo, poniendo una almohada debajo de mi barriga para levantar la cola.

– Cogeme por atrás – le pedí.

El se acostó sobre mí y empezó a frotar la verga en la entrada de mi concha.

– No – le dije – en la concha no. Quiero que me la metas por el culito.

El no detuvo sus caricias pero dijo – No. Por atrás no porque te puedo lastimar y eso va en contra de la primera ley de la robótica.

– Es una orden que te doy – le dije con la voz entrecortada por la excitación – Si no lo hacés voy a quedar muy excitada y eso sí que me hace daño.

Él dudó unos segundos.

– Por favor – le dije en voz bajita – Lo necesito. Me da mucho placer. Metémela.

Sentí como la verga iba lentamente de la concha al agujero del culo y me lo frotaba. Entonces él empezó a meter un dedo, para distenderme.

Lo metió y lo sacó varias veces hasta que apoyó la cabeza de la verga y empezó a empujar con suavidad, empujando un poquito y aflojando, otro poquito y volvía a aflojar hasta que sentí como la cabeza iba entrando.

No pude contener un gemido y Andrés se detuvo, con la cabeza casi adentro.

– ¿Te duele? – me preguntó.

– Andrés, tenés que aprender que en el sexo a veces el dolor es placentero – le contesté. Si, me duele, pero me gusta, así que seguí metiéndola, despacito, con suavidad.

El robot retomó su ritmo y poco a poco fui sintiendo como entraba. Realmente estaba programado como un verdadero amante, ya que una vez que la cabeza entró, empezó a empujar hasta que me la clavó toda en el culo.

Yo ya no daba más de la calentura y sentí como me venía un orgasmo, por lo que me dejé llevar, acabando ruidosamente, mientras le decía –No pares. Seguí. Seguí.

Y el seguía cojiéndome.

Eran unas sensaciones tremendas. Todavía sentía un poco de dolor, pero él tenía una mano en mis senos, acariciando mis pezones mientras que con la otra me acariciaba la entrepierna, frotándome en círculos el clítoris y metiendo el dedo de vez en cuando en la concha.

De pronto aceleró sus movimientos, empujando con suavidad pero más rápido, lo que hizo que me viniera un segundo orgasmo, intensificado por el que él estaba teniendo, ya que sentía como se derramaba su leche en mi interior.

Una vez que acabamos, le dije que la fuera sacando despacito, lo que cumplió con gran delicadeza. Realmente, era un amante estupendo. El mejor que había tenido en mi vida.

Nos quedamos unos minutos más, haciéndonos mimos y luego me levanté para darme una ducha.

Cuando salí del baño, Camilo me dijo que tenía un mensaje de Carla, mi mejor amiga que me invitaba a almorzar. La llamé para confirmarle que iba a ir y me preparé para salir.

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