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Ayudando a mi hijo

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Me había divorciado unos meses atrás. El suficiente tiempo para tener todo superado. Lo llevaba bien, aunque era aun reacia a iniciar alguna relación, ni tampoco me apetecía tener aventuras ocasionales. Por todo ello vivía sola, ya que mi único hijo, Adrián, por su parte, llevaba ya dos años casado.

No me gustaba Paula. Siempre pensé que la relación de mi hijo con ella no dudaría demasiado, por eso, cuando hablé con él y me dijo que pensaban dejarlo, supe que ella había conocido a alguien, y Adrián lo iba a pasar mal.

Siempre estuvimos muy unidos, y sé que mi exmarido tuvo celos de él, desde el día que vino al mundo. En realidad, era normal que los tuviera, porque nadie se podía interponer a lo que sentía por Adrián, quizá algo más que un amor de madre.

Cuando aquel día me llamó para decirme que lo había dejado con Paula me sentí ciertamente aliviada, y también apenada por él, ya que se sentía afectado. Aunque tenía su propia casa, le ofrecí venirse a la mía para que se sintiera más acompañado. No aceptó, pero empezó a visitarme con frecuencia e incluso nuestro contacto se intensificó, hablando por teléfono y sobre todo a través de whatsap.

Todo ello, pero sobre todo a través de los mensajes, hizo que aumentásemos la confianza. Le gastaba bromas relacionando que los dos estábamos ahora sin pareja. A veces al principio, y luego con más frecuencia, olvidábamos que éramos madre e hijo, pareciéndonos más a una pareja tonteando.

A veces, los mensajes se subían de tono. Nos autoflagelábamos para explicar que no tendríamos más parejas, esperando siempre que el otro le subiera la moral. Yo le decía que sería muy afortunada su próxima novia, y él me respondía que no sabía lo que se perdía su padre y que si no estaba con ningún hombre era porque yo no quería.

Esto último era cierto. Nunca me faltaron oportunidades, aunque siempre fui fiel a mi esposo. A pesar de haber cumplido ya los cincuenta, me conservaba estupendamente, y probablemente aparentase al menos cinco años menos de los que tenía. Después de mi separación, tan sólo había tenido un par de relaciones esporádicas que me habían dejado muy insatisfecha.

Era martes, y ese día los whatsap se tornaron un poco más eróticos. Él se refirió al tamaño de mis pechos, y me dijo que siempre le habían encantado, cuando ya de adolescente, me los había visto. Me recordó a Pablo, su inseparable amigo de la infancia, que llegó junto a él a a la adolescencia y quien llegó a decirle que yo estaba muy buena.

―Hijo. Eso fue hace mil años. Tal vez, en aquellos momentos yo estuviese buena, hoy ya soy vieja.

―Mamá, estás mejor que nunca. Aún te pones faldas cortas para ir a trabajar. Pocas mujeres de tu edad pueden decir lo mismo, y desde luego, yo no conozca a ninguna más guapa que tú. Tus pechos son el sueño de cualquier hombre.

―Paula tendría que sentirse satisfecha. Recuerdo que era proporcionalmente mucho más grande que el de tu padre.

Mi respuesta me dejó después avergonzada, ya que también hice referencia al tamaño, pero de su pene. Siempre lo había tenido grande, y aunque ya hacía muchos años que no le había visto desnudo. Todo aquello, hizo que por la noche me sintiera ridícula y avergonzada, ya que esos comentarios no eran propios de mi.

El miércoles, a primera hora de la tarde, me llamó. Estaba mal, se le entrecortaba la voz. Lloraba. Me contó que Paula había conocido a otro hombre, algo que yo ya suponía. Él esperaba que la ruptura fuera temporal, tan sólo una crisis, pero las razones de su esposa significaba que la relación había terminado. Decidió tomarse unos días de vacaciones y venirse a mi casa para no estar solo.

La casa donde vivía con su mujer era de ella. El tenía un pequeño apartamento de soltero que había conservado, pero ahora no era el momento de estar solo. Le dije que se fuera para mi casa, que me esperase allí. Intentaría salir lo antes posible del despacho donde trabajaba.

Cuando llegué él ya había llegado. Estaba en el salón, sentado en el sofá. Le notaba abatido y muy triste.

―Has comido? – Le pregunté.

―No tengo hambre.

Le preparé un sándwich y me senté a su lado. Intenté animarle pero creo que no me escuchaba. Intentaba, a pesar de mi timidez, lanzarle mensajes como en el móvil. Le decía que no se preocupara, que pronto lo superaría y encontraría otra mujer. Le animaba adulándole con piropos, algo que jamás había hecho.

Me movía de manera erótica. Intentando mostrare sensual y sexy. Procuraba que mis ojos no de dispersaran de los suyos. Sólo quería tenerle a mi lado.

Procuraba entremezclar el papel de madre con el de mujer. Crucé mis piernas e hizo que mi vestido se subiera un poco más, y las enseñase hasta la mitad de los muslos. Aquel día llevaba un vestido vaquero, más bien corto. No me había llegado a cambiar, aunque antes de sentarme a su lado, me desabroché el primer botón de mi escote, para intentar parecer más cercana. Aunque Adrián tenía su mirada perdida, curiosamente lo hacía cabizbajo y dirigiendo sus ojos a mis piernas. Sin duda, aquellas armas de mujer que tantos años hacía que no utilizaba, comenzaban a dar sus frutos.

Noté que sus ojos se dirigían a ellos, por lo que aquello me dio alas. Empecé a mover las piernas, a agacharme y levantarme, deseando que se fijase en mi cuerpo, algo que sin duda conseguía.

Conseguía llamar su atención y aunque bajo de moral, sus ojos reaccionaban. Le dije que pronto los dos encontraríamos otra pareja, y si no sucedía así, siempre nos tendríamos el uno al otro.

Pronto se fueron haciendo más evidentes mis coqueteo, a los que Adrián no era indiferente. Me separé un poco más mi escote, fingiendo que hacía mucho calor en casa. En realidad yo sentía un poco de sofoco y movía la parte delantera del vestido, intentando darme aire a la vez que mostraba las copas de mis pechos.

Sin darme cuenta, me iba acercando cada vez más a mi hijo. Me gustaba que me mirase como mujer. A mi siempre me había parecido muy guapo, y era refrendado por mis amigas, muchas de ellas divorciadas, que me decían la rabia que sentían porque no tuviera veinte años más, o ellas, veinte menos.

No sé en que momento cambié el papel de madre a mujer. Sólo sé que cuando me quise dar cuenta estaba pegado a Adrián, hombro con hombro. Sin ser consciente, nuestros hombros estaban pegados, y era yo quien se había movido. Lo siguiente fue abrazarle, darle un beso en la mejilla. Ya no había vuelta atrás y di el último paso, que ya resultaría definitivo.

―Ya verás qué poco tardas en usar esto. – Dije mientras apoyaba mis dedos en su entrepierna.

Se ruborizó, pero no hizo ningún gesto de apartarse de mi. Eso me hizo continuar. Me sentía tranquila y cálida. Comenzaba a sentirme más mujer que madre. En realidad, creo que ya no sentía que aquel joven que estaba a mi lado, fuese mi hijo.

Poco a poco me arrimé a él. Riendo y bromeando me permitía acercarme más a él. Volví a besarle en la mejilla, sólo que esta vez, el primer beso vino seguido de otros muchos, más pequeños y sensuales, hasta que nuestros labios se juntaron.

Respondió de inmediato llevando su mano a mis botones, desabrochando el primero del vestido que llevaba, y pasar su mano por debajo de él hasta llegar a mi pecho.

Continuó desabrochando un segundo botón, mientras sus dedos se colaban entre mi sujetador, pellizcando directamente mi pezón.

Para esos momentos me sentía ya muy caliente. Quería avanzar. Procedí a desabrochar por completo mi vestido, y a quitarme el cinturón que lo amarraba. Adrián también hizo lo mismo, quedando totalmente desnudo. Me sorprendió el tamaño de su miembro, que hacía muchos años que no lo veía. Desde que era un niño.

Se lo acaricié brevemente, con cariño, para de inmediato llevármelo a la boca. Mi vestido estaba abierto. Me sentía mujer. Deseaba tener sexo con el hombre que tenía enfrente, aunque ese hombre, hubiera sido parido por mi.

Succionaba su miembro con auténtico deseo. Estaba excitado y yo quería darle todo aquello que jamás hubiera tenido con una mujer, por mucho que llevase ya un tiempo casado. Chupaba golosa su pene erecto. Tenía considerables dimensiones y además sabía que esa situación era provocada por mi, pero tampoco deseaba que tuviese un orgasmo tan pronto. Yo también quería tener mi parte.

Decidí desnudarme por completo. Él ya lo estaba y yo, aunque abierto, aún conservaba el vestido. Me lo quité. Después hice lo propio con mi tanga

Intentaba ser y estar lo más sexy posible. Me situaba dándole la espalda y de perfil para que no viera lo que le ofrecía hasta el final. Por último, me quité el sujetador, quedando mis enormes pechos desnudos.

―Mamá. Estás buenísima¡¡¡ Tienes unas tetas enormes¡¡¡¡

―Te recuerdo que has comido de ellas. – Contesté bromeando.

Me pasó su mano por la espalda. Era todo muy erótico, muy sensual. La fue bajando hasta acariciar mi trasero. Seguía de espaldas. Aunque excitada me encontraba un poco cohibida, y no terminaba de ponerme frente a Adrián, que continuaba sentado en el sofá.

Me coloqué encima de él, pero seguía dándole la espalda. Estaba húmeda y no tuvo problema en que su pene se clavase a la primera.

La sensación era rara, la primera vez que lo hacíamos y la postura elegida era sentada sobre él, sobre el sofá y dándole la espalda. En ningún momento podría haber imaginado algo así, aunque reconozco que en algún momento me excité pensando en mantener una relación con mi hijo.

Cuando me senté sobre él, me cogió la cintura y empezó a manejarme a su antojo. Me agarraba los pechos, los muslos.......... mientras yo me levantaba encendida, intentando y consiguiendo que su pene entrase y saliese sin salirse en ningún momento.

No pensaba en ningún momento la relación paternofilial que mantenía con Adrián, tan sólo en el placer, y tal vez, también en el amor.

Podía oír el chapoteo de la penetración cuando se mezclaba con mis jugos vaginales. Le sentía dentro, sentía como jugaba con mis pechos y mi excitación hacía que yo misma, jugase con mi clítoris, buscando aún más placer.

―Házmelo a cuatro patas. Al estilo perro. – Le propuse a mi hijo ofreciéndole una postura que siempre me había gustado.

Me levanté y me situé en el sofá, en la posición que le había pedido. No tardó en embestirme. Aún recuerdo el cosquilleo tambaleante cuando buscaba de nuevo mi sexo.

Notaba el miembro de Adríán aún más tenso que en la posición anterior. Me cubría completamente y me agradaba. Sus movimientos empezaron a ser bruscos por la excitación. Comenzó a tirarme del pelo, haciendo de mi una yegua sobre la que cabalgaba.

―Estoy a punto de correrme. – Me dijo preocupado. – Pero me gustaría hacerlo al estilo tradicional.

Yo aún no había llegado al orgasmo, por lo que pensé en la oportunidad de retrasarlo un poco. También deseaba darle todo el placer que pudiera y hacer que este fuera el mejor polvo de su vida. Se separó ligeramente de mi. Me levanté y me coloqué en la esquina del cheslong, donde tenía más espacio y me tumbé con las piernas bien abiertas.

―Aquí me tienes. Haz conmigo lo que quieras. Hoy soy tu esclava sexual y estoy aquí para hacerte feliz. – Dije riendo para no pensar en que aquel era mi hijo.

Él no respondió. Supongo que al parar unos instantes también pensó en quien era la mujer que estaba con las piernas totalmente abiertas, delante de él.

Le observaba atento. En esa posición podía verme la cara, contemplar mis pechos, y me di cuenta que la escena era excitante.

Sin pronunciar palabra, me di cuenta que mi físico no sólo gustaba, si no que entusiasmaba a mi hijo.

De nuevo comencé a excitarme. Dejaba a Adrián que me manejase a su antojo. Yo no podía parar y mientras él me penetraba yo comencé de nuevo a tocarme, acariciando mi clítoris y mis pechos.

Aquella posición me originaba algo distinto y era poder ver a mi hijo mientras me penetraba, a la vez que veía mi cuerpo, incluso mi sexo totalmente depilado mientras el pene de Adrián se abría paso entre él.

Estaba a punto de caramelo. Sabía lo que quería y entre su miembro y mis manos, mis gritos empezaron a llenar el salón. Me pellizqué los pezones, algo que sin duda era lo que más me había gustado siempre del sexo. También las embestidas de mi hijo, a quien cada vez sentía más, me hicieron tener uno de los orgasmos más notorios de mi vida.

―Hijo, hijo, así, así. Me haces muy feliz. Lléname de tí. Te quiero Adrián, te quiero con locura, como madre, como mujer, como tu puta¡¡¡¡ – Grité perdiendo el control.

Quedé relajada, pero con las piernas abiertas. Miraba a Adrián que casi desencajado de placer intentaba culminar la relación.

―Hijo. No te corras dentro de mi. Llega fuera. – Dije sabiendo que a pesar de mi edad aún podía quedarme embarazada.

―Tranquila mamá. No te preocupes. No lo haré dentro. Con Paula también lo hacía así. – Comentó mientras se daba cuenta que en aquel momento no debía pronunciar el nombre de otra mujer.

Fingí no darme cuenta de su comentario. No haberlo escuchado. No quería que el nombre de ninguna mujer apareciese en aquel momento, pero también era consciente que mi hijo siguiera enamorado de su esposa.

Fue casi al momento cuando bruscamente sacó su pene de mi vagina y lo apuntó hacia mi pecho llenándolo de semen. A pesar de haber tenido una buena ración de sexo me sentía excitada, por lo que rebañé un poco con el dedo y lo llevé a mi boca.

Me sentía feliz y muy satisfecha. No valoraba las consecuencias que podría tener el haber mantenido una relación sexual con mi hijo. Me levanté, me duché y me puse a realizar las tareas de la casa. Adrián salió de casa y volvió tarde. Me daba igual lo que hiciese y con quien fuese, pero no deseaba que quedase con su mujer.

Al día siguiente me levanté confusa. Estaba excitada por lo que había sucedido pero también me sentía responsable como madre. Apenas había dormido y de madrugada escuché como Adrián abrió la puerta. Pensé que tal vez viniese a dormir a mi cama, pero no fue así. Oí como cerraba la puerta del baño y después la de su habitación. Me sentí un poco decepcionada y también frustrada. Pensé que tal vez habría estado con Paula, y me puse mala al hacerlo.

―Cómo podía sentir celos de que mi hijo hubiera estado con quien aún era su esposa?

Hablé con él por teléfono desde la oficina. Me confirmó que había visto a su mujer. Apreté los labios al escucharlo. Estaba molesta, como si me hubieran metido una guindilla por detrás.

―Te has acostado con ella? – Pregunté esperando una respuesta negativa.

―Mamá. A qué viene esa pregunta?

Adrián llevaba razón. No tenía sentido que le preguntase aquellas cosas. Quedaba a la altura de una novia celosa y al fin y al cabo, yo sólo era su madre. Una madre que la noche anterior había hecho el amor con su hijo, pero al fin y al cabo una madre, que siempre se había mantenido al margen de las decisiones de su hijo, aunque supiera que se estaba equivocando, tal y como sucedió cuando decidió casarse con aquella mujer.

Al llegar a casa vi que Paula estaba allí. Me sorprendió ya que lo normal es que hubieran ido a hablar a su casa en lugar de hacerlo en la mía.

Paula me saludó fríamente. Nunca nos caímos demasiado bien, y ahora yo no la tragaba. Ella supondría que Adrián me habría contado su ruptura y que yo la habría criticado. Todo aquello era cierto, pero de lo más importante no sabría nada. No podía saber lo que su marido y yo habíamos vivido la noche anterior.

Les dije que me marchaba a comprar al supermercado. Las reglas de cortesía me obligarían a invitar a Paula a cenar, aunque deseaba que cuando volviese ella ya no estuviese en la casa.

Cuando regresé no escuché ruidos. Temí que se hubieran ido los dos, pero Adrián seguía allí, cabizbajo y bastante hundido.

Me cambié de ropa y me puse una bata azul, de raso, que solía utilizar para estar en casa. Me acerqué a él y le pedí que me contase como se encontraba. Quería sonsacarle la conversación que había tenido con su mujer.

Paula había iniciado una nueva relación y no sabía aún que pasos dar. Había querido responderle a todas las preguntas que la noche anterior no se atrevió a hacerlo.

Efectivamente Paula había conocido a otro hombre. Aun dudaba sobre la decisión que iba a tomar, y prefería estar sola hasta que aclarase sus ideas.

―Está con otro, mamá, está con otro. – Me contó llorando. – Se está follando a otro, y yo en vez de mandarla a la mierda, sigo aquí, deseando que eso termine y vuelva conmigo. Soy patético, verdad?

―No hijo. Estás enamorado. Anímate. Si no volvéis piensa que hay muchas mujeres que te harán feliz.

Seguía deseando a mi hijo como hombre. Me senté a su lado y mientras le escuchaba procuraba mostrarme lo más erótica posible. Acariciaba su pierna y su brazo. Le susurraba al oído de forma sensual y sobre todo, cada vez me iba acercando más hasta que al final, acerqué mis labios a los suyos y nos fundimos en un profundo beso de pareja.

Noté que estaba excitado, y sobre todo, al aceptar mi beso, sabía que iba a volver a tener una sesión de sexo con mi hijo. Me senté, con las piernas cruzadas sobre la cama, corrí un poco mi escote y llevé sus manos a mis pechos, agarrándolos con fuerza.

Comencé a respirar de manera agitada, mientras mis pezones volvían a erizarse. Adríán, sin duda, sabía como tocar a una mujer, y lo demostraba con su madre. Mi mano se acercó a su pantalón, pero la apartó y procedió a quitárselos. Sin duda, estaba muy excitado. Su miembro así lo demostraba.

Estábamos los dos impacientes. En cuanto quedó desnudo de cintura para abajo mi boca se dirigó a su pene y comencé a succionarlo de manera incontrolada. Me sentía con ganas de sexo, y saber que a mi hijo le volvía loco, hacía que aquello me contagiase.

Estaba totalmente empapada. Sentía la humedad en mis bragas. Paré y me volví a situar sobre la cama, de rodillas, pero manteniéndolas separadas. Me abrí totalmente la bata e invité a Adrián a que lo comprobase, introduciendo su mano por debajo de mi prenda más íntima.

Me volvía loca. Comenzó a jugar con mi clítoris. Me gustaba y me gustaba verme tan atractiva, con mis pechos sobresaliendo sobre mi bata totalmente desataba y abierta.

No pude resistir más y me lancé a por Adrián. Tomé su miembro y comencé también a masturbarle, como él estaba haciendo conmigo.

Mi cabeza se giraba, moviéndola de un lado a otro, mientras que mi boca pronunciaba susurros de placer.

Había llegado el momento. Quería desnudarme. Él casi lo estaba. Procedí a quitarme la bata, de forma sensual, intentado siempre que mis pechos sobresaliesen.

Me alisé el pelo, quedando desnuda de cintura para arriba. Sólo quería parecer sexy y apetecible a Adrián. Tan sólo llevaba las bragas que me había puesto minutos antes, después de ducharme. Me tumbé sobre la cama y de inmediato, mi hijo procedió a quitármelas.

Puedo parecer una zorra al contar esto, pero sólo deseaba hacer el amor con mi hijo. Por eso, cuando abrí mis piernas, y el se situó entre ellas, me sentía excitada, y sobre todo me mostraba muy atractiva.

Su miembro entró a la primera dentro de mi. Estaba muy húmeda y él tremendamente duro. Comencé a mover mi cabeza, pidiendo más, a la vez que él me tocaba, acariciaba mis pechos y continuaba con el mete y saca.

―Mamá. Estoy a punto de correrme. – Dijo con la voz entrecortada por la excitación.

―Espera, no llegues aún. Voy a darme la vuelta y lo haces por detrás.

Me giré y me situé de rodillas. Apoyé mis manos y me coloqué a cuatro patas. Estilo perro, porque era así como me sentía. Como una perra en celo.

En realidad sólo pretendía retrasar un poco la eyaculación de Adrián. De nuevo se introdujo dentro de mi, y de nuevo volví a gemir como una loca.

Mis gritos empezaron a ser tan fuertes que tal vez me oyeran los vecinos, pero me estaba haciendo sentir cosas que jamás había sentido con su padre, ni con ningún otro hombre. Mis brazos dejaron de aguantarme y mis pechos cayeron sobre las sábanas. Mis manos se retorcían y mi boca permanecía jadeante.

Adrián agarró mi pelo e hizo que mi cabeza se levantase. Instintivamente volví a situar las manos sobre las sábanas y me incorporé ligeramente. Entonces me di cuenta que lo que pretendía en ese momento eran tocar mis enormes pechos.

Vi que había llegado el momento, por lo que volví a situarme como antes. Tumbada, mirando hacia arriba. De nuevo se introdujo entre mis piernas.

Estaba tan excitada que no podía parar de acariciarme. Mis manos pasaban de los pechos a mi clítoris en cuestión de segundos. Comencé a gritar, a sabiendas que era el final del acto. Sus movimientos me demostraban que él también estaba a punto de eyacular.

Me observaba en el espejo del armario. Creo que nunca me había visto así. Mis piernas totalmente separadas, con un hombre encima, aunque éste fuera mi hijo, y mostrando mi cuerpo desnudo, que hacía que aún me excitase más.

―Me voy a correr, mamá¡¡¡

Su expresión me hizo volver a la realidad. Yo había tenido mi orgasmo unos segundos antes y tan sólo acerté a decirle:

―Hijo. Llega fuera.

Sacó su miembro y un chorro de semen cayó a la altura de mi ombligo. Adrián se quitó de encima de mi y se situó a mi lado. Yo le acaricié como si fuese su novia. Me sentía feliz.

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