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Un chantaje muy especial

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Una tarde de viernes en que llegué a casa al salir de trabajar, me encontré a Isabel con cierta preocupación pintada en el semblante. Le pregunté que le ocurría y, sin contestarme, me pasó un sobre bastante voluminoso que tenía en la mano. Saqué su contenido: era un DVD y una nota que lo acompañaba, que pasé a leer:

"Hola pareja. Supongo que este escrito os cogerá un poco de sorpresa, pero es para que sepáis que vuestras hazañas eróticas no son tan discretas como pensabais. Cuando las cosas se quieren llevar tan en secreto es necesario atar todos los cabos, y en este caso no lo habéis hecho. Si visionáis el DVD que acompaña a esta carta, y que es copia del original que obra en mi poder, veréis que describe de forma explícita la impresionante orgía que se desarrolló hace unos días en la peluquería de Clara (ver relato "una grata sorpresa"). Con eso entenderéis que estáis en mis manos, porque si lo que ahí está grabado se hace público, es evidente que os crearía muchos problemas de todo tipo.

Pero no temáis, porque no voy a pediros dinero por destruirlo. Los favores que pretendo de vosotros son de otro tipo, incluso diría que no os desagradará demasiado cumplirlos, y os los pediré en breve mediante un nuevo mensaje. Hasta pronto, y os ruego encarecidamente que no comentéis esto con nadie, porque como me entere, y os aseguro que puedo enterarme, no os traería sino complicaciones".

Al leer aquello se me cayó el alma a los pies. Habíamos tenido sumo cuidado de que nuestras correrías sexuales se desarrollasen en la más absoluta intimidad, pero de una forma o de otra alguien nos había descubierto y pretendía chantajearnos.

Abrí la caja del DVD y lo puse en funcionamiento. En la pantalla del televisor apareció una imagen que aun teníamos grabada en la retina: Isabel y su hermana Lidia, tendidas sobre la camilla de masajes, estaban una sobre la otra, realizando un apasionado sesenta y nueve, mientras yo, de pie, me follaba a mi cuñada y Luis hacía otro tanto con mi mujer. Más al fondo se veía a Clara y Celia, que estaban a cuatro patas en el sofá, una frente a la otra, siendo sodomizadas por Carlos y Juan, al tiempo que las dos mujeres se prodigaban mutuamente todo tipo de caricias.

Dos cosas me llamaron poderosamente la atención: La primera era quien había podido grabar aquel vídeo, ya que todos los asistentes a la "fiesta" salíamos en la grabación, y allí no había nadie más, y la segunda era que, sin ningún género de dudas, las tomas estaban efectuadas desde el ventanuco ¡el mismo lugar donde yo había estado escondido hasta que llegó el momento de participar en la bacanal!.

Pero de cualquier forma, lo cierto es que estábamos bien pillados. Fui a apagar la grabación, cuando mi mujer, con la voz algo ronca, me dijo:

―Espera, deja seguir―

La miré sorprendido, porque sabía que esa voz solo se le pone cuando está excitada.

―No me digas que te pone cachonda ver eso. ¿Tu eres consciente del lío en que estamos metidos?―

―Me doy perfecta cuenta, pero también de que eso ya es inevitable. No hay marcha atrás. Y también de que la persona que nos lo mandó, si tuviera intención de hacerlo público, ya lo hubiera hecho sin molestarse en enviárnoslo. Por lo que deja entrever en la carta, lo que pretende de nosotros no debe estar muy alejado de lo que estamos viendo en la pantalla, y si es así, no veo problema alguno en complacerle―

―Bueno, visto así, el problema parece menos serio― dije aliviado

―Pues entonces, ya que no podemos evitarlo, vamos a disfrutarlo―

Y se subió la falda, para después, cogiendo mi mano, la llevó a su entrepierna con claras intenciones. Yo me dejé ir. Sin apartar la vista de lo que se reflejaba en la pantalla del televisor, introduje mi mano dentro de sus bragas. La muy zorra estaba chorreando. Comencé a acariciarla, mientras veía como todos los asistentes a la tremenda orgía que habíamos organizado unos días antes nos concentrábamos en mi cuñada Lidia, transformada en una auténtica porno star. Mi temperatura empezó a subir y con ella el tamaño de mi polla, que Isabel se las arregló para sacar del pantalón y agradecerme la masturbación que le estaba dando con un tratamiento similar.

Nos estuvimos acariciando suavemente, olvidándonos por completo del problema que se nos había venido encima. Mi mujer, súper excitada, tuvo un par de orgasmos en poco tiempo. A mi me hacía falta algo más y así se lo hice saber. Se arrodilló en el suelo delante de mí y, metiéndose mi polla en la boca, me propinó una soberbia mamada que hizo que la inundara completamente en cuestión de segundos.

Cuando terminó de emitirse la proyección, volvimos a la cruda realidad. Aunque provisionalmente habíamos conseguido evadirnos durante un rato, el problema seguía ahí. Yo estaba más preocupado que ella. Si aquello se daba a conocer, la imagen de todos los que salíamos en aquel video quedaba definitivamente por los suelos. Me tranquilizó diciendo que era mejor no hacer cábalas y esperar pacientemente al siguiente mensaje, que estaba segura que no tardaría en llegar.

Efectivamente, el lunes siguiente, un nuevo sobre apareció en el buzón de mi domicilio. Cuando llegué del trabajo, Isabel ya lo había abierto y me lo entregó. Su expresión, tras haberlo leído, no solo no era de alteración ni disgusto, sino que noté un brillo extraño en sus ojos, que yo muy bien conocía y que solía reflejar excitación; todo ello que me tranquilizó un tanto. El texto, que pasé a leer, era el siguiente:

Estas instrucciones, que deberéis seguir escrupulosamente, son para el próximo jueves. Deberéis poneros previamente en contacto con Lidia, quien también intervendrá en lo que a continuación os voy a indicar. Las dos mujeres deberéis ir vestidas de negro, ambas con falda discretamente corta, medias hasta medio muslo, no pantys, de igual color, y, esto es lo más importante, sin ningún tipo de ropa interior.

Saldréis los tres de vuestra casa a las diez de la noche, cogeréis el coche y os dirigiréis al club Tentaciones, que está a unas dos horas saliendo de la ciudad hacia Madrid, en la misma carretera. Entraréis en el club por separado, las mujeres por un lado y el hombre por otro. No os preocupéis, porque aunque se trata de un club de alterne y en teoría no pueden entrar más mujeres que las profesionales que allí trabajan, ya tienen instrucciones para no poneros pega alguna. Una vez dentro, las mujeres deberéis sentaron en una de las mesas y el hombre en la barra del bar, como si no os conocieseis de nada. Allí, las mujeres deberéis empezar a luciros, y cuando digo luciros me refiero a que saquéis provecho de que vais sin bragas. No os cortéis, porque me he molestado en buscar un sitio lo suficientemente alejado para que nadie os reconozca. Si alguien os invita a pasar al reservado, que podéis estar seguras de que lo harán, porque aunque vuestra edad sea superior a la del resto, las novedades siempre llaman la atención en esos lugares, lo haréis, pero siempre las dos juntas. Cobraréis una tarifa de sesenta euros cada una, que supongo que os vendrán muy bien, y os plegaréis a todos los deseos de vuestros circunstanciales acompañantes.

Cuando salgáis del reservado os haré llegar nuevas instrucciones

Al terminar de leer aquello, levanté la vista y me quedé mirando para Isabel. No abrió la boca, pero aquel extraño brillo se seguía reflejando en sus pupilas. Estaba vestida con bata de casa y zapatillas, y debajo no llevaba más que la ropa interior. Me acerqué a ella y desanudé el cinturón de la bata; metí la mano dentro de sus bragas, y me encontré con un coño totalmente empapado, lo que confirmaba que estaba caliente como una gata en celo.

―Pedazo de golfa― le dije con una sonrisa –te has puesto cachonda solo de pensar en hacer de puta―

―No lo puedo negar, solo con imaginarme la situación me mojo como una cerda― y echando mano a mi paquete, que se había abultado visiblemente, me dijo –aunque tú tampoco puedes negar que se te ha puesto bien dura―

Sin decirnos nada, comenzamos a desnudarnos mutuamente de forma apresurada, y follamos desenfrenadamente sobre la alfombra de la sala, sin molestarnos siquiera en buscar una cama.

Cuando nos desfogamos adecuadamente, volvimos a abordar el asunto.

―Bueno, no parece que la penitencia vaya a ser dura de cumplir. Fíjate como nos hemos calentado solo con conocerla― dijo Isabel, aun jadeante por el revolcón.

―Nosotros no― le recordé― pero piensa en tu hermana. ¿Cómo se lo va a tomar? Y sobre todo ¿Cómo se las va a arreglar para salir de casa por la noche sin explicarle nada a su marido?―

―Te estás olvidando de que mi cuñado viaja de lunes a viernes y duerme fuera de casa. El único riesgo es que llame al teléfono fijo de casa, pero eso se soluciona dejándolo descolgado mientras Lidia esté ausente, y manteniendo el móvil apagado mientras dure la aventura. En cuanto a como se lo tomará ella, pues igual que nos lo estamos tomando nosotros, o ya no recuerdas la exhibición de calentura y sensualidad que nos dio el otro día. Te aseguro que sabrá estar a la altura de las circunstancias. De hecho voy a llamarla ahora mismo para contárselo. Ya verás como tengo razón―

De inmediato cogió al auricular y llamó a su hermana, contándole todos los pormenores de aquella sorprendente y excitante situación. Tal y como había anticipado, Lidia no solo no puso objeción alguna, sino que se destapó diciendo que estaba deseando que llegase el jueves para poder disfrutar de la experiencia, que a su juicio era de lo más prometedora.

Al día siguiente, martes, las dos hermanas salieron de compras por la ciudad, pues aunque las dos disponían de las prendas necesarias que se ajustasen a las órdenes de nuestro misterioso chantajista, querían ir lo más irresistibles posible, y que mejor que estrenando ropa.

Y llegó el jueves. A eso de las ocho de la tarde, Lidia se presentó en mi casa con cara sonriente y despreocupada. No vestía la ropa que se le había dicho, pero en la mano portaba una bolsa en la que supuse que iban dichas prendas.

Pasaron las dos al cuarto de baño a asearse y cambiarse de ropa, dejándome solo. Las esperé tomándome tranquilamente un güisqui en la sala, calculando que tardarían un buen rato. Me quedé corto en mi suposición, puesto que estuvieron allí dentro cerca de hora y media.

Pero la espera mereció la pena. Estaban esplendorosas las dos, el maquillaje realzaba la belleza de sus rostros, a lo que había que añadir un agradable olor a Chanel nº 5, el perfume habitual de mi mujer. Y que decir del vestuario: dos trajes chaqueta de color negro, con faldas que superaban discretamente las rodillas, mostrando de forma sugerente el nacimiento de los muslos, que marcaban perfectamente sus figuras, y blusas de idéntico color, ligeramente transparentes, lo suficiente para mostrar a cualquier observador la ausencia de sujetador. Estaban las dos para comérselas. Me dieron ganas de quedarme allí con ellas y pasar una velada de sexo salvaje enfrascados en un maravilloso trío, pero evidentemente no era posible. Para más inri, ambas levantaron sus faldas al unísono, mostrándome sus deliciosos chochitos completamente depilados, que hicieron que por unos instantes volviera a replantearme la conveniencia de salir de allí.

Bajamos al garaje y nos introdujimos en el coche, y partimos rumbo al lugar indicado. Tal y como nos había señalado nuestro desconocido amigo, tardamos unas dos horas en llegar al punto de destino. Un intermitente y espectacular rótulo luminoso nos anunció, ya desde lejos, que habíamos llegado. Había numerosos coches aparcados en la explanada que circundaba el establecimiento, un lujoso chalet de considerables dimensiones.

Tras ponernos de acuerdo, decidimos que lo más adecuado era que entrase yo antes, y ellas lo hicieran poco tiempo después. Cuando traspasé el umbral del local, me di cuenta al instante de que no estaba en un puti club de carretera cualquiera, sino en un establecimiento decorado con sumo gusto y gran profusión de detalles. Otro tanto había que decir de las chicas que por allí pululaban, que eran de esas que cuando te las cruzas por la calle no puedes evitar volver la vista atrás. Sin estar completamente abarrotado de clientes, sí había los suficientes como para pasar desapercibido, lo cual me resultó grato. Con paso resuelto me dirigí a la barra, tal y como se me había indicado, tomé asiento en un taburete y pedí un güisqui al camarero que vino solícitamente a atenderme.

Pocos instantes después, mi mujer y mi cuñada hicieron su aparición. Tras buscarme con la mirada, por fin me localizaron y fueron a sentarse a la mesa vacía más próxima a donde me había ubicado.

Varios codazos y cuchicheos entre mis vecinos de barra hicieron que me percatase de que no habían pasado desapercibidas. Nada más tomar asiento, y cumpliendo fielmente las instrucciones que habían recibido, iniciaron una serie de cruces, descruces y aperturas subrepticias de piernas, mostrando con claridad la ausencia de braguitas, todo ello con un aire de inocencia tal que no parecía que fuesen conscientes de la expectación que causaban en la clientela, provocando un murmullo de comentarios por parte de todos los ocupantes de la barra, que estaba muy poblada.

Aquello pronto tuvo sus consecuencias: dos hombres de unos 35 años, uno rubio y el otro moreno, trajeados, encorbatados y engominados al más puro estilo ejecutivo se acercaron hasta la mesa y cortésmente solicitaron permiso para acompañarlas, que les fue concedido gustosamente. Tomaron asiento y los cuatro pidieron unas consumiciones. Estuvieron conversando durante unos diez minutos, sin que yo me enterara en absoluto de cual era el tema de conversación, pero a juzgar por sus expresiones debía de tratarse de cosas intrascendentes, pero lo que era evidente era que aquellos tipos cada vez se volvían más confianzudos. El rubio tenía cogida de la mano a mi cuñada, mientras que el otro, algo más atrevido, había posado la suya sobre el muslo de mi mujer, y avanzaba hacia arriba a marchas forzadas. El estar obligado a mantenerme totalmente al margen de aquello, hizo que me invadiese una sensación un tanto extraña, como si los celos y la impotencia de no poder intervenir me aguijoneasen, pero me dije:

―a estas alturas de la película me voy a poner en plan moro. Si seré idiota―.

Estaba teniendo esa reflexión cuando de repente los cuatro se levantaron, y se dirigieron a una puerta que supuse debía conducir hacia los reservados, tal y como estaba previsto en el guion que alguien había escrito para nosotros. Mi mujer se despidió de mí guiñándome un ojo con disimulo.

Así es que me quedé solo, y pedí otro güisqui al camarero. Cuando me lo trajo, lo acompañó con un sobre cerrado, diciéndome:

―Esto me lo acaba de dejar un señor para usted―

―¿Quién?― pregunté

―Pues no lo sé, porque me lo entregó, dándome instrucciones de que se lo diera a usted, y acto seguido se marchó―

No es que estuviera demasiado sorprendido, porque ya me esperaba algo así, pero me hubiera gustado verle la cara a aquel individuo. Estuve a punto de preguntarle por su descripción física, pero finalmente llegué a la conclusión de que no sacaría nada en limpio, porque entre otras cosas era presumible que el camarero estuviese bien untado, así que lo dejé correr.

El sobre contenía un objeto que al tacto era más contundente que un simple papel. Lo abrí y me encontré una tarjeta de apertura de la habitación de un hotel –Hotel Lido, habitación 316―, y lo acompañaba una nota que decía:

Hola amigo. La tarjeta que acompaña a este escrito es la de la habitación de un hotel que está a pocos kilómetros de donde te encuentras, dirección Madrid. Cuando las putitas que esperas se cansen de recibir polla y regresen al bar, cogéis el coche y os vais hacia allí. Subís a la habitación y os preparáis un buen baño en el yacuzzi, que buena falta les hará a esas dos zorras.

En una de las mesitas de noche encontraréis tres antifaces de dormir. Una vez que estéis los tres desnudos en la bañera, os los ponéis, pero bien puestos, sin que quede un solo resquicio para poder mirar –no hace falta que recuerde a que os exponéis en caso de desobedecer mis órdenes―. Allí volveréis a tener noticias mías.

Me jodió bastante leer unos comentarios tan despectivos acerca de Isabel y su hermana, aunque en honor a la verdad en aquellos momentos eran pura realidad.

Aun tuve que esperar pacientemente durante mucho tiempo hasta que ellas reaparecieron. Su aspecto aun seguía siendo sumamente atractivo, pero poco tenía que ver con el que tenían cuando salieron de casa. Mucho más despeinadas, y aunque se habían retocado un poco, el apuro no les había permitido maquillarse adecuadamente. Tampoco la ropa, algo arrugada, presentaba el impecable aspecto que había tenido solo un par de horas antes.

Pasaba de las dos y cuarto de la madrugada. Tras pagar lo que había consumido, abandoné el local, indicándoles con un leve gesto que las esperaba fuera.

Tardaron pocos minutos en llegar al coche.

―¿Qué tal?― les pregunté despreocupadamente, intentado restar trascendencia al asunto

―Muy bien― respondió mi cuñada con una sonrisa –fue una auténtica pasada― en ese instante tuve la sensación de que, pese a su escasa experiencia en relaciones liberales, se estaba volviendo más zorra y depravada que mi mujer.

Ésta tomó la palabra –tenemos mucho que contarte, sorpresa incluida, y de las gordas―

―Pues espero que lo hagáis con todo lujo de detalles; bien lo merezco, tras estar haciendo de plantón con los dientes más largos que el conde Drácula, mientras vosotras os poníais las botas.

―Claro que te lo mereces. Pues verás: estos chicos eran dos ejecutivos madrileños que estaban aquí de paso. Voy a obviar lo que sucedió hasta que salimos del bar, excepto que nos pidieron que fuésemos los cuatro juntos al mismo cuarto, cosa que aceptamos encantadas porque era precisamente lo que teníamos previsto. Nos dirigimos, pues, a la habitación, que tenía una gran cama de agua, más que suficiente para los cuatro. Nada más entrar, a nosotras solo nos dio tiempo a sacarnos la chaqueta, porque a continuación, mientras el rubio cogía a Lidia y le plantaba un tremendo beso de lengua, al tiempo que comenzaba a desnudarla, el otro me empujó sobre la cama, sin desnudarme, se arrodilló en el suelo junto a mí, me subió la falda hasta la cintura, y se puso a comerme el coño como un poseso. Fue un poco violento e inesperado, pero no por ello dejó de gustarme, porque la verdad es que lo hacía bien. Tomó los labios vaginales con los dedos, los abrió hacia los lados y comenzó a lamer las paredes. Movía la lengua con mucha rapidez, alternándolo con chupadas de clítoris, que a veces cogía suavemente con los dientes, provocándome unas sensaciones extraordinarias, que consiguieron que me olvidara de la extraña situación que estaba viviendo y me abandonara por completo al intensísimo placer que me inundaba. En definitiva: sabía comerse un coño. Cerré los ojos y tardé poquísimo en alcanzar mi primer orgasmo. Volví a abrirlos cuando noté que algo duro y palpitante rozaba mi mejilla. Era la polla de su compañero, que tumbado en la cama, ya completamente desnudo, esperaba pacientemente a introducirla en mi boca, invitación que no dudé en aceptar. Al mismo tiempo noté que alguien me estaba desnudando. Con el rabillo del ojo vi que era Lidia, ya también sin ropa. Tras desvestirme a mí, hizo lo mismo con el que me estaba comiendo el coño, sin que éste interrumpiera ni un instante su lamida.

Pronto cambiamos ligeramente de posición. El rubio me quitó la polla de la boca, se puso de rodillas sobre mi cabeza, dándome la espalda, y metió su polla entre mis tetas. Al mismo tiempo, la lengua del moreno, que ya me había proporcionado un par de orgasmos, se apartó de mi coño y al instante fue sustituida por su polla, que yo todavía no había visto pero que se sentía enorme dentro de mí. Yo lo único que veía era el culo del rubio sobre mí, así que, abriendo sus nalgas con las manos, elevé un poco la cabeza e inicié un apasionado beso negro sobre su agujero, concentrando en él la respuesta a las intensas sensaciones que sentía―

Mi cuñada la interrumpió.

―Yo, que hasta ese momento me había quedado al margen, estaba un poco desconcertada pero tremendamente caliente; no sabiendo muy bien que hacer, me situé en el medio de los dos hombres y, arrodillándome, con mis manos ceñí las tetas de Isabel contra la polla del rubio, que reaccionó iniciando una especie de mete y saca. Aproximé mi boca hacia allí y empecé a repartir lamidas, ahora en las tetas de mi hermana, ahora en la punta de la polla de quien se las estaba follando, aprovechando sus intermitentes apariciones. La sorpresa me la llevé en un momento en que se me dio por levantar la cabeza: los dos hombres, en pleno paroxismo, se habían aproximado y habían unido sus bocas en un apasionado beso. El morbo que me dio ver aquello me puso a mil, si es que no lo estaba ya. Casi inmediatamente, ambos comenzaron a convulsionarse. El primero en correrse fue el moreno, que sacando su polla del coño de Isabel, regó el estómago de ésta con una abundantísima ración de leche. Iba a dar buena cuenta de ella, bebiéndomela, cuando su compañero explotó. A este lo tenía muy cerca, así que al percatarme, me la metí de inmediato en la boca, donde se vació totalmente. Tuve que tragarme un poco, pero la restante, acumulada en mi boca, la compartí con Isabel como buenas hermanas en un tórrido beso, en el instante en que el rubio se le sacó de encima tras quedar desmadejado―

Continuó mi mujer.

―Estando nuestras bocas unidas, sentí como algo me acariciaba el estómago. Al incorporarme, vi con tremenda sorpresa –yo todavía no me había percatado de su bisexualidad― que el rubio estaba lamiendo la leche que había depositado allí su amigo, para después compartirla con él, tal y como habíamos hecho nosotras con la suya.

Tras superar la impresión, recordé que la única que no había disfrutado, al menos que yo supiera, era Lidia, y eso había que arreglarlo. Los dos hombres se habían quedado un poco al margen, prodigándose mutuamente tiernas caricias, y además necesitaban algo de tiempo para recuperarse, así que me vi "obligada" a proporcionarle placer a mi hermana. Hice que se tendiera en la cama boca arriba y yo lo hice a su lado, semi incorporada. Nos besamos, primero con suavidad y luego más profundamente, y después, mis labios y mi lengua fueron descendiendo poco a poco por su cuerpo, en una suave y continuada caricia, parándome un poco más en las zonas más sensibles. Cuando llegué a su coño, éste estaba chorreando. Lo abrí con los dedos y mi lengua se introdujo allí, saboreando el néctar que soltaba. Lidia chillaba y jadeaba, poseída por el placer, y justo en el momento en que mi lengua tocó su clítoris, se convulsionó en un espectacular orgasmo―

Siguió Lidia.

―Pese a mi intensa corrida, yo no quería que parase. Le pedí que continuara lamiéndome, y así lo hizo, pero yo ni así estaba saciada. Pedí una polla a gritos, y enseguida fui doblemente complacida, porque nuestros acompañantes, ya recuperados, se aproximaron a mi boca con las vergas en ristre. No lo dudé, tomé una con cada mano, y uniéndolas todo lo que pude, me las llevé a la boca. Pese a abrirla desmesuradamente, no pude llevar a cabo la deseada introducción tan bien como quisiera, pero al menos mi lengua las saboreó durante un buen rato, en el que el cúmulo de sensaciones de lamer dos pollas al mismo tiempo y sentir la lengua de mi hermana devorándome el coño, hizo que me viniera un par de veces más.

Ahora tocaba devolverle el favor a Isabel. La obligué a tenderse, y arrodillándome a sus pies, comencé a proporcionarle una lamida igual a la que ella me había dado momentos antes―

Le tocó el turno a Isabel

―Mientras mi hermana iniciaba el tratamiento, su culo en pompa era claramente tentador. Uno de nuestros acompañantes, el moreno, se percató de ello, y arrodillándose detrás de Lidia, se la introdujo de golpe en el coño. Ésta dio un respingo e intensificó el ritmo de las lamidas que me estaba proporcionando. Mientras tanto, el rubio tampoco se quedó al margen. Se situó de pie en el borde de la cama, justo detrás de su amigo, y aunque no lo pude ver bien debido a mi posición, la lujuria que traslucía el rostro de éste se intensificó, denotando que se la había metido por el culo.

Yo, entre la tórrida escena que veía y lo que sentía, me encontraba en el paraíso. No sé cuantas veces me corrí, pero puedo asegurar que fueron muchas―

Y mi cuñada finalizó el relato:

―Yo también tuve mis orgasmos en cascada, hasta que los hombres decidieron cambiar de posición. Obligaron a Isabel a ponerse a cuatro patas, el rubio me pidió que le trabajase a mi hermana el culo con los dedos y la lengua para aflojarle el esfínter. Quería sodomizarla. Así lo hice, utilizando sus propios flujos para facilitar mi labor. Cuando me pareció que estaba a punto, agarré la polla del rubio, y tras metérmela en la boca y darle una pequeña mamada para endurecerla al máximo, la llevé hasta la entrada del agujerito para ayudarle a introducirla, lo que logró sin dificultad. Yo, aunque había percibido perfectamente como momentos antes uno de los hombres había penetrado al otro, no lo había visto con mis propios ojos, y me provocaba un intenso morbo verlo, así que le pregunté al moreno si quería follarse a su amigo. Este asintió, y me apliqué a propinar al receptor una soberana lamida de culo, para luego ayudar a su compañero a introducírsela.

Después de eso, en lugar de buscar la forma de participar en aquello, preferí ver el espectáculo. Me senté en un sofá y me dediqué a contemplarlos, al tiempo que acercaba los dedos a mi coño para autosatisfacerme. Aquella escena provocaba en mí una extraña pero gratificante perturbación. Estaba tan excitada contemplándola, que me sacudió un orgasmo casi al instante de empezar a frotarme. Ellos seguían a lo suyo, pero no duró mucho. Mi hermana fue la primera en correrse. Se inició como si le hubiese dado un ataque epiléptico, luego su cara se tornó intensamente pálida y su cabeza se venció. Casi a continuación fue el rubio quien alcanzó el clímax, y el moreno, al notarlo, tampoco pudo resistir.

Cuando se separaron los tres, quise probar el sabor del culo de Isabel y me fui directa a limpiar con mi boca la verga del rubio, mientras que mi hermana hizo lo propio con la de su compañero.

Después nos vestimos y nos marchamos, no sin antes haber cobrado por nuestros servicios. No debieron quedar muy descontentos, porque nos habían contratado por 120 euros y nos dieron trescientos―

Yo, a medida que había ido oyendo el relato, me había ido entrando una morbosa excitación que finalmente se había convertido en un calentón tremendo. Si no llega a ser por la cercanía del hotel al que nos dirigíamos, hubiera parado el coche allí mismo y las habría obligado a que me aliviaran inmediatamente. Aun así quise hacerme el ofendido.

―Vaya, parece que esta vez os habéis superado. Que pasa, ¿que para disfrutar más necesitáis la presencia de maricones?―

―Maricones no― dijo mi mujer –bisexuales. Y no sé por que te sorprendes tanto, cuando me has confesado por activa y por pasiva que te encanta verme enrollada con otra mujer. Que pasa, ¿Qué nosotras no tenemos derecho a la recíproca?―

Aquella contestación me dejó sin argumentos, así que traté de desviar el tema.

―¿y habéis quedado de veros de nuevo con vuestros amigos?―

―Tanto como quedar no, pero les hemos dado nuestros números de móvil porque de vez en cuando vienen a nuestra ciudad. Pero no te preocupes, que no vamos a vernos con ellos sin que tú te enteres, celosillo, que eres un celosillo―

Quise protestar, pero la inmediata aparición ante nuestros ojos del rótulo del hotel al que nos dirigíamos hizo que me centrase en otras cosas. Con todo lo que había pasado, casi nos habíamos olvidado del verdadero motivo por el que nos encontrábamos allí, que no era otro que seguir las instrucciones de alguien que nos estaba haciendo chantaje.

Tras aparcar delante del establecimiento, entramos a la recepción. Yo llevaba la tarjeta de la habitación en la mano para evitar suspicacias por parte del recepcionista, pero no las hubo, sino que nos saludó atentamente sin hacer pregunta alguna, deseándonos buenas noches. Nos introdujimos en el ascensor, y pulsé el tercer piso. Salimos a un largo pasillo, y tras localizar el número de la habitación y accionar la tarjeta de apertura, pasamos a su interior.

Era un dormitorio amplio, de camas gemelas. Busqué en las mesitas de noche, y en una de ellas aparecieron los famosos antifaces de dormir. Siguiendo las instrucciones que se nos habían dado, pasamos al baño. En el centro estaba el yakuzzi, encastrado en el suelo. Era o suficientemente amplio como para albergar a cuatro o cinco personas. Tras ajustar la temperatura del agua, dejamos que se fuera llenando mientras nos desnudábamos.

Yo me moría con las ganas de follar. Necesitaba cuando menos un desahogo porque los acontecimientos y sobre todo el relato de lo que había pasado en la habitación del club, me habían dejado a punto de explotar.

Así se lo hice saber a Isabel, pero ésta me recordó que las órdenes que habíamos recibido eran bien claras. No obstante, me dijo que una vez que estuviésemos dentro de la bañera, nadie nos impediría dar rienda suelta a nuestras apetencias, y aunque no podríamos ver, nos quedaban todavía los otros cuatro sentidos.

Así es que nos introdujimos en el yakuzzi los tres y, dejando por el momento los antifaces al alcance de la mano, comenzamos a enjabonarnos mutuamente. Los suaves suspiros de las dos hermanas mientras esto se producía, me demostraron que no habían quedado lo suficientemente saciadas con la sesión de sexo del club de carretera. Yo, por mi parte, estaba que estallaba, pero mi cuñada recordó que había que colocarse los antifaces, y así lo hicimos.

Una vez puestos, reanudamos los toqueteos y las caricias. En la oscuridad, noté como la mano de una de ellas, en aquel momento no pude identificar cual, asió mi polla bajo el agua y comenzaba un lento movimiento masturbatorio, y otra comenzaba a sobetear mis hinchadísimos cojones. Me dejé ir; oía sus suspiros por lo que supuse que ellas también se estaban acariciando. Era una sensación extraña, pero tremendamente sugestiva por lo novedosa, lo que hizo que no tardásemos mucho en explotar los tres casi al unísono.

No bien habíamos terminado de corrernos, cuando nos vimos sorprendidos por un inesperado sonido: eran aplausos, que restallaban sobre nuestras cabezas. Pero lo más asombroso era que se percibía con claridad que eran al menos dos personas las que aplaudían.

Me quedé desconcertado. Una voz masculina me sacó de mi ensimismamiento:

―Lo habéis hecho muy bien, sobre todo las dos putitas. Parece increíble vuestra capacidad de recuperación, después de la sesión que habéis tenido en el club, de la que hemos sido testigos mi mujercita, aquí presente, y yo desde la habitación de al lado, a través de un visor simulado en un espejo. Si ya allí nos habíais calentado, ahora nos habéis puesto a tope, claro que eso tiene fácil solución. Nos vais a dar un tratamiento que nos alivie del estado en que nos encontramos, y para eso mejor nos vamos a las camas, donde todos estaremos más cómodos―

Aquella voz se me hizo vagamente familiar, pero fui incapaz de identificarla.

Oí la voz de mi mujer:

―No hay ningún problema, pero ¿podemos quitarnos ya los antifaces?―

―Por el momento no, eso todavía tenéis que ganároslo. Os ayudaremos a llegar a las camas, para que no tropecéis―

Casi al instante, sentí una mano, indudablemente femenina que se agarraba a la mía, por lo que deduje que era la de la mujer de quien nos hablaba. Tiró de mí para ayudarme a salir de la bañera, y una vez fuera, me arrastró, todo ello sin decir una sola palabra. Por los ruidos que percibía el hombre debía estar haciendo lo mismo con Lidia e Isabel.

Un momento después, me vi suavemente empujado hasta quedar sentado sobre una de las camas, y a continuación noté unas manos que me empujaban hacia atrás, hasta quedar tendido boca arriba sobre el lecho.

El desconocido volvió a hablar:

―Bueno, ahora vosotras dos me vais a hacer una mamada al unísono de huevos y polla, y él se va a comer a mi mujer bien comida. Después ya veremos como continuamos―

Sentí un cuerpo que se tendía a mi lado. Extendí las manos con cierta timidez y noté su desnudez y el contacto de unos pechos de extraordinarias dimensiones. Un suspiro de evidente excitación me indicó que estaba siguiendo el camino correcto, así que comencé a acariciarlos. Al tacto, noté que los pezones estaban muy duros, síntoma de que su propietaria tenía la lujuria a flor de piel. Acerqué mi boca a uno de ellos y me puse a succionarlo, primero con suavidad y después incrementando la intensidad, al tiempo que mi mano buscaba el otro para comenzar a pellizcarlo. La desconocida comenzó a gemir con insistencia, y casi al instante sus gemidos se entremezclaron con unos suspiros de placer, procedentes indudablemente de la cama de al lado. Noté como mi polla era asida por la mano de mi acompañante.

Estaba experimentando unas sensaciones tan extraordinarias que no recordaba haber sentido nada igual. Todo asomo de temor o desconfianza había desaparecido El ambiente que se respiraba en aquel recinto era de puro morbo y depravación. El propio hecho de no ver nada y de no saber a quien tenía al lado incrementaban el placer que estaba sintiendo, y saber que mi mujer y mi cuñada estaban allí al lado en una situación idéntica a la mía intensificaba todavía más aquellas sensaciones.

La mujer, silenciosa como siempre ―lo que hizo que me reafirmara en mis sospechas de que la conocíamos y se mantenía callada para no delatar su identidad― cambió de posición. Noté como sus muslos pasaban a flanquear mi cabeza y un ligero olor a sexo femenino invadió mi olfato. Noté el contacto de su coño en mi boca, en una clara invitación. Acerqué hacia allí mis manos como pude y abrí con los dedos los labios vaginales, percatándome al hacerlo de que aquel coño estaba completamente depilado. Introduje en él mi lengua y, tal y como esperaba, estaba chorreando. Sus dulces jugos llegaron a mi garganta y me los tragué golosamente. Llevé un dedo hasta su ano y lo introduje sin compasión. Los gemidos que inicialmente soltaba la mujer pasaron a convertirse en gritos, y aquel timbre de voz sí que podía jurar que lo conocía, aunque no pude concentrarme en este pensamiento porque en ese momento noté el peso de sus enormes tetas sobre mi estómago y sentí su boca introduciendo mi polla en su interior, iniciando con ello un frenético sesenta y nueve. Su lengua se movía como pez en el agua alrededor de mi verga, y cuando se la introducía a fondo sus labios se apretaban a la base con fuerza, como queriendo cortármela de raíz. Pronto noté como uno de sus dedos se colaba en mi culo devolviéndome el tratamiento que yo también le estaba dando. Tras una serie ininterrumpida de lamidas mutuas que duraron bastante tiempo, mi lengua sintió como su coño de contraía y a continuación caía en un espectacular orgasmo, lo que hizo que yo no resistiese más y me viniera en su boca, que no apartó en absoluto.

Casi al mismo tiempo, sentí, procedentes de la cama de al lado, unos estertores indicativos de que el trabajito que Isabel y su hermana habían estado proporcionando al hombre había dado sus frutos y este se corría inexorablemente.

Mi compañera, mientras tanto, se había comportado como una gata hambrienta y se había bebido toda mi leche, tal y como pude comprobar cuando acercó su boca a la mía para agradecerme con un tórrido beso los favores recibidos.

Volví a oir la voz del hombre, dirigiéndose a su mujer:

―Hay que reconocer que los tres se han portado bien. ¿Tu crees que podemos levantarles el castigo y permitirles que nos vean?―

La mujer no respondió de palabra, pero noté que unas manos levantaban lentamente mi antifaz y cuando pude ver, me llevé la sorpresa de mi vida, porque la cara que tenía delante de mis ojos, sonriendo maliciosamente, era ni más ni menos que la de Manoli, la amiga de mi mujer, aquella que había protagonizado junto con otra amiga, Celia, nuestra primera aventura de sexo en grupo (ver relato "mi mujer y sus amigas Celia y Manoli"). Giré mi vista hacia la cama vecina, y me encontré a mi mujer y a mi cuñada con la misma cara de asombro que supongo que se me había puesto a mí, y en el medio de ellas a Alfonso, el marido de la propia Manoli, que, también sonriente, me saludaba con una mano.

Cuando la sorpresa me permitió recuperar el habla, quise decir algo, pero Manoli me interrumpió, y dirigiéndose a mi cuñada, dijo:

―Lidia, ¿porque no te acercas hasta aquí para conocernos mejor tú y yo?―

Ésta no se hizo de rogar, y abandonando su cama se dirigió a la nuestra. Se tendió junto a nosotros, al otro lado de donde yo estaba, y le dijo a Manoli:

―Siempre me llamó la atención el tamaño de tus tetas: sentía una inmensa curiosidad por vértelas al natural, y ahora no solo puedo hacerlo, sino también catarlas― y a continuación, sopesando uno de aquellos cántaros con las dos manos, lo apretó y se llevó un pezón a su boca. Era de color claro y estaba rodeado de una gran aureola. Mi cuñada sacó su lengua tan afuera como pudo y se puso a lamer lentamente la sonrosada zona. De vez en cuando se introducía el pezón en la boca y lo chupeteaba ávidamente. Yo me agarré a la otra y comencé a aplicarle la misma medicina. Manoli estaba extasiada.

―Hace tiempo que no me chupan las dos tetas al mismo tiempo. Si tuviese ahora mismo una lengua en el chocho sería perfecto―

Isabel entendió muy bien la indirecta y se aproximó, hasta quedarse arrodillada a los pies de la cama. Tiró de los pies de Manoli para que ésta se aproximase, y así lo hizo. Se arrastró hasta que sus pantorrillas salieron de la cama y pudo doblar las rodillas hasta poner los pies en el suelo. En ese momento, mi mujer abrió los muslos de su amiga, y abriéndole el coño, se puso a comerlo con voracidad. Mi cuñada y yo continuamos mamando teta y provocando el paroxismo en Manoli quien se puso a gritar como una posesa:

―Eso es, mamones, chupadme bien hasta hacerme morir de placer. Tú, cornudo y la puta de tu cuñada, devoradme las tetas, destrozádmelas, y la zorra asquerosa de tu mujer quiero que me lama el chocho hasta que no quede ni una gota de flujo―

Alfonso, que hasta ese momento se había mantenido al margen, recuperándose de su orgasmo, pero sin apartar la vista de lo que sucedía en nuestra cama, se incorporó y se acercó a nosotros. Tras pensarse un poco lo que le apetecía hacer, se arrodilló detrás de Isabel, que se afanaba en proporcionar a Manoli todo el placer de que era capaz, mamándole el chocho. Se puso en posición y tomando su polla con una mano, la dirigió al coño de mi mujer, cuya humedad provocada por la excitación facilitó la entrada de la verga de un solo golpe, provocando un respingo en la receptora, a quien había pillado por sorpresa, enfrascada como estaba en los lengüetazos que le estaba aplicando a Manoli.

Ésta, cuyas manos estaban desocupadas, las dirigió hacia las entrepiernas respectivas de Lidia y mía, que continuábamos mamando teta como terneros hambrientos, y comenzó a masturbarnos. Nos habíamos coordinado a la perfección y todos estábamos disfrutando, pero la primera que no pudo resistir fue Manoli, que cayó desmadejada tras un orgasmo intensísimo. Mi mujer, al sentirlo en su boca, me llamó para compartir conmigo el producto de la corrida de su amiga en un largo beso. Me separé de la teta de ésta y la obligué a soltar mi polla, acercándome a Isabel para cumplir con lo que me pedía. Mientras lo hacía, me fijé en el rostro de Alfonso, cuya crispación anunciaba que el siguiente en correrse iba a ser él, pero me equivoqué, porque Isabel se le anticipó. Lo noté por el mordisco que propinó a mi lengua, manteniéndola inmovilizada entre sus dientes. Casi al momento, Alfonso, que definitivamente se estaba viniendo, sacó la polla de la cueva de mi mujer y, poniéndose en pie, pidió a ésta y a su hermana que acercaran sus bocas para recibir en ellas la corrida. Así lo hicieron y, arrodilladas muy juntas y con la boca abierta, fueron regadas de semen por la polla de Alfonso, que compartieron golosamente.

Yo estaba a punto de reventar y quise hacerlo en el coñito de mi cuñada, pero Manoli, que parecía insaciable, se me adelantó. Quería probar el sabor del chocho de Lidia. Ésta, que aparte de mí era la única que no había quedado experimentado las mieles del orgasmo, aceptó encantada la propuesta. Se tendió en la cama boca arriba y abrió bien las piernas, y Manoli, a cuatro patas, se puso en posición para atacar con su lengua aquel exquisito manjar. Su culo en pompa me pareció en aquel momento tan apetecible que no pude resistir la tentación, así que me situé tras ella y, metiendo los dedos en su coño recogí un poco de flujo que llevé a su culo para facilitar mi entrada. Lo trabajé un poco con dedos y lengua, mientras ella se mantenía amorrada al coño de mi cuñada, que rugía de placer, y después arrimé mi polla al estrecho recinto, que no resistió mi invasión, lenta pero eficaz, iniciando posteriormente un rítmico bombeo.

Isabel y Alfonso, agotados, nos contemplaban desde el sofá de la habitación.

Mi cuñada, que recibía lengua al tiempo que se pellizcaba los pezones con la lujuria pintada en el rostro, no tardó en correrse como una cerda. Tras unos instantes de atontamiento, quiso devolverle el favor a Manoli y, escurriéndose como una anguila por debajo del cuerpo de ésta, se arrastró hasta su pubis, y elevando un poco la cabeza, arrimó la boca a su coño, que comenzó a comerse, mientras con una mano acariciaba mis huevos. El doble tratamiento que estaba recibiendo, hizo que Manoli se corriera de nuevo en pocos instantes, y sus últimos estertores coincidieron con el inicio de mi definitivo orgasmo, cuyo producto quedó depositado en el interior de su culo.

Estábamos todos exhaustos. Había sido demasiado para un solo día. De común acuerdo decidimos quedar a dormir allí, porque eran más de las seis de la mañana. El matrimonio formado por Alfonso y Manoli, que ya habían previsto una situación parecida, habían alquilado otra habitación, justo la que estaba al lado, y había sitio suficiente para todos.

Consideré que había llegado el momento de recibir algunas explicaciones. Dirigiéndome a Alfonso, dije:

―Bueno, esto ha estado muy bien, pero comprenderéis que el susto y el sin vivir que nos habéis hecho pasar, requiere como mínimo una aclaración―

―Pues os la voy a dar gustosamente. Hace un año y pico, durante el verano, mi mujer y su amiga Celia pasaron un día con vosotros en vuestra casa de la playa. Aquella misma noche, a su regreso, intuí que algo había pasado, aunque no sabía el que. Durante los siguientes días me reafirmé en mis sospechas, al comprobar que Manoli había experimentado un cambio en su forma de ser, pero ese cambio solo afectaba a un terreno: el sexual. Si hasta entonces era una mujer ardiente, pasó a convertirse en auténticamente insaciable. Aprovechaba cualquier momento del día para pedirme que la follara, y eran muchas mañanas en las que me despertaba con una agradable sensación, y comprobaba que se estaba afanando en darme una apasionada mamada.

No me malinterpretéis, aquella transformación de mi mujer en una ninfómana era muy agradable, pero mi curiosidad me impulsaba a conocer el origen de todo aquello, pensando sobre todo que me estaba perdiendo algo. Durante meses le hice un discreto seguimiento para saber algo más, y al cabo de un tiempo me percaté de que cada vez que os visitaba en vuestra casa, lo cual se producía con bastante frecuencia, llegaba a la nuestra bastante agitada.

Comencé a interrogarla con disimulo, para no despertar en ella sospechas que hiciesen que se retrajese, pero no conseguía sacarle nada. Se ve que el pacto de silencio que os habíais impuesto mutuamente lo cumplía a rajatabla. Eso sí, durante nuestros encuentros sexuales fantaseábamos con estar con otras personas, y vosotros rara era la vez que no estuvieseis presentes en nuestras fantasías. Llegué a proponerle que iniciase un acercamiento con vosotros, con objeto de organizar un intercambio de parejas, pero se negó, alegando que no quería arriesgarse a perder vuestra amistad. En realidad lo que no quería era que aquello lo interpretaseis como una indiscreción por su parte y os negaseis a seguir manteniendo relaciones con ella.

Pero a veces, lo que no se consigue por medio de la convicción te lo otorga la casualidad. Cierto día que estaba en la peluquería de Clara, de la cual es clienta, esperando a que la atendieran, sorprendió una conversación telefónica de la peluquera con Isabel, en la que estabais organizando una orgía para tratar de meter en ella a Lidia, tu cuñada aquí presente. Circunstancias favorables hicieron que se enterase de todo lo que se hablaba, incluido lo que se decía desde el otro lado del auricular, y comprendió que ella no estaba entre los invitados a participar.

Cegada por la rabia, tan pronto llegó a casa me contó con pelos y señales todo lo que había hecho con vosotros desde aquel lejano día de playa. Cuando lo supe, la excitación que me hizo sentir superó a la lógica rabia, y tuvimos una increíble sesión de sexo, pero mi mente comenzó a gestar la forma en como podía devolveros la jugada.

Finalmente conseguí llegar a una solución. Como sabíamos cual era la tarde en que habíais planeado el encuentro, Manoli pidió vez a Clara para esa misma mañana. Tras introducir en su bolso una pequeña videocámara, se presentó en la peluquería. Cuando terminó de ser atendida, otra clienta la sustituyó, manteniendo ocupada a Clara, lo que aprovechó para abrir y cerrar la puerta de la calle, haciéndola creer que se marchaba, pero quedándose dentro―

Manoli continuó el relato:

―Una vez que me vi dentro y sin estar controlada, traté de buscar un escondrijo adecuado. El sitio ideal era el cuarto que había al lado de la sala, donde sabía que Luis, el marido de clara, espiaba a las clientas. Yo me sentí observada por aquel cerdo mientras su mujer me depilaba el coño, pero nunca dije nada, entre otras cosas porque me complacía sentirme observada. Sabía, por lo que había oído en la conversación de Isabel con Clara, que aquel escondite estaba preparado para tí, así que me vi obligada a buscarme un lugar alternativo, donde nadie lograra descubrirme hasta que llegase mi momento Abrí muy despacio cada puerta que encontré, hasta que logré dar con la adecuada. Era una habitación con cama individual, que a todas luces nadie utilizaba y estaba situada justo enfrente del cuarto desde donde pretendía grabar. Me introduje en ella y me situé debajo de la cama. Aun no era la una de la tarde, por lo que me quedaba una larga espera.

Tuve que hacer uso de toda mi paciencia para aguantar las horas que permanecí allí, que me parecieron eternas, pero todo llega. A las cuatro y media, sonó el timbre y alguien entró. Reconocí tu voz –dijo dirigiéndose a mi―. No habían pasado 5 minutos cuando mis oídos percibieron lo que me pareció unos quejidos. Me picó la curiosidad y, abandonando mi escondite bajo la cama, pegué la oreja a la puerta. Oyendo con más nitidez, identifiqué aquellos sonidos como gemidos de placer. Aun con el riesgo que ello conllevaba de ser descubierta, mi excitación superó a mi prudencia y abrí sigilosamente la puerta de la habitación en que me hallaba.

La puerta del cuarto estaba entreabierta y los gemidos procedían del interior. Me acerqué, y pude ver como Clara se afanaba en comerte la polla. Aunque ya me esperaba algo parecido, la lujuria se apoderó de mí y a punto estuve de mandar todo al cuerno y unirme a vosotros, pero conseguí contenerme. Cuando terminasteis, volví a la habitación para no ser descubierta y, tendiéndome sobre la cama, metí los dedos dentro de mi coño y me hice una soberana paja.

Poco después comenzaban a llegar el resto de invitados. Tuve que seguir a la espera durante bastante tiempo, aguzando el oído para conseguir enterarme de cuando abandonabas tu escondrijo, y pasar a ocuparlo yo. Cuando eso sucedió, abrí muy despacio la puerta de la habitación, y tu ropa tirada por el pasillo me confirmó que tenía campo libre. Entré en el pequeño cuarto armada con la video cámara, subí la escalera y me puse a grabar –y de paso a disfrutar― todo lo que allí ocurría desde mi privilegiada atalaya. Tuve que marcharme antes de tiempo por miedo a que vinieras a recoger la ropa que habías dejado abandonada, pero el material que poseía era más que suficiente para lo que Alfonso y yo pretendíamos, que ya sabéis lo que era.

Abandoné la peluquería abriendo y cerrando la puerta con toda la cautela de que fui capaz, y me marché a mi casa. Alfonso me esperaba, afortunadamente, porque después de lo que acababa de ver iba tan sedienta de sexo que de no encontrarlo en casa me hubiera tirado al primer vecino que se cruzase conmigo.

Lo hicimos de todas las formas posibles mientras visionábamos las increíbles escenas de la orgía que habíais protagonizado, y después, ya calmados, nos dedicamos a urdir el plan que ha desembocado en esta velada tan agradable―

Mi mujer, mi cuñada y yo nos miramos boquiabiertos. La cantidad de cosas que habían pasado aquel día a nuestro alrededor sin que nos hubiésemos enterado de nada. El susto que nos habían hecho pasar. Pero lo que importaba era que las únicas consecuencias de todo aquello se concretaban en la tremenda jornada de sexo y morbo que habíamos disfrutado, con el añadido de que ver a tu mujer y a tu cuñada convertidas en putas es una satisfacción que no se obtiene todos los días

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