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Amantes para Leopold (I-08): El Despertar (08/08)

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 Amantes para Leopold (008)

 El Despertar (08 de 08)

 

Leopold estaba entusiasmado con celebrarle el cumpleaños a Gary.  Desde hacía dos semanas, cuando Johnny había encontrado los dibujos y la fotografía en la casucha de Homer, el chico había empezado a ahorrar cuanto podía de lo que ganaba por su trabajo en la plaza de mercado.  Desde entonces su tesoro de monedas creció lo suficiente como para sorprender al castaño con un agasajo y hasta alcanzaba para invitar a Kebu.

La víspera del cumpleaños había pasado algo más de cuatro horas acarreando bultos de vegetales y venía sudoroso y cansado.  Pero antes de irse al refugio quería organizar un par de detalles.  Así que enderezó sus pasos hacia el parque del centro histórico para encontrarse con Kebu.  Allí estaba a esa hora el chico, tratando de ganarse algunas monedas con las que los transeúntes le reconocían el talento que expresaba a través de sus tonadillas y sus pasos de baile.

—Mañana es el cumpleaños de Gary… – le dijo Leopold a su amigo –…y quiero que vengas con nosotros para celebrar…nos vemos como a las once en la feria…

A Kebu le encantó la invitación y la aceptó de inmediato agradeciéndola con una de sus sonrisas blanquísimas.  Leopold se fue entonces hacia una pastelería y allí se prendó de un pequeñísimo pastel de vainilla con una vela de cera verde y con la forma del número quince, justo los años que cumpliría Gary al día siguiente.  Sin pensar siquiera en regatear, pagó el coste del pastelito y cargándolo con cuidado se dirigió por fin hacia el refugio.

Pero por el camino pensó en el mal estado de las zapatillas de Gary y que en esas condiciones no iban a hacerle juego con sus bermudas y su camiseta nueva.  Contó el dinero que llevaba, consultó el precio de unas zapas que le parecieron adecuadas y las compró para llevárselas junto con el pastelito.

Por fin llegó al refugio.  Y Gary lo recibió meloso y quiso tomarle las bolsas que traía en la mano pero Leopold se lo impidió con hosquedad.

—¡Deja eso que no te concierne! – le dijo bruscamente.

Como fuera, no iba a perderse la diversión que le suponía sorprender al castaño al día siguiente.  Y fue él mismo a depositar las bolsas en uno de los cajones del pequeño escritorio, mientras Gary se encogía con un poco de temor y con un susurro le preguntaba si deseaba comer del guisote de vegetales y carne que había cocinado aquel día en la estufita de kerosene.

—¡¿Y tú ya comiste?! – le preguntó Leopold.

Gary asintió moviendo su cabeza y haciendo que su melena castaña se agitara un poco.

—¡Pues entonces sírveme! – le ordenó acomodándose en su sillón.

Y Gary vino con un plato lleno del guisote y se lo entregó y se quedó ahí de pie, un poco encogido, viéndolo comer, suspirando, estremeciéndose de adoración por el hermoso guerrero adolescente que desde hacía ya tantos años se le había convertido en el centro de su vida.

—¡No te quedes ahí paradote sin hacer nada! – le ordenó Leopold – ¡Que vengo muy cansado!

De inmediato Gary empezó a ponerse de rodillas ante él y con un susurro le preguntó:

—¿Quieres que te de masaje en tus pies?

Leopold no le respondió.  Simplemente estiró las piernas adelantando los pies y ofreciéndoselos.  Y siguió comiéndose con apetito el rico guisote.  Gary no se entretuvo.  Acercó una pequeña butaca y modosamente le zafó las zapatillas, le sacó enseguida los húmedos calcetines y se dedicó a acariciarle los sudorosos pies con suavidad, con ternura, como intentando expresarle de esa manera cuánto lo adoraba.

La noche los sorprendió de esa manera: con Leopold descansando sobre su sillón como en un trono, con Gary postrado ante él, masajeándole los pies con devoción.  Hasta que el cansancio de la jornada empezó a hacer verdadera mella en el chico y los ojos negrísimos se le fueron cerrando y entonces, aún vestido con sus raídos vaqueros, fue a tenderse sobre el lecho que Gary había organizado tan hábilmente con las mantas que él había traído desde la casucha de Homer.

Y el castañito vino a tenderse a su lado, recostando su espalda sobre el fornido pecho de Leopold, para sentir con gran satisfacción cómo él lo envolvía con sus fuertes brazos, apretándolo un poco más contra su cuerpo y echándole una pierna por encima, como si con sus músculos quisiera cobijarlo y protegerlo de todo peligro, como si de esa forma afirmara su posesión sobre una pertenencia tan querida.

La mañana los sorprendió aún en la misma posición, con Leopold acunando a Gary entre sus hermosos brazos.  El castañito dormía con entera placidez, protegido, seguro, soñando con que su amor era como un arco iris que se colaba por el ventanal del refugio y los envolvía a los dos en una orgía de colores y de luz.

Leopold abrió los ojos y en lo primero que pensó fue en la sorpresa que le tenía preparada.  No quiso perder el tiempo.  Pero evitando despertarlo, se apartó de él con sumo cuidado y se puso en pie para ir a por el pastelito.  Encendió la vela con la forma del número quince y se acercó al lecho en el que Gary seguía soñando.

—¡Venga, perezoso…despiértate y apaga la vela, que es tu cumpleaños!

Gary abrió los ojos y no pudo evitar soltar un gritito emocionado.  Los ojos garzos le brillaron como dos gotas de cielo atravesadas por rayitos de sol y se le llenaron de lágrimas y la felicidad lo sacudió como a una hoja mecida por la brisa en una mañana de estío.  Nunca nadie se había acordado de su cumpleaños…y venir ahora el ser más hermoso, el ser al que más adoraba sobre la tierra… ¡Carajo!  ¡Eso era para morirse de felicidad!

—¡Apaga la vela de una vez…y pide tu deseo! – le indicó Leopold ya con impaciencia.

Gary adelantó entonces sus labios rojísimos como haciendo un puchero, cerró los ojos por un instante y sopló con fuerza, haciendo que la llamita de la vela se inclinara hacia Leopold para enseguida apagarse desprendiendo un hilito de humo blanco que ascendió hacia el techo del refugio antes de difuminarse como una nubecilla minúscula.  Entonces volvió a abrir los ojos y lanzó un nuevo gritito y aplaudió emocionado.

—¿Pediste tu deseo? – le preguntó Leopold sonriéndole.

Gary asintió y con los ojos llenos de lágrimas, teniendo cuidado de no ir a aplastar el pastelito que sostenía Leopold entre sus manos, se le colgó del cuello y le dio un besito en la mejilla y con los labios temblándole le dijo:

—Te quiero muchisisisimoooo…Leopold…

De inmediato inclinó la cabeza ruborizándose mientras trataba de enjugarse una lágrima de felicidad que le corría por la mejilla.  Leopold soltó el pastelito sobre las sábanas, le tomó el rostro con sus manazas y lo obligó a levantar la cabeza y se lo encontró con los ojos cerrados.  Entonces se le acercó y le dio un beso suavísimo sobre los labios, lo sintió estremecerse y le preguntó:

—¿Y vas a decirme qué deseo pediste?

—Es que me da vergüenza… – sollozó Gary.

Leopold volvió a besarlo con ternura.  Le abrazó estrechándole contra su pecho.  Le separó de nuevo y le plantó otro besito sobre los labios rojísimos y volvió a besarle en los párpados…y le acarició el rostro con sus manazas…

—Venga… – le dijo con una sonrisa –…cuéntame qué deseo pediste…

Sin otra opción, con su rostro enmarcado entre las hermosas y recias manos de Leopold, Gary cerró los ojos y con un suspiro, casi gimiendo, le respondió:

—…que tú me quieras un poquito…

Leopold abrió los ojos con asombro.  Apretó sus manazas sobre el rostro de Gary, lo sacudió un poco y le espetó:

—Serás tonto… – le dijo sin poder evitar algo de brusquedad en el tono de su voz –…que no te has dado cuenta que yo te quiero mucho…

Los dos estaban de rodillas, el uno frente al otro sobre el lecho de mantas.  Y un sollozo sacudió todo el cuerpo del castaño al oír esas palabras.  En un gesto irreflexivo, alzó los brazos para entrelazarlos alrededor de la estrecha cintura de Leopold, levantó el rostro bañado en llanto y se dedicó a darle besitos tiernísimos por toda la cara.

—¡Ya! – le dijo Leopold conteniéndolo – ¡No seas tan llorica!  ¡Y vamos a lavarnos para que nos comamos el pastel, que aún te tengo una sorpresa!

Y de inmediato se puso en pie y se deshizo con habilidad de sus viejos vaqueros junto con su bóxer.  Y su polla morcillona osciló como un badajo de más de un palmo ante los alucinados ojos de Gary que seguía de rodillas a sus pies.  Leopold sonrió divertido ante la expresión de asombro del castaño y haciendo un movimiento circular con su cintura, hizo volar su cipote obsequiándole un pollazo en la mejilla izquierda.

—Se te ha puesto muy grandísima… – dijo Gary con un susurro y sin despegar su mirada de la imponente verga.

Leopold se la agarró y la sacudió frente al rostro del castaño.  De verdad que la tenía enorme.  Riéndose divertido, volvió a sacudirla y afirmó:

—Hasta podría castigarte con mi vergota…

Y sin el menor recato, le lanzó un nuevo pollazo en el rostro.  Y de vuelta le lanzó otro azote, mientras la verga iba tornándosele dura y mucho más grande que al principio.  Gary se mantenía de rodillas a sus pies, invadido de una especie de fascinación irresistible al sentir en su cara los golpecitos de la cada vez más tiesa y enorme polla de Leopold.  Entonces levantó su mirada lánguida, sumisa…y al encontrarse con el negrísimo brillo de los ojos del chico, estiró sus labios rojísimos y posó un beso suave sobre la potente polla que seguía azotándole el rostro.

Leopold clavó su mirada penetrante en los lánguidos y sumisos ojos de Gary.  Dejó de sonreír y se lo quedó viendo con gesto adusto y empezó entonces a marcarle el rostro, repasándole por cada resquicio de piel la verga erecta, enorme y palpitante, embarrándole la humedad del gordo capullo por la frente, por la nariz, por las mejillas, por el mentón y por los labios.

A Gary lo invadió una urgencia repentina.  Algo en él lo empujaba a mostrarle a Leopold una total entrega.  Puesto de rodillas como estaba, con sus ojos lánguidos levantados para buscar los penetrantes ojos negrísimos del chico, entreabrió los labios y se los humedeció con la punta de la lengua.

Entonces Leopold terminó por posar el sedoso y húmedo capullo sobre aquellos labios rojísimos que se abrían con dócil servilismo.  Y Gary volvió a besar con ternura aquel fresón gordo y palpitante para enseguida entregarse a la invasión que ya esperaba con profunda ansiedad.

Y Leopold le introdujo su dura verga por entre los labios, llenándole la boca con algo menos de un tercio del arrogante palo.  Y como si lo esperara, como si no fuera la primera vez, Gary apretó sumiso sus labios en torno a la polla que lo invadía y con cierta timidez empezó a mover la lengua llenando de un placer instantáneo cada milímetro de la piel del hermoso Dios guerrero.

Invadido de un gozo tan profundo que lo hacía temblar, Leopold cerró los ojos por unos instantes y cuando los abrió, de nuevo volvió a encontrarse con la mirada sumisa de Gary, que arrodillado a sus pies se entregaba totalmente a chuparle la imponente verga, abrazando con sus labios rojísimos el grueso y duro cipote y acariciando con su lengua diligente el húmedo e hinchado capullo.

Con esa arrogancia instintiva y propia de los varones dominantes, Leopold posó entonces su manaza sobre la cabeza de Gary y lo empujó tratando de penetrarlo hasta el fondo, fascinado con la idea de hacer que aquellos labios tan rojos y tan dóciles acariciaran por completo su recién despertada virilidad.

Pero ni la mitad de la enorme verga había penetrado en su boca, cuando a Gary le sobrevinieron arcadas y los ojos se le llenaron de lágrimas.  Leopold comprendió que su intento de penetrarlo por completo le estaba causando daño y desistió…y recibió como compensación inmediata una mayor diligencia de la lengua que le acariciaba el glande, provocándole nuevos estremecimientos y llenándolo de un placer mucho más profundo y mucho más extenso.

Y así, bastaron menos de cinco minutos para que Leopold bufara como un toro al tiempo que sus huevos se replegaban un poco hacia arriba y para que a través de su palpitante y rígida verga empezaran a salir a presión chorros y chorros de una leche espesa y caliente que llenó por completo la boca de Gary, inundándosela de un sabor indefinible, áspero, entre salado y dulce…

Leopold tuvo que afirmar su espalda sobre la pared para no caerse.  Las piernas le temblaban y sus músculos se le destemplaron con un absoluto relax.  Gary se estuvo de rodillas por algunos instantes, contemplando con adoración al hermoso guerrero y sintiendo como el semen le invadía todo su ser, hasta que se dejó caer al suelo, temblando de emoción y se le abrazó de los tobillos para dedicarse a besarle los pies con apasionada ternura.

Una mancha húmeda apareció en los pantalones que usaba Gary para dormir.  Su deseo de que Leopold lo quisiera, se le había hecho realidad y lo sentía evidente en el caliente y espeso néctar que le había impregnado la boca con ese sabor indefinible, áspero…

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