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En el cine

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El día 22 de marzo de 2002 fue el día más delicioso de mi vida; la secuela de esta jornada extraordinaria cambió radicalmente mi vida.

Los primeros estímulos fueron desconcertantes, hasta angustiosos. Me parece indispensable hacer una breve semblanza de mi persona y personalidad para que ustedes, amables lectores, tengan mejores elementos para apreciar en sus justas dimensiones los acontecimientos, la experiencia vivida en este memorable día.

Soy una mujer relativamente joven, apenas cumpliendo los 31 años. Tengo formación profesional; me gradué en Antropología Social. Originaria de una familia con características estándar, similar a las familias de nuestro país; mi educación no difiere casi en nada de otras mujeres, es decir, fui educada según la más vieja tradición social. Por esto las normas me fueron inculcadas, si no severamente, sí con la insistencia propia de este tipo familiar. No obstante, haber cursado hasta los estudios superiores, me dio cierta capacidad crítica y, por lo mismo, la posibilidad de eliminar de mi inteligencia muchas de las absurdas prohibiciones. Tal vez por esto fue que me embaracé luego de un tórrido romance, y, aquí la regresión, me casé un poco contra mi voluntad, y, lo peor, por dar salida al enojoso asunto de un embarazo fuera de matrimonio.

Mi marido, un compañero de la prepa, completa el cuadro de las familias tradicionales. De nuevo, y por mis posiciones críticas, he logrado "educar" al macho con la relatividad de esta afirmación. Por cierto, esta educación solo ha tenido éxito en lo relativo al mutuo respeto, y la conservación de mi libertad de nuevo cuenta en forma relativa. No he logrado ningún avance en la esfera de la sexualidad, y en esto me parezco, más bien, mi pareja se parece, ¿se parecía?, al común denominador de las mujeres mexicanas dentro del matrimonio. Y aquí debo consignar otra de las características de las mujeres de mi país, la extendida insatisfacción sexual. Mi embarazo, decía, fue producto de la incultura, y, por supuesto, de mi propia educación donde las medidas anticonceptivas no figuraban dentro de mi acerbo cultural, de ahí el embarazo en la primera relación sexual, siendo yo una jovencita de apenas 18 años. Mi hija acaba de cumplir los 14 años de edad. Por fortuna pude protegerme, no me he vuelto a embarazar, y, también, no he logrado llegar a la plena satisfacción sexual; mejor dicho, desde los acontecimientos fantásticos aludidos arriba, he llegado a la dicha de tener enorme placer sexual, la forma menos esperada, ni en sueños había tenido la experiencia y el placer de la sexualidad.

El primer estímulo se dio de una manera por demás sorpresiva y sorprendente. Sorpresiva porque no lo esperaba; sorprendente por muchas razones, primero por mis reacciones, en verdad asombrosas dadas mis posiciones, las señaladas arriba, segundo, por el tipo de estímulo, tercero, por las consecuencias en verdad insólitas acaecidas unas horas después del primer estímulo.

Primero. Mi jefa me llamó a su despacho. Este tipo de llamados son frecuentes, rutinarios pues. El despacho tiene un corto pasillo de acceso, y en un giro a la izquierda se ve el espacio completo. Entré, cerré la puerta, di los tres pasos necesarios para el giro, y, ¡la sorpresa se inició! Recargada sobre el borde del escritorio estaba mi jefa ¡completamente desnuda! Abrí la boca, debí dar la impresión de estúpida. Fue inmensa mi sorpresa, estuve a punto de caer al piso por completo anonadada, pasmada, casi aterrorizada. Ella sonreía, una de sus piernas semiflexionada a la manera de las modelos profesionales; los brazos a los lados del cuerpo y las manos en el escritorio. El rostro encendido, bello sin duda; el cuello esbelto, un tanto rígido; los senos, Dios, esos senos me deslumbraron... poco después; la cintura estrecha para resaltar las mórbidas caderas, éstas hacían suponer unas nalgas de fábula, y, carajo, el triángulo piloso hermoso, pocos tienen esa belleza.

Debo decir, mi jefa tiene 32 años, por tanto es joven, bella en realidad, y esa belleza nunca me había sido perceptible. Incluso las palabras iniciales de ella me fueron inaudibles, "... no te quedes ahí parada; ven, acércate", decía son una deslumbrante sonrisa, sonrisa de labios y ojos, y estos fijos en los míos. Tardé en hacer cumplir la orden a mis piernas para echar a caminar en dirección a la desnudad aparición. Una parte de mí me indicaba salir de allí de inmediato, y otra, al contrario, me inducía a caminar para acercarme a la divina aparición.

Al estar a escasos centímetros de ella, extendió la mano, tocó mi rostro sin dejar de sonreír, haciendo leves, pero significativos movimientos con los muslos aparentemente para destacar los mórbidos pelitos de la pucha espléndida; mi rostro se retrajo, ella frunció el ceño, plegó la sonrisa, y dijo: ¿No te gusta... lo que ves?, ¿soy tan horrible?, yo, aún más pasmada no pude apartar los ojos de los de ella, y no lo hacía, luego pensé, porque apartar mis ojos era inevitable ver el bello continente frente a mí; no pude articular palabra, tampoco me retiré.

Entonces ella regresó la sonrisa a sus labios, la mano a mi rostro, y dijo: Tal vez sea necesario mostrarte... otro lado, otro ángulo de visión, e inició una lenta vuelta sobre los pies – también desnudos, no pude mirar a otro lado, el asombroso desnudo era ineludible, se hacía necesario admirarlo, incluso degustarlo, eso pensé en el momento del regreso del frente de ese maravilloso cuerpo; mis ojos se quedaron, sin orden y sin remedio, fijos en la entrepierna fabulosa, llena de pelos negro azabache, en verdad delicioso, pienso ahora, pero en aquél momento mi mente sólo recibía la orden de ¡retírate, retírate!, y sin embargo mis piernas parecían estar enterradas en el piso.

Y ella acercó su rostro; adivinar el beso fue automático, y mi cara se dio la vuelta; y ella frunció una vez más el ceño, hasta los labios se fruncieron, y dijo: ¿Te doy asco?, ¿no soy hermosa?, ¿por qué no te relajas y disfrutas de... del momento?, te aseguro, tendrás un placer nunca imaginado, ¿no quieres gozar?, vamos, debes decir algo, de lo contrario lo tomaré... sentiré ofensivo tu silencio, y mis temblores se hicieron incontenibles, me cimbraba a cien por hora, ¡Di algo!, casi gritó ella.

El instinto de conservación es una maravilla, hasta me sorprendí al escuchar mis palabras: No, no es eso... es, caramba, las inmensa... sorpresa de... pues de lo... que está sucediendo, y ella me interrumpió: Entonces, ¿te gusto?, ¿no quieres... caricias?, bueno, me fui al infierno en cuanto quedó claro, por si hubiera aún dudas, carajo, su intención era seducirme, quizá abusando de su poder, era mi jefa la de la iniciativa. A la velocidad del pensamiento, pensando más en sobrevivir, dije: No, señora, no... piense en... mi rechazo, no..., pero, debe entender... caramba, aún no digiero la inmensa sorpresa. No quisiera incomodarla, pero..., Entiendo, entiendo... ¿fui brutal?, tienes razón... no son formas... bueno, empecemos por tutearnos; me choca eso de señora, nunca me vuelvas a decir así y nunca vuelvas a hablarme de usted, y..., ¿quieres tiempo para... pensarlo?, no olvides... no conoces el placer hasta no haberlo probado. Por otro lado, y ateniéndome a tu afirmación de no rechazo a mi... "ofrecimiento", toma tu tiempo para decidir..., en entendido, si te niegas, sabré que no es por rechazo, simplemente porque esto no es de tu... agrado; por tanto, te aseguro... no habrá represalia alguna, insisto, por eso debes estar tranquila, quizá estoy corrigiendo mi brutalidad. ¿Me puedes decir...?, y me llamo Silvia, no se te olvide.

Pensé con calma, rechazarla totalmente en ese momento era para empacar mis pertenencias e irme a buscar trabajo, al menos esa fue mi apreciación de la situación, y a la vez la explicación a mi respuesta, aunque en el fondo, entiendo ahora, la realidad fue... además de intrigada, ya no asombrada, solo intrigada, decía, además de esto, una rara sensación se había planteado en mi sensorio, indudablemente la excitación, y... sí, innegable, la gran tentación de probar los prohibido. Dije: No sabes mi profundo agradecimiento por tu... comprensión, Silvia, sí, sí, quisiera... un tiempo para pensar... en esto.

Y sí, no es rechazo, es... bueno, debes suponer, nunca me he imaginado en una... situación así... por esto te rogaría disculpes mi... aturdimiento, a la vez mi solicitud de... tiempo. Y ella: Ya lo dije, y las disculpas deberían ser para mí, no sé donde tenía la cabeza cuando... pensé en... bueno, en pedirte venir a mi oficina. Y no creas, entiendo tu... diplomática respuesta... y eso, en lugar de molestarme, me agradó, demuestra tu inteligencia, esa misma ha sido parte de... del atractivo sentido por mí. Sí, no te asombres, hace meses mi... bueno, mi ser entero necesita de ti... Debes estar totalmente convencida de mi... lesbianismo, pero, aunque no lo creas, nunca he tenido un amor... con otra mujer; sin embargo esta ha sido una de mis fantasías más repetida en años y años... por esto con más razón te deseo; y este deseo se incrementa por la idea de, entre las dos, ir descubriendo el amor... este amor inusual, pues para ti también, así lo veo, será tu primera experiencia... claro, de ser aceptable para ti... mi propuesta y... mi deseo. Este largo discurso te rogaría no lo tomes como una muestra más de mi... prepotencia de jefe, para nada, es el sentimiento de una mujer expresado a otra, y nada más.

Por fortuna en brevísimos segundo comprendí la desfachatez de mi... planteamiento, por esto te ruego una vez más, me disculpes, ¿lo harás?, Asentí moviendo la cabeza, sin apartar los ojos de los bellos de ella, y continuó. Entonces, no se diga más, espero el tiempo que te sea necesario... para saber tu decisión, sea cual sea esta... pero, ¿podríamos sellar este pacto... con un beso?, lánguida, con los ojos semicerrados, en pleno trance sentimental, seguramente igual de caliente a un motor de automóvil luego de horas de marcha a pleno sol.

La propuesta del beso me sacó de onda. Y, de nuevo, casi con los mismos argumentos anteriores, asentí con la cabeza, me era imposible articular una palabra por varias razones, en primer término: mi puchita estaba anegada. Y ella sonrió, suspiró, acarició mi rostro con la mano delineando mis labios con sus dedos, y luego fue acercando poco a poco su boca a la mía hasta posarla en mis labios. Quería se devorada... por el piso al sentir los cálidos labios; mi boca se mantuvo cerrada, ella suspendió el contacto, me miró con cierta energía, y dijo: ¿Me vas a besar... o no?, caramba, a pesar de su declaración continuaba siendo la jefe, y, otra vez mis seudo argumentos justificadores actuaron, y cuando la boca de ella regresó a mi boca, esta se abrió, "sin mi voluntad", pensé al sentir la lengua penetrándome, y mi cuerpo se estremeció, aunque pasara desapercibido para ella, es posible.

El beso duró enormidades... en ese momento, ahora siento ese tiempo, el mismo de un suspiro. Ella jadeaba, mezclaba mi saliva con la de ella, a más de jugar con mi lengua, y esta intentó ¡sin éxito! permanecer quieta, absolutamente quieta. De cualquier forma, fui yo la del inicio del fin de ese beso... maravilloso, el primero sentido de labios de otra mujer. Al suspenderse el beso, me miró con mayor languidez, arrobada y jadeante, ¡ya me imagino la inundación de su pucha! Alarmada, y con los muslos viscosos, sintiendo el corazón queriendo salirse por mis ojos, excitada, tartamudeando, dije: ¿Puedo... retirarme?, ella sonrió con cierta amargura, su mirada se hizo brillante y... seductora, y dijo: La decisión es... tuya. Si te retiras... recuerda nuestro compromiso; supongo cumplirás, ¿no?, Ten la plena seguridad... Silvia, aún para decirte... el proyecto no es de mi agrado, volveré a verte en cuanto tenga esa... decisión.

Eso espero, dijo sonriendo de nuevo con esa avasalladora boca de labios sensuales. Me di la vuelta, y salí de la oficina de marras. No sé la de cosas hechas para soportar el paso del tiempo y poder retirarme de mis obligaciones. En esa especie de remanso, no pude ocultar a mí misma la excitación sexual, si eso era, no podía continuar negándolo indudablemente producida por la secuencia escenográfica vivida en el despacho de mi jefa.

Al caminar rumbo a casa, mi mente era poco más que caótica, y ese mismo caos impedía el razonamiento; mis muslos sorprendentemente húmedos y viscosos, producto esto de la todavía presente excitación sexual. Al llegar a casa me puse al ajetreo de preparar los alimentos, para la hija, no para mí, no deseaba sino aplacar, controlar el caos mental: amenazaba terminar con mi lucidez. Comimos, mejor, comió mi linda hijita. Subí a mi recámara. Ahí mi mente fue todavía más inútil. En un intento de allegarme tranquilidad, pude pensar en hacer algo para, al menos, distraer mi mente. Por esto decidí ir al cine. No podía irme sola, no quería dejar solo al retoño. La invité; aceptó de mil amores. No sabía el programa del cine cercano a casa, pero eso no importaba. La hija no preguntó, pero sí se cambió de ropa: el uniforme escolar, por unas graciosas y pequeñas minifaldas. Nos fuimos al cine.

Podíamos ir caminando; en los primeros pasos por la baqueta, mi niña se colgó de mi brazo, acarició mi rostro, besó una de mis mejillas, y dijo: Gracias mamacita por la invitación... no salíamos juntas desde hace mucho tiempo, ¿no es padre andar juntas?, y volvió a besar mi mejilla, y apretó su cuerpo a mi brazo, y, Dios mío, sentí el seno de mi niña presionado sobre mi brazo. Tal vez mi exquisita sensibilidad después de ver aquel hermoso cuerpo desnudo y de sentir por primera vez un beso de mujer, me hizo sentir más allá de lo lógico el seno de mi pequeña. Planté mis ojos al frente en un intento por desentenderme de la ¡dulce! sensación de seno en mi brazo, sin embargo las sensaciones no solo no desparecieron, se hicieron más evidentes y acuciante, y más al sentir a la niña hacer movimientos un tanto inusuales en la marcha con la intención de ¡ella! de rozar el seno en mi brazo. Un suspiro salió de mi pecho, y los muslos los sentí más acuosos.

Ella caminaba sin dejar de hablar, diciendo redundante la dicha de salir juntas, y su seno más se apretaba contra mi brazo. No sé si ella pasaba por algo especial, hizo algo increíble, al menos en otras circunstancias mías y tal vez de ella, retiró una de las manos sujeta a mi brazo y colocó la mano en mi cintura, pero sin dejar de frotar su seno en mi brazo, el otro brazo continuaba sujetando el mío. Estuve a punto de indicarle el regreso, sin embargo pensé en la frustración de la niña, quizá continuando con mi esfuerzo seudo justificativo de mi actitud "tolerante". Con el alma en vilo compré los boletos, y entramos al cine.

Busqué una fila "poblada" para sentarnos; las primeras filas estaban desiertas. ¿temerosa de la continuación del asedio de la pequeña?, al hacer esta pregunta surgió otra, ¿realmente es un asedio, o es solo mi imaginación exaltada, lo mismo mi sensibilidad erótica?, nos sentamos, a mi lado una mujer, del lado de ella una butaca vacía. La película estaba en su inicio. Ni siquiera vi el título de la cinta. Luego de los créditos, por poco gritó empavorecida: una mano de mi retoño se posó cálida en mi muslo, precisamente en la zona descubierta por la falda; recordé: dejé las medias en el piso de mi recámara en el momento de salir. Volteé a verla, ella me veía en directo, ajena por completo a la pantalla, sonreía alegre, con ojos centelleantes, casi vuelta de lado hacía mí.

No paró en eso, la mano libre vino a acariciar mi rostro, y luego se posó en el hombro del lado opuesto y quedamos prácticamente abrazadas, con una de las manos de ella en mi muslo. Si por la mañana estuve pasmada, en la oscuridad del cine mi mente estaba en blanco, más allá del blanco, sin siquiera una ráfaga de pensamiento indicando acciones para "contrarrestar" los millones de sensaciones en mi cuerpo, y todavía más al sentir la mano en el muslo iniciar un lento y suave recorrido por la superficie tersa y desnuda de mi piel.

Quería decir o hacer algo, no me fue posible, y, caramba, si la mano de abajo estaba activa, la de arriba no podía quedarse atrás y empezó a recorrer la piel de mi hombro y mi cuello, ascendiendo hasta mi oreja, para luego, apretándose ella contra el brazo de la butaca, intentar bajar esa mano al escote, por cierto, escote bastante amplio. Bueno, el caso es poco para describir mi estado emocional y mental de los escasos segundos transcurridos desde el instante de sentir la primera mano en mi muslo. Si acaso pude hacer ligeros movimientos de mi cabeza negando, viéndola con extrañeza, hasta sentí emitir una señal de enojo, y ella respondió con una mirada cariñosa, una sonrisa divina, y una caricia muy cercana a mis labios, y su cabeza moviéndose en el sentido afirmativo. Caray, estaba poco menos que lela, paralizada por completo.

Cuando la mano del muslos se atrevió a subir más allá del reborde de la falda, mi corazón dio de brincos, ¡lo mismos hizo mi vagina!, y mi garganta emitió un débil gemido sin precisar la calidad de tal gemido: ¿excitación extrema?, ¿sufrimiento?, ¿placer?, y la otra mano ya arañaba la falda de la montaña, el seno izquierdo. La mano del muslos, sin oposición alguna, poco a poco subió y subió hasta llegar a la encrucijada de los muslos, y, para acabar de sentir la necesidad de morirme, ¡los muslos iniciaron una lenta apertura!, ¿vía libre para la mano?, me pregunté presa por el pavor de la culpabilidad de la enorme trasgresión permitida y casi aplaudida. La vi, me vio, yo con el ceño fruncido y la vagina expulsando líquidos, ella con mirada lánguida, sin duda expresión de su enorme excitación, seguía afirmando con su cabeza. Los dedos de la mano tocaron a la puerta de mi pucha enardecida y, caray, fue el colmo.

Algo debía hacer so pena de, en efecto, morir de culpa. Cuando mis oídos escuchar mi balbuceante ¿por qué?, más me escandalice de mí misma: pregunté previendo una llamada de atención de los vecinos; mi hija parecía no tener en cuenta a los presentes, ¿no le importaba ser vista y hasta reconvenida?, pregunta no formulada, sin respuesta dada por mí. Ella retrajo la mano del escote para acercarse más con su rostro a mi rostro, y, muy cerca de mi oído, dijo: Te quiero mucho mamacita. ¿Sientes ricas mis... cariñitos?, en susurros titubeantes, con jadeos de excitación sexual claramente identificables. Lela, seguí, y lela dije: ¡Te van a ver!, carajo, pensé al emitir esta frase, no es posible, parezco estar dando mi anuencia para la continuación de las ¡caricias!, dijo mi audaz retoño. Y esa fue la decodificación de ella, la mano regresó al escote para hundirse más hacia la cúspide de la montaña, para alcanzar el peñón de los placeres, y, Dios mío, la mano ya no tocaba a las puertas de la vulva, se introducía entre el borde del calzón y... ¡los pelos!, no pude reprimir el saltito dado al sentir a uno de los dedos, ¿el índice?, haciendo esfuerzos por abrir los labios vellosos. La vi, ahora sí con una mirada llena de reproche. Ella respondió con una mirada más cariñosa, francamente amorosa..., ¡caray!, la sentí amorosa en el sentido del ¡amor carnal!, entonces, sin razonamiento, actué.

Discreta, pero decidida, jalé la mano de los hombros y cerré los muslos apresando la mano investigadora de mi intimidad, acerqué mi boca a su oído, y dije: ¿Por qué mi niña, por qué?, y ella acarició mi rostro con la mano reprimida, mientras mi mano iba a sacar a la otra de las profundidades, me veía extrañada, con igual o más reproche, y dijo: ¡Te quiero, te quiero!, ¿no te gustan mis caricias? porque para mí... esta es la mejor de las formas de decirte mi enorme cariño por ti, y..., Nada, nada... esto no se vale, dije interrumpiéndola, pero ella frunció los labios en un pucherito, y dijo: Es... que quiero hacerte sentir muy rico, rico, rico, me quedé bamboleando, las palabras de mi niña eran indicativo de la plena conciencia ¡sexual! de mi bodoque. Estuve al punto del desmayo. Aquello pensado como algo inocente y sí, sí, producto de la expresión del amor filial, para ella era no solo ese amor, sino también la idea ¡del placer sexual!, expresada en esas intencionales caricias. Jadeé, ahora no por la excitación, sino por la tremenda impresión de saber, de constatar las implicaciones sexuales en las caricias hechas por ella en mi cuerpo... ¡y mi cuerpo rebosaba excitación!.

Cubrí mi cara con las manos en el momento del comienzo de las protestas vecinales. ¡Imposible continuar allí!, y, siguiendo en mi pasmo mental, jalé la mano conservada en la mía luego de sacarla de la selva pilosa, me levanté obligándola a hacer lo mismo. Dócil me siguió. Salimos de la fila y caminamos por el pasillo. En esos brevísimos instantes mi caótica mente enviaba mensajes entrecruzados, unos diciendo ir a casa para, Dios mío, en la calma y soledad de la misma ¡dar culminación a lo iniciado en la oscuridad e indiscreción del cine!, la otra decía: ¡Eres una depravada!, y otra más diciendo: En casa no es posible, ahí debe estar ya, el marido!, por otro lado, las viscosidades de mi pucha y muslos, eran avasalladoras no podía desentenderme de esa preciosa y placentera viscosidad indicativa de mi febril excitación sexual, y, para mi enorme sorpresa, sin tener clara conciencia, al ver las filas desiertas de la parte trasera del cine, resolví... ¡meterme en una de esas filas para continuar con las caricias interrumpidas!

Me senté, ella tan o más sorprendida, me veía interrogante, asustada incluso. Yo, jadeando por múltiples razones, la enfrenté y dije: Dime pequeña, antes, ¿ya habías... acariciado a alguien... en la forma que lo estabas haciendo... conmigo?, me vio consternada, con una de sus manos alisando su lindo pelo, tragó saliva, dijo: No mamacita... a nadie he acariciado... así; Entonces, dije, ¿de donde aprendiste a... hacer esas caricias?, mi alma estaba en la cuerda floja, se caía casi irremediablemente al abismo. Su mirada pareció tranquilizarse, y dijo: Pues... la verdad mis amigas y compañeras de la escuela han dicho..., bueno, dicen: el amor se debe hacer sentir con... estas caricias, por eso, y también, caray mamacita, no puedo echarte mentiras, yo... me he acariciado así y..., la verdad, he sentido bien padre, bien lindo, a veces hasta grito de gusto... cuando mis deditos andan... bueno, entre mis... pelitos de allá... abajo, y por eso, digo, pensé, a mi mamá la quiero muchísimo y... nunca le he dicho mi cariño... en la forma dicha por mis amigas, y... también pensé en... agradecerte tu invitación, digo, de venir juntas al cine... por eso... pos... empecé a hacerte cariñitos.

Mi consternación menguaba a medida que la niña iba explicando su actitud, y, Dios mío, al mismo tiempo mi tremenda excitación amortajaba mi cuerpo, se me hacía urgente desparecer esa mortaja por cualquier mecanismo, ¡incluido en esto, la continuación de las caricias interrumpidas!, ¿la película?, carajo, ni pensaba en ella. La fila... desierta. En un postrero intento por desechar las necesidades imperiosas desprendidas de la enorme excitación sexual dentro de mi cuerpo y, carajo, ¡de mi alma!, dije: ¿No crees malo... acariciarme así, como lo has estado haciendo?, sin titubeo, y de inmediato su respuesta: No, para nada, ¿por qué habría de ser malo decirte que te quiero con caricias... bueno, donde sean esas caricias?, insistí: Y si yo te acariciara de la misma forma... ¿no sería malo?, Ay, mamacita, ¿por qué habría de ser malo?, al contrario, sería bien rico... si tu me dices tu amor... con esas caricias, te aseguro... me iré al cielo si así me dices cuánto me amas, y mi mente, otra vez, se fue al carajo.

Jadeando cual corredor indio, tomándola con las dos manos por la cabeza, la jalé para besarla. Ella acusó la sorpresa de la acción, pero gimió placentera, aunque su boca permaneció cerrada tal vez por la sorpresa o, ¿no sabía besar?, esta idea, ráfaga en el pensamiento obnubilado, me hizo reír, y dije: ¿Nunca te habían besado?, Pos no mamacita, ¿quién?, Las caricias con besos son la mejor expresión para decirle a otra persona – aquí pensé en el sexo de la otra persona, pero no me importó continuar el silogismo – el amor sentido por ella. Y... mira, para mejor sentir el beso... es necesario abrir la boca para... dejar entrar la lengua a... la otra boca, al estar hablando pensé en algo terrible, ahora era yo la inductora franca del acercamiento ¡sexual!, ella sonrió, y esa sonrisa borró mi reflexión moralista, y, sin más, volví a acercarme al rostro y la boca de ella, y ella, sonriendo, entreabrió los labios en espera de la lengua prometida.

Y. Dios mío, fue un beso inenarrable, en verdad amoroso y pasional, con ella respondiendo a plenitud, haciendo a su lengua saltar y maromear con la mía, yo jadeaba mi placer por el beso, además de la inmensa excitación en vías de ser satisfecha, y sí, ella no podía perder la iniciativa, sus dos manos se fueron a mis chichis, las acariciaron sobre la ropa, pero solo momentáneamente porque enseguida botaron los botones y, carajo, sacaron las dos chichis para solazarse en la caricia en mis senos, y apreté el beso, y ella apretó mis pezones, y yo, envidiosa, además de desear intensamente saber el sabor de una caricia en las chichis de otra mujer, dejé a mi boca y mi lengua jugando con la de mi niña, para ir a tomar las dos chichitas y acariciarlas a dos manos, imitando a las otras manos, y ella jadeó y apretó más el beso, y más los pezones, y, carajo, mi pucha pegaba de brincos en tanto febriles estremecimientos recorrían mi cuerpo, presagio de mi inminente orgasmo, esas sensaciones fueron claramente identificadas así, precursoras de mi orgasmo, así sentía siempre en el momento de la culminación de mis placenteras masturbaciones. Y una de las manos ajenas dejó la chichi y bajó rauda a mis muslos desnudos casi a totalidad, al sentarme si no pensaba, menos me iba a preocupar por situar la falda en las posiciones correctas, por eso la manita tibia pudo sin interferencias acariciar los muslos, y estos se abrieron invitando a esa mano con sus dedos a ir a donde minutos antes habían estado, y

Sí, ese era el destino de esos dedos, seguro la propietaria de tales deditos había decidido ese destino, sin embargo batallaron con el borde de las pantaletas, y yo sentí la enorme necesidad de expeditar el camino, por eso, además de abrir al máximo los muslos, mis manos ya sin pudores ni recatos hicieron lo necesario para sacarme los calzones por los tobillos, luego me senté deseando hasta egoístamente la penetración de los dedos, y lo digo así, porque mis caricias se suspendieron para arrellanarme en el asiento haciendo que mis nalgas se apoyaran en el borde mismo de la butaca, y, claro, mis muslos abiertos a plenitud, claro, la mano acarició rico mis pelambre bastante mojado, y ella suspiró al tiempo enviaba su boca a besarme, metió su lengua, y, la mano libre acarició mis chichis una por una, caricia leve, suave, a lo largo y ancho de mis preciosas chichitas, aplastándolas contra las costillas y apretando de cuando en cuando los pezones, caricias que yo deseaba fuera permanente, y, Dios mío la rica sensación de sentir los dedos penetrando mi pucha bien encenegada, recorrían la raja encharcada de una exquisita forma, y se estacionaron en los lugares precisos, recordé, ella había mencionado sus masturbaciones, entonces sí sabía donde acariciar, y allí donde es necesario acarició para detonar el gran orgasmo en marcha casi desde la visión fantástica del desnudo de mi jefa, hice un esfuerzo sobrehumano para no gritar a pulmón abierto mi orgasmo desconocido, al menos en esa magnitud, hasta mis nalgas se movieron, y, agradecida, sentí el apretón de la boca ajena primero, y luego esa misma boca lamió mis chichis, mamó mis pezones, y, caray, yo en la gloria del placer nunca imaginado, mis nalgas se movían ahora sí incontrolables, del cine y la gente presente, quién se iba a acordar. Y vino la cúspide del placer cuando esos deditos pensados inocentes, se metieron a mi vagina e iniciaron, carajo, de no creerse, un mete y saca fabuloso, y más fabulosos los orgasmo repetidos salidos de esa riquísima caricia, porque, además, y demostrando una sabiduría increíble, el dedo pulgar continuaba acariciando en forma deliciosa mi clítoris supersensible.

Creí no poder contener por más tiempo los gritos pugnando por salir al aire, y detuve la mano encajada en mi linda puchita, hasta entonces pude ver la cabeza inclinada mamando mis chichitas, y, caray, me dije, soy una tremenda egoísta, solo recibo caricias, y no doy ninguna, por eso me enderecé, con cuidado arranqué la boca pegada a mis chichis, ella me vio con mirada lánguida, excitada a mil, y yo la besé, y luego del beso dije: Gracias mi niña, gracias por... decirme tu inmenso amor con tan bellas y placenteras caricias, y ella nada decía, pero una de sus manos estaba en una de mis chichis, y la otra acariciaba su propia chichita,

Tomé la manita que había estado dentro de mi pucha, y la besé agradecida, y al hacerlo detecté dos cosas, los primorosos y excitantes olores de mi propia pucha, y, carajo, el sabor de los jugos, pródiga la puchita los derramaba, y lo mismo bañaba los dedos, y por eso deseé, sin importarme el egoísmo sentido, chupar esos deditos, y lo hice, y ese deseo y esa acción me llevaba a otros deseos, esto es, saber el sabor de los jugos en la puchita de ella, jugos seguramente presentes en la puchita no acariciada todavía, y del deseo pasé a la acción, no sin antes echar un vistazo al estado de la sala oscura, nadie por los alrededores y los otros metidos en la película.

Entonces volví al beso más apasionada, con jadeos marcados, con deseos en ascenso, y ella, dichosa, se dejaba hacer no sin ella misma hacer las caricias posibles en especial en mis senos, lo más cercano y accesible, y mis manos desabotonaron la blusita escolar para sacar al aire los soberbios senos adolescentes y ella suspiró gozosa, me veía agradecida, y más cuando mis manos replicaron las caricias recibidas en mis divinas chichitas, las acaricié apretando los pezoncitos, escuchándola gemir de placer, y ya encarrerada me metí un senito completo a la boca para mamarlo y con esto otro orgasmo se detonó en mí y, Dios, el primero en ella, el orgasmo la obligó a emitir grititos de placer, en tanto mis manos andaban en la parte baja intentando llegar a la anhelada puchita, y el calzón, siempre el calzón impidiéndome arribar a donde me era indispensable llegar, por eso, sin reflexión, tiré de la tela, y esta se rompió y ya con esto mi mano acarició el suave terciopelo de la puchita pensado imberbe aún, pero no fue así estaba densamente poblada de pelitos deliciosos, y, carajo, nunca pensé sentir placer al acariciar pelos de pucha, pues al hacerlo con los míos había placer pero no tanto como el exquisito sentido en ese momento con pelos ajenos, además tiernos, suaves, deliciosos, y ella adoptó la misma posición y actitud asumida por mí momentos antes, esto es, se recargó sobre el respaldo, colocó las nalguitas en la orilla del asiento, abrió al máximo los muslos, preciosos por cierto, y, carajo, percibí los deliciosos olores salidos de tan hermosa puchita aunque la visión era precaria dada la oscuridad reinante, y mi mano acarició a lo largo y ancho de tan espléndida y rica panochita, y mis sensaciones fueron increíbles, nunca pensé gozar tanto tocando, acariciando una pucha ajena, vamos ni siquiera pensaba en la posibilidad de acariciar una, y menos, carajo, que esa primera puchita acariciada por mí fuera de la mi hermosa hija, pero ya mi mano estaba mojada, así de intenso era el escurrimiento del lindo conejito, y mis dedos, ansiosos, abrieron los dulces labios llenos de pelitos, y se introdujeron a donde ya era imprescindible llegar, al sentir esa excitante humedad, mi boca se fue a mamar las chichis momentáneamente abandonadas, y ella, mi preciosa niña, inició un movimiento sorprendente con sus nalguitas, al mismo tiempo gemía, sollozaba de placer, y con pocas caricias ella estaba emitiendo grititos, reflejo de su maravilloso orgasmo, orgasmo que bañó mi mano, no digamos mis dedos que casi se ahogan con tan colosal emisión de sabrosos líquidos, y digo sabrosos porque mis dedos insumisos se fueron a mi boca y esta los lamió casi en éxtasis placentero, carajo, no daba crédito, yo, allí, casi encuerada, con mi hija despatarrada en el asiento, con los pelitos y las chichitas al aire, suspirando, jadeando gimiendo su placer; aún así yo deseaba experimentar más y más cosas, por eso, y estimulada por el delicioso sabor de los jugos recogidos por mis dedos, pensé en sorber directamente de la preciosidad de puchita esos jugos del placer, y por eso, luego de otra mirada de reconocimiento al entorno, me senté en el piso, no sin sorpresa y sobresalto de mi adorable retoño, emociones momentáneas puesto que luego vio y descubrió cuáles eran mis intenciones, alcancé a verla sonreír, segura de recibir en instantes la visita de mi boca ávida de los jugos de panocha.

Por desgracia solo alcancé a succionar los preciosos olores de la puchita candente y jugosa, porque en ese momento alguien entró a la sala, me alarmé y, con rapidez inusitada, volví a mi asiento arreglándome la ropa, viendo desencajada a mi retoño hacer lo mismo.

Al momento de pasar el intruso y bruto interruptor, tuve ahora, una explosión en la conciencia: los urgentes y rápidos movimiento realizados pusieron de relieve lo clandestino de nuestro feliz desatino, y, carajo, lo "incorrecto" de mis acciones. Afortunadamente solo fue un instante de reacción moral estúpida, y ceso en el momento mismo de recibir un nuevo y sensacional beso de mi angelical niñita, además de sentir sus dedos hurgando de nuevo entre mis espléndidos pelitos de la pucha.

De todas formas pensé, esto no está bien, y no me refería a las acciones, sino al hecho de estarlas realizando en medio de tan altos riesgos, riesgos que podrían ser casi fatales para mi adorada chamaquita, más sabía que yo en materia del placer sexual, entonces, la besé con ternura, con mucho amor, y le dije: Mi niña, aquí ya no... podemos seguir; corremos mucho peligro, ¿por qué no continuamos en casa?, y ella, rió hasta con estruendo, y luego, en susurros, muy cerca de mi oído, dijo: ¡Eres fabulosa mamacita!, desde hacía años quería decirte... que nos fuéramos a la casa.

Pues sí, repliqué, solo que allá, está tu padre y... no sé si podremos continuar, dije con un poco de frustración, pero ella siguió: Ya es de noche, mamacita..., papá no tarda en dormirse, y entonces... bueno, hasta puedes ir a mi recámara y allí seguimos, ¿no?, ¿verdad que sí quieres mamacita?, Claro, claro, lo deseo intensamente, ¿estás contenta?, Ay, mamacita... con el amor que me has dado, ¿cómo no estar supercontenta?,

Y nos fuimos a casa. Y en la forma prevista me fui a la recámara de mi retoño. Ella fue la del mágico pretexto, delante del padre, dijo: Oye mamá, ¿quieres dormir conmigo?, me siento mal, y con miedo, a lo mejor me pongo más mala en la noche y, pues... si duermes conmigo, me ayudas en caso de ocuparlo, ¿no? Sin consulta al consorte acepté luego de expresar mi falsa preocupación. En realidad no dormimos investigando y descubriendo más y más hermosas formas de darnos mutuamente placer, de estos descubrimiento el que se lleva las palmas es el fabuloso 69, mi audaz chiquilla lo puso en práctica cuando yo le estaba lamiendo ricamente la puchita, y ella deseaba solazarse en el placer de mamar mi pucha, algo ya experimentado casi en las primeras de cambio en esa inerrable noche de inmenso placer, yo inicié la etapa de mamadas, ya tenía la intención en el cine y lo iba a hacer, la llegada del intruso lo impidió. En fin, si es de su interés saber los detalles de esta colosal noche de cogida y placer entre mi hija y yo, díganlo y con gusto se los relato.

Desde entonces nos amamos en cuerpo y alma... aunque el viejo siga allí, hemos encontrado las formas y los tiempos para satisfacer cotidianamente, varias horas, nuestros deseos, y nuestras cositas tengan las caricias de la otra, siempre con inmenso amor y placer.

 

Linda

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