Nuevos relatos publicados: 18

Sexo en el siglo 23 (3 de 5)

  • 12
  • 10.299
  • 9,00 (2 Val.)
  • 0

Los robots del siglo 23 son exactamente iguales a un ser humano... y en algunos aspectos, mejores aun...

Parte 3

Me encontré con ella en un restaurante del centro, y de inmediato se me quedó mirando fijamente.

– Reconozco esa expresión en tu cara – dijo con una sonrisa.

Yo me sonreí bajando la vista. Nos conocíamos demasiado las dos.

– Tenés cara de haber tenido una noche de lujuria y desenfreno – agregó –Contame todo. ¿A quien conociste?

– No. A nadie – intenté defenderme, pero sin convicción.

– Marisa, nunca nos ocultamos nada – me increpó – Contame ya mismo.

– Bueno, es que es algo medio difícil de explicar – dije titubeando.

– ¿Qué tiene de difícil? Conociste a un hombre, te acostaste con él y lo disfrutaste. ¿Quién es?

– No – dije – Es que no es un hombre.

Carla puso los ojos como platos.

– ¿Una mujer? ¿Probaste con una mujer?

– Nooo –la atajé –Nada que ver.

– ¿Y entonces? ¿No se te habrá dado por un animal? – dijo con cara de perversa.

– No, boba – la corté – Te voy a contar desde el principio.

Cuando terminé de relatarle todo lo que me había pasado en las últimas veinticuatro horas, aunque sin los detalles más escabrosos, Carla estaba de boca abierta.

– No te creo. Me estás embromando.

– Te juro que es todo cierto – le aseguré.

– ¿Estás teniendo sexo con un robot? – preguntó incrédula.

– El mejor sexo que he tenido en mi vida – le dije.

Seguimos hablando del tema, ella me pedía detalles y más detalles y yo trataba de complacerla, aunque nunca fui dada a contar cosas demasiado íntimas, pero ella quería saberlo todo.

Cuando le conté acerca del tamaño variable que tenía, largó un grito que hizo que todos en el restaurante nos miraran.

– Marisa, es el sueño de toda mujer. Un buen amante que te complace en todo, que la tiene del tamaño que quieras, que "rinde" más que un hombre y que no te exige nada. – Revoleó los ojos y reafirmó – Es el sueño de toda mujer.

– Si – dije yo – es bastante bueno.

– Quiero conocerlo – dijo como una chiquilla ansiosa – Necesito conocerlo.

– ¡Epa! – dije yo – es mi robot y en todo caso, mi amante.

– Solo conocerlo – me dijo con cara de inocencia.

– Bueno – acepté yo – ¿por qué no venís esta noche a casa a cenar?

– ¡Hecho! – aceptó de inmediato

Cuando llegué a casa le pedí a Camilo que preparase una cena y a Andrés le dije que lo ayudara y que la amiga que iba a venir quería conocerlo.

– ¿Por qué? – preguntó él.

– Bueno – le dije – Carla es mi mejor amiga, nos conocemos de hace años y siempre nos contamos todo. Le conté de vos y quiere conocerte.

Una expresión de interrogación se reflejó en la cara de Andrés.

– ¿Qué le contaste?

– Todo – le respondí con una sonrisa y me di vuelta para ir a mi cuarto, no sin darme cuenta de la expresión de sorpresa que se pintó en la cara de mi robot sexual.

Para la noche me vestí con una falda corta y amplia y una blusa de tela adherente que se ajustaba a mi cuerpo, por lo que no necesitaba llevar sostén por debajo. Debajo de la pollera iba un pequeño bikini

Cuando Camilo me avisó que Carla estaba entrando al edificio, salí a recibirla. Quedé asombrada.

Se había puesto un minipantalón blanco, sumamente ajustado, que marcaba sus formas de manera casi escandalosa, dejando entrever las formas de una tanga, una blusa negra transparente, bajo la cual traía un sostén blanco de encajes que apenas contenían sus senos. Debo aclarar que sus medidas son 92 de busto, 62 de cintura y 95 de cadera, lo cual, cuando salíamos juntas a bailar o algo así, mi cuerpo, de medidas 86- 60-87, parecía escuálido.

De todos modos me sorprendió su vestimenta, ya que parecía haberse preparado para seducir a alguien. Recién en ese momento pensé que... talvez se había preparado para seducir a mi robot.

Nos saludamos y entramos al departamento, donde nos esperaba, parado en medio de la sala, ADR615, que también estaba vestido con un traje muy elegante que, según me dijo después, había pedido a la empresa RODO Inc.

Me sentía extraña en esa situación, porque parecía que él también estaba preparado para seducir.

Durante la cena, Carla lo acribilló a preguntas de todo tipo, pero por suerte no le pidió que entrara en detalles acerca de su sexualidad.

Andrés, muy cortésmente le respondía a todo, acercándose a una actitud de coqueteo, pero sin caer nunca en ello, lo que me hizo sentir muy orgullosa de él, ya que había tenido dudas sobre lo que podría pasar.

Después de la cena, él se ofreció para preparar café para las dos, por lo que nos dejó a solas en la sala.

– Marisa – dijo ella – me encanta este hombre, o robot o lo que sea.

– ¿Por qué no pedís uno a la empresa?

– Ya averigüé y me dijeron que no. Que se había hecho una selección de clientes y que ya estaban todos adjudicados.

– ¡Epa! – exclamé – estás interesada en serio.

– Si, me quedé con la cabeza quemada con lo que me contaste. Quiero probar uno de esos sementales – dijo con cara de deseo.

Yo no sabía que decirle. Quedé cortada por su actitud ya que, si bien sabía que siempre era muy abierta sexualmente y cuando quería acostarse con alguien, lo hacía sin prejuicios, pero eso era demasiado fuerte.

Se quedó mirándome y se hizo un silencio pesado entre las dos, que se rompió cuando entró Andrés con los cafés. Los dejó en la mesa y, percibiendo que algo pasaba, me preguntó si necesitaba algo más.

Le contesté que no y se retiró.

– Carla – dije yo – ¿te excita tener algo con un robot o te gusta éste robot?

– ¡Ay! Nos conocemos demasiado, ¿no?

Yo asentí con la cabeza.

– No sé que me pasó – prosiguió – desde que me contaste lo tuyo con él, lo único que pienso es en probarlo yo también.

Yo levanté las cejas, pero no dije nada.

– Ojo, yo nunca me quise levantar a un hombre que estuviera contigo – me aclaró, aunque era innecesario ya que la conocía bien y era una buena amiga – pero este es un caso distinto, porque no es un hombre...

– Si, eso es verdad – y ambas nos callamos mientras tomábamos el café.

– Bueno – dije – si te gusta tanto, te lo presto para que lo pruebes.

A Carla se le iluminaron los ojos.

– ¿En serio? ¿Me dejás que me acueste con él?

– Si, no hay problema.

Se levantó y se acercó al sofá en donde yo estaba, sentándose a mi lado y abrazándome.

Nos reímos las dos y largamos un "¡Uauuuu!" al unísono.

– El único problema es que no te lo podés llevar a tu casa, porque el contrato no me permite que salga de este departamento. – le aclaré – pero no hay problema, te presto mi cuarto.

– Gracias, sos una amiga.

Lo llamé a Andrés y ella se levantó para ir al baño y dejarme que hablara con él. Se alejó contoneando sus caderas, ajustadas por el minipantalón blanco bajo el que se marcaba su diminuta tanga, y pude apreciar que Andrés la miraba irse.

– Andrés, Carla es mi mejor amiga y me pidió si la dejaba... "estar" contigo un rato.

– ¿"Estar"? – preguntó él.

– Si, ella quiere... bueno... quiere tener sexo contigo.

El no dijo nada y se quedó mirándome, por lo que yo sentí la necesidad de explicarle.

– Es decir, solo se haría si tu estás de acuerdo – le aclaré.

– ¿Tú lo deseas? – preguntó él.

– Bueno, ella es mi amiga y quiero complacerla.

– Yo tengo órdenes de complacerte en todo y si te da placer que me acueste con tu amiga, lo haré.

Un escalofrío me recorrió la espalda cuando escuché esto, ya que no lo había pensado así, pero en realidad se me había despertado el morbo y quería que mi robot se cogiese a mi amiga.

– Si – contesté tragando saliva – me complacería mucho.

– Entonces lo haré – dijo Andrés con una sonrisa.

Unos segundos después Carla volvió del baño y la muirada de Andrñés se posñó en el busto de mi amiga, donde los senos se bamboleaban bajo el sostén y la blusa transparente y se sentó de nuevo en el sofá, a mi lado.

Yo me levanté y puse música en el equipo: un tema lento, como para bailar. Carla captó enseguida como venía la cosa y le preguntó a Andrés si sabía bailar.

– Un poco – contestó él y se acercó a ella, tendiéndole una mano. Se abrazaron y comenzaron a moverse lentamente, muy juntos los cuerpos.

Prendí un cigarro y lo llamé a Camilo para que me trajera una botella de vino. Me sirvió una copa a mi y otra a Carla, que yo le acerqué mientras bailaba. Ella se la bebió casi de un trago y siguió bailando, cada vez más apretada a él.

De a poco la temperatura fue subiendo y de repente él la besó en los labios, primero suavemente, luego cada vez con más pasión. Sus manos comenzaron a acariciar la espalda de Carla, descendiendo lentamente hasta abarcar sus nalgas, ceñidas en el minipantalón, sumamente ajustado.

Luego, una mano pasó a su seno, acariciando con suavidad y comenzando a desprender la blusa.

Yo miraba como hipnotizada. Había visto a Carla otras veces en situaciones de besuqueos, pero nunca había visto a una pareja, en vivo, que se empezase a desnudar.

De pronto, Andrés la tomó en brazos, levantándola y, con ella en sus brazos, me miró, como pidiendo permiso, a lo que yo asentí, cautivada por esa escena tan caliente y se fue a mi dormitorio.

Yo me quedé en la sala. Prendí la televisión para ver alguna película, pero después de algunos minutos sin poder concentrarme en ella, me levanté y fui a mi cuarto, tratando de no hacer ruido.

La puerta estaba entreabierta y me acerqué para espiarlos, aunque en principio me repugnó esa acción, en cuanto vi lo que pasaba en mi cama se me fueron los escrúpulos y un calor me subió desde la entrepierna hacia la cabeza, haciendo que mi respiración se agitase.

Carla estaba en la cama, encima de Andrés que le había quitado la blusa y tenía las manos en su espalda, para desprenderle el sostén.

Ella a su vez le estaba desprendiendo el pantalón, y lo acariciaba en la entrepierna. Andrés soltó el broche del sostén y éste se desprendió, dejando los senos de ella al aire y al alcance de la boca de mi robot, que empezó a chuparlos con, me parecía a mí, verdadero deleite de su parte.

Carla terminó de desprender el pantalón de Andrés y se lo empezó a bajar, dejándolo sólo con el slip ajustado que llevaba y que marcaba un bulto bastante grande. Las manos del robot comenzaron a recorrer las nalgas de Carla y suavemente comenzaron a bajarle el minipantalón, dejando al aire su imponente culo, con una minúscula tanga que se le metía entre las nalgas. Desde la puerta del dormitorio se veía mi cama de costado, lo que me permitía no perderme detalle de lo que pasaba sobre ella entre mi amiga y mi robot sexual.

El slip de él y la tanga de ella eran las únicas prendas que tenían todavía, y la tanga voló de inmediato, en tanto que Carla empezó a bajar por el cuerpo de Andrés, besando su pecho y dirigiéndose a su enterpierna. Una vez allí frotó su cara sobre el slip, en el bulto que se le había formado, hasta que se decidió a quitárselo.

Cuando su verga saltó, totalmente parada, ella la miró con cara de deseo y se la llevó a la boca. Andrés la tenía del tamaño normal en ese momento, pero una vez que Carla la chupó durante un par de minutos, se la sacó de la boca y mirándolo a la cara, le dijo

– La quiero más grande. ¿Podés agrandarla?

– Claro – contestó él con una sonrisa y pude ver como la verga aumentaba al tamaño que me había dado a mí, es decir unos cinco centímetros de diámetro y cerca de veinte de largo. Carla miraba con una expresión de asombro y deseo como crecía ese tremendo pedazo. La siguió chupando con desesperación, metiéndosela casi toda en la boca.

De pronto la soltó y le dijo

– La quiero más gruesa. Ponela más gruesa.

Andrés no se hizo rogar y la verga aumentó su grosor. La mano de Carla ya no la rodeaba totalmente. Ella se subió sobre él y, con las piernas a sus costados, dirigió ese tremendo instrumento a su vagina, sentándose lentamente sobre ella. Cuando entró totalmente, Carla largó un suspiro de placer y comenzó a moverse sobre Andrés, subiendo y bajando sobre la pija tremenda que la estaba cogiendo, mientras Andrés le acariciaba los pechos.

En determinado momento en que ella comenzó a acabar, él la tomó por las nalgas y la ayudó a subir y bajar sobre su verga hasta que ella gozó a los gritos.

Yo, a esa altura, estaba excitadísima y mi mano derecha estaba acariciándome inconcientemente entre las piernas, por sobre la falda.

Carla cayó desfallecida sobre Andrés y en ese momento él miró hacia la puerta y me vió. No supe que hacer. Por un lado me dio vergüenza y quería irme, pero también me daba morbo seguir mirando y opté por ésto último.

Andrés me sonrió y giró, dejando a Carla boca arriba para empezar a besarla por toda la cara, el cuello, los grandes senos que, a pesar del tamaño y de estar boca arriba, igual se mantenían enhiestos, con los pezones paraditos. Siguió bajando por su cuerpo, mientras las manos quedaban en los pechos de mi amiga, acariciándolos. Su cabeza se hundió entre sus piernas y Carla comenzó a suspirar y gemir de placer con las caricias que la lengua de mi robot le hacía en su vagina.

Mientras la chupaba, Andrés miraba de reojo hacia la puerta para comprobar que yo aún seguía allí. De pronto Carla comenzó a gemir más fuerte y empezó a arquear sus caderas hacia arriba, mientras la lengua de Andrés la chupaba cada vez más rápido.

Con un grito, Carla llegó nuevamente al orgasmo, arqueada en la cama y con Andrés sosteniéndola con las manos en sus nalgas. Luego, cayó sobre la cama y quedó tendida, respirando agitada y estremeciéndose ante los últimos lengüetazos que el robot, mi robot, le daba en la vagina.

Carla giró la cabeza y me vió, parada en la puerta, con una mano entre las piernas, y se sobresaltó.

– ¡Marisa!

– No – dije – no pasa nada. Yo... sentí curiosidad. Perdoname.

Y me empecé a dar vuelta para irme, pero ella me llamó.

– Esperá. No te vayas.

Giré nuevamente hacia el dormitorio y ella, intentando taparse la desnudez con la sábana me pidió

– Vení. Ya terminamos.

(9,00)