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Mi adorada dependienta

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Aquella tarde me decidí por irme a comprar unos pantalones, estuve primero ojeando algunos escaparates, pero no había nada que me llamara la atención, hasta que me decidí a entrar en una de las tiendas.

Estaba abarrotada de gente y no se sabía muy bien quienes eran los empleados y quienes los clientes. Me acerqué hasta el fondo y empecé a ojear unos pantalones colgados de las perchas esperando que me atendieran. Por fin alguien me dijo tras de mi:

- Ahora estoy contigo ¿vale?

Cuando me di la vuelta solo vi un ángel, una aparición, algo sobrenatural, algo que me sacó de mi aturdimiento: una preciosa chica (que era la dependienta) con una amplia sonrisa me miraba y me hacía un gesto con el dedo como diciendo que enseguida me atendía. Me quedé realmente perplejo, era una preciosidad, de esas chicas que te quedas atontado mirando... Su pelo negro liso muy bien peinado desaparecía ante mis ojos, pude observar ligeramente que iba embutida en una ajustada blusa color blanca y nos pantalones muy ceñidos de color lila.

Esperé impaciente casi sin mirar lo que estaba haciendo, escogiendo aquí y allá cualquier pantalón que me sirviera, pero esperando el momento en que aquella escultural morenaza volviera a estar a mi lado.

Otra vez su candorosa voz me sorprendió:

- Hola, ya estoy libre ¿puedo ayudarte?

Aquellas palabras me sonaban a música celestial, su voz era como una melodía, con una simpatía desmesurada y para algunos impropia de una mujer tan impresionante. Estaba frente a mi y creo que pasaron bastantes segundos hasta que pude articular alguna palabra. Su sonrisa iluminaba su cara, sus ojos verdes resplandecían en su morena tez en una cara angelical, sus voluminosas tetas parecían querer salirse de aquella blusa que apenas sujetaban tres botones, su cintura se adivinaba también morenita, sus manos se quedaron en su espalda a la altura de su culo, como mostrándome toda su candidez, su belleza y su inalcanzable cuerpo. Aquellos ajustados pantalones acampanados bajo la rodilla, remarcaban unos impresionantes muslos y un monte de venus abultado por debajo de una cremallera que parecía reventar ante mis ojos.

Al fin me salieron algunas palabras en medio de un disimulado tartamudeo:

- Que...quería unos pantalones...

Otra vez su linda sonrisa, me miró fijamente a los ojos y parecía estar invitándome a decirla "donde quieres que te eche un polvo", pero la prudencia te hace ser sensato en momentos tan difíciles como ese.

- Bien, déjame que te oriente. - me contestó con mucha seguridad.

Quedó a mi lado ligeramente agachada en el perchero inferior eligiendo entre cientos de pantalones, su olor me embriagó, no sabía muy bien si su riquísimo perfume o su adorable olor a hembra. Sus lindas manos bien cuidadas con unas afiladas uñas seguían en la tarea de elegir una prenda. Aproveché la ocasión que me brindaba el hecho de que estuviera casi de espaldas a mi para observar de nuevo su grandiosa anatomía. Su culo era divino, con esa redondez que rompe con todas las reglas de la geometría aplicada. Después se estiró para seguir buscando en el perchero superior. Estaba buenísima, así de pie, de puntillas con unos zapatos de tacón finos, con aquellas impresionantes piernas, potentes muslos, unas tetas bien colocadas y una cintura que ahora se veía por entero y que invitaba a agarrar y a decirla "quiero ser tu prisionero para siempre". Al fin encontró lo que buscaba.

- Creo que estos te irán muy bien, pruébatelos... - dijo otra vez con su candorosa voz.

Avancé tras ella admirando sus sensuales andares y contemplando su bien proporcionada figura hasta que llegamos a los probadores. Siempre he odiado esos cuadriláteros enanos que apenas te dejan espacio para respirar y donde unas indiscretas cortinas dejan ver más que lo que deben ocultar.
Me metí dentro de aquel reducido recinto y me desabroché mis pantalones... y ¡ oh sorpresa ! fue donde me di cuenta de la tremenda erección que tenía. Madre mía como me había puesto aquella tía.

Ya empezaba a sudar cuando me calcé aquellos nuevos pantalones, cuando me di cuenta que no podía abrochármelos, eran demasiado estrechos para mi creciente cintura.

- ¿Que tal? - preguntó aquella tierna voz al otro lado de la cortina.

- Me están muy estrechos de cintura. -contesté.

Ella abrió la cortina descaradamente y me observó de arriba a abajo en una pose que se me hacía dulce y hermosa, sus piernas estaban entrecruzadas a la altura de los tobillos, una de sus manos agarraba la cortina y la otra se apoyaba en su cadera mientras me decía:

- No te preocupes, te traigo ahora una talla mayor...

Al rato se acercó y me trajo unos nuevos pantalones de una talla mayor a la que tenía ahora apretándome los muslos. El calor era sofocante, el probador enano y los nuevos pantalones seguían siendo estrechos de cintura, sin duda que tenía que plantearme empezar a cuidarme.

- ¿como te sientan esos? - volvió a preguntarme.

- Siguen sin entrarme, no sé si es que no me valen o es que con el sudor no me entran bien... - le contesté.

Ni corta ni perezosa se metió en el probador conmigo para ver el efecto de los nuevos pantalones, se agachó frente a mi y por un momento pensé que me iba a bajar la bragueta y hacerme una buena mamada, sin embargo sus habilidosas y preciosas manos intentaron inútilmente abrochar aquel botón que se resistía una y otra vez en aquellas afiladas uñas.

- Espera que te traigo otro mayor...

Me puse muy nervioso por aquella situación porque además no podía controlar la erección de mi polla que iba en aumento a más no poder.

- Aquí estoy de nuevo. - dijo con su adorable sonrisa y sus penetrantes ojos verdes.

La hubiera besado y abrazado allí mismo, así como estaba, tan bonita, tan encantadora...

El problema se hizo mayor cuando me intenté quitar los segundos pantalones y no lo lograba, me ponía cada vez más nervioso y entre el calor, el sudor y ese nerviosismo era incapaz de sacarme aquellos ajustados pantalones.

- ¿como va eso? - preguntó mi adorable dependienta al otro lado de la cortina.

- Verás, es que tengo un problema, no puedo quitarme los pantalones. - contesté

Otra vez entró sin miramientos y dispuesta a prestarme ayuda como buena dependienta que era. Sus manos se apoyaron en mis caderas y lentamente empezó a bajar la prenda por mis muslos hasta que llegó a mis tobillos. Su cara quedó a pocos centímetros de mi calzoncillo y de mi más que abultada polla. Ella se dio cuenta y sonrió una vez más.

- Vaya, parece que tenemos un problema, con ese enorme bulto no te va a entrar ningún pantalón. - me dijo siempre sonriendo.

Cerró del todo la cortina, se arrodilló frente a mi y alucinando de su reacción no pude percatarme que me había bajado los calzoncillos hasta los tobillos. Una de sus manos agarró mi más que tiesa polla y suavemente empezó a pajeármela, sus dedos jugaban con mi glande, hasta que de pronto su lengua empezó a jugar con mi frenillo para luego darme pequeños mordiscos, siempre acompañado por su adorable sonrisa y de pronto me encontré con toda la polla metida en su boca. No podía creérmelo, allí estaba una chica impresionante comiéndome la polla sin apenas poder reaccionar, el gusto era tan grande y su habilidad tan habilidosa que no pude contener una corrida que inundó su garganta, cuatro o cinco potentes chorros que salieron precipitadamente dentro de su boca mientras yo la sostenía de la cabeza para no caerme. Nunca me había corrido tan rápido y aquel bombón lo había conseguido en menos de un minuto. Se pasó la lengua por los labios recogiendo los últimos vestigios de mi semen y solo dijo:

- ¡que rico!.

Me ayudó a ponerme los nuevos pantalones que ahora ya no tenían ningún impedimento y esta vez me sentaban de maravilla. La tomé por la cintura llegando a chocar nuestros cuerpos y en el momento en el que me disponía a plantarle un beso en sus carnosos labios me colocó su dedo índice en los míos prohibiéndome cualquier tipo de acercamiento. Parecía mentira, me acababa de succionar la polla con su húmeda y hábil lengua y ahora se negaba a cualquier otra cosa. ¿quizás solo había hecho su trabajo y ahora yo intentaba propasarme?. Estaba hecho un lío.

Me acompañó hasta la caja, pagué con mi tarjeta los nuevos e inolvidables pantalones, me sonrió por última vez y desaparecí de aquella tienda sin apenas poder entender que es lo que había sucedido.

Al día siguiente volví a aquella tienda dispuesto a comprarme cualquier cosa, solo con volver a verla, solo con sentirla, admirarla, olerla, disfrutar de su sonrisa. Pregunté a varias dependientas y extrañadas me dijeron que allí no había trabajado nadie con las características que les detallaba sobre ella.

¿había sido un fantasma? ¿un sueño?.. o ¿quizás no era la dependienta?


Tartufo

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