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Mi adolescencia: Capítulo 7

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De camino a casa en el coche de Rafa, en la oscuridad de la noche estuve muy pensativa, sumida totalmente en mis pensamientos. El sosiego y tranquilidad de la noche, al compás de la música a bajo volumen que Rafa llevaba en el coche, hizo que me sumiera en todos los recovecos de mi mente. Me acosté reflexionando sobre muchas cosas y me levanté el domingo nuevamente deliberando sobre ellas. Mis conclusiones fueron siempre las mismas: cada día me gustaba más este juego de la fantasía de hacerme la dormida con Rafa y cada día disfrutaba más de ella. Cierto que nació dicha fantasía en cierta manera para Edu, pero era innegable que Rafa era un sustituto más que digno. Y de repente, me entraron ganas de que llegase el siguiente sábado pues tenía ganas de volver a repetir. Y una nueva cuestión asoló mi cabeza: “¿y por qué esperar hasta el próximo sábado?”, “¿qué tendría de malo hacerlo un día entre la semana?”. Incluso sería hasta mejor, porque no tendríamos que abandonar la marcha y la juerga de los sábados y separarnos secretamente de la pandilla. 

La idea la tuve el domingo. Y ese mismo domingo estuve tentada de llamar al móvil a Rafa. El lunes, viendo que se pasó un poco el interés (y además estaba cansada por el madrugón), pasé también de llamarle. El martes me tentó de nuevo de volver a hacerlo, pero me contuve y traté de pensar en otras cosas. Finalmente el miércoles casi sin darme cuenta me vi llamándole para quedar esa noche. Él aceptó encantado y me pasó a recoger. Era como si fuéramos novios, unos novios peculiares que jamás se habían dado un beso y que solo quedaban para llevar a cabo una fantasía pueril y tonta pero que a ambos les encantaba. 

Ese miércoles todo se desarrolló exactamente igual que las otras veces. No tuve que pararle los pies en ningún momento pues no se sobrepasó nunca y respetó los límites. Sobra decir que, al igual que las anteriores experiencias, a mí me encantó y excitó (aunque sí que eché de menos lo de no llevar los ojos vendados, eso le aportaba mucho morbo y excitación). Lo interesante vino después de realizar la fantasía cuando ya volvimos a casa. Él comenzó a decirme: “que conste que me encanta como vistes, que quede claro que me vuelve loco lo guapísima que estás siempre con tus camisas y jerseys así en plan pija y clásica. Eso me encanta. Me pone mucho”. No sabía a donde quería ir a parar. Le miré animándole a que siguiera hablando. Al cabo de unos segundos prosiguió hablando: “pero no sé, me gustaría que algún día vinieses vestida de otra manera, en plan mucho más sexy, más provocativa. Al fin y al cabo es una fantasía y se puede echar mano de la imaginación”.

Me desconcertó eso. No me lo esperaba. Pregunté: “¿A qué te refieres exactamente?” y él rápidamente respondió: “pues no sé, a ponerte un picardías, un ligero, un vestido muy escotado, cosas así”. Mi respuesta no se hizo esperar: “No. Ni hablar. Jamás me pondré esas cosas. No me gustan nada. Me parecen asquerosas, una degradación para la mujer y además no me da la gana.”. Respiré hondo y seguí hablando: “si no te gusta mi forma de vestir pues te aguantas. Creo que me queda genial y que tengo el suficiente estilo y buen gusto para no tener que cambiar.”. Rafa enseguida se dio cuenta que era una batalla perdida y comentó: “sí, sí. Si tu estilo me encanta. Así siempre tan pija y elegante. Eso me encanta. Pero era por cambiar un poco. Por darle más alicientes. Pero vamos, que yo disfruto mucho tal y como hasta ahora.”. Yo rematé la conversación diciendo “pues entonces no hay más que hablar. Estas cosas se hacen siempre en plan de buen rollo y en plan light, sino pues no se hacen”. 

Esa noche me acosté orgullosa de cómo había sabido pararle los pies a Rafa y cómo le había dejado las cosas claras de cuáles eran los límites. Al fin y al cabo siempre seguiría siendo mi fantasía, no la suya, aunque ambos disfrutásemos por igual. Nuestra siguiente cita –si es que a esto se le podría llamar cita- iba a ser el domingo e, incluso, me atrevería a decir que estaba expectante, aunque cierta noticia del sábado iba a turbar este estado eufórico. Puede que no fuese una sorpresa para todos, pero desde luego para mí sí que lo fue, ya que fui tan estúpida de no verlo venir. Edu empezó a salir con una chica. No era de la pandilla. Era una amiga del gimnasio al que iba con la que empezó a tontear y la cosa fue a más. Ya en algún botellón oí comentar algo acerca de ella, pero no esperaba que la cosa fuese en serio. 

Esta noticia me nubló y descolocó. ¿Estaba celosa? Ummm, no sé, es posible que sí. Lo cierto es que en los últimos meses mi fascinación adolescente por Edu había prácticamente desaparecido. Desde los susurros iniciales de Rafa todo había cambiado mucho para mí, por no decir todo lo que habíamos avanzados con nuestra fantasía en el chalet. Por lo que en cierta manera todo lo de Edu estaba ya prácticamente olvidado y ya no ejercía ninguna embrujo en mí. O al menos eso pensaba. Creía que había madurado pero aquel sábado me demostré a mi misma que aún seguía arrastrando muchos sentimientos con respecto a él. No sé cómo no lo vi venir el que esto podía llegar a pasar. Todos teníamos en la pandilla entre 17 y 18 años, era normal empezar a echarse parejas y tener relaciones esporádicas.

Supongo que en plan egoísta, sumida en lo mío con Rafa, pensaba que yo era la única suficientemente madura para haberme montado esta discreto y secreta fantasía, y que nadie más se había planteado tener rolletes ni novietes. Que equivocada estaba. Sobre todo porque digamos que a partir de ese momento se abrió como la veda y todo el mundo empezó a emparejarse y a tener relaciones, algunas más serias y largas que otras, pero relaciones al fin y al cabo. Todo el mundo menos yo. Celosa de mi intimidad como he estado siempre nunca quise que nadie supiera mi numerito fantasioso con Edu ni con Rafa. Siempre fui la discreción personificada y mi vida sentimental/sexual no iba a ser del dominio público de nadie. Era cuestión de orgullo. 

Pero, volviendo al tema de ese sábado cuando nos enteramos del noviazgo de Edu, no podía disimular que este hecho dejó una honda herida en mí. Más que herida fue como si se me llenase la cabeza de tantos pensamientos y emociones que no era capaz de procesarlos todos a la vez. Por eso, cuando fui al chalet al día siguiente con Rafa estaba como ida, distante, tocada y muy hundida en mis pensamientos, como en trance. No disfruté nada la fantasía. Ni siquiera me di cuenta de las cosas que me hizo pues mi cuerpo estaba allí pero mi mente estaba muy lejos. De hecho fui la persona más sosa, distante e indiferente del mundo. Me rondaban muchas preguntas en la cabeza como por ejemplo: “¿por qué no haberle pedido salir a Edu unas semanas antes?”. Él hubiera aceptado sin pensarlo y yo creo que seríamos muy felices. Pero claro, solo apreciamos las cosas cuando carecemos de ellas. 

De vuelta a casa en el coche mi actitud callada, fría y distante no cambió. Incluso añadiría que me cabreaba todo esto y me frustraba cómo se habían desarrollado los acontecimientos. Solo mis pensamientos dejaron de amartillarme sin piedad la cabeza cuando unas palabras de Rafa me sacaron de mi trance de reflexiones. Rafa empezó a decirme: “Oye, ante todo quiero pedirte disculpas de nuevo por lo del otro día. Jamás debí pedirte que te vistieras con esas cosas. Ese no es tu estilo y a mí ya sabes que me encanta como vistes siempre tan pija y clásica”. No dije nada, le miré con cansancio y tristeza, pensando en otras cosas (o más concretamente en otra persona) y muy distraída a todo lo que me estaba contando. Prosiguió hablando: “Pero he pensando en una fantasía que yo creo que los dos nos encantaría y que tampoco sería cambiar mucho tu forma de vestir”.

Viendo que yo seguía sin decir palabra continuó hablando: “Podrías vestirte de colegiala, eso siempre da mucho morbo y da mucha vida a la fantasía. Sería mucho más morbosa e interesante. A mi me pondría mucho y me encantaría”. Sinceramente apenas le escuché, me empezaba a doler la cabeza de seguir pensando en el tema de Edu y apenas prestaba atención a las palabras de Rafa. Quería irme ya a la cama y acabar ese día. Quería hundir mi cabeza en la almohada y dormirme. Por lo que simplemente le dije a Rafa para cortar la conversación e irme: “bueno, vale, me lo pensaré, ya veremos”. Salí del coche y me fui para mi portal. Al llegar a mi portal ya ni me acordaba de todo lo que me había estado contando. Solo pensaba cosas como “¿Cuánto durará Edu con esta chica?”, “¿Será una relación seria y formal?”, “¿Serán novios de verdad y hasta que punto llegarán en la intimidad?”. Cuanto más pensaba más me dolía la cabeza. Me obligue a no pensar más en ello y a dormirme cuanto antes. 

Los siguientes días no disminuyó mi nivel de enfado por lo de la novia de Edu. Bueno, enfado no. Tampoco exageremos. Era malestar, incomodidad y un poco de rabia de no haber tenido la iniciativa en el pasado de haberle pedido salir. Pero me cuestionaba ¿por qué demonios tengo yo que pedirle salir? ¿por qué siendo la chica más guapa e interesante de la pandilla, modestia aparte, tengo que rebajarme a pedirle salir? Además, si él estaba loco por mí, como muy bien demostró esas dos noches en mi casa en la que me hice la dormida ¿por qué entonces no dio él el gran paso? ¿por orgullo? ¿por miedo? Pues si Edu no lo daba, ¿por qué tendría que haberlo dado yo? Por supuesto todas estas preguntas retóricas no me consolaban ni tranquilizaban. Cierto que durante los últimos meses mi aventura fantasiosa con Rafa me había distraído en exceso hasta el punto de olvidarme del todo de Edu. Pero ahora mi obsesión por él volvía con más fuerza que nunca. Puede que ya tuviera 17 años y que había madurado mucho, pero en muchos aspectos seguía siendo la misma niña de 14 años de antes. Con el tema de Edu aún me faltaba mucho por madurar y asimilar. 

Todo esto hizo que mi desinterés por Rafa cayese en picado. La maravillosa fantasía que tanto placer, tanto psicológico como físico como morboso, me había dado ya no me estimulaba. Me aburría. Mi mente estaba en otra parte y empecé a sentirme muy distraída tanto en clase como con las amigas y amigos. Yo misma era consciente que era una cuestión de orgullo, o más concretamente de orgullo herido. Porque estaba segura de que si Edu cortaba con esta chica me alegraría, en absoluto intentaría yo nada con él una vez estuviese libre. Era como desear que estuviese siempre sin nadie hasta que llegase el momento de que estuviese yo preparada para afrontar mis sentimientos por él. Es decir, ni comía ni dejaba comer. Era algo raro. Una obsesión. Como si tuviese que esperarme a mí y se tuviera que reservar hasta entonces. ¿Suena extraño? Pues sí, lo era, pero, a mis 17 años repleta de hormonas adolescentes hirviendo alocadas, esto me parecía de lo más coherente y normal.

Si seguía con mi relación secreta con Rafa era porque en esos momentos de bajón lo necesitaba. Necesitaba sentirme querida, deseada, anhelada y que me mimasen en exceso. Necesitaba mi fantasía fetichista de hacerme la dormida más que nunca. Aunque también aquí las cosas cambiaron mucho. Porque Rafa ya no era tampoco el de antes, todo se había vuelto demasiado mecánico, apático, aburrido y desapasionado. Lo hacía ya sin interés y repitiendo mecánicamente lo que había hecho otros días. Estaba claro que él también se aburría de esta fantasía light y se mostraba tan distraído y aburrido como yo. Todo parecía indicar que era el principio del fin de esta extraña relación entre ambos. 

De camino a casa en coche rompió Rafa el silencio, como siempre, y empezó a hablar: “sabes una cosa, la forma como vas vestida hoy así con esa rebeca verde y esa camisa a rayas verde se parece bastante a ir de colegiala”. Permaneció unos segundos sin hablar hasta que lo hizo preguntando: “¿has pensado en lo que te dije el otro día de vestirte de colegiala para que así la fantasía sea más morbosa e interesante?”. Ni siquiera me acordaba de eso. Se me había olvidado por completo. El anterior día apenas le escuché y a lo largo de la semana ni me acordé por un segundo. No era algo que me interesara y desde luego lo que carcomía mi cabeza era el tema de Edu y su novia, y no las fantasías fetichistas de Rafa. 

Rafa volvió a insistir: “venga, verás como será todo mucho más diferente, especial y con más morbo. Será todo prácticamente igual, tú haciéndote la dormida pero vestida de colegiala, solo eso”. En cierta manera me hizo gracia como sus ojos recobraron la ilusión cuando hablaba de estas cosas, parecía estar risueño, feliz y muy entusiasmado con la idea. Yo pensaba para mi misma que era la típica fantasía de todos los chicos, pero que a mí particularmente no me atraía nada. La ilusión de Rafa no disminuyó, al contrario, cuanto más hablaba más entusiasmado y convincente parecía. Como si la vida le fuese en ello. Como si fuese su sueño y su fantasía más especial de todos los tiempos. Yo al final solo dije: “bueno, ya te dije que me lo pensaré, pero no te aseguro nada”. Su entusiasmo e ilusión era contagiosa, sin duda, pero yo no estaba convencida del todo.

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