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EN OTRA TIERRA: UN BREVAJE REFRESCANTE

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-¿Y no te aburres? -me pregunta Roberto desde el otro lado de la línea. Se oye también la bulla propia de una fiesta.

-No, no me aburro -le digo envuelto en lodo rico en sales minerales y que alivia toda inflamación articular y no sé cuántas cosas más- Ya sabes que yo soy feliz con un libro y un ambiente tranquilo.

¡Pero qué manera de mentir!

-Y deja de preocuparte por mí. La próxima vez que me llames que sea para contarme detalles de esas juergas multisexo en las que te metes.

-Muy bien, prometo no darte más la lata.

-¿Y qué tal el party en casa de James,el pérfido inglés?

-Hemos hecho un sorteo y me ha tocado ser el esclavo de la velada.

-Perdona mi ignorancia pero no sé si debo felicitarte o darte mis condolencias.

-Va a ser mi primera vez. Ya te contaré cómo me ha ido. Pero básicamente estoy para mostrarme entregado a toda clase de caprichos, humillaciones y órdenes... dentro de un orden, claro. En cinco minutos nos reunimos y se decide qué está permitido y a qué me puedo negar sin que me obliguen a lamer la taza del retrete recién meada por todos.

Se me está poniendo la carne de gallina bajo los lodos.

-¿Crees que te divertirás?

-James me ha dicho que si no me siento capaz de cumplir con mis obligaciones como esclavo que me cambia el puesto encantado. Pero he decidido que voy a probar. Me he traído un cialis para aguantar en erección toda la velada, y por aquí circula algún otro estimulante que también cataré.

Escucho que alguien habla a Roberto. Le comunica que no se puede correr en ningún momento y que como se corra le conectarán los huevos a la red eléctrica.

-Oye, tengo que dejarte porque el personal se está impacientando y ya hay un par que quieren que les limpie las zapatillas a lengüetazos.

-Suerte.

-La necesitaré.

Dejo el teléfono y veo que viene hacia mí el camarero Soplillo. Trae una copa con lo que parece alguna clase de combinado.

-Su energggggético -me dice depositando la copa en una mesita auxiliar.

-No recuerdo haber pedido ningún energético.

-¿No lo quiere?

Miro la copa cargado de dudas.

-Se recomienda tras una larga sessssión de baños en el balneario. Renueva por dentro y revitaliza. Y uuuuustedddd, no para de visitarrrr las más diversas inssssstalaciones.

Me parece que es vox populi mi frenesí sexual desde que he llegado aquí, o desde el tren si contamos el primer suceso con Chorrín.

-¿Qué lleva?

-La fórmula es el secretttttto mejor guardado de la casa.

-¿Y qué notaré cuando me lo beba? -pregunto escéptico.

-Digamos que podrá empezar de nuevvvvvvo.

Soplillo se va sin darme tiempo a saber qué es lo que tengo que empezar de nuevvvvvo.

Veo a una señora de estructura adiposa en nalgas y piernas que también se ha sometido al tratamiento. Pero a ella no le han traído ningún energético. Debe de ser porque ella no tiene que empezar lo que sea de nuevvvvvo.

Agarro la copa con cierta dificultad a causa de los barros adobados con algas. Me la acerco a los labios.

-No le he vuelto a ver por mi camilla.

Alzo los ojos desde mi embarrada postración sin dar todavía el primer sorbo. Ante mí, el masajista bigotudo con cara de antiguo.

-El lote que me regalaron sólo incluía una sesión de masaje -me disculpo ante el sujeto de semblante decimonónico.

-Los lotes son intercambiables. Podía haber prescindido de esta mierda de los barros, que no sirve para nada, y dejarme que yo le saque de la musculatura esa dañina tensión que, sin saberlo, le está matando.

Y permanece tan tranquilo después de soltarme esa bomba.

-Vaya, no tenía noticia de que fueran intercambiables. Para la siguiente vez, ya lo sé.

-Escúcheme, dentro de quince minutos puedo hacerle un hueco.

-Es que no sé si me queda programa que intercambiar.

-¿Le hago el hueco o no se lo hago?

Me resulta demasiado ambigua su frase de que quiere “hacerme un hueco” en vista de las libertades de los hombres de este lugar.

Miro al sujeto: forzudo, panzudo, al menos cien kilos de masa incrustándose contra mis carnes. Indudablemente que después de una sesión en sus manos ya no tendré que preocuparme por tensión muscular alguna, porque los cadáveres tienen ese privilegio, no tener preocupaciones por nada ni nadie.

-Si no le importa, en otra ocasión será -zanjo la cuestión.

Se me aproxima hasta que sus labios rozan una de mis orejas embarradas.

-Usted se lo pierde -me comenta muy quedo- Pensaba aplicarle el método que se practica en los hammans del Magreb, cuerpo a cuerpo.

Y se larga dejándome ver sus espaldas de forzudo.

Quedo temblando tras el extraño encuentro con el masajista y me bebo de un trago el bebedizo que me ha traído Soplillo. Al momento siento un frío brutal en mis vísceras, como si les hubieran aplicado nitrógeno líquido. Pero segundos después, el frío es sustituido por la misma sensación que tendría si me acabara de estallar una mina antipersona en el píloro. Quiero pedir auxilio pero no me sale la voz. Esto es el fin:¡me han envenenado!¡Voy a morir en el lodo!¡La peor de mis pesadillas se ha hecho realidad!

 

Estoy en mi habitación tendido sobre la cama aún con vida. Las extrañas sensaciones físicas se han disipado gracias a los dioses. Pero me siento íntimamente inquieto. Quiero decir, que llevo ni sé el tiempo mirando al techo donde se reproduce una escena mitológica de faunos y ninfas. Y no dejo de darle vueltas a la idea de empotrarme en la escena armado con alguna clase de cuchillo de cocina, cargarme a las ninfas y quedarme yo sólo con los faunos, todos bastante salidos y con eternas ganas de juerga carnalllll.

¡Ya me expreso como Soplillo!

No puedo continuar así. Es la hora de la cena. Tengo que hacer un esfuerzo, vestirme con ropa decente y apartarme de esta postración obsesiva.

Por fin abandono mi habitación. Coincido en el pasillo con un matrimonio de edad avanzada que también se dirige al comedor. Tomamos juntos el ascensor. Ayudo al marido a entrar porque se mueve con andador.

No sé que me ocurre pero no puedo dejar de pensar en el culo de él, que bien podría ser mi abuelo. Llegados a la planta baja, decido desviarme hacia el salón de juegos porque si continúo con el matrimonio terminaré por meterle mano al anciano y no es cuestión de que mi nombre quede todavía más en entredicho.

Busco calmarme hojeando una revista del corazón en cuya portada se ve a una vieja gloria masculina del celuloide al que han cazado en tanga exhibiendo la decrepitud de sus carnes. Pero aun así, la miro más de la cuenta y me siento intolerablemente atraído por la exhibición de anatomía depauperada.

¡No puede ser!

Aparto de mí la revista pues me estoy planteando largarme con ella a los servicios para masturbarme.

Me acerco a la barra de bar donde Soplillo limpia sobre limpio. Me le quedo mirando. Él también me mira por el rabillo del ojo ¿Acaba de mover las orejas de manera insinuante o me lo ha parecido?¡Oh, esos desmesurados pabellones auditivos, los encuentro tan sugerentes!

¡Qué me está pasando!

Me armo de valor y le hablo:

-¿Quién te ha dicho que me ofrecieras ese bebedizo energético que me has llevado a la sala de lodos?

Suena el teléfono que tiene a sus espaldas. Los dos lo miramos.

-¿Le importa que atienda la llamadddda?

Consiento mientras arrastro mis uñas por la superficie del mostrador imaginando con son las espaldas del pluscuanexcitante orejudo.

Escucho que habla con alguien muy serio.

-Sí, está aquí... Yo creo que está en prrrrroceso... Te lo paso.

Se vuelve hacia mí, auricular en mano.

-Es para ustedddd.

Me alcanza el aparato.

-¿Sí?

-Hola, soy Chorrín.

Sólo escuchar su voz y siento que la pinga se me arma.

-¿Ha cenado?

-Me preparaba para ello. Tomar las aguas me está dando más hambre del habitual. Pero me asusta entrar al comedor porque hay un señor de casi noventa años que...

Me asalta la absurda idea de que el auricular del teléfono posee una interesante forma fálica que tal vez merezca unos cuantos lametazos ¡Me estoy volviendo tarumba!

-¿Sigue ahí?

-Ayúdeme. Sólo soy un pobre diablo de ciudad que vino aquí a relajarsssse.

-Acuda ahora mismo al lugar que le voy a decir. Le invito a cenar costillas de cordero a la brasa.Y me lo cuenta todo.

Cuelgo el auricular, sin haberlo lamido, tras recibir las indicaciones que he apuntado en una servilleta de papel. Soplillo no abre la boca y continúa con su limpieza sobre limpieza. Podía limpiarme la polla ya puestos. Me contengo ¡Oh, sí, quiero saltar por encima de la barra y despojarle de la ropa y comerme sus amplios pabellones auditivos!

Pero Soplillo me lee las intenciones y sale despavorido a atender a unos huéspedes que acaban de tomar asiento en una mesa del salón.

Dejo el balneario no sin antes preguntarme por qué no agarro la estatua del musculoso Perseo con la cabeza de la medusa y nos lo montamos entre los tres, pues ella tiene la boca abierta en posición ideal para hincarle el cipote hasta el gaznate ¡Y lo pienso en serio!

Huyo despavorido de mis propios pensamientos.

No hay manera de que encuentre el lugar que me ha indicado Chorrín. Por más que miro no veo la tienda de ningún Pichote, o dicha tienda no se anuncia en modo alguno. Tampoco veo un cartel de calle que me indique cuál es la cuesta de la abuela Torcuata. Empiezo a desesperarme.

Un perro vagabundo cruza frente a mí ¿Y si lo sodomizo?

La aparición de un joven lugareño de unos treinta y pocos salva al perro.

Pregunto al joven y me va indicando. Seguro que está recién casado, que folla con su mujer cuatro o cinco veces todas las noches, que se la tira por el coño y por el culo, que le exige a ella que le clave los dedos en su rotundo trasero durante la potente y hasta puede que violenta penetración...

¡Basta,cerebro, basta!

Tengo que pedirle que me lo indique otra vez porque con tanto disparate imaginado ni me he enterado de las explicaciones.

Al fin llego a una tapia en un camino. Huele a humo de fogata de leña ¿No existe una leña que al quemarse desprenda olor a lefa? Sería un placer caminar por las calles y que te llegue de repente su olor delicioso escapando de las chimeneas, o entrar en una casa con un fuego encendido con esa leña y que la casa entera apeste a lefa, o que las costillas de cordero a las que me quiere invitar Chorrín estén asadas sobre sus brasas y al comerlas sienta el sabor de la carne mezclado con el de la lefa...

¡Por lo más sagrado,siempre acabo pensando en lo mismo!

Entro en lo que parece un huerto por una cancela. Veo a Chorrín y Lupillo, juntos, al lado de una hoguera ¿Por qué no me sorprende que estén juntos?

Vuelven las cabezas al sentir mis pasos. Chorrín anda con la camisa abierta. Lupillo se mediocubre con una camiseta de tirantes vieja y desgastada. Mi atuendo no pega con el de ellos. Me había vestido para cenar en el balneario y no me cambié tras la invitación.

Escucho más voces que provienen de lo que parece una caseta. Son voces masculinas. Imagino que me envuelven con sus tonalidades graves y terminan hurgándome en la entrepierna...

-¿Qué me está pasando? - pregunto a los dos hombres con los que he tenido asuntos carrrrnalesss en el breve tiempo que llevo en esta tierra.

Lupillo retira del fuego una chuleta de cordero ya asada y me la ofrece sobre una rebanada de pan.

-Come -me dice.

Veo que ya no hay el menor tratamiento de usted ni nada que se le parezca.

Tomo lo que me ofrece y me lo como con modales de perro hambriento.

Me observan. Y yo a ellos.

Me zampo la chuleta en un abrir y cerrar de ojos. Me ofrecen otra.

-¿Cuando tienes que irte? -me interroga Chorrín.

-A las doce dejo la habitación -digo con la boca llena- Y a la una sale el tren.

-Y el lunes, al trabajo -añade Lupillo.

-Es la única manera que he encontrado de vivir de mi cuerpo -digo con ironía. Pero mi ocurrencia no les hace gracia. Tan sólo me largan otra pieza de carne con pan.

Me la como con idéntico ansia que las anteriores llenándome manos y morros de grasa. Escucho otra vez las graves voces que provienen de la misteriosa caseta.

Nos miramos.

-¿Qué queréis?

-¿A ti qué te parece? -dice Lupillo con su voz bronca- Te presentas en nuestro pueblo con el cuento de que eres casi impotente pero en cuanto te meten una polla en la boca, se te pone tiesa. Te lo montas por la noche con un tío que está casado y le sacas de los huevos hasta la última gota de leche.

Chorrín asiente masticando un trozo de carne asada.

-Y después se te invita a un baño casi secreto y me partes el culo como si tal cosa. Creo que sólo eres un mal bicho.

-Sí, de lo peor -asegura Chorrín.

Comienzo a sentirme inseguro. No sé de qué van estos dos.

-Llevas ropa de señorito pijo -me dice Lupillo escupiendo un trozo de ternilla- Y eso me da náuseas.

-Sí, es una mierda de ropa -le doy la razón por temor- Y toda de imitación.

-Así que te disfrazas de pijo y encima de pijo de mercadillo. Las náuseas casi no me dejan respirar.

-Sólo hay una ropa digna -dice Chorrín tras beber vino de un porrón- La piel.

-Sí, tienes razón: la piel -confirma Lupillo sin quitarme ojo- ¿Por qué no te quedas vestido con ropa digna?

Han abierto un ventanuco de la caseta. Nos espían.

Me quito la chaqueta, me quito la camisa...

No pierden detalle de lo que hago tanto los presentes como quien se oculta en la caseta.

Continúo con los pantalones, con los zapatos, con los calcetines... Sólo me quedan los slips que de ninguna manera pueden disimular la erección que tengo. También prescindo de ellos.

Lupillo recoge mi ropa y la arroja a un lado de la hoguera. Las prendas se inflaman y se consumen devoradas por el fuego. No rechisto por ello. Lo entiendo. No sé qué me pasa pero lo entiendo.

-Eres un pervertido de mierda -sentencia el encargado de mantenimiento con la boca llena- Te dejas follar por un tío casado que tiene a su familia esperándole y después te aprovechas de mis buenas intenciones y me das por culo en mi lugar favorito, en mi rincón sagrado.

Le miro sin ganas de replicar.

-Queremos una explicación -le secunda Chorrín con el porrón en ella mano.

La luz de la hoguera pinta de tonos cálidos nuestros rostros.

-Porque son los hombres como vosotros los que me hacen perder los papeles y actuar sin cordura -me autoinculpo.

-¿Y cuál de los dos te gusta más? -quiere saber el encargado de mantenimiento.

-Me pides que elija entre la manzana y el melocotón.

Lupillo suelta una sonora carcajada.

Chorrín tan sólo sonríe pero se le nota que con ganas. Vuelve a echarse otro trago del porrón.

-¿Quién es la manzana y quién el melocotón? -insiste el fanático de los baños en agua sulfurosa.

-Tú eres el melocotón -contesto mirando a Chorrín- Eres dulce,suave, cálido... Podría enamorarme de ti.

-¡Cuidao con lo que hablas! -me amenaza Lupillo con un palo que está junto a la hoguera- Aquí no queremos saber de mariconadas.

Me vuelvo hacia él, que sigue apuntándome con el palo..

-Y tú, la manzana – Y me toco la pinga mientras hablo- Eres duro, crujiente, saciante...Puede que hoy seas ácido, pero mañana puedes ser dulce. A ti te esperaría debajo de una lluvia torrencial para una cita furtiva de sexo despiadado. Y aunque nunca te diría que te amo, siempre que me hiciese una paja pensaría en ti.

De un momento a otro voy a abalanzarme sobre alguno de los dos con las más sucias intenciones.

Lupillo se levanta, se me acerca. Mi polla puede estallar en cualquier instante de lo hinchada que la tengo.

-Guárdate esa mierda lisonjera para tus “amiguitos” de la ciudad. Si te hemos hecho venir aquí, al que fuera el huerto de mi abuelo, es porque esta tarde te has comportao como un verdadero cabrón ingrato.

Mientras habla yo sólo pienso en su culo atravesado por mi verga. Le planto las manos en su follable trasero. Pero rápidamente me coge una y me retuerce el brazo. Chorrín también acude y me atrapa los huevos estrujándolos sin piedad.

Aúllo de dolor.

-Vas a pedir perdón.

-¡No sé a quién tengo que pedir perdón! -me debato entre los dos.

Me toman en vilo y me meten en la misteriosa caseta arrojándome a un suelo cubierto de forraje.

Un rápido vistazo y veo un hogar prendido, la silueta de al menos cuatro hombres más a los que no reconozco y la figura de otro, fuerte y panzudo, ataviado tan sólo con una especie de taparrabos.

Se me acerca el barrigón. Su rostro queda iluminado por la luz de las llamas del hogar: es el masajista del balneario. Creo que debería de rezar mis oraciones y arrepentirme de todos mis pecados antes de que sea tarde.

-¿Es usted el ofendido? -pregunto con la mayor corrección de que soy capaz dada la situación.

Veo que por los laterales del taparrabos, algo laxos de ajuste, se le ven unos huevos acordes con su dimensión anatómica. Comienzo a transpirar.

-Te he ofrecido la posibilidad de probar mi nueva modalidad de masaje, algo novedoso que nunca se ha visto en este balneario. Pero no has querido. Te ha parecido más interesante revolcarte en el barro.

-Se habla tanto de las propiedades curativas de la arcilla que he sucumbido a la propaganda.

-Excusas.

Me tumba sobre el forraje, se posiciona con un pie sobre mis dorsales y otro sobre mi coxis. En un suspiro tengo a un tío de cien kilos aplastándome.

Escucho respiraciones alteradas entre los asistentes a los que se han unido

Chorrín y Lupillo. Les gusta lo que ven.

-Estos amigos quieren una demostración de mis habilidades. No me creen cuando les cuento de lo que soy capaz -dice desde su posición de dominio- Ahora mismo, sin que te des cuenta, trabajo sobre tu columna vertebral para que se expanda.

Le sacaría de su error en eso de “sin que te des cuenta” Pero no deseo empeorar las cosas. Aunque debería de ponerle en claro que mi esqueleto no es de una aleación de acero y titanio.

Y es inútil que me queje. Mis lamentos son interpretados como señales de que es necesario incidir en la contundencia de los pisotones sobre mis huesos.

Ahora me ha tomado de las muñecas y estira mis brazos hacia atrás.

-¿Esta novedad que me aplica sirve para algo o es puro capricho en la ejecución? -quiero saber sumido en el sufrimiento.

-Expando su pecho y abro su cintura escapular.

-¿Y hay un límite?

Da un último estirón que hace que resuene mi esternón.

Los presentes lanzan un ¡ay! colectivo al escuchar el crujido.

-El límite es el relax y la expansión de la articulación libre de tensiones.

Me toma contra su cuerpo apresándome los muslos con sus piernas enormes.

Noto su sexo en contacto con mis nalgas. Pese al tormento, experimento una reacción de empalme del mío que queda en evidencia frente al respetable que nos observa.

-Se te nota a gusto -tiene la desfachatez de decir- Por eso se te ha puesto tiesa.

-Nunca estuve más a gusto -contesto con voz agónica mientras mi cuello es obligado a una torsión comparable a la de la niña de El exorcista.

Se tumba en el suelo acolchado por la masa vegetal y me arrastra consigo. Sus fuertes piernas empujan las mías hacia un lado y sus grandes brazos retuercen mi tronco al contrario, como si fuese una bayeta a la que hay que extraer hasta la última gota de humedad.

De nuevo resuenan algunos de mis huesos y el respetable suelta otra vez ese ¡ay! doloroso que a mí se me queda ahogado en la garganta.

Sudo a mares, igual que mi descontracturador.

-Veamos como están esas nalgas -dice.

-Son sólo unas nalgas, ellas no tienen culpa de nada -le digo en tono lastimero que intento despierte su compasión.

Pero nada le detiene y termino con las rodillas en el pecho y mis posaderas completamente abiertas y pasto de sus enormes manos.

Mi pose despierta el más vivo interés entre los asistentes a mi suplicio.

-Se las ve más relajadas que el primer día -dice- Pero aún necesitan un buen repaso.

Las estruja sin vacilación. Las palmea con ganas.

Veo que uno de los asistentes se acerca. No sé quién es.

-¿Puedo probar? -pregunta al masajista.

-Cómo no.

Las ásperas manos del desconocido me soban cuanto quieren.

Otro más se acerca y pide permiso. Y otro. Y otro.

Mi culo ahora es inspeccionado por varias manos llenas de callosidades. Me pellizcan o me sacuden buenas zurras según la inspiración de cada cual.

Pero alguien ha empezado a lemerlas... ¡Sí, me lamen! Y me escupen en el ojete. Y ese alguien baja por la raja de mi culo avivando mi deseo... y me penetra con la vivaracha lengua... ¡Oh, sí, sí, dame así,sigue así!

Pero ya no sólo es una lengua, por lo menos hay dos más que pugnan por hacerse un hueco. Y las barbas hirsutas de sus propietarios rozan ásperas la blanda piel de mis cuartos traseros.

Tras las lenguas, van los dedos que me abren el esfínter y se introducen en mis entrañas atrevidos e indagadores.

Mi polla palpita y se humedece de preseminal. Una boca la busca y se la traga de una vez. Me la chupa con un calor que me arranca gruñidos de placer y me despierta la necesidad de tener algo metido en mi boca. Porque quiero sentirme lleno por todos los lados.

Apenas puedo moverme preso de la fuerza del masajista. Pero desde mi posición veo sus huevos que ahora se han escapado del taparrabos. Hago un esfuerzo y logro meterme uno en la boca. Se lo chupo. Está sudado. Está en su punto.

El masajista me mira con rostro de supino desprecio.

-Deja de chuparme los cojones.

No contesto. Quiero esos huevos a perpetuidad en mi boca.

-Si sigues comiéndome las pelotas acabaré por hincarte el rabo hasta que no quede nada fuera de tu jodido trasero. Y eso no hay ser vivo que me lo aguante.

Pero yo sigo a lo mío. Y sus amenazas sólo consiguen que le chupe los huevos con más fruición.

El taparrabos se está levantando igual que si fuese la carpa de un circo sujeta a un colosal mástil.

-Tú lo has querido.

Aparta a todos de mí. Me agarra por la cintura, que dicho sea de paso hace tiempo que ya no es de avispa. Parecemos Hércules y Anteo. Bueno... dejémoslo en Hércules y uno que pasaba por ahí.

Me tiene alzado como si tal cosa. Mi espalda resbala poco a poco por su panza. Mis nalgas tropiezan con algo que no sé que es.

¡Dios! Me quedo sin respiración cuando lo que sea que este tío posee comienza a invadirme las entrañas.

-Ya no paro, tesoro -me dice con sorna.

No puedo hablar, sólo sufrir. Quiero escapar. No es posible. Cualquier movimiento sólo acelera la invasión.

A mi alrededor, los asistentes miran embelesados. Alguno ya se ha sacado el cipote y se masturba.

Chorrín le toma una mano a Lupillo y se la coloca encima de su paquete.

Mi peso me traiciona y me hinca sobre el sexo pétreo del masajista. Noto el desgarro por dentro.

Existía en mis tripas una frontera que nadie había traspasado. Ha dejado de existir.

Cuando esa invisible frontera se esfuma, me encuentro el resto de la excesiva tranca atrozmente clavada.

-Si es esto lo que querías, ya lo tienes -me dice satisfecho el panzudo- Y ahora prepárate porque viene mi posición estrella: masaje de próstata con inundación final interior.

Le replicaría, pero no puedo hablar. Me siento como un pollo ensartado para su tueste al horno.

Nuestro público goza con el suceso. Bocas ávidas me chupan por doquier. Mi polla ha pasado a ser un bien de uso público, mi boca se ha convertido en el lugar donde se quieren citar las vergas de todos los lugareños que asisten a mi última cena.

Hemos caído todos al suelo de tapizado de forraje y somos un revoltijo donde ya no sé qué me estoy tragando ni quién me quiere arrancar los pezones para llevárselos como trofeo.

Lo único que es seguro es la fuerza con la que se aplica el bigotudo masajista en traspasarme el ojete, la intensidad de sus resoplidos en mi nuca, el sonido de mis carnes golpeadas por las suyas...

Veo a los demás pero no los veo.

Un sujeto de edad indefinible y cabeza rapada se ha amorrado a mi culo y no hace más que pasar la lengua por el tronco del cipote de mi follador.

Sobre mi rostro cae una lluvia de semen de uno que no ha sido capaz de contenerse.

Lupillo me ha cogido la chorra y me comunica que me va a hacer un pajote que no olvidaré en la vida. Chorrín se lo está follando como si fuese un perro salido.

Ya no puedo pensar... Sólo siento...

Otro de los desconocidos me escupe su leche en la jeta y me mete de seguido la pinga hasta el fondo de la garganta. Degusto el sabor del esperma. Hay uno que también la quiere y me atiza un beso mientras aún tengo la pinga dentro.

El panzudo aúlla con el gusto que siente, se contrae contra mi cuerpo y me saca su instrumento mientras se corre para que todos vean la abundancia del vertido.

Hay murmullos de aprobación y ánimo, y manos que quieren tocársela.

El de cabeza rapada se me ha pegado al culo para tragarse los líquidos que ha dejado el masajista dentro.

Ya hay candidatos para ocupar el puesto del forzudo. Y éste me solicita servicio de limpieza del cipote a base de chupadas.

Ya todo me da igual. Y engullo como puedo la pieza para que quede impoluta.

Las habilidades de Lupillo masturbando no son ningún cuento chino y me conduce por un paisaje de placer con hábiles recesos y arranques a todo trapo.

-¿Quieres ahora follarme? -me grita.

-¡Sí,sí! -le grito a mi vez cuando me dejan.

-Pues tendrás que hacerte un sitio porque Chorrín me tiene el culo ocupado. Y no piensa marcharse.

-¡Antes muerto! -proclama el paisano.

Aprovecho que las alimañas han centrado su atención en el descomunal pollón del masajista, para acudir al trasero de Lupillo y buscar un resquicio por donde adentrarme pese a la obstrucción del pijo de Chorrín ¡Y lo encuentro, ya lo creo que lo encuentro!

 

-¡Sois los dos unos hijos de puta! -vocifera el encargado de mantenimiento cuando nos lo trincamos a doble penetración.

Pero al poco siento que tengo a uno a mis espaldas que me cuela en mi dilatado trasero su polla con ganas de probar qué tal se está en mi patio trasero.

Y se me trajina de maravilla.

-¡Dadme leche! -brama Lupillo.

Y todos acuden a complacerle, todos se corren sobre su cuerpo. Y Chorrín y un servidor hacemos lo propio por los adentros.

Y ahora que me he descargado, ahora que ya nado en la sensualidad bruta y desmesurada de estos hombres, ahora que siento deseos de volver a la carga de nuevo, me pregunto... ¿cómo cojones me las voy a arreglar para volver a mi pacata vida de chupatintas ministerial sin que me den ganas de sajarme las venas?

TODO TIENE SU FIN

Mientras espero en la cantina de la estación la llamada al tren que me devolverá a casa, escucho una canción que están radiando en un nostálgico programa. Se trata de un viejo éxito de Módulos que triunfó cuando yo aún no tenía ni pelos en los testículos.

 

“Siento que ya llega la hora

que dentro de un momento

te alejarás al fin...

Todo da igual, ya nada importa.

Todo tiene su fin”

Suena mi móvil. Es Roberto.

-Hola, Roberto.

-¿Preparado para el regreso?

-Sólo queda que digan aquello de “señores viajeros, al tren”.

No quiero que me note la pesadumbre que siento y de inmediato me intereso por su party en casa de James.

-Bueno... La gente habla mucho y fantasea lo que quiere, pero a la hora de la verdad nadie tiene huevos de pasar a mayores. Fue una auténtica patraña. Nada de nada. Figúrate que acabamos hablando de recetas de cocina.

-No me lo puedo creer.

-Pues sí, créelo. Me acordé de ti y pensé: me parece que el tiempo de todas estas pasadas ya ha tocado a su fin y que quien realmente se comporta como deberíamos comportarnos todos, es él.

-No sé qué decirte -contesto evasivo.

-Tú y tus libros de inspiración “new age”, tu calma, tu ponderación, tu equilibrio...

Veo que entran en la cantina Lupillo y Chorrín. Me ven y se sientan en mi mesa al tiempo que se piden unos cafés.

-Oye, Roberto, te llamo en un momento. Ha surgido un imprevisto.

-¿Qué ha pasado?

-Nada, nada. Ahora te llamo.

Lupillo planta sobre la mesa una libreta y un bolígrafo.

-¿Te largas sin decir una palabra?

-Odio las despedidas.

-Hombre, un teléfono al menos -se explica Chorrín.

-Creo que ya que me has llenao el culo de leche, tengo derecho a saber dónde paras -dice por lo bajo el encargado de mantenimiento.

-Lo que yo decía, un teléfono al menos.

-¡Qué teléfono ni qué hostias! Nombre, dirección...

-Teléfono.

-¡Qué pesao que te pones, Chorrín!¡Ale, teléfono también! Que si no el gañán no se queda contento.

Tengo mis dudas de si debo darles a este par, los datos que me piden ¡A saber en qué extrañas historias me puedo ver envuelto junto a ellos!

Pero no termino de pensar en ello que ya estoy apuntando en la libreta cuanto me han pedido.

-En quince días hay una feria agrícola en la ciudad -dice Chorrín.

-Queremos ir.

-¿Traerán a sus esposas? -les pregunto inocentemente.

-Las ferias de agricultura no son asunto de mujeres -me contesta ácido Lupillo.

-En ese caso puedo ofrecerles alojamiento en mi casa.

Lupillo me echa mano a una pierna bajo la mesa.

-No esperaba menos -dice.

Por megafonía indican que el tren partirá en breve.

Me levanto dispuesto a despedirme y con el humor completamente cambiado de sombrío a gratamente intranquilo.

-¡Ah, se me olvidaba! -habla Chorrín de cuya polla espero volver a disfrutar en breve- Le ha tocado otro fin de semana aquí, en el balneario.

Me larga un papel. En efecto, en él pone que he sido agraciado con otro fin de semana en las instalaciones, en sorteo celebrado ante notario. Eso del notario me suena a guasa. Pero a caballo regalado...

-Es un truco comercial de la empresa para captar clientes en la temporada baja -me explica Lupillo- Y te ha tocado. Pero lo tienes que gastar en menos de un mes.

-Veamos si me aclaro: en quince días viajáis a la ciudad, y en menos de un mes yo tengo que volver.

-Eso parece.

Insisten por megafonía.

Les tiendo la mano como despedida.

Lupillo me la toma con fuerza y me acerca sus labios al oído.

-Recuerdos del masajista. Lo tienes loco.

El tren abandona suavemente la estación. En el vagón viajamos más pasajeros que cuando vine. Reconozco a algunos de los hospedados en el balneario.

Me siento inquieto, desasosegado... Miro el calendario en mi móvil. Ya no puedo pensar en otra cosa que en esa pareja que acabo de dejar atrás y en el tiempo que falta para volver a verlos.

Puede que tenga que cambiar la letra de la canción de Módulos. Puede que a partir de ahora la titule “Todo tiene su bis”

FIN

 

(9,75)