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Zapatos Rojos

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Iba de tienda en tienda esa mañana, buscaba sin cesar ese par de zapatos rojos de raso, con tacón de aguja, perfectos para combinarlos con aquel vestido que me obsequió Mariano. Esa noche sería especial, así que lucir perfecta era mi misión.

Caminando por el callejón Barroco, encontré una zapatería que exhibía en su pequeña vitrina justo los zapatos que había estado buscando. La tienda aunque pequeña, poseía una mercadería exquisita. Me quedé embrujada en la calzada, viendo hacia dentro, cada detalle tanto en zapatos, carteras y accesorios, pero sin darme cuenta, que desde adentro había alguien que me observaba a mi de la misma forma como lo hacía yo con cada articulo de la vitrina.

Repentinamente, la voz de un hombre, me sacó de mi estado hipnótico. Era el dueño de la tienda, que me invitaba a pasar, para ver mas de cerca su mercancía:

- ¡Señorita! - dijo el hombre - Entre y vea con mas detalle lo que le guste, sin ningún compromiso de compra...

Su voz, me trajo de nuevo a la realidad, ya que me encontraba volando alto, imaginándome junto a Mariano, entrando al gran salón de festejos del Hotel Imperial, lugar dónde íbamos a anunciar nuestro compromiso.

- Gracias, si claro, de hecho quiero medirme esos zapatos rojos– le respondí al tendero, señalándole los zapatos.

Una vez adentro, y luego de haberle dado mi talla, el hombre me pidió cortésmente que tomara asiento mientras esperaba por él. Al contrario y muy decidida a seguir escudriñando, pero ya con mas detalle, comencé a ver entre las estanterías la cantidad de hermosos detalles de prendas elaboradas en pedrería de la más fina, las deliciosas carteras de piel, y el resto de los calzados.

Una vez que el hombre regresó, me encontré con la mala noticia de que justo el día anterior había vendido el último par que tenía de mi talla.

- Pero si Usted desea, le podemos hacer un par a su medida – me dijo el hombre, que luego me aclaró que ellos mismos elaboraban cada pieza de las que allí se exhibían. – Venga y pase a la trastienda y allí le tomaré las medidas necesarias -.

Decidida a no dejar ir ese hermoso par de zapatos, pasé a la habitación contigua. Era una habitación muy bien iluminada, con una gran ventana de roble en la pared del fondo y una portezuela que conducía a un traspatio. Las paredes, impecablemente pintadas de blanco, lucían fotografías en blanco y negro. Había fotografías de todo tipo, grandes, pequeñas, de paisajes, de familias, animales, pero había una que llamó especialmente mi atención. La fotografía retrataba a una hermosa mujer, de piel muy blanca, ojos claros, cabello rubio. La imagen era de cuerpo entero. Ella se encontraba desnuda, apoyada sobre un muro, miraba fijamente a la cámara, su cabello largo tapaba sutilmente sus pequeños senos, en los que sobresalían unos hermosos pezones. Delgada, con una cintura bien delineada, y con caderas anchas. Su pubis completamente depilado. Tenía las piernas abiertas y su mano derecha se encontraba sobre su muslo izquierdo, mientras que con su mano izquierda hacia la señal de llamada, como pidiendo a su fotógrafo que se acercara de una vez a ella. Realmente la fotografía no era la mejor que haya visto, pero la mirada de aquella chica, la expresión de su rostro, la forma en la que su cuerpo pedía que lo acariciaran, me hizo sentir una ligera excitación.

Me sentí un poco turbada, al darme cuenta que el tendero había estado observando cada movimiento hecho por mí. Lo miré en silencio y con un gesto de mi rostro le pregunté ¿qué esperábamos?. Él me señaló un cómodo sillón que se encontraba a mi izquierda y me pidió que tomara asiento.

Esa mañana, me había vestido con una falda corta de color blanco, que dejaba ver mis muslos firmes, un top muy fresco de color rosa, ya que el calor que estaba haciendo ese verano era sofocante, llevaba unas sandalias de cuero trenzado, y un pequeño bolso color café, con las cosas necesarias.

Cuando me senté en el cómodo sillón, el tendero acercó un banquito acolchado y forrado con una suave tela y un pequeño baúl. Se sentó en el suelo, frente a mí, y me pidió que colocara mis pies descalzos sobre el banco, para él poder tomar las medidas necesarias.

Me sentí un tanto incómoda, ya que mi vestuario poco ayudaba a que levantara mis piernas y acomodara mis pies sobre el banquito. Junté mis rodillas y me acerqué lentamente a mis pies, mientras el tendero miraba fijamente cada uno de mis movimientos. Cuando me agaché mi top se despegó suavemente de mi piel, y dejó entrever mis senos, pequeños, redondos, mi cabello caía suavemente formando una cortina que por minutos hacía impenetrable su mirada, o dejaba al descubierto mi disimulada desnudez.

Observando el aprieto en el que me encontraba, él me ofreció su ayuda, y quitando mis manos de la sandalia que estaba desabrochando, tomó mi pié y lo descalzó con suavidad. En ese instante nuestros ojos se toparon de frente y fue cuando detallé en realidad el rostro de aquel hombre, que me había resultado tan indiferente hasta ese instante.

Sentí la cercanía de su aliento y mirándolo aún fijamente a sus ojos color café, me incorporé nuevamente y me recliné contra el respaldo del sillón. En ese momento, comencé a sentir como los tibios flujos de una inesperada excitación, recorrían mi interior. Mis pezones se endurecieron lentamente y se levantaron, para mostrarse sin ninguna reserva sobresaliendo por los tejidos de mí top.

Sus manos comenzaron a acariciar mi pie descalzo, mientras mis ojos lo seguían fijamente. En ese instante sonó mi móvil, cosa que nos sobresalto a ambos y me hizo retirar de manera apresurada mi pie de entre sus manos.

-¡Hola! - respondí la llamada. Su nombre aparecía en la pantalla. MARIANO ARNAL. – Cariño, dónde estás?. Te estuve llamando esta mañana temprano, para encontrarnos, pero no me atendías. – Hice un breve silencio mientras escuchaba su explicación, a la vez que miraba los ojos de este hombre que aún esperaba frente a mí.

-¡Oh! Como lo siento Mariano, pero dime ¿crees que podamos vernos para cenar?... Esta bien. Será hasta mañana entonces-.

Terminé la llamada, y no sé por qué, apagué el móvil y lo dejé caer en el fondo de mi bolso nuevamente.

- Disculpe la interrupción, ¿podemos seguir?

Él asintió con la cabeza, sin pronunciar una sola palabra. Me apresuré a colocar mi pie descalzo sobre el banquillo y le acerqué el otro, sin retirar mis ojos de sus ojos. Él lo tomó delicadamente, retiró la sandalia y con sus manos lo masajeó suavemente, a lo que mi cuerpo siguió reaccionando.

Llevó mi pié hasta el banquillo y comenzó a medir. En mi mente comenzaron a aparecer imágenes, la foto de la rubia desnuda, la habitación, el patio trasero que ahora había comenzado a llamar mas mi atención, puesto que desde donde estaba sentada, podía ver a través de la abertura de la puerta un banco de jardín, de hierro forjado, con detalles en madera, un hermoso rosal y algo que parecía una fuente.

-Listo Señorita - me dijo el tendero. Y tomado de nuevo mi pie, comenzó a calzarlo, a lo que reaccioné con un movimiento. Me levanté del cómodo sillón y caminé hacia el patio. Él me siguió con la mirada. Abrí por completo la pesada puerta de madera, lo que terminó de iluminar la habitación. Me detuve frente al banco del jardín, cerré los ojos y respiré profundamente. No lo había notado, pero él me había seguido, se detuvo detrás de mí y cuando menos lo pensé me abrazó por detrás y con sus fuertes brazos cubrió mi pecho. No me inquieté. Lo deseaba tanto como él. Sus manos comenzaron a seguir mis formas sus dedos encontraron mis pezones, endurecidos. Delataban mi deseo.

Besó suavemente mi cabello, mientras acercaba mas aun su cuerpo al mío. Sentí su pecho bordeando por completo la línea de mi espalda y un bulto comenzaba a crecer sobre mis nalgas, a lo que respondí con un suave contoneo de mis caderas. Me giró suavemente, hasta ponerme frente a el. Nuestros ojos se encontraron nuevamente, nuestros labios se deseaban. Me cargó en brazos y atravesamos el patio, hasta llegar a una nueva puerta, que se encontraba abierta y conducía a una habitación oscura.

Una vez adentro, me llevó hasta un cómodo sofá, se alejó de mí, cerró la puerta, encendió una lámpara que emanaba una luz tenue, se acercó a una vieja cómoda de donde sacó un yesquero y se dispuso a encender las velas que adornaban la pequeña estancia.

Se acercó a mí, besó suavemente mis labios y se alejó nuevamente, saliendo de la habitación, a lo que supuse iba a cerrar la tienda.

A los minutos regresó, traía en las manos un bolso, que depositó sobre la cómoda, se quitó la camisa, dejando al descubierto su bien formado pecho y se acercó a mí. Sin pronunciar una sola palabra comenzó a mordisquear suavemente mis pezones aun cubiertos por mi ropa y con sus manos acarició mis muslos, mientras subía mi falda.

Se detuvo y nuevamente se acercó a la cómoda, de donde sacó un par de esposas. Sentí un poco de temor, pero sus ojos me hacían confiar. Me quitó el top, terminó de subir mi falda hasta mis caderas, suavemente tomó mis manos, llevó a mis brazos hacia atrás, colocando en mi muñeca derecha las esposas y pasando la cadena de esta detrás de una manilla que sobresalía de la pared, para luego asegurar mi otra mano. Simplemente cerré mis ojos y me dejé llevar.

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