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El diario de María

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Cuando Pedro abrió un privado para empezar a hablar conmigo, en el chat en el que nos encontrábamos, jamás pensé la transcendencia que tendría en mi vida.

Mi nombre es María y esta es mi historia. Tengo 38 años, y creo que yo misma comencé a cambiar ese día, en un chat multitudinario. Aquella vez, estuve por primera vez hablando a solas con él.

Me describiré brevemente, soy morena, delgada, 1,68 de altura. Vivo en la zona norte de España. Socialmente, mi situación es como la de miles de mujeres, casada, con hijos, aunque mi matrimonio hace aguas por todos los sitios, hasta el punto de preferir contar mis problemas a algún desconocido en un chat, antes que hablarlo con mi marido.

Poco a poco, fuímos forjando una bonita amistad, que se iba impregnando de vez en cuando de ciertos toques eróticos y sentimentales. La vida de Pedro, era más o menos similar a la mía. Al igual que yo, tambien está casado, y padre, aunque su matrimonio, ya se podía considerar roto, y aún sin haber dejado de convivir con su esposa. Ambos tenían su vida totalmente independiente, ajenos a su pareja.

Sólo nos separaba una cosa, la distancia. El vivía en el sur y estábamos 1000 kms.

A los pocos días de comenzar a hablar, ambos teníamos los teléfonos móviles del otro, aunque nuestra principal fuente de comunicación era el ordenador.

Recuerdo que mi deseo era llegar a casa por las tardes y noches, y ver a Pedro conectado. Las horas se hacían minutos y los minutos segundos, cuando estábamos hablando. Durante el día, la mayor parte de mis pensamientos libres, eran hacia él.

Así fueron transcurriendo los días, de tal forma, que él conocía y sabía todo lo que yo hacía y yo tambien tenía un completo dosier de su vida cotidiana. Al fin y al cabo, éramos el uno para el otro, unos confidentes, unos amigos y las personas, con quien más tiempo hablábamos a lo largo del día.

Por fin, despues de dos meses en contacto, podía surgir la oportunidad. Mi marido, saldría a pasar un fin de semana de acampada con los niños. Yo no les acompañaría, ante lo cual, me iba a permitir quedarme sola y tal vez poder conocer a Pedro.

Cuando se lo dije, a través del ordenador, sé que pegó un salto en su silla. Por fin, despues de tanto tiempo de contacto virtual y alguna llamada esporádica a través del móvil, el encuentro iba a ser posible.

No había mucho tiempo, puesto que estábamos a martes y sería el viernes cuando tendríamos la cita y pasaríamos un fin de semana juntos.

Él se encargó de todo. Organizó el lugar del encuentro, que fuese factible por transporte y el hotel. Decidimos que fuera a mitad de camino. Los dos saldríamos de nuestras casas el viernes a primera hora de la tarde, y antes de anochecer estaríamos juntos.

Por fin llegó el momento. Quedamos en la ciudad, en la estación de autobuses. Pedro me recogería e iríamos al hotel.

Le vi de lejos, pero no estaba segura, así que decidí llamarle por teléfono con la excusa de preguntarle la ropa que llevaba puesta y no equivocarme de hombre. Aunque nos habíamos visto a través de alguna foto y webcam, no era capaz de distinguirle en persona. Cuando vi que acercaba su móvil al oído, mi corazón se aceleró. Tanto tiempo esperando conocerle y ahora estaba tan sólo a unos metros de él.

Le engañé con mi ropa, y eso permitió acercarme sin que sospechase que pudiera ser yo. Creo que iba muy guapa, al menos eso me dijo, con un pantalón negro y una camisa blanca.

Tiene usted hora?, le pregunté con una sonrisa en mi boca. Me respondió y mi siguiente frase fue, hola Pedro, soy María, acercándome a su cara para darle un beso en la mejilla, a lo que él me respondió.

Me sentía rara. Salimos a la calle y cogimos un taxi, que nos llevó hasta el hotel que Pedro había reservado. Durante el trayecto, en un momento, intentó agarrarme por el hombro y acercar sus labios a los míos. Yo le rechacé, pero en ese momento empecé a ser consciente que iba a pasar el fin de semana con un hombre que no era mi marido y no estaba segura de querer seguir adelante.

Llegamos al hote, nos registramos y subimos a la habitación. Para colmar la situación, sólo había una cama. Empezaba a arrepentirme de haber hecho esta escapada, y en varios momentos dudé en salir corriendo como una jovencita a quien le dicen un piropo en una obra.

Era muy temprano aún para salir a cenar. Él se sentó en la cama, mientras que yo me alejaba lo más posible, y lo hice en una silla, a un par de metros de él, junto al escritorio de la habitación.

Estuvimos unos minutos sin pronunciar palabra, supongo que él tambien se arrepentía de haber quedado con una mujer tan puritana como yo. Debió pensar que no me gustaba, y en realidad, no sabía si era así, no estaba segura de nada en esos momentos.

De repente, Pedro se levantó y se acercó hacia mi, y volvió a agarrame, esta vez con sus dos manos, e intentó besarme. Aunque moví la cabeza para rechazarle, esta vez, sus labios consiguieron rozar los míos. Ante mi negativa, él volvió a su improvisado asiento, sobre la cama.

De nuevo, pasaron varios minutos sin que hablásemos. Me habría gustado irme a casa, pero ambos habíamos hecho muchos kilómetros para estar juntos, aunque en ese momento dudaba del sentido de haberlo hecho.

Me levanté y abrí la maleta para colocar mi ropa. Entré en el baño con mi neceser, para dejarlo en una estantería de cristal y él me siguió. Me agarró por detrás y empezó a besarme. Intentaba zafarme, y me di la vuelta.

Sus labios volvieron a rozar los míos, mientras sus manos recorrían mi espalda. No le correspondía, pero dejé de ser arisca con mis gestos, y sólo le pedía que parase. Por favor, Pedro, no sigas, era mi frase, pero él me besaba en los labios, y yo sólo bajaba la cabeza, ante lo cual, el respondía agarrándome con fuerza la cara, y acercándola a la suya.

Por fin, metió la lengua en mi boca, y esta vez, ya no le rechacé. Supongo que esperaba que una vez lo hubiese hecho, terminase y saliese del baño, pero evidentemente no fue así.

Continuaba besándome, a la vez, que iba desabrochando uno a uno, cada uno de los botones de mi camisa.Yo me limitaba a implorarle que no siguiese, aunque ya mis manos se apoyaban por detrás en el lavabo y no hacían nada por impedir que mis pechos quedasen a su vista, tan sólo tapados por el sujetador.

No paró ahí, y sacó cada una de las copas del sujetador, dejando a su vista mis senos, que ya se encontraban totalmente erectos. Le seguía pidiendo que parase, pero creo que mi cara no decía lo mismo, y a veces cerraba los ojos para sentir sus besos y lametones.

Noté que su mano bajaba hacia mi pantalón y se acercaba directamente al botón que lo mantenía sujeto. En ese momento, comencé a excitarme sobremanera, puesto que veía muy difícil que me permitiera salir del baño con algo de ropa. Al fin y al cabo, era más fuerte que yo, y la sensación de sentir su dominación, me gustaba.

Eo desabrochó, bajando la cremallera. Comenzó a bajarlo, de una manera más o menos atropellada. Mi tanga, se enredó con el pantalón, por lo que ambas prendas, fueron bajando al unísono.Me daba una vergüenza enorme que me viera totalmente desnuda, aunque me sentía treméndamente guapa. Mi pubis, estaba depilado, muy cuidado, con forma de rectángulo, de felpudo, totalmente negro.

Mis pantalones estaban por las rodillas, y el comenzó a tocarme mi conejito, primero el pelo que lo cubría, que casi pinchaba y despues, pasando levemente el dedo por mi rajita.

Me cogió con fuerza por la cintura, y me levantó, apoyandome en el lavabo. Terminó de sacar mis pantalones y tanga, quedando totalmente expuesta de cintura para abajo. Me abrió las piernas, haciendome apoyar mi pie sobre el bidé que estaba al lado. Quedé totalmente abierta ante su mirada, y ante sus dedos que comenzaron a bajar desde mis pechos.

Me besaba con pasión, bajaba con su lengua rozando mi cuello. Mi camisa abierta, mi sujetador por encima de mis pechos, y sin nada más de ropa. Mis piernas totalmente abiertas, hacían sobresalir los labios vaginales. Además, él se encargaba que todavía saliesen más, como si quisieran despegarse de mi sexo, pasando sus dedos entre ellos, acariciándolos, tocando mi clítolis, en el cual, sentía como gota a gota, se iba mojando.lo que le permitía deslizar su dedo perfectamente.

En uno de sus movimientos, lo introdujo hasta el fondo de mi vagina, algo que me hizo estremecer. Agarré fuertemente sus hombros para sostenerme. Llevaba tan sólo unos minutos en situación íntima con Pedro, pero parecía que había estado a su lado toda la vida.

Ahora ya era mi boca quien buscaba la suya. Mi pudor había desaparecido por completo, o al menos eso pensaba. Comencé a desabrocharle su camisa, quedando al descubierto su pecho velludo. Pasaba su mano por su cabeza, mi boca buscaba su cara, su cuello, su pecho.

Bajé mi mano hasta tocar su entrepierna. Su excitación se había notar, su bragueta se había abultado considerablemente, por lo que me pareció el momento idoneo para liberarlo.

Desabroché su cinturón, su botón y su bragueta, para deslizar sus pantalones hacia abajo. Al palparlo de nuevo, notaba aún más la dureza de su pene. Introduje la mano por debajo de su boxer, y lo agarré con fuerza. Para esos momentos él ya me había tocado todo el cuerpo durante un largo rato. Mi sexo estaba a su disposición y se había encargado de cerciorarse que era así. Mi sexo, parecía una fuente de aguas termales. Aún hoy, aunque no lo vi, pienso que algunas gotas de mi flujo, por la abundancia, llegaron a caer al suelo.

Procedí a liberarle del boxer, sólo hasta donde podía llegar, pero lo suficiente para darle a entender que quería que se quedase totalmente desnudo. El resto lo hizo él.

Sus manos, agarraron mi cintura, y mientras, su pene, iba rozando mi rajita, mi clítolis, produciéndome un escalofrío, cada vez que lo deslizaba. Aún no me había penetrado, pero a cada roce, mi vagina quería absorverlo.

Aún jugó un rato más conmigo, hasta que por primera vez me hizo suya. Por la posición, no fue hasta dentro, sino sólo la punta, sólo dos o tres centímetros, pero que me hizieron estremecer.

Sólo deseaba que me besase, que me acariciase, que me tocase y que me hiciera el amor de todas las formas posibles, de las que imaginaba y de las que nunca pensé.

Me gustaba la tranquilidad, como dominábamos al tiempo, hacerlo sin prisas, algo que no sucedía en casa, con mi marido, con los niños en la casa. Ahora estábamos solos, y sabía que podía tener la mejor sesión de sexo de mi vida, curiosamente, con un hombre a quien veía por primera vez.

Me sentía realmente atractiva, enseñando mi cuerpo, viendo y sintiendo como lo disfrutaba.

En ese momento, me agarró por mis muslos, me levantó y me llevó en volandas a la cama. Allí me quitó la excasa ropa que me quedaba, haciendo él lo mismo. Su fortaleza, como me dominaba, y como me trataba me hacían sentir como una reina en su reino.

Me dejó suavemente sobre la cama, muy despacio, con mucha suavidad comenzó de nuevo a besarme, con sus manos, apartaba el pelo de mi cara. No quería que nada tapase lo que a él le podía gustar. Comenzó por mi boca, bajó hacia mis pechos, jugando con mis pezones, como si se tratase de un caramelo Continuó descendiendo por mi cuerpo, mi ombligo, mi vientre, mis piernas, todo ello era recorrido por su lengua.

Por fin llegó a mi sexo, algo que deseaba que llegase. Me apartó las piernas, para que mi rajita, quedase limpia ante su boca. Pasó su lengua, rozando mis labios, hasta llegar a mi clítolis.

Para esos momentos, yo sólo tenía una idea en mente. Quería meter su polla en mi boca, y conseguir que se corriera dentro de ella. Deseaba probar su semen, que mi lengua y mi garganta se llenaran de él. Por eso tomé la iniciativa, y me coloqué encima de su cuerpo, para comenzar a besarle por todo su cuerpo, tal y como él había hecho anteriormente conmigo. Fuí bajando desde su cara a su cuello, despues su pecho. Me gustaba acariciar su pecho. Le pasaba la lengua, le mordía suavemente hasta que llegué a su miembro que estaba totalmente erguido. Lo lamí lentamente, antes de introducirlo totalmente en mi boca.

Con movimiento constante, movía mi boca para conseguir que su pene hiciera lo mismo. A veces paraba para movérselo con la mano y con mi lengua. Procuraba que mi pelo largo, rozase sus testículos para que aún tuviera un placer mayor hasta que por fin mi boca se inundó de su leche. Era la segunda polla que introducía en mi boca, despues de la de mi marido, pero el sabor era mucho más agradable, se tornaba dulce al contacto con mi boca.

Nos quedamos relajados. Yo tumbada ahora junto a él. Le notaba un poco exhausto, como consecuencia de su orgasmo, aunque aún yo no había tenido el mío, a pesar de lo caliente que estaba.

Me puse muy mimosa a su lado, acariciándole y tocándole, hasta que de nuevo conseguí que reaccionara y su miembro volvío al tamaño que había tenido unos minutos antes.

Había llenado mi boca y ahora quería que fuese mi sexo el que llenase de semen. Sólo quería provocarle y excitarle. Me di la vuelta y me tumbé boca abajo, y él lo hico encima, mientras me besaba y pasaba su miembro por la rajita de mi culo, sin introducirla, puesto que sabía que no me gustaba el sexo anal.

Cuando su excitación era máxima, me levanté y me puse a cuatro patas, estilo perro, para que procediese a hacérmelo por atrás.

Ayudé a su pene a encontrar mi cavidad. No la conoce todavía, bromeé, y con la ayuda de mi mano conseguí que entrase. Mientras tocaba mi culo, mis caderas y mis tetas. Lo hacía sin ninguna prisa, como si supiera que podía ser suya durante toda la vida. Cambiaba de ritmo, despacio, deprisa, lo que hacía que me volviese loca. Supongo que su polla debía brillar por los líquidos que desprendía mi vagina. Me excitaba mucho y por fin, conseguí correrme, estremeciendome, y quedándo mi cara apoyada en la almohada.

Pensé que pararía ahí, al ver mi orgasmo, pero lejos de eso, comenzó a bombearme con más fuerza, sin parar. Me parecía increíble que pudiera durar tanto sin correrse y con la polla tan dura. Despues de unos minutos se levantó e hizo lo mismo conmigo para ponerme al borde de la cama, ahora con mi espalda apoyada en ella. Al ponerme de pie, mi sorpresa fue que mis piernas temblaban y no podía sostenerme. Nunca en mi vida había tenido una sensación así.

No me dio demasiado tiempo a comprobar el efecto, puesto que de nuevo comenzó a introducirme su pene. Lo hacía de tal forma, que sentía cada entrada y cada salida. La sacaba del todo, para volver a introducirlo hasta el fondo. No podía dejar de gemir, no entendía lo que me pasaba, ni como podía llevarme un hombre hasta ese extremo.

Unos golpes finales, un pequeño grito y su posterior caída inerte sobre mi, me hicieron saber que había tenido un orgasmo dentro de mi.

Se salió de mi cuerpo y se tumbó a mi lado. Volvió a tocar mi sexo, y comprobó que estaba totalmente empapado. Era el comienzo de un fin de semana dedicado el uno al otro, pero ahora era el momento de ducharse y salir a cenar.

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