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Mi adolescencia: Capítulo 11

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De todos modos, ese mismo sábado tuvo otro aliciente que me quitó de la cabeza, al menos momentáneamente la bordería e indiferencia de Rafa, y es que Edu vino con su novia al botellón y aprovechó para presentárnosla. Graciela, que así es como se llamaba, no es que me cayese mal, pero el que estuviese saliendo con Edu era motivo más que suficiente para tener cierta animadversión hacía ella. Era una chica rubia de pelo rizado y cara redonda. Se notaba que se machacaba en el gimnasio porque se la veía fuerte y atlética. Sobre todo se notaba porque llevaba una minifalda que mostraba las patorras musculosas y fuertes. Supongo que en parte se podía decir que era mona y que tenía algo de encanto, pero Edu podría haber salido con cualquier otra chica mucho más guapa, interesante o que estuviese más buena. ¿Por qué salía con esta chica? No lo sé, nunca tuve el menor interés en descubrirlo y no iba a mostrar públicamente interés por el tema solo para saciar mi curiosidad. 

Lo que verdaderamente me molestó de esa noche fue que un determinado momento estábamos un grupo reducido de chicas hablando entre nosotras y Sara dijo algo así: “Bueno, quien sabe, a lo mejor Edu y Graciela han pasado a hacer cosas mayores, al fin y al cabo los dos tienen ya 18 años”. Eso me alteró. Me perturbó. Sobre todo me irritaba el hecho de que por tener 18 años ya podía llevar a cabo acciones muy atrevidas, mientras que nosotras con solo 17 años todavía éramos solo unas crías que no pasábamos de tontear. En ese momento me entraron ganas de alardear y fardar de mi aventura fantasiosa con Rafa y de que hacíamos cosas no tan light. Me mordí la lengua y seguí manteniendo mi secreto y mis aventuras clandestinas. Pero, por otro lado, sí que me sentí poderosamente celosa solo de imaginarme que Edu hiciese algo serio con Graciela. Tuve celos. Celos de verdad. Por supuesto, nunca me reconocí a mi misma en esa época que estaba celosa, pero sí que lo estaba. 

De nuevo volvieron a asaltarme las cuestiones sobre el tema de Edu que me atormentaban desde que empezó a salir con Graciela. ¿Por qué no le dije nada de que me gustaba y así estaríamos saliendo ahora juntos? ¿Por qué simplemente no tontee un poco? ¿Por qué no solté alguna indirecta? La respuesta siempre era la misma: estaba tan convencida en plan prepotente de que yo le gustaba tantísimo y que le perturbaba tanto que esperaría todo el tiempo que fuese necesario hasta que yo decidiese por fin tener algo con él. Qué equivocada estaba y qué prepotente vanidosa había sido. ¿Qué lo de Rafa durante todo ese tiempo me había hecho olvidarme de todo este tema de Edu? Pues sí, pero esa obsesión solo había estado invernando, y ahora volvía a florecer con más fuerza que nunca. Una fuerza que se manifestaba sobre todo con unos intensos celos que me costaban mucho disimular. Paradójicamente, una vez más Rafa, iba a conseguir sacarme el tema de Edu y Graciela de la cabeza.

Habían pasado como 10 días desde la inolvidable noche de vestirme de colegiala y desde entonces no había vuelto a saber nada de él. Me había ignorado por completo y todo parecía indicar que nuestro rollo fantasioso había pasado ya a la historia. Por eso me sorprendí tanto cuando recibí un escueto SMS suyo que decía: “Espérame mañana a la puerta de tu instituto a la hora del recreo”. Mi primera reacción fue pensar: “Anda, que le den por saco, se va a creer este tío que me va a tener a su disposición cada vez que le de la gana. No pienso ir”. A pesar de lo convincentes que resultaron mis palabras, fue mayor la curiosidad y al acostarme esa noche no hacía más que preguntarme: “¿Para qué querrá quedar justo a esa hora?”. Tardé en dormirme. La curiosidad me desveló y de repente me sentí como una niña pequeña ilusionada por saber qué me esperaba a la hora del recreo. 

Me levanté esa mañana y nada más encender el móvil me saltó un nuevo SMS. Por supuesto dicho SMS era también de Rafa y era igual de enigmático y escueto: “vístete hoy con tu jersey gris y tu camisa rosa claro”. Aunque estaba medio adormilada al leerlo me impactó. Por una parte me gusto el morbo fetichista de que me indicase cómo quería que me vistiera, pero por otra parte me cabreó el recibir órdenes de él. ¿Quién se creía para darme órdenes y tener que hacer yo lo que él quisiera? Nosotros no éramos novios ni nada, ni tan siquiera teníamos un rollo. Simplemente éramos dos personas que se juntaban para llevar a cabo fantasías, pero solo eso. No tenía ningún derecho para imponerse y menos aún para mandar esos SMSs tan imperativos. Me cabreó y decidí totalmente pasar de él y a la hora del recreo le ignoraría por completo. 

Poco podía fiarme de mi misma, pues tras ducharme me quedé embobada mirándome en el reflejo del espejo y asaltándome muchas ideas y reflexiones, pero una destacaba sobre todas ellas: la curiosidad. Sí, me podía la curiosidad y no hacía más que cuestionarme el porqué de ambos SMSs. Al final mi curiosidad pudo conmigo y me acabé vistiendo tal y como me dijo. Durante las clases de esa mañana estuve ida, despistada y muy pensativa. No conseguí concentrarme en ningún momento y eso me enojó, porque yo ante todo soy una buena estudiante y no me agrada en absoluto que por tonterías de este tipo pierda la concentración. Me gusta separar de forma total mi vida estudiantil de mi vida personal. Por lo que me obligué a prestar atención en clase y olvidarme de todo esto, al menos hasta la hora del recreo.

A pesar de que el tiempo pasó más lenta e impacientemente que nunca, el recreo acabó llegando. Salimos fuera y ante mi sorpresa Rafa no estaba por ningún lado. Miré alrededor varias veces pero no le vi, por lo que me obligué a no perder más el tiempo con esas tonterías e irme con las demás. Justo cuando había tomado la decisión noté la mano de Rafa sobre mi hombro al mismo tiempo que me decía: “Ven, sígueme”. No me hacía ninguna gracia que la gente de clase me viese con Rafa, pues para empezar algunas eran de la propia pandilla, y yo quería seguir manteniendo mi actitud de indiferencia, frialdad y pasotismo ante Rafa, al igual que lo hacía siempre los fines de semana. Por lo que le paré en seco y le dije: “Ve tú delante, espérame en un minuto en el kiosco de la esquina”. Por la cara que puso no pareció gustarle mi respuesta pero breves segundos después asintió y se fue. De esta manera pude irme con las demás y justo cuándo salimos a la calle les comenté: “tengo que acercarme un momento a casa a por algo, nos vemos luego”. De esta forma pude fulminar de un plomazo cualquier conexión que me uniera a Rafa. 

Cuando me vi liberada de miradas ajenas me acerqué al kiosco donde me esperaba Rafa. Él empezó a andar y yo le seguí mientras le preguntaba: “¿A dónde vamos?”, ni siquiera le dio tiempo a responder pues enseguida llegamos. Estaba a apenas unos 50 metros del colegio. Sacó una llave y abrió una puerta mientras me decía: “Este es el almacén de mi tío, aquí guarda todo el material del bar. Tengo muy buen rollo con mi tío y le ayudo a veces a ordenar cosas, por eso tengo una llave”. Efectivamente era un almacén, algo desordenado pero limpio, y repleto de bebidas hasta los topes. Como Rafa había parado de hablar le pregunté: “¿Y qué hacemos aquí?”. El sonrió, o mejor dicho, medio sonrió como era habitual en él. Dijo: “¿Simplemente vamos a darle más emoción y morbo a nuestras fantasías?”. Yo me asusté un poco y empecé a decir en un tono un poco alto: “Si piensas que voy a hacer algo aquí lo llevas…”. No me dejó terminar la frase. Volvió a sonreír y matizó: “No, no, eso ni de coña, tranquila. Solo he dicho darle un poco de morbo”. 

Me tenía desconcertada y con curiosidad, por una parte quería saber de una vez qué fantasía light tenía en mente y por otra parte quería irme de allí para volver a clase pues quedaba ya poco de recreo. Finalmente dije un escueto: “¿Qué?”. Él se me acercó al oído y me susurró: “Quiero que te desabroches del todo la camisa y pases todo el día con la camisa desabrochada. Así hasta que te acuestes por la noche. Nadie lo sabrá ni se dará cuenta porque llevas el jersey encima, pero yo sí lo sabré y eso me dará un morbo increíble”. Me quedé perpleja, quieta y sin decir nada. Al cabo de unos instantes acerté a preguntar: “Pero si no estamos en la misma clase y no me vas a ver en todo el día, ¿para qué quieres que lo haga”. Él rápidamente respondió: “Eso me da igual. Solo imaginarme que bajo el jersey vas a llevar la camisa todo el día desabrochada me produce mucho morbo, es una fantasía muy excitante para mí”. Me quedé callada, incluso un poco sonrojada por lo que me decía, aunque debía reconocer que el rollo fetichista de la fantasía sí que me gustaba.

Viendo que no decía nada, Rafa me apremió: “Venga, que queda poco tiempo, venga, hazlo, será guay, verás como a ti también te gusta esta fantasía”. Recuerdo perfectamente como me mordí los labios en plan indecisa y un poco abrumada por llevar a cabo esta fantasía tan peculiar. De nuevo volvió a decir: “Venga, ¿lo vas a hacer o no? ¿O es que te da corte?”. Yo dije: “No, no, no es eso, es que…”, me quedé parada, no tenía ninguna excusa ni pretexto razonable que dar y pensé: “¿Por qué no? Puede tener su morbo y además tiene los ingredientes fetichistas que tanto me gustan a mí”. Por lo que me levanté el jersey y muy rápidamente me desabroché la camisa del todo y me volví a bajar enseguida el jersey. Lo hice tan rápido que no creo que ni le diese tiempo a Rafa ni a verme el color del sujetador. Tras hacerlo él sonrió y dijo: “Genial, y ya sabes, así hasta que te acuestes esta noche, luego ya otro día me contarás qué tal la experiencia”. No supe que decir a eso pero tampoco es que él esperase ninguna respuesta mía. 

Salimos del almacén y nos separamos. Yo volví al colegio y si antes estaba desconcentrada en clase ahora lo estaba mucho más. No podía dejar de pensar en que Rafa estaba pensando todo el rato que bajo el jersey tenía la camisa desabrochada. Nadie más lo sabía ni podría saberlo pero que él lo supiera me hizo sentir un escalofrío e incluso hasta excitarme un poco. En el fondo, aunque pasaba mucho de él y le trataba con desdén, nadie como Rafa conocía mejor la naturaleza de mis fantasías y qué las hacía tan especiales. Sabía darme justo lo que me gustaba y en ese aspecto me conocía incluso mejor que yo misma. Cumplí a rajatabla lo prometido. Permanecí con la camisa desabrochada hasta que me acosté. Y al intentar dormirme sentí deseos de volver a repetir la misma experiencia (o alguna similar) otro día, aunque claro, esto era algo que jamás revelaría a Rafa pues mi orgullo me lo impediría siempre. 

El siguiente sábado, durante el botellón, se cruzaron más de una vez las miradas entre Rafa y yo, algunas de dichas miradas fueron penetrantes. Creo que leyó perfectamente en mis ojos que estaba dispuesta a acometer alguna de esas nuevas fantasías tan originales y curiosas. Más vale que lo leyera en mis ojos, pues esas palabras nunca saldrían de mi boca. De todos modos el jugueteo de miradas duró poco, porque hubo algo en ese botellón que enturbió la noche: Edu y Graciela. A pesar de augurarles un futuro poco halagüeño lo cierto es que ya llevaban varias semanas saliendo y, aunque eran muy discretos (pues nunca se morreaban y mostraban actitudes cariñosas o amorosas ante lo demás), yo me sentí incómoda por la presencia de ella. Pero no fue eso lo que más me acabó cabreando de ese sábado.

En las últimas semanas la amplía mayoría de la gente de la pandilla había tenido algún rollete ocasional o incluso empezaba a emparejarse con gente que iban conociendo. Al fin y al cabo teníamos casi todos entre 17 y 18 años y era normal en esas edades. Todos y todas parecían tener una vida sentimental muy activa y emocionante, todos menos yo, claro. Como siempre llevé con muchísimo recelo y secretismo mis rollos con Rafa nadie tenía conocimientos de que yo hubiese ligado o conseguido algo en los últimos meses. Cuando la realidad es que había hecho muchísimo más que todas ellas juntas. La sonrisa socarrona de Sara, acompañada de algún incisivo comentario irónico, para insinuar que no me comía una rosca y que era la única que no movía ficha, me acabó cabreando mucho. Estuve a punto de soltar que en su día me enrollé una noche con Edu y que llevaba meses jugando con Rafa, pero me contuve lo suficiente y no me dejé llevar. En cierta manera era lógico que se tuviese esa visión de mí, al fin y al cabo desde mi tenue e inmaculada relación con Dani no me habían vuelto a ver con ningún chico, y de eso hacía ya mucho. 

El cabreo me duró hasta que entramos en la discoteca. Pensé abiertamente enrollarme con Rafa de forma pública y a la vista de todos. Al fin y al cabo Rafa era un tío interesante y apuesto, un candidato ideal. Pero algo dentro de mí me decía que no debía hacerlo y que no debía darle ese gustazo. Descartado Rafa enseguida encontré a otro candidato, y éste sí que era ideal. Ya unas semanas antes me había fijado en él, aunque claro, era lógico fijarse pues era un chico rubio, alto y de ojos verdes, muy guapo y atractivo. Aunque lo que más me gustaba era su elegancia y su prestancia. Manifestaba mucha seguridad en sí mismo y parecía disponer de una personalidad algo altiva pero interesante. ¿Por qué de enrollarme con alguien no hacerlo con el mejor de todos? Además, con lo fetichista que siempre he sido me encantó su forma de vestir: chaleco negro, camisa azul oscuro y pantalones negros. 

No fue difícil captar su atención, solo una serie de inocentes miradas fugaces (muy bien disimuladas, pues eso sí que se me da bien) y, al cabo de un rato, acabó acercándose hacía mí. Me hice la sorprendida al verle y francamente no entendí lo que me dijo, pues el nivel de la música en ese momento estaba muy alto, pero, aún así, le sonreí como si le entendiese. En poco tiempo empezamos a contarnos cosas, su nombre era Carlo (al parecer era hijo de padre italiano y madre española) y acababa de empezar ese año la Ingeniera Técnica Industrial. Yo le conté un poco de mi vida, aunque dejé sobre todo que él se explayase con sus historias hasta el punto que aquello parecía más un monólogo que una conversación. En un momento dado me insinuó que nos fuésemos fuera a tomar el aire. Me negué. Quería hacer eso delante de todo el mundo, para que todos (y sobre todo todas) vieran que me podía ligar al tío más bueno de toda la discoteca (y si me apuro diría que de toda la ciudad).

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