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Marge y la señora de Lovejoy

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El reverendo Lovejoy estaba perplejo con lo que veía a través del resquicio que quedaba abierto de la puerta que daba a su dormitorio. Dijo a su esposa que ese día llegaría algo más tarde de lo habitual de los ejercicios espirituales que se celebraban en la parroquia los viernes por la tarde, pero luego no fue así. Aquellos ejercicios eran solo para hombres y la mitad faltaron, por eso suspendieron la sesión y regresó antes a casa. Sólo acudieron el señor Burns y el marica de Smicer, el gilipollas de Flanders y el director Skiner; al parecer los demás fueron al mugriento bar de Moe. Hommer organizaba todos los líos de Springfield y se llevó a los amigos de borrachera.

Marge Simpsom acudiría a la casa del reverendo para tratar un asunto femenino referido a la fidelidad a los maridos. Quizá la señora de Lovejoy le podría ayudar a comprender algunas cosas. Pero la charla tomó derroteros demasiado candentes sobre como proceder en las relaciones íntimas con los esposos y como la señora de Lovejoy era un poco torpe y aturdida, Marge le propuso poner unos ejemplos prácticos entre ellas lo que las obligaba a despojarse de algunas de sus ropas. La anfitriona propuso ir al dormitori, en esto que llegó Lovejoy, quizá demasiado tarde para impedirlo. Por eso él decidió no hacerlo y cuidarse mucho de hacer ruido no fuese que ambas hembras advirtiesen su presencia.

Marge, con solo una experiencia lésbica en su haber, de la época del instituto, y con su compañera la Sita Carapapel, tomo la iniciativa y abrazó por atrás a la señora de Lovejoy, cazándole las tetas y sobándolas a placer. La putita esposa del reverendo lo disfrutó y posteriormente se giró para besar a Marge en los labios y después en los pezones de aquellas inmensas tetas que poseía la señora Simpson. Lovejoy lo contemplaba todo y notó como su pene entraba en erección. Envidió a Hommer por poseer a semejante esposa y supuso que la desatendía sexualmente.

Para cuando estos pensamientos hervían en su cabeza, Marge ya había hundido la cabeza entre las piernas de su compañera de juegos, a la cual había obligado previamente a tumbarse en la cama. Lovejoy observaba cómo su esposa gemía de gusto al ser recorrido su clítoris por la lengua de Marge. Ni él le proporcionaba tan intenso placer, pero no le importó, ni sintió celos, sino que se alegró por su esposa. Marge se daba maña, pues al tiempo que le lamía el coño a la amiga, le introducía parte del dedo índice por el ano. Lovejoy desconocía esa técnica y tomó nota. Su esposa llegó al orgasmo. Después Marge le pidió que hiciese por ella lo mismo y así fue; varios minutos después Marge Simpsom alcanzó el orgasmo entre gemidos tal y como un rato antes lo hizo su amante. Quedaron abrazadas, algo sudadas, pero satisfechas.

Lovejoy se dirigió hacia el baño a masturbarse.

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