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Mi adolescencia: Capítulo 8

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Me dejó en mi casa. Me dirigía a mi portal cuando le oí salir del coche y acercarse. Cada vez se le veía más exaltado y apasionado por la idea, como si fuese un niño. Me dijo: “además no tienes que preocuparte por la ropa, puedes ponerte esa camisa blanca tan preciosa que llevabas el otro día que sería perfecta. Y del resto de la ropa me encargo yo de comprarla. Yo me encargo de todo. Hasta de los calcetines blancos y todo”. No pudo reprimir una sonrisa al verle así de atontado, de contento y de feliz. Yo todavía no le había dicho ni que sí ni que no, y sin embargo él estaba ya planificándolo hasta el último detalle. Era como un niño pequeño. Quien diría que tenía ya casi 19 años por lo inmaduro y pueril que era en este tema. Volví a repetir: “bueno, vale, me lo pensaré. Ya te diré”. Me metí en casa y nada más cerrar la puerta me di cuenta que la ilusión desorbitada y vehemente de Rafa me había hecho de nuevo olvidarme de todo el asunto de Edu. Eso me hizo sonreír de nuevo y al final no me acosté tan descontenta. 

Hay que reconocer que la tontorrona fantasía de vestirme de colegiala tenía totalmente atolondrado e impaciente a Rafa. Pues hasta entonces apenas me había llamado nunca ni mandado ningún SMS. Y eso que todavía no le confirmé nada. No le dije ni que sí ni que no. Pero como no se lo negué rotundamente él siguió insistiendo. Y lo cierto es que era contagiosa esa alegría e interés por llevarlo a cabo. A mi me distrajo y me divirtió mucho, y, lo que es más importante, me sacó de la cabeza el tema de Edu y su novia. Rafa se tomo los preparativos preliminares de la fantasía con más ahínco, motivación e interés que otra cosa en su vida. Que yo fuese todo su centro de atención me halagó y me gustó. Me hizo sentirme de nuevo ilusionada con el tema de las fantasías y me hizo recobrar el interés por esos juegos. Pensaba ya seriamente que las fantasías, al volverse rutinarias, monótonas y aburridas, nunca más las volvería a hacer. Estaba equivocada. Pues la contagiosa motivación de Rafa me hizo recordar cuáles eran los motivos del porque nacieron dichas fantasías. 

Cierto que ésta en concreto, la de vestirme en colegiala, nunca entró en mis planes ni tan siquiera me la plantee. Pero el sentir el deseo irracional, pasional y abrumador de Rafa por hacerla me convenció del todo. Aunque fui tan malévola de no decírselo a él. Hasta que no pasaron unos cuántos días no le dije que sí. Quería que sufriese. Quería que esperase. Quería que así su expectación y deseo subiese más todavía y fuese por lo tanto mucho más especial. De esta manera gozaríamos los dos mucho más. Puede que fuese un simple juego fetichista pero, puestos que lo íbamos a llevar a cabo, pues que fuese con todas las ganas del mundo. Finalmente fijamos una fecha. Le dije: “El próximo miércoles llevamos a cabo la fantasía de vestirme así, ¿vale?”. La cara de Rafa al decírselo era todo un poema: satisfacción, alegría, dicha, energía y muchísimo entusiasmo, tanto que incluso se fue corriendo sin ni siquiera despedirse.

Y llegó ese miércoles. Yo no estaba nada nerviosa. Tampoco era para ponerse inquieta o para estar incómoda. Era una fantasía como otra cualquiera y, lo importante, es que ambos disfrutásemos fetichistamente por igual. Yo llevaba la camisa blanca con unos vaqueros. Al llegar al chalet ciertas sonrisas nerviosas nos delataron. A pesar de que ambos queríamos aparentar normalidad y tranquilidad lo cierto es que estábamos algo excitables y nerviosos por la novedad que suponía esta nueva fantasía. Rafa aparentando tranquilidad me pasó una bolsa y me dijo: “aquí tienes”. Apenas miré el contenido de la bolsa. De forma un poco ausente me metí en el cuarto de baño del chalet para verlo todo con más detalle. 

No había la menor duda de que Rafa lo había planificado todo perfectamente. Lo tenía todo bien pensando y preparado. Una falda de cuadros típica de colegiala, una rebeca azul oscuro también típica y hasta unos calcetines blancos. En ese momento todo esto me pareció ridículo. Me sentí ridícula y no quise seguir con esta fantasía. Puede que para él fuese muy especial, pero para mí suponía algo muy tonto que poco o nada tenía que ver con nuestra fantasía de siempre. Cierto que el factor fetichista a mí me atraía. Al fin y al cabo lo que siempre más me gustó fue que jugase y disfrutase con mi ropa, pero esto era rizar mucho el rizo. En los últimos días me había contagiado mucho su entusiasmo y estaba dispuesta a hacerlo. Pero ahora, sola en el cuarto de baño, tenía dudas más que razonables. 

Estuve dudando mucho rato. O, al menos a mí, me pareció que fue mucho rato. Sé que le iba a dar un disgusto tremendo y que se iba a sentir muy frustrado, por lo que traté de reflexionar y no tomar una decisión a la ligera. Por una parte no me apetecía nada pues pensaba: “bah, la típica fantasía tonta de todos los tíos”, pero por otra parte recapacitaba y me decía a mi misma que las últimas veces que habíamos quedado todo se había vuelto muy mecánico, aburrido, desapasionado y artificial. Ya no había la chispa del anhelo y el deseo original, ya no había motivación y se había convertido en algo muy tedioso para ambos. ¿Con este aliciente de vestirme de colegiala conseguiría reavivar la chispa inicial y recobrar el entusiasmo original? No perdía nada por probarlo. Siempre que la fantasía siguiese siendo muy fetichista y en plan light a mí me gustaría. Mis dudas empezaron a disiparse y de pronto lo vi más claro que nunca. Ya no me pareció una memez y sí la vi interesante.

Andaba sumida yo en todas estas reflexiones cuando oí a Rafa golpeando la puerta del cuarto de baño al mismo tiempo que decía: “¿te falta mucho?”. Yo seguía con la bolsa en la mano, sumergida en mis pensamientos y reflexiones ajena al tiempo que había pasado. Contesté de forma casi mecánica: “no, no, ya salgo, un minuto”. Me sentí de nuevo con ilusión y entusiasmo, me sentí con ganas y presentí que, a pesar de ser la fantasía recurrente de siempre, podría ser mucho más estimulante, interesante y placentera. Al fin y al cabo el objetivo básico y principal era el sentirme deseada, y con esto lo iba a conseguir con creces. Por lo que, una vez recuperadas las fuerzas del entusiasmo, me desnudé y me vestí tal y como él lo había planificado. 

No podría decir que el resultado me agradase, pues en cuanto me miré al espejo me sentí rara, extraña e incomoda. Aquella del espejo no era yo. Que rara me veía y que distinta. Por una parte era divertido todo esto, tenía su punto morboso pero también divertido y arriesgado. Era salirse de la rutina y dar un empujón a este juego. Por mucho que me miré al espejo no me vi guapa ni atractiva. Ni mucho menos deseable. No entendía cómo podía eso atraerle o gustarle. Yo me veía tan rara y tan irreconocible que no me acababa de cuajar todo esto. Rafa volvió a llamar a la puerta ya en un tono un poco más impaciente. No tenía ni idea del tiempo que llevaba en el cuarto de baño, pero es que se me pasaban los minutos volando y hasta me había olvidado de que me estaban esperando. Contesté: “sí, sí, ya salgo, un momento”. Volví nuevamente a mirarme al espejo, volví a confirmarme que aquella no era yo y no queriendo demorar infinitivamente esta espera decidí salir del baño. 

La reacción de Rafa al verme no pudo ser más espontánea y agradecida. Se le formó una sonrisa cariñosa y sus ojos brillaron como estrellas en la noche. Eso era la felicidad. Me contagió inmediatamente esa felicidad y me alegré de hacerle feliz solo con esta memez. Para mí lo del uniforme de colegiala era una chorrada impresionante, una memez absoluta, pero para él era el sentido de su vida y bien que lo expresaba su cara. Sin que desapareciera su sonrisa de placidez en ningún momento me dijo: “por favor, abróchate la rebeca, es mucho mejor así”. Yo lo hice. Me gustaba comprobar lo mucho que me deseaba y cómo, con semejante tontería, se había reactivado totalmente. Era el Rafa del principio, de las primeras veces, había retornado por completo. A continuación dijo: “por favor, ya para que todo sea perfecto, recógete el pelo en una coleta”. Yo dije: “pero es que no tengo…” y antes de que terminará la frase me mostró entre sus dedos un coletero. Su mirada sarcástica y algo maquiavélica no podía ser más significativa. Había pensado hasta el más mínimo detalle. Se lo había currado mucho y qué feliz estaba de que por fin iba a obtener su recompensa.

Ya totalmente convertida, coletero incluido, en una colegiala se podría decir que empezaba oficialmente la fantasía. La respiración de Rafa era, sin ningún género de dudas, más acelerada que de costumbre y, para ser sincera, supongo que yo también estaba más inquieta de lo habitual. Desde que me pasó aquel memorable hecho con Edu en la fiesta de mi casa a los 14 años había realizado esta fantasía o juego ya muchas veces, pero una nunca acaba de acostumbrarse del todo a esto. Por ello, al tumbarme en la cama y hacerme la dormida me sentí más nerviosa que otras veces y me molestó esta intranquilidad pues quería disfrutar cada momento con la calma, sosiego y placidez de siempre. Rafa debió detectar mi estado alterado porque enseguida empezó a susurrarme al oído: “No estés nerviosa, tranquilízate, esta niña tan preciosa no tiene porque estar preocupada por nada. Solo déjate llevar. Solo disfruta y solo vive cada momento con intensidad. Verás como te acabará gustando mucho”. En momentos como esos pensaba que Rafa me conocía mucho mejor que yo a mí misma. Y quizás fuese cierto. 

Una vez tumbada en la cama, y ya tranquilizada, mi sensación de hacer el ridículo vestida así desapareció por completo. Simplemente me dejé llevar. Cerré los ojos, fingí estar dormida y esperé a que Rafa me demostrase todo el deseo y ardor que llevaba dentro. No pudo empezar de manera más dulce, pausada y relajada, pues solo paso sus dedos lentamente por mis labios y por mi cara. Recorría todo mi rostro y lo disfrutaba cada segundo, lo saboreaba y parecía como si quisiera atesorar cada instante, cada caricia. Hacía ya muchas semanas que no dedicada tanto tiempo solo a mi cara, y a mí me gustó, lo agradecí. Me pareció especial y hasta sensual, sobre todo cuando jugaba con mis labios y mi pelo. Desde luego estos preliminares no podían ser más prometedores. 

Sus dedos dejaron de pasar por mi cara y empezaron a bajar sutilmente, primero por mi cuello, luego por encima de la rebeca, luego por mi falda y finalmente por mis piernas. Los recorrió a gran rapidez. Como si fuese solo una primera pasada de reconocimiento. Un primer contacto. Como si necesitase degustar y paladear esa ropa de colegiala. Como si necesitase cerciorarse de que de verdad estaba vestida así y que por fin su fantasía se haría realidad. Sin previo aviso, acercó sus labios a mi barriguita y la besó por encima de la rebeca. Dio incontables besos. No parecía querer moverse de ahí. Y sí que se movió, pero a un ritmo tan lento, pausado y relajado que parecía no moverse. Subía apenas un centímetro por segundo. Fue besando subiendo por todo mi cuerpo. Besando la rebeca hasta conseguir, al cabo de mucho tiempo, llegar a mi cuello. Apartó un poco el cuello de mi camisa y me besó directamente en mi cuello. Yo me sobrecogí. No me lo esperaba. No debió contentarle ese simple beso pues me dio otro beso, y luego otro, y así sucesivamente hasta que al final estaba besando en ese lado del cuello de forma ininterrumpida.

Solo paró para realizar lo mismo en el otro lado del cuello. Aparto el cuello de la camisa y me dio al principio besos lentos para luego desembocar en besos más rápidos y apasionados, que acabaron convirtiéndose en chupetones. Yo me sentí sobrecogida y atónita. Nunca me había besado el cuello en todo esos meses y nunca hubiera imaginado que lo hiciese con tanta pasión, gozo y entrega. Me dio más de un escalofrío, y en vez de relajarme, me alteró. No puedo decir que no me gustara, porque me gustaba y mucho, pero sí que me alteraba y me descolocaba. Cada chupetón era un subidón impresionante de adrenalina y revolucionaba mis hormonas más de que me gustaba, pues en el fondo me seguía gustando mantener el control sobre la situación. También era cierto que, a pesar mis 17 años, mi historial de chupetones y besuqueos era muy corto, cortísimo, y era la primera vez en mi vida que un chico me producía semejantes reacciones solo con besos. 

Pude notar perfectamente como, de forma totalmente subconsciente, estiré a veces el cuello para que los besos siguieran y no cesaran. Como me gustó. Aunque aquello no eran solo besos, sino también chupetones, lametones y hasta dulces mordisquitos. Era increíble y apasionante como solo con sus besos aplicados a mi cuello produjera tanto gozo, excitación y alteramiento hormonal. Jamás me imaginé, ni tan siquiera me plantee, que mi cuello fuese una zona tan erógena y perceptiva. Puedo asegurar que perdí totalmente la noción del tiempo y no pude saber en ningún momento cuánto tiempo permaneció jugando en mi cuello. Lo único que sé es que cuando quise darme cuenta me estaba acariciando los pechos por encima de la rebeca al mismo tiempo que me seguía besando. Dicha combinación fue explosiva, me gustó muchísimo, y a él también debió de gustarle pues susurró mientras me comía el cuello: “umm, esta rebeca azul, como me gusta, umm, que preciosa estás con esta rebeca azul”. En determinado momento, su pasión subió de tono pues directamente mordió el cuello de mi camisa al tiempo que decía: “joder, que preciosa estas con esta camisa blanca, y con esta rebeca azul, umm, me encanta, me vuelve loco”. 

Y ciertamente le debía encantar, pues no dejo de morderme el cuello de la camisa mientras me acariciaba los pechos por encima de la rebeca. Continuamente repetía las mismas frases, pero en un tono muy espontáneo, natural y sincero. Sus movimientos en ningún momento parecieron mecánicos, aburridos y desapasionados como las otras veces. Esta vez sí que estaba disfrutando, y más que nunca. No cesó ni por un segundo de comerme tanto el cuello de la camisa como mi propio cuello. Centrado completamente en el placer que eso le producía y como le calmaba el tremendo deseo que tenía acumulado hasta entonces. De forma precisa y rápida, sin dejar de chupar y lamer en ningún momento mi cuello, desabrochó un botón de la rebeca; y, por ese espacio, metió su mano para acariciarme por encima de la camisa. En ese instante no cesó de hablar en ningún momento: “me encanta esta camisa, me encanta como te queda, estás siempre preciosa con esta camisa, me vuelves loco de pasión con esta camisa…”. Esa mezcla de deseo fetichista con deseo físico hizo que yo me excitase más de lo que esperaba. Lo cierto es que Rafa me conocía a la perfección y sabía en todo momento lo que quería escuchar.

(9,50)