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Violación de una recién casada

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Otra mujer de las que participó en la tétrica orgía en la escuela militar entra en el despacho de la psicóloga para contarle todo lo sucedido. Patricia es una mujer de 1,75 de altura, veinticuatro años, con abundante pecho y cabello castaño.

Patricia comenzó a hablar..................

Conocí a mi marido, Román hará unos cuatro años. Yo aún estaba estudiando y él había dejado su carrera universitaria para hacerse cargo de la imprenta de su padre cuando éste murió. Desde el día que le vi, supe que sería el hombre de mi vida.

Pronto me di cuenta que era un opositor al gobierno. En mi familia no sucedía, incluso había algún partidario del régimen. Yo jamás entraba en esas discusiones, aunque por estar junto a Román, le acompañaba frecuentemente a lanzar octavillas y pegar carteles contra el régimen. A veces corrimos delante de la policía pero jamás hubo consecuencias, y por ello, hasta me parecía divertido un poco de riesgo.

Llegué virgen al matrimonio. Era por convencimiento religioso y aunque a Román le costó, respetó mi decisión hasta la boda. Nos casamos quince días antes de que ocurriera todo. Después de una semana de viaje de novios, estábamos empezando nuestra vida juntos.

Todo transcurrió normal hasta el martes por la tarde, cuando la policía entró en nuestra casa, la registraron y nos hicieron acompañarles. También habían registrado la imprenta de Román. Allí nos tuvieron durante varias horas interrogándonos, y ya, a primera hora de la madrugada nos dejaron marchar. Nos trataron bien, de manera educada, y sólo nos impusieron la condición que estuviésemos hasta el fin de semana inclusive, en casa a las diez de la noche y solos.

El viernes salí de casa por la mañana. Trabajaba en la empresa de un familiar como contable por las mañanas y por las tardes realizaba un MBA.

Aquel día me había levantado especialmente contenta. Me vestí alegre, llevaba una falda vaquera azul que me llegaba a la mitad de los muslos con unas finas medias negras, y una camiseta y zapatillas deportivas, haciendo juego, color rosa.

Mis clases terminaron a las 9 de la noche, y me entretuve en un centro comercial próximo comprando algo para cenar. Cinco minutos después de las diez estaba abriendo la puerta de casa. Para mi sorpresa, Román no estaba solo. Cuatro hombres, que se identificaron como “policía del gobierno” permanecían de pie y esperándome.

―Qué es lo que sucede? – Pregunté un poco asustada.

―Nos tienen que acompañar.

No sabría decir el tiempo que estuvimos de camino. Veinte o treinta minutos quizá. Ya allí nos quitaron las capuchas que nos colocaron al introducirnos en el coche. Parecía un aparcamiento de una escuela o algo así. Entramos en el edificio, nos llevaron por unos pasillos, subimos en un ascensor y nos dejaron solos, en un aula. No tardaron en llegar más parejas. Los primeros fueron José Luis y Ángela o ver relato Violación de una mujer de cuarenta años. Después una pareja de profesores, Inmaculada y Abel o ver relato Violando a una profesora), Natalia, y Jesús, fueron los cuartos. Me sorprendió que ella fuese policía. Casi de inmediato otra pareja, ambos ejecutivos, ella de más de cuarenta años, aunque muy atractiva. Creo recordar que se llamaban Alicia y Ricardo. Con los últimos no nos dio tiempo a hablar ya que de inmediato dos soldados entraron en el aula y pronunciaron nuestros nombres.

―Román y Patricia. ….......Acompáñennos¡¡¡

No vi nervioso a mi marido, y por eso yo tampoco lo estaba. Fuimos caminando por los pasillos, bajamos unas escaleras. Se empezaba a escuchar mucho ruido de gente. Aquello, ilusamente me tranquilizó. Al girar una esquina nos encontramos con la entrada de una especie de teatro. Estaba lleno de jóvenes que comenzaron a gritarme toda clase de groserías. Alguno incluso intentó tocarme, aunque los soldados que nos escoltaban los apartaron. Había una barra de bar y varias televisiones colgadas en el techo que enfocaban hacia un escenario que identifiqué al entrar en el salón de actos.

Nos hicieron subir al escenario. A Román le ataron a una pesada silla y le colocaron un biombo que le impedía contemplar el escenario, aunque nosotros si le veíamos a él. Le quitaron la camiseta y le situaron un raro chaleco, que de inmediato supe para qué servía. El resto del escenario lo componía un colchón cubierto por una sábana blanca, y una silla con un pequeño bombo de los que usan para jugar al bingo en casa, pero con menos bolas. Los jóvenes entraban y llenaban las sillas por momentos y al escenario subieron dos personas. Uno de ellos era el cámara y otra persona con un micrófono, que de inmediato se erigió como presentador del espectáculo.

Antes de comenzar el espectáculo me explicó las terribles reglas que se aplicarían en aquel dantesco show. Pulsó un botón y Román se estremeció en la silla por la corriente eléctrica, añadiendo que eso sucedería siempre que no obedeciese las órdenes que se me dieran.

Me puse a llorar. Estaba sola ya que mi marido no me podía ayudar. No sabía de qué iba aquello, aunque de inmediato me lo explicó.

―Las reglas son sencillas. Esto es una fiesta para estos chicos. Tú eres una de las protagonistas. Harás todo lo que ellos te pidan y cuando digo todo, es todo........... Entendido? Eres muy guapa y harás felices a estos jóvenes.

Lloraba y no podía articular palabra. Mientras, el jolgorio en el salón era estruendoso. A veces aguzaba el oído y escuchaba las barbaridades que me decían.

―Hay unos ciento veinte jóvenes en el teatro y en este bombo hay veintiocho bolas. Son los que quieren participar en el espectáculo y deberás sacar dos. Ahora vamos a empezar.

El speaker empezó a hablar mientras los más rezagados entraban del bar con sus bebidas.

―Vamos a comenzar la fiesta, donde seis mujeres harán vuestras delicias esta noche. Tenemos muchas sorpresas para vosotros. Sois veintiocho los que queréis participar, y son las bolas que hay en el bombo. Vamos con la protagonista del primer acto. Di en voz alta cómo os llamáis, edad, y a qué os dedicáis.

Comencé a hablar en voz baja, pero de inmediato me interrumpió y me pidió que gritase para que todos me oyeran.

―Mi marido se llama Román y yo Patricia. Él tiene 27 años y tiene una empresa de artes gráficas y yo soy contable y tengo 22 años.

El presentador hablaba, provocando a los jóvenes. Preguntaba si les parecía que estaba buena, si les gustaba como iba vestida, si les ponía.................. Todas las respuestas eran estruendosos gritos afirmativos.

―Saca dos números, Patricia y dilos en voz alta.

―El 9 y el 15 – Pronuncié aterrada con unos segundos de diferencia.

Dos chicos se levantaron entre el público portando unas tarjetas rotuladas con los números que había sacado del bombo. Uno de ellos de aspecto pequeño, más bajo que yo. Dijo llamarse Adán. El segundo era todo lo contrario. Le podría definir como un armario, alto, moreno y muy musculoso, cuyo nombre era Nacho. Los dos se mostraban sonrientes y eran apoyados por el grupo que iba con ellos.

Estaba muy asustada. Observaba todo a mi alrededor sin dar crédito a lo que sucedía. Mi sorpresa llegó de inmediato.

―Chicos. Poneos junto a Patricia y os sacaré una foto. Subidle un poco la falda para verle las bragas.

Los dos chicos se situaron a mi lado. Me subieron mi falda vaquera hasta que mis bragas blancas se transparentaron por debajo de mis pantys, y cada uno me tocó un pecho para la foto. Me sentía avergonzada y ridícula, pero aún fue peor cuando el presentador siguió hablando. Me dio un ataque de histeria, lo que provocó que el presentador apretase el botón de la electricidad.

―Nacho. Qué es lo que más te gusta de Patricia?

―Está buenísima. No sabría decirte. – Contestó riendo.

―Adán. Y a ti?

―Pues me encantan sus piernas y las tetas. Además, me recuerda mucho a Sandra Bullock, con el pelo un poco más corto.

―Buena comparación. Llevas razón. Tiene un aire. – Explicó mientras el público gritaba de alborozo.

Volvió a hablarme en voz baja. Me dijo que aplicarían más electricidad a mi marido si no obedecía.

―No, por favor¡¡¡ No le hagan daño. Haré lo que me pidan¡¡¡

Retiraron los obstáculos para que pudiera ver el escenario. Seguía amordazado, lo que le impedía emitir otro tipo de ruido que no fuese un jadeo.

―Chicos, es toda vuestra¡¡¡ Recordad que debéis priorizar el disfrute de los asistentes por lo que os iré parando y haciendo indicaciones cuando así lo considere. Patricia, levanta los brazos.......

Los dos voluntarios se situaron detrás de mi, mientras que la cámara se colocó a un lado para obtener unos primeros planos, a la vez que el presentador se apartaba. Yo continuaba sentada. Noté como desde atrás me subían la camiseta y me la sacaban por arriba. Fue cuando Nacho se envalentonó y me besó a lo que yo respondí apartándole.

―No vuelvas a levantarte a no ser que te lo digamos, si no quieres que volvamos a enchufar a tu querido marido. – Dijo el presentador con voz autoritaria.

Me quedé quieta, con lágrimas en los ojos. Sabía que debía obedecer. Adán se colocó delante de mi a la vez que Nacho me tocaba el trasero.

El sujetador tapaba mis pechos. Me hicieron colocarme de pie y Adán buscó el botón de mi falda, que se situaba delante, para abrirlo y que este cayera al suelo ante el júbilo de los chicos que abarrotaban el salón de actos.

―Vamos chico. Fuera medias¡¡¡ No son bonitas cuando no se lleva falda.

Entre los dos y de manera brusca, me bajaron los pantys. Terminaron sentándome a la fuerza para sacarla por los pies. Ahora ya estaba en ropa interior.

Aprovecharon para darme unos azotes y magrearme el trasero. Los chicos estaban enfervorecidos. Temía que en cualquier momento saltasen todos al escenario y sufriese un violación grupal. Sin embargo, se mantenían en orden, obedeciendo al charlatán, que parecía el responsable del espectáculo.

―Patricia. Enséñanos las tetas. Te quitas el sujetador o frío a tu marido?

No tuve elección. Bajé las manos de la nuca y las llevé a la hebilla de mi sostén mientras mi barbilla se punteaba por el llanto. Los solté y cayó al suelo. El speaker lo cogió, lo enseñó a mi marido primero para después tirarlo a los jóvenes espectadores, ante la algarabía de estos. Varios se esforzaron en cogerlo.

Comencé a escuchar los gritos que pedían la última prenda que me quedaba. El animador se movía de forma inquieta por el escenario hasta que preguntó lo que temía.

―Chicos¡¡¡¡ Queréis ver el coño de Patricia........? El primer coño de la noche...........?

Una respuesta afirmativa seguida de un enorme escándalo. Se acercó a mi para indicarme que si movía las manos cuando me quitasen las bragas, Román pagaría las consecuencias.

Adán se acercó por detrás. Sólo sentí sus manos, llevando mi tanga hasta los tobillos. Allí esperaba Nacho que sacó mi prenda más íntima y se la entregó al speaker. Éste lo llevó a mi marido, para confirmarle que era cierto lo que oía, la hizo un ovillo y la tiró al público. Un joven más bien gordito se hizo con ella, tras pelearse con otros chicos.

El cadete no sabía que aquello llevaba un premio añadido. Le invitaron a subir al escenario, al igual que al que se hizo con el sujetador. No sabía que pretendían, ya que se limitó a hablar en voz baja con los cuatro. Yo mientras permanecía quieta, con las manos en la nuca. El animador no quería que parase el espectáculo y preguntó al joven afortunado con mi tanga.

―Qué te parece Patricia? Y su coño?

―Está muy buena. El coño tiene pelito, y se le nota muy cuidado. Se ve que es recién casada.

―Puedes tocárselo

Veía a los jóvenes levantarse de sus asientos. La cámara que recorría mi cuerpo de arriba a abajo comenzó a seguir la mano del joven, mientras se veía por las pantallas de televisión en primer plano. Me veía los mofletes, acalorados y mojados por las lágrimas. Se centró en mi sexo, en mi vello púbico que tocó a su antojo y en mis pechos. Después le tocó el turno al otro joven, “ganador” de mi sujetador, que procedió de la misma forma que su compañero.

Los dos espontáneos se situaron detrás, agarrándome de las manos y tumbándome. Grité. No sabía que pretendían. Adán se situó entre mis piernas y comenzó a pasar la lengua por mi sexo. Le supliqué ante las miradas de los otros tres. Supliqué hasta que el miembro de Nacho me tapó la boca, mientras con las dos manos movía mi cabeza, infringiéndome una felación.

Gemía, no por placer, si no intentando zafar mi boca de aquella penetración. Mis piernas temblaban mientras Adán sujetaba mis rodillas con sus manos y mis muslos con su cabeza, penetrando su lengua una y otra vez.

Empecé a sentir como también eran tocados mis pechos. Mis ojos no alcanzaban a ver nada, y supuse que debían ser los invitados por el speaker al espectáculo. Notaba como me pellizaban los pezones.

Mi garganta se atragantaba, mientras podía oler el perfume del gel que habría utilizado en la ducha. Notaba como la lengua del otro se movía lentamente por mi sexo, mojándolo con su lengua. Me sentía utilizada y sucia. Al final, el animador interrumpió el espectáculo.

―A ver chicos. Cambiemos de posición.

De nuevo, los dos jóvenes me tenían a su disposición, sólo que cambiaron de puesto. Ahora Nacho se situó entre mis piernas, pero no con la intención de meter su lengua entre ellas. Se había desnudado de cintura para abajo.

―No, por favor.......... Eso no¡¡¡¡¡

Mientras dije aquello me introdujo el pene. Era la primera vez que otro hombre, a parte de mi marido, entraba en mi. Estaba totalmente tensa, aún así, no me dolió, ya que su compañero se había encargado con su lengua, de que mi vagina estuviese muy mojada. Cuando me disponía a volver a implorar, fue Adán quien volvió a taparme la boca y a tragarme su miembro.

Le notaba mucho más erecto que a sus amigos anteriormente. Podía escuchar los comentarios jocosos de los afortunados con la ropa interior, mientras continuaban sobando mi cuerpo desnudo, en especial los pechos, y a veces ayudando a Adán, moviendo mi cabeza.

Tenía la impresión, que los comentarios de los últimos invitados excitaban a los que realizaban la función más protagonista. Notaba como la penetración cada vez era más intensa y más rápida.

A pesar de estar sujeta por los dos jóvenes, la banqueta se clavaba en mi espalda y sentía cierto dolor, que añadía al que sentía en mi parte más íntima. Aún así, el mayor dolor era el moral. El estar expuesta ante aquellos jóvenes, el estar siendo sometida, pero sobre todo al saber que a escasos metros de mi estaba la persona que más quería en el mundo y tenía que soportar y saber todo lo que estaban haciendo a su mujer.

No podía apenas respirar, ya que mi nariz estaba taponada por los mocos del llanto, y mi boca por Adán. Notaba sobre todo excitado a Nacho, y sólo deseaba ya que terminase. Que terminara su cruel violación y me dejase tranquila. Sabía que era cuestión de pocos segundos. Sabía cuando Roman llegaba al orgasmo, y en este caso, era muy similar. Así fue, unos instantes después, mi útero estaba totalmente inundado del semen de Nacho.

Después de varios minutos, ya habiendo terminado Nacho, oí como el animador mandaba parar y daba las gracias a los improvisados afortunados con mi ropa interior, que fueron devueltas al animador, mostrándola este como un trofeo.

El speaker hizo referencia a Nacho. Él ya había terminado, pero debería acabar Adán. Por ello, le preguntó de nuevo.

―Adán. Es tu turno. Te toca a tí. Dime qué te gustaría hacer para pegarte una corrida de la hostia¡¡¡

Todos gritaron al escucharle y el interesado se envalentonó.

―Quiero follármela por el culo¡¡¡ – Explicó al micrófono. – Vamos a probar el colchón, que supongo que para algo estará.

―Ella hará todo lo que le pidas, así que hazlo. Dile qué y como lo quieres¡¡¡¡

―Colócate de rodillas, sobre las sábanas. Voy a darte por el culo.

―Nooo¡¡¡ Por favor¡¡¡ – Supliqué, a la vez que mi marido recibía de nuevo otra descarga.

Entre los tres, me llevaron sobre el colchón y me hicieron colocar a cuatro patas. Sollozaba y mis lágrimas caían sobre la sábana. Al mirar hacia abajo contemplé el anillo, que llevaba apenas desde apenas quince días y sobre el que nos habíamos jurado fidelidad.

Nacho me agarró de la cabeza, tocándome los pechos, a pesar que ya había llegado al orgasmo. El cámara se colocó detrás, para filmar la penetración, Noté como Adám se situó por detrás y llevaba la punta de su miembro a mi ano. Sentí como sus uñas de los dedos pulgares se situaron en mis cachetes, cerca de mi orificio y los separó con fuerza. Un fuerte dolor seco, me hizo volver a la realidad.

Tenía sexo anal con mi esposo, pero aquello me dolió. Notaba como su pene se abría paso de manera violenta por mi esfinter. Oía al comentarista hablar jocosamente y explicar como se movían mis pechos, el tamaño de esto y cómo lascivamente los tocaba Nacho.

La posición me permitía ver, parcialmente y de manera borrosa, a mi esposo, que seguía sentado y atado. Sin moverse. Sin darme cuenta, dije una frase que me costaría una nueva humillación.

―Román, te quiero¡¡¡ – Dije entre sollozos y en voz baja

―Repítelo. Eso es muy bonito. – Replicó el speaker.

Lloré más intensamente pero con la electricidad hacia mi esposo me hizo volver a la situación. No podía permitirlo.

―Te quiero, Román'¡¡¡ – Repeti, mientras mi ano seguía recibiendo a Adán.

―Quiere a su marido¡¡ Qué bonito¡¡ Le quiere mientras uno de vuestros compañeros le da por culo y el otro que ya se la ha follado le toca las tetas.. – Contestó riendo.

―Mira lo que te hace¡¡¡ – Me dijo ahora Nacho haciendo que mirase a una de las televisiones.

Al darse cuenta el cámara, comenzó a moverla, y vi como me masajeaba los pechos, casi ordeñándolos, mientras, como si de una película porno se tratase, se podía observar en un primer plano como el miembro de nacho se introducía en mi.

No quiso llegar dentro de mi. Prefirió que la cámara pudiera ver como se evacuaba en mi rabadilla. Quedé tumbada sobre el colchón mientras que el speaker despedía a los afortunados, entregándole a uno de ellos mis pantys.

Entraron unos soldados y me incorporaron. Me envolví como pude en la sábana, que también había utilizado para limpiarme. Levantaron a Román que apenas podía andar. Antes de salir, uno de ellos vino con una camisa militar. Era muy pequeña. Me la dio y me retiró la sábana.

―Que se la ponga. Es pequeña. Le servirá para llevarla a la sala. – Dijo un soldado riendo

Cogieron mi falda y la camiseta. Yo apenas me pude abrochar uno sólo botones de la camisa militar, por lo que prácticamente mis pechos quedaban al aire, y apenas llegaba para cubrir mi sexo.

Antes de salir, nos esposaron las manos a la espalda. Recorrimos el camino que nos había llevado a aquella sala. En total iban cinco soldados. Dos escoltaban a Román, otros dos a mi, mientras un tercero llevaba mi ropa, aunque se fijaba principalmente en mi tanga, que iba enseñando a sus compañeros.

Poco a poco fue desapareciendo el ruido. Sólo quería que nos dejasen libres, volver a casa y cuidar a mi esposo para que se recuperase. No nos hablaban, lo hacían entre ellos, con comentarios obscenos.

Cuando ya se quedaron los pasillos vacíos, los soldados comenzaron a tocarme por todos lados. Intentaba escabullirme, dando saltos, pero me resultaba imposible. A lo lejos vimos a la pareja que llegó después que nosotros. Al ver nuestro estado, ella se abrazó a su esposo haciendo pucheros. Supongo que sin conocer lo que había pasado, temía que su suerte no sería buena, ya que no pararon ni al cruzarnos.

Nos llevaron a otro cuarto. Los últimos metros fueron horribles ya que me levantaron, entre dos. Uno me sujetaba por los pechos, ya totalmente descubiertos y otro, por mi sexo, y me tiraron al suelo.

―Está buena. Yo me voy a tirar a esta.

―Has visto a todas? Ya han llegado todas. Están todas de muerte. – Replicó otro militar.

―Por favor¡¡¡ Déjennos marchar¡¡¡

Sin pronunciar más palabras, el primero me penetró vaginalmente, mientras dos de sus compañeros me sujetaban las piernas y otro la cabeza, a la vez que me tocaba los pechos. Me habían quitado el único botón de la camisa.

Era brusco, y sólo buscaba su placer. Eyaculó de manera precoz. Se levantó y se vistió, pero cuando pensé que todo había terminado, otro me dio la vuelta y me hizo levantar mi trasero.

―A cuatro patas, zorra. Como lo has hecho en el teatro.

Volvió a penetrarme analmente. Volví a llorar de forma sonora y a gritar en la primera embestida. Al igual que su compañero debía estar excitado por el espectáculo y terminó a los pocos segundos.

Me soltaron las esposas para que fuera al baño a limpiarme. Lo hice como pude. Me sentía sucia. Les pedí cabizbaja mi ropa.

―Esa camisa militar te sienta bien.

Volvieron a colocarme las esposas. Enseguida llegaron cuatro hombres vestidos de paisano. Creo que los mismos que nos vinieron a buscar. Nos llevaron a una furgoneta con tres filas de asientos. El conductor, otro que acompañó a Román en la fila de en medio y a mi, en la tercera.

Me volvieron a abrir el botón de la camisa y me atraparon las piernas entre las suyas, quedando totalmente abiertas. Durante el trayecto fueron haciendo comentarios jocosos mientras me tocaban. Incluso, el que iba al lado de Román se giraba y me tocaba también.

Al llegar al portal, nos soltaron las esposas y me dieron una manta. Al fin estábamos en casa.

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