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Para que aprenda, Brenda

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Saber ponerme límites en situaciones complejas fue una de las virtudes que le atribuí al análisis al cabo de nueve años de terapia. Algo en lo que terminaba por descreer cuando advertía que, en realidad, jamás había logrado dominar las angustias por las que había acudido a mi primera sesión de psicoanálisis. Puntualmente sufro como un condenado cuando se trata de mujeres. Contrariamente a lo que soy en mi trabajo, locuaz, inteligente y espontáneo, con ellas me muestro inseguro e incapaz de entablar ningún tipo de relación. Y encima me quedé pelado. Les confieso que ser testigo de la devastación a la cual fue sometida mi cabeza, me hizo perder cualquier atisbo de esperanza como para revertir la situación.

La vida se puso más densa cuando llegaron los casamientos, de otros por supuesto. Cada amigo, cada familiar que salía contento del altar, para mí eran como puñaladas en el alma. La estocada final me la dio Federico, mi hermano más chico al que le llevo 7 años de diferencia. Hace un tiempo me arrebató vilmente a Brenda y el mes pasado me anunció que en diciembre se casará con ella. Fue un golpe durísimo porque yo estaba convencido de que sería ella la única mujer capaz de ponerle punto final a tantos años de ostracismo y de tortura. Cometí el error de presentársela el día que salimos por segunda vez. La había invitado al cine y me crucé con Federico en la puerta. En un primer momento pensé en hacerme el distraído, pero me pareció una tontería. Jamás me imaginé que ese bastardo se interesaría por una mujer que me pertenecía. Qué ingenuo.

Hasta ese momento estaba seguro de que en la primera salida, Brenda la había pasado muy bien, pero esa felicidad incipiente se desmoronó cuando ella insistió para que Fede viniera con nosotros a ver la película. Ese pedazo de hijo de puta, en lugar de negarse, aceptó.

Brenda se había puesto una minifalda muy ajustada y una musculosa que insinuaba más de lo que mostraba. Sus pechos eran grandes, pero estaban bien paraditos y su cola era una invitación a mirar. Tenía las piernas largas y finitas y se había hecho un tatuaje en la espalda, justo arriba de la cola, que le daba un toque infartante de sensualidad porque apenas se lo tapaba con el elástico de la bombacha. En el cine, Brenda se sentó en medio de nosotros dos, pero a mí me ignoró durante toda la película. Le decía cosas a mi hermano y jugaba histéricamente con sus manos y hasta se decían secretos cómplices. Cuando terminó la función, Federico se despidió y ella no hizo ningún comentario, excepto que le había caído muy bien. Cuando quise besarla en la puerta de su casa, me corrió la cara, pero me dio una excusa que me alentó: "Tenemos que ir más despacio Román. Yo no soy una mina fácil".

Esa noche llegué a mi casa con ganas de asesinar a mi hermano, pero me tomé unos calmantes y me fui a dormir. Al día siguiente llame a Brenda para invitarla a una exhibición de arte y ella aceptó. Esa vez me permitió un pequeño contacto con sus labios, pero no llegué a besarla porque nunca abrió la boca. Brenda estaba volviéndome loco. Pensaba en ella todo el tiempo, desde la mañana hasta la noche. De día se me presentaba con imágenes dulces, de noche me despertaba las más oscuras intenciones de poseerla. Varias veces me masturbé tratando de imaginar cada centímetro de su cuerpo. Fue allí cuando me juré que sería mía.

Cuando la llamé para invitarla por cuarta vez me esquivó diciéndome que tenía un cumpleaños en lo de una amiga. Y así empezaron a llover las excusas: que le dolía la cabeza, que tenia muchos exámenes, que su madre había enfermado, que su tía tenía un rollo y no podía dejarla sola, que su padre le estaba poniendo trabas y que la mar en coche. Ya sobre el final de la semana, directamente se hacía negar por el teléfono y nunca más respondió a mis llamados. Me puse muy mal. Me obsesioné y comencé a seguirla. Estuve toda una noche con mi carro estacionado frente a su apartamento para saber cuál era el motivo de tan repentino rechazo. Y la respuesta no se hizo esperar: eran casi las cuatro de la mañana cuando vi llegar el auto de Federico. Aunque tenía los vidrios polarizados, pude ver nítidamente sus dos siluetas cuando se besaban en mis narices. La venganza no tardaría en llegar.

Ella bajó y se acomodo el vestido que tenía todo arrugado a la altura de su entrepierna, torpemente se subió la tanguita que se le había corrido hasta las rodillas y cuando se incorporó se puso ambas manos por debajo de los senos y le hizo movimientos provocativos a mi hermano. De los nervios, rompí todo el tapizado de mi auto nuevo. Estaba enfurecido y necesitaba una descarga para evitar una tragedia. Me fui a una taberna a beber unos tragos y me encamé con la primera atorranta que se acercó a ofrecerme sus servicios. Esa noche tuve sexo salvaje: cada vez que penetraba a esa prostituta, vislumbraba el rostro de Brenda pidiendo que le diera más y más. Las pastillas con alcohol son un cóctel lascivo y casi termino declarando en una comisaría porque se me fue la mano y le dejé toda la cara llena de moretones. "Puta, vos también te vas a coger a mi hermano?", le grité con vehemencia. Me amenazó con hacer una denuncia, pero desistió cuando tripliqué mi paga y me disculpé ofreciéndole un pañuelo.

Para tantear hasta dónde llegaba el cinismo de mi hermano, esperé a que fuera él quien me diera la noticia. Preferí callar porque no me favorecía el dato de haber estado siguiendo a Brenda. El mal parido no me dijo nada hasta hace unos meses, cuando –él creyó que fue casualidad—me los encontré cerca de un Albergue Transitorio. Me vieron, pero fingieron no haberme visto. Fue esa madrugada en la que elaboré el plan para hacerla mía, como correspondía.

A tal punto estaba seguro de que me habían visto que dos días después de ese episodio mi hermano vino a mi oficina y me contó todo acerca de su relación con Brenda. Me dijo que se habían enamorado desde un primer momento, pero que no quiso decirme nada por miedo a herirme. Me confesó que estuvo saliendo con ella en estos últimos dos años y que ya tenían fijada la fecha de la boda. Sería el 17 de diciembre y lógicamente, yo estaba invitado.

Nunca fui muy buen actor, pero debo reconocer que ese día supe explotar todas mis dotes dramáticas. Le dije que era una gran noticia, que era un tonto si pensaba que yo podía ofenderme por una mina con la que apenas había ido una vez al cine y otra a ver cuadros. "Lo importante es que vos seas feliz, hermano", le comenté abrazándolo y contrariando al río de odio y de bronca que corría por mis entrañas. Le pregunté si le molestaría que yo la llamara para felicitarla y me dijo que no fuera tonto, que al contrario, que ella se pondría muy contenta.

Le pregunté número del teléfono de Brenda a Federico para que no supiera cuán de memoria lo sabía. Me atendió ella con una voz muy dulce. Hablamos de trivialidades, de cómo iba el trabajo y el estudio. Me contó que ya habían conseguido el salón para la fiesta y que estaban a punto de contratar al fotógrafo. Como al pasar me comentó que sus padres estaban en Bariloche, una ciudad del Sur de la Argentina, festejando el trigésimo aniversario de casados y que la reconfortaba saber que Federico tuviera un hermano como yo, tan buena onda. Le agradecí el comentario y me despedí. "Te paso con Federico, éste sí que se ganó la lotería, je". Y le di el tubo a mi hermano. Volaba de la bronca y la envidia me provocaba acidez estomacal. Pero también estaba feliz porque había logrado engañar a estos dos hijos de puta.

Esa noche esperé a Brenda a la salida del trabajo y la seguí hasta la casa. Eran casi las 9 de la noche y afortunadamente para mí, no había nadie en el palier de la entrada del edificio. Había comprado un ramo de rosas y tuve que correr para evitar que entrara. Estaba sorprendida con mi gran gesto. "Desde ya te digo que vas a ser mi cuñado favorito", me dijo con una sonrisa que le iluminaba la cara. "¿No querés subir a tomar un café?", me invitó. Me negué calculando que insistiría y no me equivoqué. Todos mis movimientos estaban calculados. "Venga un abrazo, cuñadita, no hay reconres", le dije y miré hacia la cámara de seguridad del edificio. Esa sería mi coartada.

Subimos por el ascensor casi en silencio y por primera vez la situación se había tensado como cuando salimos en esas dos ocasiones. "¿Ya elegiste el vestido?", pregunté justo cuando pasábamos por la puerta del cuarto piso, donde había gente. "Si fuera por mí, no me pondría nada", me contestó con una carcajada. El tono fue alto y los vecinos la escucharon, porque me pareció que analizaban el comentario entre ellos. Mi ánimo estaba en alza. No sólo tenía coartaba, también tenía testigos.

Cuando abrió la puerta de su departamento empezó la acción. Me cercioré de que no hubiera nadie y la empujé con violencia hacia uno de los sillones del hall de entrada. Brenda. empezó a gritarme que era un hijo de puta, pero le tapé la boca con un pañuelo que le había sacado del cajón de la cómoda a mi hermano. La agarré de los pelos y tiré con fuerza, apoyando la palma de mi mano en su nuca y la atraje hacia mi bragueta. "Ahora zorra me vas a chupar bien esta polla, hasta ponerla bien dura. Y si te hacés la viva, te mato." Saqué una réplica de un revólver antiguo, que le había llevado como obsequio para su boda. Era de muy buena calidad, pero sólo servía como adorno porque ni siquiera tenía cargador de balas. Brenda tenía mi polla en su boca, pero no me estaba haciendo una buena mamada. Le apoyé el revólver en la sien y la amenacé. "Ni se te ocurra morderme putita, porque te vuelo la tapa de los sesos. Chupala como si fuera la de mi hermanito, que tantas veces te comiste"..

Brenda tenía los ojos llenos de lágrimas, pero ahora sí que estaba haciendo un buen trabajo. Con su boca recorría mi pene y se detenía en el glande para darme leves golpecitos con la punta de su lengua. "No me hagas esto, Román, no podés ser tan loco hijo de puta". No le partí la cara con la culata del revólver porque no quería generar evidencias inútiles. Le ordené que se parara contra la pared y me diera la espalda. Le pedí que se abriera las nalgas con sus dos manos y que me pidiera que me la cogiera. Vela así me excitó mucho. Ese culo era una perdición . "Y si me decís loco otra vez, te lleno el culo de balas. Ahora rogame que te coja y con voz de puta. Lo quiero oír clarito, ¿entendiste zorra?", le susurré al oído con toda la intención de atormentarla. .

Brenda obedeció. "Román quiero que me cojas, te lo ruego". Le separé bien las nalgas y apunté mi miembro en la entrada de su culito. Empujé con violencia y sentí cómo se desgarraban sus músculos. Le metí los dedos en la vagina y noté que estaba toda mojada. De algún modo mi polla en su culo había provocado alguna sensación cálida en esta golfa. "¿Viste que iba a gustar, zorrita?". Brenda seguía llorando: "Pará Román, ya me hiciste mucho daño. No sigas", me suplicó. Pero empecé a bombear más y más fuerte. Sentía como mis huevos golpeaban contra sus nalgas y veía cómo su botoncito rosado se devoraba mi polla en cada impacto. Se la saqué del culo antes de acabar y le pedí que abriera la boca. "Ahora putita te vas a tragar toda mi leche, no quiero dejar pruebas así que no derrames nada". Esta vez no hizo falta que la amenazara, ella se abalanzó sobre mi miembro y se tragó hasta mi última gota. Me la dejó limpita. "Sos muy puta. Tan puta como todas", dije.

Me levanté el pantalón y me acomodé la camisa dentro. Brenda seguía arrodillada en el piso, pero ya no lloraba. Me miraba con repugnancia, pero no lloraba. "Ahora estamos a mano zorra –le expliqué—y no se te ocurra abrir la boca porque en un juicio te hago mierda. Tengo una buena coartada y encima te grabé". Apreté la tecla play en mi grabador de detective improvisado y se lo hice escuchar. Brenda juró silencio y hasta anoche, la boda con mi hermano todavía no se había suspendido.

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