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Mi adolescencia: Capítulo 10

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Rafa debió percibir claramente que mis defensas estaban totalmente bajo mínimos y que me había sumido en un estado de placer de enajenación y embelesamiento del que ya no me enterada de nada. La reacción suya no se hizo esperar pues, a pesar de estar vendada, noté perfectamente como desabrochaba el botón que quedaba de la rebeca y como empezaba a desabrochar uno por uno, de forma lenta y saboreándolo, cada uno de los botones de mi camisa. Creo recordar que intenté decir algo así como: “no, no lo hagas” pero las palabras no salieron de mi boca. Por cada botón de la camisa que me desabrochaba me venía a mi cabeza la de veces que en los botellones hubiera deseado desabrocharme y como acumuló ese anhelo y deseo en su interior, como lo reprimió durante tanto tiempo y como ahora estallaba y explotaba por cada botón que me desabrochaba. Es indescriptible lo muchísimo que me excitó pensar en ello. Era una combinación perfecta de deseo físico con grandes dosis de psicología que lo hacía mucho más erótico y excitante. 

En medio de esta ensoñación erótica se me metió algo en la cabeza que empezó a dar vueltas sin parar. ¿Y Edu? ¿Pensaría lo mismo Edu que Rafa cuando nos juntábamos en los botellones? ¿También estaría pensando al verme los fines de semana en subirme un poco el jersey y desabrocharme la camisa? ¿También mi ropa y mi estilo le volverían loco al igual de Rafa? Por un momento me olvidé por completo de que estaba con Rafa y solo pensé que Edu estaba en esos momentos disfrutando y jugando con mi ropa. Satisfaciendo así todo el deseo acumulado que desde siempre ha tenido por mí y que por fin la indiferencia mutua que tanto nos caracterizó pasaba a mejor vida. Hubiese seguido pensando nublosamente en Edu si no fuera porque la voz de Rafa me sacó de mi estado de ensoñación. Rafa no pudo ser más claro: “Dios mío, que sujetador blanco más precioso, jamás pensé que tu sujetador te quedase tan bien”. Efectivamente, enseguida me di cuenta de que me había desabrochado del todo la camisa y la había abierto. Quise pararle y frenar el desmadre erótico en el que nos estábamos metiendo. Pero no fui capaz, no dije nada y solo quería sentir teniendo esos calambrazos, ardores y escalofríos por todo el cuerpo como hasta ese momento. 

Rafa tampoco se ando por las ramas, pues lanzó su boca directa a mi sujetador y empezó a comerme las tetas por encima del sujetador. Pero enseguida se paró en seco y durante unos segundos no hizo nada. Noté como empezó a voltearme, a girarme mientras decía: “tranquila miniña, tranquila, confía en mí”. Yo me dejaba llevar y, en realidad, lo que más deseaba era seguir dejándome llevar y seguir disfrutando como hasta ese momento. Me giró con suavidad hasta que consiguió ponerme totalmente bocabajo. Y nuevamente él se colocó a horcajada encima de mí. Empezó a acariciarme el cuello y desde allí tiró de mi rebeca hasta que fue quitándomela poco a poco por mis brazos. En unos segundos me la quitó del todo y pude escuchar perfectamente como la tiró bien lejos. Estaba casi segura que repetiría la misma operación con la camisa, pero no fue así.

Empezó a darme besos, primero en mi pelo, luego en mi cuello, luego en mi espalda hasta llegar a mi culo. Y sin previo aviso empezó a darle mordisquitos por encima de la falda. Comenzó a decir: “reconozco que me gustas mucho más en pantalón, porque los pantalones te hacen un culito precioso, sobre todo cuando vas en vaqueros, bueno, en realidad siempre te hacen un culito precioso que me vuelve loco”. Paró por unos segundos de hablar y luego reanudó la conversación: “pero debo reconocer que con falda también estás guapísima y me pones cardiaco. Que sensual y sexy estás con la falda. Estás para comerte viva”. Y bien debía ser cierto eso de comerme viva, pues no dejaba de pegar mordisquitos en el culo, no paró ni por un segundo. Sus dos manos agarraban con fuerza y firmeza mis glúteos y él los mordía con pasión, con deseo y con muchísimo ímpetu. Nuevamente mi sentido de la responsabilidad y de la sensatez me advirtió que ya valía por hoy, que el desmadre erótico estaba alcanzando unas cotas muy excesivas y que debíamos parar de una vez, pues esto cada vez tenía menos pinta de ser una fantasía light. 

Quise volver a recriminar a Rafa y pararle los pies. Sabía que era lo más correcto y sensato, lo más racional. Pero no fui capaz, no me salieron las palabras, estaba yo gozando tanto que me decía a mi misma: “solo un poco más, solo un poco más”. Me costaba mucho ser racional teniendo las hormonas y los instintos tan revolucionados. Intenté hacer el esfuerzo de hablarle, pero cada vez que lo intentaba un nuevo cosquilleo erótico recorría cada parte de mi cuerpo. Quería parar, quería que parase, quería que terminase ya todo de una vez pero… al mismo tiempo quería que continuase sin cesar nunca. Mi mente era una contradicción continúa totalmente confusa y alborotada. 

Atormentada como estaba sumida en mis reflexiones no me di cuenta como había metido una de sus manos por debajo de mi falda, empezando a acariciarme las piernas. Sentí un calambrazo al notar eso. Un verdadero calambrazo que estalló dentro de mí y recorrió todo mi cuerpo como una descarga eléctrica. Antes de que me diera cuenta estaba acariciando mis muslos. Eso ya sí que me pareció excesivo, eso ya sí que fue la gota que colmaba el vaso. Así ya sí que se pasó. Yo reaccioné al fin como tenía que haber reaccionado mucho antes. Puede que esto al principio fuese un juego tonto jugado con picardía y picaresca por dos adolescentes embobados, pero que ya me acariciase con total descaro los muslos fue sobrepasar mucho el estilo light que habíamos acordado.

No tarde ni un mísero segundo en ponerle las pilas. Puede que hasta ese momento estuviese tan embobada y en estado de ensoñación que no fuese dueña de mis actos, pero hasta ahí habíamos llegado. Le dije en un tono bastante alto: “Basta ya. Se acabó. Quita la mano de ahí. Ya”. Al mismo tiempo que lo decía me giré para ponerme bocarriba y me incorporé en la cama. Su cara era todo un poema de frustración y desolación. Me dijo en un tono enfadado: “joder, que tienes ya 17 años, que ya no eres una cría, que tampoco es para tanto. Joder, vaya mojigata que estás hecha. Vaya tela. Que tampoco es para tanto. Que delicada que eres. Que tienes ya 17 años”. Si pensaba que repetirme tantas veces mi edad iba a conseguir que decidiese, lo llevaba claro. Porque al mismo tiempo que me iba diciendo todo eso me empecé a abrochar la camisa y me dirigí al cuarto de baño a quitarme de una vez esta ropa de colegiala y ponerme mi ropa original. 

Estaba a unos cinco metros de él, casi a punto de entrar en el cuarto de baño, cuando dijo en tono un poco agresivo y de cabreo: “Vale, vale, lo que tú digas. Tú pones las normas. Lo que tu quieras. Tú decides lo light que quieres que sea la fantasía… pero solo te quiero pedir una cosa más”. Yo no contesté. Solo le miré. Finalmente le indiqué con un gesto de cabeza que siguiera. Él no dijo nada, simplemente bajó la mirada hacía su propia entrepierna. Tenía una erección impresionante, era inmensa, le hacía un bulto extraordinario en el pantalón. Sin mediar una sola palabra, se acarició su miembro por encima del pantalón. Yo permanecí callada, sorprendida, sin saber qué decir. Contemplando simplemente la escena a esos cinco metros de distancia. Al cabo de un rato, mientras soltaba una de esas medio sonrisas que tanto le caracterizaban, se desabrochó el pantalón y se lo bajó lentamente. 

Sé que debí parar ese numerito exhibicionista y pasar de él metiéndome en el cuarto de baño a cambiarme. No lo hice. No sé, me sorprendió y sentí curiosidad por lo que haría. Además, al estar a varios metros de él era como verlo desde un punto de vista subjetivo, como quien ve una película, como si la cosa realmente no fuera conmigo. Si la erección con el pantalón era inmensa, lo fue aún más cuando se quedó en calzoncillos. Sé que no debí mirar tan fijamente pero era la primera vez en mi vida que veía a un chico en calzoncillos y, menos aún, con semejante erección tan brutal. Él no dejaba de acariciársela por encima del calzoncillo. Lo hacía con gusto. Con goce. Con mucha satisfacción. Cuando me quise dar cuenta ya se la estaba acariciando tanto por fuera como por dentro del calzoncillo.

Yo sentí unos calores tremendos, un puro ardor en mi interior. Tenía el pomo de la puerta del cuarto de baño en mis manos pero no acababa de abrirlo porque el espectáculo de Rafa me tenía eclipsada y anonadada. Era curioso, nunca (y cuando digo nunca quiero decir categóricamente nunca) había tenido en todo este tiempo de fantasías la necesidad o el deseo de desnudar ya fuese a Edu o a Rafa. Nunca tuve el menor interés y anhelo por desnudarles o que se desnudarán. Nunca. De hecho ni tan siquiera me había planteado acariciar yo a un chico. Siempre disfrutaba tanto con que me deseasen y me desnudasen fetichistamente a mí que todo lo demás me daba igual. Ahora eso había cambiado, estaba disfrutando con el desnudo parcial de Rafa y gozaba viendo la tremenda erección en su calzoncillo. 

Por esta razón, cuando al cabo de unos minutos se bajó de golpe el calzoncillo y dejó al aire el inmenso pene totalmente ereccionado, no me escandalicé ni ruborice. Por supuesto era la primera vez en mi vida que veía un pene en la vida real pero no supuso ningún trauma ni incomodidad. Lo miraba sobre todo con ojos de curiosidad, no con ojos de deseo, y disfrutaba en cierta manera de que mi juego de la fantasía hubiese producido tal efecto en el cuerpo de Rafa. Aunque lo tenía a apenas cinco metros me sentía como si lo estuviese observando a escondidas sin que él lo supiera. De repente los fervores de mi misma subieron tanto que reaccioné bruscamente como si despertara de un sueño y, al despertar, el pudor se apoderó de mí sintiendo muchísima vergüenza de esta situación. En un rápido movimiento abrí el pomo y me metí dentro del cuarto de baño al mismo tiempo que decía: “Nos vamos. Vístete”. Dentro del cuarto de baño me apoyé contra la puerta al menos durante 30 segundos sin hacer nada. Lo necesitaba. Necesitaba volver a recuperar el ritmo de mi respiración y calmarme por todo lo que había pasado. 

Me vino muy bien lavarme la cara. Nunca me ha venido mejor el lavarme la cara porque me ayudó mucho a despejarme, serenarme y calmar los ánimos. A los pocos segundos ya volví a ser la misma de siempre y, aunque se había desmadrado muchísimo la fantasía de la colegiala, estaba orgullosa de haber controlado tanto al final. Me cambié de ropa y con total serenidad salí del cuarto de baño. Solo habían pasado apenas un par de minutos pero Rafa parecía otro, parecía como desinflado y muy frustrado, con aire de cansancio en su cara. Se había subido de nuevo el calzoncillo y el pantalón aunque no lo tenía abrochado del todo. Le dije: “Venga, abróchate el pantalón y vámonos. Que es muy tarde”. Él obedeció sumisamente. A partir de ese momento permanecería callado todo el tiempo hasta que me dejó en casa. Yo lo agradecí, pues sinceramente tampoco me apetecía charlar sobre cualquier tema. Esa noche, antes de acostarme, me quedé pensativa delante del espejo mientras me mordía una uña. No sé en qué pensaba. Supongo que simplemente estaba asimilando todo lo que había ocurrido.

Por un momento ante el espejo tome la decisión de no querer volver a quedar con Rafa. Me convencí a mí misma. Se había sobrepasado mucho y eso no me gustaba. Además, tampoco me agradaba que pusiese cara de frustración y enfado cada vez que no le dejaba seguir. En el fondo era un poco niño e inmaduro en ese aspecto. ¿Era hora pues de pasar página con el tema de Rafa? Me dijo a mí misma que sí. Me autoconvencí. Poco me podía fiar de mis propios convencimientos pues, al acostarme cinco minutos después, ya me estaba imaginando cómo podría ser nuestra próxima fantasía. 

Me sorprendí a mi misma durante la siguiente semana pues, a pesar de todo lo que pasó aquella noche con Rafa, no quedó en mí ningún poso lo suficientemente significativo para que eso me quitara el sueño. Con esto quiero decir que lo asimile con una tranquilidad y naturalidad pasmosa y que la semana se desarrolló con total normalidad. Durante toda esa semana no recibí ningún SMS ni llamada de Rafa. En parte eso me hizo sentir contrariada pues no es que yo quisiera que se pusiera en contacto conmigo, en absoluto, pero me sorprendía que no tuviese interés por saber de mí después de lo trascendental que fue aquella noche. Lo que sí que me dejo perpleja fue, cuando hicimos el botellón el sábado, que me trató con una indiferencia y frialdad asombrosa. Como si realmente ya se hubiese cansado de mí y no quisiera volver a repetir. 

Mi orgullo me impidió, y con razones más que justificadas, que yo tampoco le dirigiera la palabra y que también me mostrase indiferente. Desde luego no le iba a dar el gustazo de rebajarme a hablar con él mientras él siguiese comportándose tan pasota e indiferente. Además, tampoco me apetecía que nadie de la pandilla supiera que entre Rafa y yo había algo especial (y mucho menos que eso tan especial tenía connotaciones muy eróticas). Desde un principio me esforcé mucho en que nadie, absolutamente nadie, de la pandilla sospechase jamás que teníamos una relación. Era un secreto desde hace meses y quería que siguiese siéndolo. Nunca se lo conté ni a mis mejores amigas. ¿Me avergonzaba de ello? Pues no, pero siempre he sido muy recelosa de mi vida personal y no quería compartir esto con nadie. Y menos aún cosas tan desmadradas como la fantasía de la colegiala. Por lo que durante todo aquel sábado no existimos el uno para el otro y ni tan siquiera una furtiva mirada de reojo se nos escapó.

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