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Otra historia del siglo 23 (1 de 4)

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Mi nombre es Néstor y, en este año de 2233, tengo voy a cumplir 33 años, es decir que nací junto con el siglo 23.

Tengo un buen amigo, Jorge, con el que comparto una casa. Somos amigos desde hace más de diez años, cuando nos conocimos al entrar casi al mismo tiempo al mismo lugar de trabajo.

Desde hace casi dos años tengo una novia, Ximena, de 26 años, con la que mantengo una muy buena relación, al punto de que ya pensamos en vivir juntos.

Un par de noches a la semana se queda a dormir conmigo, ya que el acuerdo que tenemos con Jorge es amplio en el sentido de que, cuando alguno quiere pasar con una mujer, no hay drama, ya que la casa es lo suficientemente grande como para que no nos molestemos.

En ese sentido, la vida de Jorge es bastante libre, ya que no tiene pareja estable y cada dos o tres meses aparece una nueva chica por la casa, pero que no dura más de otros dos o tres meses.

Un día en que estábamos ambos en casa, en nuestras vacaciones laborales, se presentó una pareja a hablar con Jorge. El hombre era de unos 35 años y la mujer aparentaba 23 o 24 y era lo que se dice una verdadera belleza.

Se presentaron como representantes de RODÓ Cinc. la empresa que fabricaba robots domésticos y que le habían vendido a Jorge un robot hacía unos seis o siete años.

– El motivo por el que le visito es porque es usted cliente de la empresa desde hace seis años y tiene a su servicio un modelo bastante antiguo de Robots Domésticos, uno de tercera generación – dijo el hombre.

– Si – respondió mi amigo – pero no estoy pensando en cambiarlo.

– Lo sabemos – Quiero aclararle que no vengo a venderle o intentar convencerlo de que cambie el Robot Sirviente. En realidad, justamente la actitud que algunos clientes han demostrado de "encariñarse" con sus robots, es lo que hemos valorado para solicitarles su colaboración en un estudio.

Ambos lo miramos extrañados y Jorge preguntó – ¿Qué tipo de estudio?

– Estamos en estos momentos a punto de lanzar un nuevo modelo de robot doméstico: el RS 69, un robot de octava generación y queremos que usted acepte tener uno a su servicio, sin costo alguno, durante seis meses, a fin de que lo pruebe y nos dé su opinión acerca de sus habilidades.

El hombre nos explicó que era absolutamente seguro, que lo que querían era que aquellos clientes más sensibles acerca de los robots lo probasen, ya que era un modelo prácticamente igual a un ser humano. – En todos sus aspectos – remarcó con una sonrisa, poniendo énfasis en la palabra "todos".

Jorge lo pensó unos segundos y finalmente decidió aceptar, ya que no le costaría nada.

El hombre sacó una serie de papeles en los que se establecían las condiciones del servicio.

De toda esta conversación me extrañó que la mujer que lo acompañaba no hubiese intervenido. Lo lógico sería que ella también participase, ya que obviamente un hombre era mucho más accesible a una vendedora mujer que a un hombre, especialmente esa belleza que allí estaba, pero pensé que talvez estuviese haciendo prácticas de ventas y por eso no participaba.

Cuando Jorge firmó todos los papeles, luego de leerlos y comprobar que no había nada oculto en el contrato, ambos representantes se pusieron de pie y el hombre extendió su mano para saludarlo y despedirse

– ¿Cuándo me entregan el robot? – preguntó mi amigo.

– Ahora mismo – le respondió el vendedor, y señalando a la mujer que lo acompañaba, dijo – ella es su nueva robot: VLR 221.

La cara de asombro de Jorge debió ser, por lo menos, igual a la mía.

– ¿Ella? – preguntamos los dos al mismo tiempo.

– Si – respondió el hombre – Le dije que era un modelo prácticamente igual a un ser humano.

– Pero... no pensé que fuera tan parecido.

– Lo es. En realidad es mucho más parecido de lo que aparenta – dijo el hombre recalcando la palabra "mucho".

Se retiró, acompañado del robot doméstico de Jorge, que ahora parecía una máquina torpe al lado de esta nueva.

De esta manera, nos hicimos de una nueva asistente para el servicio doméstico. Hay que destacar que era una réplica perfecta de una mujer y muy hermosa además. Para trabajar usaba un uniforme de sirvienta, con delantal blanco incluido, aunque en realidad parecía más un modelo de desfile que un uniforme de trabajo: falda negra, corta y ajustada, blusa blanca también muy ajustada, que dejaba ver por los botones entreabiertos su sostén también blanco, su cabello era enrulado, rubio y apenas por debajo de los hombros. Cada vez que la veía sentía una punzada en la entrepierna en el inicio de una erección, que rápidamente censuraba pensando que era una máquina y no una mujer de verdad.

Dos días más tarde, mientras yo desayunaba lo que me había servido Dora (nombre del robot más antiguo y que Jorge le había puesto como broma partiendo de la base de que era una computadora), Valeria (nombre que según la moda actual derivaba de sus iniciales VLR) le llevó el desayuno a Jorge a su dormitorio.

Después de terminar mi desayuno, di unas vueltas por la casa sin volverla a ver, hasta que la vi salir del dormitorio de Jorge. Me extrañó que, aparentemente, se había quedado unas dos horas allí.

Al poco rato salió Jorge con una expresión extraña en el rostro.

–¿Te pasa algo? – pregunté.

– No, nada – respondió él sobresaltado – ¿Por qué?

– Por nada, pero tenés una cara como de susto.

– No, no... nada – dijo él y salió de la casa.

A la mañana siguiente sucedió lo mismo. Valeria, vestida nuevamente con su sensual uniforme y moviendo las caderas con seducción, le llevó el desayuno y salió dos horas y media más tarde y a los pocos minutos salió él, recién bañado

A la tarde, Jorge me dijo que quería hablar conmigo.

– ¿De qué? – pregunté.

Vení a mi cuarto – dijo en voz baja.

– ¿Qué pasa? – insistí cuando entramos.

Cerró la puerta y me dijo – La robot..

– ¿Qué?

– Es como una mujer – dijo

– Si, ya lo vi.

– No – insistió él – Es como una mujer "en todo".

Yo sentí un escalofrío por mi espalda y pregunté – ¿Qué quiere decir "en todo"?

Y empezó a contarme lo que había pasado.

Ayer de mañana me llevó el desayuno a la cama. Yo no se lo había pedido, pero ella lo llevó por su cuenta. Me preparó exactamente lo que me gustaba de acuerdo a la información que le grabó Dora.

Cuando entró a mi cuarto, yo estaba destapado en la cama y cuando me despierto estoy... bueno... la tengo parada. Ella me miró y me preguntó si estaba excitado. Eso es algo que Dora no podría haber dicho nunca porque no se da cuenta de esas cosas.

Me dio vergüenza. Sé que es una máquina, pero me dio vergüenza. Me senté en la cama para disimular y ella me dio la bandeja con el desayuno y se sentó a mi lado, mostrándome las piernas, apenas tapadas por la falda que llevaba. Aunque parezca mentira, me excité de verla.

Traté de pensar en otra cosa y le pregunté por las mejoras que tenía como robot doméstico, además del gran parecido con un ser humano.

– Es extraño el número de modelo que te dieron: 69 – dije después de algunos minutos de conversación – Siempre pensé que eran números redondos, como 200, o 1000 o 6000

– Utilizaron este número por las connotaciones sexuales que tiene – dijo ella.

– ¿Es como una estrategia de marketing? – pregunté – ¿para vender más?

– No – dijo ella muy seria – Es porque cumplo con todas las funciones de una mujer, inclusive las sexuales.

– ¿Qué? – pregunté asombrado

Ella me miró con una expresión de asombro en su rostro.

– Por eso soy de la serie RS.

– ¿Qué significa la serie "RS"

– Robot Sexual – afirmó con una sonrisa de picardía.

No podía creerlo. Me estaba diciendo que era un robot preparado para tener sexo. Nunca había oído algo así.

– ¿Quieres que te lo demuestre?

No supe que decir y ella debió tomar mi silencio como un si, porque se levantó y se comenzó a sacar el delantal. Luego desabrochó su blusa, quitándosela y dejando ver unos senos medianos, apenas contenidos por un pequeño sostén blanco. Luego se desabrochó la falda y se la bajó lentamente, mostrando una bikini pequeña, también blanca. Era un cuerpo fantástico. Hermoso como pocas veces había visto en una mujer, pero claro, era una máquina.

Llevando sus manos a la espalda, desabrochó el sostén y lo dejó caer al suelo. Sus senos eran perfectos, firmes, pero se notaba el movimiento normal en unos pechos de mujer. Sus pezones eran pequeños, con una aureola poco mayor que ellos y de un color apenas un poco más oscuro que el resto del seno.

Luego metió los dedos pulgares en el bikini y la tiró hacia abajo, mostrando un monte de venus apenas sombreado con vellos rubios como sus cabellos, recortados y que dejaban entrever los labios de su vagina... o lo que fuese que tuviese allí.

Se quedó parada, desnuda frente a mí por un par de segundos, como para que la admirase y se sentó nuevamente en la cama, a mi lado.

Yo ya tenía una erección tremenda, que se notaba perfectamente por el bulto en la sábana.

Ella tomó la sábana y la bajó, destapándome. Luego me tomo el slip y lo bajó también, dejando mi verga libre y apuntando al techo. La miró con una sonrisa, y juro que tenía una expresión de deseo en la cara. Me la tomó con una mano y mirándome a los ojos acercó su cara a mi entrepierna, abriendo sus labios y metiéndosela en la boca.

Me la chupó como nadie lo hizo en mi vida. Se la metió toda en la boca y lentamente la iba soltando, apretándola con los labios. Cada tanto la soltaba y le pasaba la lengua desde la base hasta la punta, haciendo que me estremeciera con cada lengüetazo.

Su boca era cálida. Sus labios tan suaves como los de cualquier mujer. Estuvo chupándome durante varios minutos, en los que más de una vez estuve a punto de acabar, pero ella parecía adivinarlo y se detenía.

– ¿Te gusta cómo te chupo? – preguntó con una sonrisa mimosa en su cara.

– Si – apenas pude decir entre jadeos.

– ¿Querés acabar así o...?

– ¿Puedes hacer otra cosa?

– Si – y se empezó a subir sobre mí.

Colocó sus piernas a los costados de mi cadera y dejó que mi verga acariciara su vello púbico. Levanté mis manos hacia sus pechos, que estaban apuntando a mi cara. Al tacto eran tan duros como los más duros que había tocado, su piel era suave y cuando empecé a acariciar los pezones con mis dedos, esto se hincharon como los de cualquier mujer excitada.

Por un instante se me pasó por la cabeza que eso no era una máquina. Que todo era una broma y que era una mujer normal, pero ella comenzó a bajar sus caderas y sentí como mi verga se iba metiendo en un agujero, sólo que no era un agujero común. Era de una suavidad como de seda y se ajustaba perfectamente a mí. Estaba húmedo, caliente y sentí que se tragaba toda mi verga. Entonces ella comenzó lentamente a subir y bajar mientras yo seguía acariciándole los pechos.

Así estuvimos varios minutos, en los que nuevamente, cada vez que parecía que me iba a acabar, ella se movía más lento, se detenía y esperaba a que yo me aflojase para luego empezar nuevamente.

Cuando ya no aguantaba más, sus movimientos se hicieron más rápidos, se la metía más profundamente y comenzó a agitarse en un... ¿orgasmo?.

Ya no pensé en más nada. No me importaba que fuera una máquina ni nada. Si eso que yo hacia era masturbarse, era la mejor paja de mi vida y me dejé llevar y disfruté. Disfruté como loco. Comencé a acabar y sentía cada chorro de leche que le largaba adentro.

Ella siguió gimiendo, con el pecho agitado pareció que también llegaba al orgasmo.

Cuando terminé, se dejó caer sobre mí, apoyando sus tetas en mi pecho y besándome en la boca, Al principio me dejé besar. Luego participé también y por fin, tanto su lengua como la mía buscaban deseperadamente dentro de la boca del otro.

Recorría su cuerpo con mis manos, acariciando su espalda, bajando hasta sus nalgas, separando sus cachetes para pasarle un dedo por "algo" que era exactamente igual que el ano de una mujer. Cada vez que mi dedo amagaba meterse dentro de su culo, ella daba un respingo, mezcla de sorpresa y excitación.

De esta manera, mi verga no se bajó del todo y al rato ya la tenía dura de nuevo. Ella empezó a moverse de nuevo pero yo la empujé hacia un costado y, sin sacársela, giramos en la cama hasta quedar yo encima, sus piernas abiertas y yo entre ellas.

Comencé a meter y sacar mi verga, increíblemente dura de nuevo, mientras que Valeria levantaba las piernas y me apretaba entre ellas.

Muy pronto nuestros movimientos se sincronizaron y comenzamos a coger con una pasión que desmentía el polvo que ya me había echado hacia unos minutos.

Valeria me abrazaba y besaba. Yo le chupaba los pezones y le acariciaba los pechos. Esta vez era yo el que mandaba sobre ella y no me demoré nada. Quería acabar de una vez y metía y sacaba la verga con rapidez. Cuando sentí que iba a acabar de nuevo, me empecé a mover con más fuerza, entrando en su concha con rapidez y hasta el fondo y casi sacándola de inmediato, para volverla a clavar otra vez, mientras que ella se agitaba como si tuviese convulsiones, al tiempo que me pedía "¡Más, más... dame más fuerte. Más, más...!"

Y acabé de nuevo. Sentía que mi leche se descargaba dentro de ella. Que me estaba volcando todo entero en su concha. Hasta que caí sobre ella desfallecido, con la respiración agitada.

Luego que me recuperé, sentí vergüenza de lo que había hecho y se lo dije.

– ¿Por qué? – preguntó ella.

– Porque sos una máquina. No es normal ésto.

– Para eso me crearon. Para satisfacer en todo a un hombre.

– Pero sos una máquina. Esto es como hacerse una paja.

– ¿No te gusto? – y puso una cara de tristeza que me hizo sentir como un malvado por decirle eso.

– No es eso. Me gustas, sos preciosa, pero...

– ¿Pero...?

– No sé...

– ¿No disfrutaste?

– Si,.como un animal. Me encantó, sos maravillosa...

– ¡Qué suerte! – exclamó y pegando su cuerpo al mío, me empezó a besar toda la cara, hasta que llegó a mi boca y metió su lengua dentro, buscando la mía, que no se hizo de rogar y le correspondió con pasión.

– Bueno, bueno. Basta por ahora – dije yo.

Valeria se levantó sonriendo y comenzó a vestirse. No sé cómo lo hacía, pero hasta vistiéndose tenía una carga de erotismo que nunca había visto en una mujer.

Después salió del cuarto.

Continuará...

 

Mikaela Fuell

(9,14)