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Amigos

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Camilo se aferró al volante. Este tramo oscuro de carretera, inevitable de regreso a la ciudad, era su favorito del trayecto. Y Praga, sentada junto a él en jeans y camiseta, lo sabía también.

Su mano conocía muy bien la entrepierna de Camilo y, hay que decirlo, le gustaba su verga. Así, sin morbo. Para ella fue un objeto curioso desde que se la vio con claridad. Esto fue meses después de sentirla entre sus labios porque, por modestia de él, cogían a poca luz. Cosita curiosa, le decía a ella mientras él apagaba la luz antes de desnudarse. Cierto día llegó el momento de verla y fue allí, en esa misma carretera. Era temprano, por allí de las trece horas cuando la joven pareja regresaba de un brunch. No sé que tenías esas pinches mimosas, Camilo, pero me pusieron bien caliente – dijo ella-. Camilo sonrió. Satisfecho de provocar tales deseos. Ahorita que lleguemos… -respondió-, interrumpido por las manos de Praga, que ya se lanzaba a soltarle el cinturón y recorrer el cierre de Camilo.


Él no discutió. Se aferró al volante y su miembro, deseoso, recibió dulces labios. Él a velocidad y ella inclinada sobre su miembro. Tócame, Camilo, tócame -balbucea ella entre chupón y chupón-. Camilo sólo le alcanzaba a, torpemente, sobarle un seno. Acto insuficiente porque ella deslizaba su manita libre debajo de sus bragas, deslizando sus dedos hasta sus húmedos labios vaginales.

Su boca subía y bajaba a lo largo del pene de Camilo, quien daba gracias al Domingo por la soledad del tramo y apretaba y pellizcaba los pezones rosados de su novia. Ella frotaba su vagina, salivaba, sudada: se conocía. Se conocía muy bien porque fue ganosa desde muy joven. Porque descubrió el placer de la masturbación y no lo había soltado jamás. Se frotaba y mamaba y chupa y sentía y sacó su mano de entre las piernas propias para meterla en la boca de Camilo: chúpame, Camilito, que me seco y Camilo hizo lo mejor que pudo con su lengua y esa mano regresó a la vagina de Praga quien se venía, se venía y terminaba sin darse cuenta que Camilo tuvo que detener el auto en una veredita junto a la carretera porque su semén cubría el rostro de Praga y ella, caliente, caliente, no dejaba de chupar y Camilo la apartó, recorrió el sillón del auto y ella lo montó y compenetrados se besaron furiosos hasta que la mujer encontró el éxtasis accionando el claxon con el culo.

Y en eso giraba la mente de Camilo cuando le decía a Praga que las cosas habían cambiado, que tal vez lo mejor era que trataran de ser amigos, que la relación había terminado ya hace meses y que se ponía muy incómodo con sus flirteos y ella, dispuesta también a renunciar porque francamente estaba aburrida de la relación, esbozó una sonrisa, deslizó su mano derecha hacia su propio ombligo y debajo del pantalón y, con el aplomo de un sábado en la noche, le dijo: entonces, Camilo, ahora que sólo somos amigos, no tengo la mínima intención de coquetearte. Y, la verdad, no sé qué hace mi mano entre tus piernas.

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