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La historia de Miranda

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Hola, mi nombre es Vanesa.

En esta ocasión les contaré lo que ocurrió la noche del cumple de mi amiga Rebeca.

Como recordarán, mi papá me había dado permiso de quedarme a dormir la noche de la fiesta en casa de mi amiga, gracias a la ayuda de su tía Penélope.

Mi papá me compensó la pérdida de tiempo (los albañiles se fueron tarde y evité siquiera verlos, no fuera a ser que se cumpliera mi sueño) dándome dinero extra para que comprara un vestido para la fiesta. Como las tiendas departamentales cerraban temprano, me apresuré pues quería además comprar el regalo para Rebe. La verdad era que no tenía idea de qué obsequiarle.

Así que pasé el rato viendo escaparates y vi un hermoso vestido blanco. Entré a la tienda y me lo probé. Demás está decir que lo compré. Al salir de la tienda ya era tarde y preferí regresar a casa. El sábado por la mañana buscaría qué darle. Y ocurrió que mientras pensaba con qué combinar el vestido recordé que Fabiola, una amiga del cole, vendía lencería por catálogo. A mi amiga, le gustó un conjunto de panty, bra y medias que vio precisamente ahí… Pensé comprarle uno negro… Y otro para mí, pero en blanco, para que hiciera juego con la ropa que había comprado. En cuanto llegué a la casa marqué el teléfono de Faby y le hice el pedido, avisándole que pasaría al mediodía a recogerlo.

El sábado fue un día ajetreado. Por la mañana mi papá me pidió que lo acompañara al club para desayunar. De regreso, me llevó a casa de mi amiga para recoger el pedido. Envolví el de Rebeca sellándolo con un listón rojo en forma de moño y una rosa del mismo color. Bajé a la cocina y preparé la comida de los dos. Poco después me duché y casi fui corriendo al salón de belleza a que me hicieran el peinado para la fiesta. Regresé a vestirme y mientras desfilaba por la casa yendo de un lado a otro me fijé que mi papi se había bañado, afeitado y locionado también, pero no dije nada, me urgía estar lista pronto, pues Beca me había pedido que estuviera temprano para ayudarle a acomodar unas cosas.

Cuando bajé por las escaleras mi padre ya me esperaba abajo. Nos contemplamos sorprendidos.

- ¡Cómo has crecido! Es un hermoso vestido y es la primera vez que te veo con medias… Ya eres toda una Señorita.

- Y tú no te quedas atrás… ¿Vas a salir?

Él carraspeó y sólo gruñó, dando a entender que sí.

Subimos al auto y nos enfilamos a la casa de Penélope, la tía de Rebeca.

Al llegar, me bajé del auto despedí con un beso a papá, me dio dinero por lo que pudiera ofrecerse y se fue.

Beca ya estaba en la puerta, esperándome, nos saludamos y le pregunté por su hermano y su tía, a quién tenía ganas de saludar. Mi amiga me dijo que su tía no iba a estar que tenía asuntos que atender (y me guiñó un ojo) y que su hermano había salido de la ciudad y no regresaría hasta el lunes.

Sentí pena por ella. Siempre he pensado que un cumpleaños es una ocasión especial que debe ser compartida con la familia y los amigos. Al menos estaríamos sus amigas.

Cuando pasamos a la sala, ya habían quitado casi todos los muebles para dejar espacio para bailar; al fondo una mesa con bebidas y botana. Faltaba inflar globos, acomodar las sillas y uno que otro detalle.

Estaba además, una pareja. Él, un chico muy apuesto, varonil, parecía salido de un grupo juvenil de moda, como de unos 18 años y medía 1.80 aproximadamente.

Ella… Era hermosa, piel blanca, esbelta, rubia, con un porte de bailarina de ballet.

-Mi prima Miranda… - Dijo Rebeca – Y su novio Alberto.

-Mucho gusto.

Me había imaginado que era pariente de mi amiga. Los ojos grises y expresivos y los labios carnosos y rojos eran comunes en ellos. Me parecía extraño que no me hubiesen hablado nunca de ella. Aunque a decir verdad, poco hablaban de la familia.

Terminamos de arreglar los detalles y poco a poco fueron llegando las chicas del cole, algunas con sus novios, otras solas… Unas más en compañía de algún hermano, primo o chaperón y la fiesta trascurrió alegremente.

Yo me moría de ganas de que la fiesta terminara, para darle mi obsequio a Rebeca, tenía deseos y emociones encontradas al respecto. Quería terminar lo que habíamos iniciado en el clóset de su tía, pero me daba miedo que fuera a creerme una pervertida.

Me encontraba sumida en esos pensamientos cuando alguien me tocó por detrás del hombro. Era Miranda. Me preguntó si lo estaba pasando bien. Asentí. Le pregunté de dónde era, pues Rebe nunca la había mencionado. Sonrío y me dijo que era de la ciudad.

Me impresionaba su belleza, a la que sacaba provecho con el vestido corto de color púrpura que llevaba puesto. Había elegido bien su maquillaje, pues sus párpados destacaban con los tonos morados que eligió.

-¿De verdad no me reconoces?

La miré bien. Pero no conseguía reconocer algo más.

-Soy Eric, el hermano de Rebeca.

La afirmación me impactó. A Eric lo había tratado poco. Siempre me cohibía su presencia pues me gustaba. Era un chico tan hermoso como…

-No entiendo Eric, ¿por qué vistes así?

-Vane, quiero contarte un secreto…

Y así fue como Eric me confesó su historia, que reproduciré tal cual y con su autorización.

"Cuando tenía seis años, encontré en el armario de mi madre una peluca. Tuve por ocurrencia colocármela y me miré al espejo… El reflejo me conmocionó. Salvo por el color del cabello y uno que otro detalle, era como mirar a mi hermana.

Un cosquilleo recorrió mi cuerpo. Supe que dentro de mí había una mujer, que no era posible que la niña del otro lado del espejo fuera sólo un efecto producido por la peluca.

Así, conforme fue pasando el tiempo y aprovechando las ausencias de los demás en la casa ocupaba el tiempo buscando la peluca y los vestiditos que Rebeca iba dejando al ir creciendo y que mi mamá guardaba en una maleta.

Para cuando cumplí los ocho años, ya era prácticamente una niña: aprendí a vestirme, a caminar, a sentarme y hasta ir al baño como tal.

Fue poco después de que mi madre nos dejara, tendría 11 años, que descubrí no sólo vestidos, también pantaletitas. Solía usar mi ropa interior cada que me vestía, pero esa vez, la tentación fue mucha y me las puse; lo mismo que un corpiño.

De inmediato sentí una erección, cosa rara pues nunca había tenido una, era la primera vez; me puse una falda, rellené con unos calcetines el corpiño de modo que pareciera tener un busto incipiente, me puse una blusa, unas mayas y zapatos. Acomodé la peluca y listo… quedé muy linda.

El único problema era que mi erección formaba un bultito sobre la falda. A pesar de eso, pasé el día entero vestida así. Mi padre solía llegar casi a las 9:30pm y Rebeca estaba en la secundaria en el turno vespertino y llegaba a la casa a eso de las 8:30pm lo que me daba muchísimo tiempo.

Antes de que mi hermana regresara, comencé a desvestirme y a guardar todo en su lugar. Me miré una vez más en ropa interior con la peluca puesta y la erección fue más fuerte. Al bajarme las pantaletas toqué mi pene y empecé a sobarlo y al mismo tiempo sentí un placer extraño. Me imaginé vestida, saliendo a la calle, viendo los aparadores de las tiendas mientras algún niño me miraba y me silbaba.

Entonces ocurrió… las piernas se me doblaron, las fuerzas se fueron exhalé un suspiro y un largo chorro caliente y blanco salió con fuerza de mi miembro. Fue una experiencia excitante. Limpié y guardé todo, fantaseando con vestirme al día siguiente y salir de la casa a dar una vuelta.

Así ocurrió. Fue la misma rutina, sólo que para evitar la erección me "escondí" el pene entre las piernas y al ponerme las pantaletas me di cuenta de en verdad parecía niña. Hice los últimos ajustes a la peluca, agarré el picaporte de la puerta y respiré profundo. Una de las ventajas de la casa donde vivíamos era que estaba sobre una avenida con un camellón muy amplio, prácticamente no teníamos vecinos, pues había oficinas y un estacionamiento para un restaurante. No tenía que preocuparme de que alguien pudiera reconocerme.

En cuanto el sol me dio en la cara y sentí el viento por entre mis piernas y bajo mi falda, me sentí libre. Avancé unos pasos y al pasar por el estacionamiento y ver al muchacho que lavaba los autos me pregunté si se daría cuenta de que no era niña. Tuve un ataque de pánico y quise regresar corriendo a la casa, pero como el muchacho sólo me miró y ni siquiera me puso atención me di cuenta que de verdad era una niña. Caminé dos cuadras más regresé a la casa.

Los días transcurrían, y cada vez caminaba más, casi hasta llegar al parquecito más cercano. Fui a prendiendo más modos y como nadie me molestaba no ocurría nada, era una niña más.

Iba y venía para todos lados, incluso, me atreví a ir a la tiendita y comprar dulces, la tendera ni cuenta se dio y eso me llenaba de valor. En una ocasión un muchacho me preguntó una dirección y lo acompañé casi hasta el lugar donde iba. Lo más emocionante fue cuando me atreví a ir al parque y subirme en los columpios. Un grupo de niñas que jugaban con sus muñecas me invitaron a jugar y así fue como me hice de un grupo de amigos. Cuando preguntaron mi nombre, me llegó de pronto a la cabeza: Miranda, les dije y así me llamaron. ¡Hasta un novio tuve! Era el hermano de una de las niñas con las que jugaba en el parque.

Al tratarlas aprendí más sobre los usos y costumbres femeninas y comencé a usar la ropa de mi hermana, pues quería verme más adolescente.

Después nos mudamos de casa. Eso rompió la relación con mi novio, que nunca supo lo que yo era en verdad y que además fue el primero en besarme.

Con el cambio de residencia, las cosas se me complicaron, Rebeca y yo teníamos el mismo horario y pues no había modo de que la casa se quedara sola para poder transformarme. Me daba mucha envidia ver a Rebeca cómo se arreglaba y vestía para salir mientras yo tenía que aceptar quedarme tal cual. Un día mi hermana me dijo que saldría y que regresaría tarde, en cuanto se fue, me dirigí al cuarto a buscar la peluca, luego fui al cuarto de ella y tomé su ropa interior, pues la que había en la maleta ya no me quedaba. Tomé un vestido muy bonito y me apresuré a arreglarme. Me di cuenta que no llenaba el sostén y lo rellené con calcetas, intente maquillarme (nunca lo había hecho) pero no quedé muy bien y luego me lo quité, acomodé la peluca cogí el bolso y abrí la puerta... Allí estaba ella: Rebeca. Me miró sin mucha sorpresa y me dijo: "Hoy no quedaste bien, no luces, métete." Quería que me tragara la tierra. Me metí. No sabía qué hacer.

-No te preocupes – dijo- he visto lo que haces. Una vez no tuve las últimas clases y regresé a la casa temprano. Al pasar por el parque, te he visto con tu novio y tus amigas. He de confesarte que me sorprendió. Pero, bueno, eres mi hermano y sólo nos tenemos los dos... te comprendo porque a mi me agradan las chicas...

-Gracias – fue todo lo que pude contestar.

Me tomó de la mano y me llevó a su cuarto. Comenzó por enseñarme cómo maquillarme, mejoró mi aspecto y me dijo que no llenara el sostén con calcetas pues se veían falsos los senos. Me trajo dos globos rellenos de agua y me los colocó. Quedaron bien.

-Esos mientras compramos algo más natural.

A partir de entonces comenzamos a salir juntas. Me presentó a sus amigos como su prima. Me ayudó a comprar ropa.

Una ocasión, no hace mucho me presentó a Alberto, que resultó ser un chico estupendo y con quien tuve mi primera relación..."

En ese momento, alguien rompió una botella de tequila. Algunos chicos habían comenzado a tener diferencias Rebeca decidió concluir el festejo antes de que ocurriera una desgracia. Eric prometió terminar de contarme su aventura en otra ocasión y yo me sentí nerviosa.

El momento de la verdad se acercaba...

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