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Goce final en el hospital

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Aunque era bastante raro en la Valencia de mediados de Agosto, se estaba francamente bien; corría una ligera brisa que hacía susurrar a las hojas de los árboles que proporcionaban sombra y refrescaban el ambiente. Sentada en la mesa de la terraza del bar-restaurante, en la acera de la calle, Tere contemplaba el trajín de personas entrando y saliendo por la puerta de urgencias del Hospital General.

Procuraba sentarse siempre en la misma mesa, situada justo en la esquina, aunque en ocasiones no podía. Los cuatro bares, situados uno al lado del otro, atraían muchos clientes, en gran parte pacientes y visitantes del Hospital, y frecuentemente la mesa estaba ocupada; a veces se ponía en otra, pero solía esperar a que quedase libre.

Estaba pensando en las manías tontas, en las rutinas sin sentido con que se intenta matar el tiempo para paliar el aburrimiento, cuando vio a Lola salir del hospital, pasar por la cabina de control de vehículos y acercarse a los bares cruzando la calle; le hizo señales con la mano para llamar su atención. La mujer se sentó, sudorosa:

-¡Joder, como cae!-efectivamente el sol se quemaba con toda la fuerza de las seis de la tarde.

-¿Qué quieres tomar?- A Tere le hacía gracia su forma de expresarse y su fuerte acento, propio del valenciano de la zona de Alicante.

-Pues no se...algo fresco; un zumo de piña.-Tere llamó al camarero y le hizo el encargo.

Le gustaba Lola; era más infantil y alegre de lo que se esperaría de una mujer de 40 años, casada y con dos hijos; ella, con sólo tres años más, y en las mismas condiciones, se consideraba mayor que su compañera de fatigas. Y no por lo físico: Lola, con algún kilo de más, tenía el clásico tipo de barrilito con piernas y brazos, sin embargo Tere, que no estaba delgada, lucía una cintura bien marcada, amplias caderas y pechos abundantes. Era su modo de ser, más reservado, más serio, lo que le daba la sensación de ser mayor que su amiga.

-¿Cómo va por la habitación?-preguntó a la recién llegada.

-Todo bien; he ayudado a tu madre a ir al servicio y a la mía a sentarse en el butacón, hasta la hora de cenar ya están aviadas.- la señora Amparo, la madre de Lola, llevaba más de un mes operada del corazón, se encontraba bastante bien, pero unas décimas de fiebre impedían que le dieran el alta.

-Se os tiene que hacer muy pesado ¿verdad?; yo sólo llevo ocho días y ya estoy hasta el gorro.

-Si, pero tú estás prácticamente sola, mientras que mi hermano y yo nos turnamos; el estar dos días y descansar otros dos lo hace más llevadero; dentro de...-miró el reloj.- media hora vendrá Antonio a relevarme y me podré ir, mientras que tú....

-Paciencia; mi marido no puede venir, y mi hija, ya hace bastante con quedarse un día de cada cuatro; los estudios la llevan de cabeza.

Continuaron charlando de diferentes temas; en los ocho días que llevaban sus madres compartiendo una habitación doble en el postoperatorio de cirugía del corazón, y ellos cuidándolas, Tere había cogido más amistad y confianza con los dos hermanos que con amigos que conocía desde años atrás; bien con Lola o con Antonio estaban todo el día juntos, juntos ayudaban a las enfermas, juntos salían a cenar, a tomar café o a dar una vuelta por el jardín y fumar un cigarro.

Influidos, quizá por el tedio, quizá por lo pasajero de la relación se contaban cosas y se hacían confidencias de cosas íntimas, incluso sexuales, que no harían a personas de su entorno. Ese periodo de tiempo parecía ser un paréntesis, una pecera separada del mundo, fuera del curso normal de la vida.

Al cabo de un rato llegó Antonio, aparcó el coche en segunda fila en la atestada calle y sonriente se acercó a ellas, las beso y preguntó:

-¿Qué hacen las chicas más guapas de Valencia?.-era un hombre muy agradable, simpático y dicharachero, pero también sabía callarse y escuchar cuando lo requería la situación; a los 34 años decía ser un solterón al que ninguna mujer hacía caso, aunque las historias que contaba, medio en serio, medio en broma, lo desmentían. Siempre alababa el cuerpo de Tere, e intentaba ligar con ella, como si fuesen dos jovencitos, incluso aprovechaba las situaciones favorables para que sus cuerpos se rozaran, pero con un punto de humor que le quitaba hierro al asunto y hacía que Tere se lo permitiera e incluso alguna vez lo provocara.

-Esta chica guapa se va para su casa inmediatamente.-le contestó su hermana levantándose.-Bueno, hasta pasado mañana.- las dos mujeres se besaron luego Lola cogió las llaves del coche.- Adiós, Toñito.

-Date prisa, que ya se yo quien te está esperando todo preparado.-Lola se subió al coche haciendo un gesto como de resignación, pero al mismo tiempo riéndose de la insinuación de su hermano.

-¿Nos vamos? Ya falta poco para que les den la cena.-Antonio asintió y ambos se levantaron y cruzaron la calle buscando la entrada del pabellón de cirugía cardiaca, en el segundo piso del cual se encontraba la habitación que compartían sus madres.

La señora Amparo, necesitaba poca ayuda; pequeña, delgada y con la herida ya cicatrizada se encontraba fuerte y ágil, dada la situación, pero la madre de Tere, gruesa y recién operada, dependía de los demás para poder moverse; cuando se escuchó el característico ruido de los carritos de la comida recorriendo el pasillo la ayudó a sentarse en el butacón asignado a su cama.

Mientras las enfermas cenaban Antonio se puso a leer y Tere sacó su labor de punto para continuar con una casi interminable colcha de ganchillo.

A pesar del aburrimiento y de lo incómodo que resultaba todo, la situación también tenía sus ventajas: a Tere le parecía, en ciertos aspectos, haber vuelto a sus tiempos de soltería: no tenía que preocuparse de lo que iba a hacer de comer, ni de ir a la compra, lavar la ropa, limpiar, fregar y las mil cosas que conlleva ser ama de casa; tenía mucho tiempo libre, le servían la comida en el restaurante, salía a dar un paseo cuando no la necesitaban, tenía una amiga para contarse confidencias y un admirador que la cortejaba.

En su juventud, por la misma constitución física que ahora la obligaba a tener cuidado con la comida y hacer gimnasia para mantener buena figura y unas carnes prietas, se hizo mujer muy pronto y siempre había tenido a los muchachos detrás de ella, hasta que conoció a Miguel y se casó con 20 años recién cumplidos; no se arrepentía, pero quizá dejó demasiado pronto las diversiones y despreocupación de la soltería; suspiró al recordar, con cierta nostalgia, aquellos tiempos.

Pasada la cena había un tiempo muerto hasta que a las 10 pasaba la enfermera del turno de noche repartiendo los correspondientes medicamentos, después las enfermas se acostaban y en general, posiblemente debido a los somníferos, dormían toda la noche de un tirón; entonces se iban a cenar.

Durante la cena, mientras charlaban animadamente, pasó una jovencita con un muy buen cuerpo y un vestido llamativo; lógicamente Antonio se la quedó mirando.

-¡Muchacho que se te van a caer los ojos!-le dijo Tere en tono jocoso, quizá un poco picada.

-Si, cierto; además salgo perdiendo, porque mientras la miro dejo de mirarte a ti, que estas muchísimo más buena que ella.

-¡No seas tonto! Es una muchacha joven y yo soy una cuarentona.

-Serás una cuarentona pero en los 8 días que te conozco me he hecho un montón de pajas a tu salud.-Tere se quedó parada; por un momento paso por su cabeza la imagen de Antonio, tumbado en el butacón del hospital en que pasaban las noches, meneándosela y pensando en ella, acostada en el otro butacón a tres o cuatro metros. Notó que enrojecía; los inocentes juegos ya no lo eran; conmocionada notó que Antonio la miraba fijamente.

-Oye, te has pasado.-lo miró con cara seria.-Me voy a enfadar contigo.- pero en su fuero interno se sentía halagada.

-No te enfades, perdona.-puso cara de profundo arrepentimiento.-Te prometo que no lo volveré a hacer.-luego su rostro se tornó en expresión pícara.-Quiero decir que no te volveré a decir que lo hago.

Tere no pudo evitar el reírse de sus expresiones y cara dura.

-Bueno, dejemos el tema.-pero la excitante imagen persistía en su cabeza, Antonio masturbándose pensando en ella; tenía que cortar con esos juegos que ya no lo eran, se estaba metiendo en terrenos peligrosos.

Al cabo de un rato volvieron al hospital. Sólo en el pabellón de urgencias se veía actividad, en el resto del edificio la vida parecía estar en estado de hibernación; las luces de las habitaciones apagadas, los pasillos silenciosos y vacíos, las consultas desiertas; únicamente el escaso personal del turno de noche esperaba en sus puesto alguna posible incidencia. Saludaron a Pili, la joven y pizpireta enfermera, y entraron en su habitación. La persiana del gran ventanal estaba subida y entraba bastante luz de las farolas del patio; Tere la bajó con cuidado de no hacer ruido hasta dejar sólo unas rayas abiertas.

Entonces sintió que Antonio la abrazaba por detrás, metiendo los brazos por debajo de los suyos; noto su cuerpo pegado al de ella, las manos sobre sus pechos, y la boca, caliente y húmeda, besando su cuello.

-¿Qué haces? ¡Estate quieto!-hablo en voz baja para evitar despertar a las durmientes.

-Chist. Calla.-y continuó apretándola entre sus brazos, que parecían diez, cien brazos de varón palpando y recorriendo todos los recovecos de su cuerpo de hembra. También fue consciente del bulto de la tiesa verga de Antonio que notaba, dura y caliente, incrustada en la regata de sus nalgas, frotándose contra ellas; ya fue incapaz de pensar en otra cosa. Tere sintió que su sexo se abría como un volcán, todo fuego y violencia. Aflojó las piernas desfallecida, convertida en un agujero radial, en una estrella de carne; no se dio cuenta de que le subía la falda y le acariciaba los muslos; no se percató de que le quitaba las bragas; obedeció a la presión cuando la empujó para que se inclinase hacia delante y cuando le hizo separar las piernas, sólo era capaz de pensar en el trozo de carne ardiente y desear que la penetrara.

Gimió de puro deseo cuando, ya sin nada entre ellos, notó como la polla le rozaba las nalgas buscando su coño. Se inclinó aún más, apoyando los brazos en el alféizar de la ventana y levantó la grupa para facilitar la penetración, luego sintió la cabeza en la entrada de su sexo y un ahogado grito escapó de su boca cuando lentamente, como buscando el camino, la verga la penetró; después, habiendo cogido la posición adecuada, las manos de Antonio la agarraron por las caderas e inició un lento pero potente metisaca.

Cada penetración, cada roce de la polla en los labios y la vagina eran para Tere un latigazo de placer; inconscientemente, entre jadeos, susurraba entrecortadas palabras de aliento.

Antonio, jadeante también por la pasión y el esfuerzo, murmuraba en voz baja:

-¿Te gusta, eh? ¡Toma, toma!- el ritmo se fue haciendo más rápido; ahora el placer era una bola de fuego que la inundaba y a los pocos segundos ya no pudo resistir: apretando los labios para no gritar se corrió mientras continuaba notando los envites de Antonio, que fueron decreciendo en intensidad hasta que cesaron.

A pesar del enorme placer obtenido en este orgasmo, o quizá precisamente por eso, no notó que decreciera su pasión y su deseo sexual; apoyada, jadeante, en la ventana y sintiendo a Antonio retirarse de su interior, supo que necesitaba más. Se dio la vuelta, pegó su cuerpo al del hombre y se frotó contra él mientras su boca buscaba los labios masculinos. En tanto sus lenguas se enredaban en una dulce pelea notó contra su vientre el roce de la ya casi flácida polla; entonces empujó a Antonio guiándolo hacia la puerta del servicio, y una vez en su interior una extraña lucidez, en mitad de la tempestad de su pasión, le hizo recordar que no debía encender la luz, ya que ponía en marcha un estruendoso extractor de aire, así que a palpas fue hasta el lavabo para encender la pequeña bombilla que iluminaba escasamente el cuarto.

A Tere no le gustaba el sexo en la oscuridad, deseaba contemplar a su compañero, ver su sexo duro y encendido, observar su rostro contraerse por el placer, apreciar el efecto de las caricias que le prodigaba y también deseaba que su compañero la mirase a ella, mirase su cuerpo y apreciase en su rostro la pasión que la dominaba.

Sentó a Antonio en la taza del inodoro y se arrodilló entre sus piernas. Algo en su interior hacía que esa situación humillante la excitase más aún; la verga ya empezaba a animarse, así que la tomó con la mano derecha y empezó a masturbarla suave, pero enérgicamente, para que se endureciera; deseaba apasionadamente tenerla en la boca, pero para ello debía de estar dura y tiesa, era desagradable mamar una polla arrugada. Cuando estuvo lista agachó la cabeza, apoyó los labios en el glande y lentamente la fue engullendo hasta lo máximo que pudo, después se retiró y repitió el gesto; no buscaba dar placer al hombre, si no gozar ella misma de sentirse penetrada, del contacto y el roce del erecto órgano en la boca; después, satisfecha su primera ansia, empezó a darle profundas chupadas mientras sus manos buscaban los pezones masculinos y los retorcía en pellizcos ora suaves, ora fuertes.

-¿Pensabas en esto cuando te la meneabas a mi salud, eh?-abandonó durante un instante la mamada para mirar a Antonio que, con la espalda apoyada en el depósito del inodoro, suspiraba entrecortadamente.

-Sí, sabía que eras una calentona y que disfrutarías chupándome la polla, anda, chupa .-la respuesta la excitó aún más, si ello era posible; continuó chupando fuertemente el glande hasta que notó que estaba a punto de correrse, entonces se levantó y se quitó el vestido y el sujetador.

-¡!Joder, que buena que estás!-murmuró el hombre mirándola apasionadamente.

A la escasa luz de la débil bombilla Tere contempló a Antonio sentado en el borde de inodoro, el cuerpo echado hacia atrás y la verga tiesa y poderosa cabeceando al impulsos del deseo, el mismo deseo que la hacía a ella jadear de ansia,, luego se colocó a horcajadas sobre él, tomó la verga con la mano y la encaró a su vagina; se dejó caer lentamente, gozando de cada fracción de segundo, de cada milímetro de polla que le entraba, de cada roce de la carne con la carne.

Mientras consumaba el dulce empalamiento ambos se miraban fijamente a los ojos, deseando ver en el otro los signos del placer: ese gesto, esa crispación, ese gemido gozoso que aumenta el propio placer al ver el placer del oponente.

Cuando la verga la penetró totalmente Tere se abrazó a Antonio, que la sujetaba por las nalgas, e inició una serie de movimientos encaminados a aumentar el roce; sus caderas de movían arriba y abajo durante unos segundos, luego rotaban sobre la verga, su sexo se restregaba para frotar el clítoris contra la pelvis masculina; como sus pechos quedaban a la altura del rostro de Antonio, éste los besaba y mordía, gozando de su opulencia y firmeza; Tere se oyó gruñir como un animal, jadeante aumentó el ritmo de sus movimientos hasta que el placer alcanzó el clímax y la dejó extenuada en brazos de su amante.

La llave giró en la cerradura, Tere abrió la puerta, colgó el bolso en la percha del recibidor y entro en el salón-comedor.

-¡Bienvenida a casa!.- su marido, sonriente, la esperaba en pie al lado de la resplandeciente mesa; la había montado con la vajilla y la cubertería de fiesta; en dos candeleros de cristal refulgían hermosas velas y un precioso centro de flores, que debía haberle costado un ojo de la cara, lucia esplendoroso; la cena esperaba para ser servida.

-¿A qué se debe todo esto?- preguntó sorprendida.

-El ama de la casa vuelve después de tres días de ausencia, eso hay que celebrarlo.-respondió festivamente. El remordimiento cayó sobre ella como una losa ¿cómo podía haberle hecho eso a Miguel? ¿cómo podía engañar a un hombre bueno que la quería y al que quería? Durante toda la noche, después de su encuentro sexual, y durante todo el día había evitado a Antonio e intentado apartar el asunto de su pensamiento, pero no podía. Intentó justificarse: Antonio la había cogido por sorpresa, se había aprovechado de ella, pero luego reconoció la verdad, ella había cedido a los galanteos, a los avances del hombre, se había dejado asediar y había sucumbido. Ideas de culpa por un lado y de placer y deseo por otro pugnaban por dominar su pensamiento, ahora las primeras se imponían con claridad.

Estaba loca. Comportarse como una niña calentona poniendo en peligro la felicidad de su matrimonio... Nunca más. Nunca.

Esa noche hizo el amor con su marido; un polvo largo, reposado, con alternativas sesiones de sexo oral, como les gustaba a los dos, terminado en un orgasmo profundo y reparador. Siempre gozaba con su marido; apagó una vocecita que allá en la profundo, le decía: “sí, pero no como anoche...” Su último pensamiento antes de dormirse, abrazada a su marido, fue “nunca más”.

Mientras avanzaba por el pasillo el corazón empezó a latirle más rápido; intentando apagar el golpeteo del pulso se repetía: “indiferencia, no ha pasado nada, y nada volverá a pasar”, pero su corazón no disminuía el ritmo; al empujar la puerta de la habitación el rubor tiño su mejillas.

-Hola mamá.-casi no oyó el saludo de su hija y respondió a su beso de forma maquinal: su madre descansaba en su cama, la otra estaba vacía.

-A la señora Amparo le han dado el alta esta mañana; pobrecita, ya era hora..-su madre siguió con los comentarios y su hija se fue sin que el pensamiento de Tere interviniese en nada de lo que hizo.

Era lo mejor que podía pasar, se dijo Se había ahorrado la tensión y quizá la vergüenza de convivir con Antonio, de tener que negarse a sus pretensiones; sí decididamente era lo mejor. Porque se hubiese negado a sus pretensiones, seguro. Aunque al pensar en lo sucedido notase esa tensión en su sexo, aunque allá en lo hondo de su alma el sentimiento dominante fuese la sensación de pérdida, se hubiese negado. ¿O no?

A medida que lo pensaba esa sensación de pérdida fue aumentando; no era por Antonio, ni por el placer que él le podía proporcionar, ni por la emoción de lo prohibido; estaba segura de que esa había sido su última gran pasión y al perderla había perdido los últimos vestigios de su juventud: esa era la pérdida irreparable.

Bueno, era hora de cenar; iría a ver si estaba libre la mesa de la esquina, esa donde corría aire fresco incluso en el mes de Agosto.

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