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La satisfacción de la humillación

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Conocí a Sebastián en un club nocturno. Fue el día de mi cumpleaños número 25. Yo estaba muy triste, no quería salir a festejar, pero mis amigas insistieron, y nunca dejare de agradecerles por eso. El motivo de mi pesar era que mi vida no era lo que yo había esperado, era evidente que algo faltaba: Sebastián. Claro, eso lo entendí más tarde.

Lo primero que me dijo es que no le gustaban las mujeres que se pintaban la cara como una puerta (ese era mi caso). Me sentí totalmente desconcertada, ya que cuando se acercó para hablarme creí que iba a decirme alguna frase de levanta, no un insulto. Le respondí que entonces podía seguir buscando, que seguro había chicas en el club con menos maquillaje que yo. Pero mientras contestaba, por puro orgullo, una puntada en el estomago me advirtió que había algo especial en él.

―¿Qué pasa? ¿No te gusta que te digan lo que haces mal?

―Me parece que sos un grosero.

―No, soy honesto, que es distinto. Y sé lo que quiero, a diferencia de vos, que parece que estuvieras muy perdida por la vida.

Quise responderle algo inteligente pero no supe qué decir, sin conocerme, había dado en el clavo, estaba perdida. Él entendió mi silencio y me pidió que lo acompañara a un lugar más tranquilo y apartado. Sabía que no debía hacerlo, pero por algún motivo quise seguir hablando con él. Fuimos hasta uno de los sillones del “living” del club. Él se sentó primero y con una palmada sobre el sillón me indicó que me sentara.

―Hola, me llamo Sebastián. ¿Vos cómo te llamas?

―Valeria.

―Hola Valeria, mucho gusto.

―(Nada, no podía hablar, no parecía ser el mismo hombre que momentos antes me había hecho ese comentario tan fuera de lugar sobre mi maquillaje.)

―Mirá, no me gusta perder el tiempo, y creo que a vos tampoco. Sé que lo que voy a decirte te va a sonar muy raro, quizás chocante, fuera de época, pero debo hacerle caso a mi instinto. Pero antes de hablar, necesito pedirte que no contestes nada, solo escuchame. No voy a pedirte que me contestes ahora, solo que escuches. ¿Estás dispuesta a escucharme con mente abierta?

―¿Qué es lo que me querés decir?

―No contestaste mi pregunta. Me gusta que respondan cuando pregunto. ¿Estás dispuesta a escucharme con mente abierta?

―(Wow, qué autoriatorio, no podía pensar que de esa forma consiguiera conquistar a ninguna chica, pero su voz fue muy contundente, y solo pude asentir con la cabeza.)

―Valería, voy a hacerte una propuesta que creo que será beneficiosa para ambos. Yo sé qué es lo que quiero. Te lo voy a plantear, y vos vas a pensarlo antes de darme una respuesta. ¿entendido?

―Sí.

―Muy bien. Conozco mucho del lenguaje corporal y de las expresiones faciales, de la ropa, el maquillaje… todo en vos grita que estás perdida y que necesitas encontrar el camino para tomar las riendas de tu vida. Yo te propongo tomar las riendas de tu vida, liberarte de esa carga que te agobia. A cambio, te ofrezco seguridad, orden, y disciplina. No te propongo formar una pareja convencional, ya que todavía no decidí si mantendremos relaciones sexuales. Te propongo una semana a prueba para ver cómo funciona. Si al término de la semana alguno de los dos no está satisfecho con los arreglos, disolvemos la sociedad.

―¿De qué estás hablando? ¿Sociedad? ¿Si ni nos conocemos? Estás loco…

―Cuando doy una orden me gusta que se cumpla. Te pedí que no interrumpieras y estuviste de acuerdo.

―Lo siento, pero….

―Cállate.

―Perdón.

―Así está mejor. Continúo: como te habrás dado cuenta, soy una persona autoritaria, dominante, me gusta dirigir y ser obedecido. La propuesta inicial es por una semana. El sexo no está garantizado, no sé cómo vas a responder, y no sé aún si me vas a excitar sexualmente. Tenés hasta mañana a las 20.00 para decidir. Una semana, sin compromisos.

Dicho esto, me dio una tarjeta con su nombre, teléfono y dirección. Se levantó del sillón, se acercó para hablarme al oído, y susurró:

―Te espero mañana a las 20.00 en mi casa, traete un bolso de ropa para una semana. Si venís, es que estás de acuerdo en obedecerme durante ese tiempo. La disciplina es muy reconfortante, pero a su vez es justa: la obediencia se premia, y la desobediencia se castiga. Si no venís no es necesario que llames. Pensalo. Es solo una semana.

Estaba atontada, no sabía que decirle, y él se fue. No pidió mi teléfono, ni ningún dato mío. Durante el resto de la noche solo podía pensar en lo que él había dicho, y en el efecto que su propuesta había tenido en mí. Sentía que un gran peso había sido quitado de mi espalda. El pensar en no tener que tomar decisiones y en que alguien más me indique las cosas se hacía cada vez más apetecible.

A la noche siguiente, domingo, a las 20 en punto estaba tocando el timbre de su puerta con mi mochila al hombro.

Sebastián abrió la puerta con una sonrisa y me invitó a pasar con un gesto.

―Valeria, no te vas a arrepentir. Esto te va a gustar tanto como a mi, te lo garantizo.

Nos sentamos los dos en la mesa de la cocina y me explico a grandes rasgos el plan. Él me indicaría cosa por cosa lo que debía hacer. Para cualquier otra cosa que no fuera lo que él había ordenado, debía pedir permiso. Tenía organizado desde los platos que iba a tener que cocinar durante la semana, hasta la hora en que debería ducharme. Todo, todo, debía pasar primero por su supervisión. Cuando me dijo que si debía ir al baño tenía que pedirle permiso primero no entendí el por qué. Él me explicó que todo formaba parte de mi condición de sumisa. Para poder delegar, debía estar dispuesta a delegar todo.

Antes de nada, acordamos que llamaría el lunes a la mañana a mi trabajo y diría que estaba enferma y que tenía 5 días de reposo. Así, en caso de que no funcionara, a la semana siguiente podría volver al colegio a dar mis clases de literatura. Si funcionaba, debía renunciar al trabajo, ya que él necesitaba que estuviera a su disposición las 24 horas del día (Sebastián es programador de sistemas, y trabaja desde su casa).

Me dijo que el resto de las reglas las iríamos viendo sobre la marcha, y qué nunca me castigaría por algo que él no hubiera explicado con anticipación. Me ordenó hacer la cena. Él se quedó conmigo en la cocina mientras yo cocinaba, y seguimos hablando de cómo serían las cosas esa semana. Me dijo que todos los días me daría dinero para las compras, que luego debía rendirle el dinero a él. La lista de compras debía autorizarla primero, y no tenía permiso para comprar nada fuera de la lista. Él me dejaría en la silla de la habitación la ropa que debía usar al día siguiente. Debía usar toda la ropa que él dejara, y no podía usar que no estuviera en la silla.

Obviamente, mis principales obligaciones eran domésticas. Cuando la cena estuvo lista, nos sentamos a comer. El me explicó que por ser el hombre de la casa, debía sentarse primero, y que yo solo tenía permitido sentarme en la mesa cuando él ya se había sentado, si por algún motivo se levanta, yo debía levantarme también y esperarlo de pie junto a mi silla.

Para mí, todo era fascinante. Nunca me hubiera imaginado en semejante situación, hasta parecía irreal, pero aquí estaba, cenando con Sebastián. Cuando terminé de lavar los platos y ordenar la cocina me ordenó que me cepillara los dientes. Pedí permiso para ir al baño y me hizo que le dijera si iba a hacer pis o caca. Me dio vergüenza pero igual contesté, ya que él quería saber. Iba a hacer pis. Me dio permiso, y me dijo que luego podía ir a dormir.

La primera noche paso sin grandes consecuencias. Mi habitación era simple pero acogedora. Tenía una mesa de luz con un velador y un despertador, una cómoda con 3 cajones, la cama y una silla. Dormí muy tranquila, a pesar de lo excitada que estaba en anticipación a la semana que me esperaba. A las 6 de la mañana sonó el despertador. En la mesa de luz había una nota de Sebastián:

Valeria: tenes tiempo de bañarte hasta las 06.15, luego el baño es mío. Asegurate de dejar el baño en condiciones óptimas. Tu toalla es la roja. Tenes libertad de usar todo lo que haya en el primer estante del botiquín. Mientras me ducho, perpará el desayuno. Quiero café con leche con tres tostadas de pan negro, manteca y mermelada. Vos vas a comer lo mismo. Desayunamos a las 06.30. Sebastián.

Había dejado sobre la silla unos zapatos que había traído en la mochila, de taco bajo, un conjunto de ropa interior de algodón y un vestido  con breteles y hasta las rodillas. A las 06.30 estaba el desayuno listo en la mesa, y yo, muy cansada, pero feliz. Él entro en la cocina con una bata de toalla y pantuflas y el pelo mojado, igual que yo. Se sentó primero en la mesa y luego me senté yo.

―Buen día, ¿cómo dormiste?

―Muy bien, Sebastián, gracias. ¿Vos?

―Excelente. Pero primero, lo primero: Imagino que ya hiciste pis, ¿o estás reteniéndolo desde la noche?

―(muy ruborizada, le contesté:) no, claro, perdón Sebastián, no me di cuenta. Pero estabas durmiendo cuando entre en el baño.

―Esa es una excusa y no me gustan las excusas, fui muy claro. Debías pedirme permiso. Es tu primera falta así que no voy a ser severo.

―¿Qué vas a hacer?

―Primero terminá tu desayuno. Luego hablaremos sobre el castigo. Con respecto al resto del día, quiero que empieces limpiado las habitaciones…

Me indicó punto por punto como quería que limpié las habitaciones, y me sorprendió el detalle minucioso que hizo de cómo debía hacer cada cosa. Asentí indicando que entendía todo, pero estaba muy nerviosa pensado en el castigo para prestar mucha atención, además eran demasiados detalles….

Cuando él termino de desayunar se fue de la cocina y yo tuve que levantarme de la mesa. Le pedí permiso para terminar mi desayuno, y me dijo que podía hacerlo, siempre y cuando me quedara de pie, y se fue. Me ordenó que cuando terminara de limpiar la mesa fuera al living, él me estaría esperando.

―(Él, sentado en el sofá) Valeria, acercate, arrodíllate frente a mí.

Fui hasta donde estaba sentado y me arrodillé frente a él. Con el dedo índice alzó mi mentón para que lo mirara a la cara y me explicó:

―Voy a castigarte por la falta que cometiste. Eso es lo que habíamos acordado. Voy a nalguearte con la palma de la mano, el dolor no va a ser intolerable, quedate tranquila. Igualmente, me parece oportuno aclararte que para los castigos físicos, cuya intensidad y duración dependerá de la falta, en caso que llegues a la máxima tolerancia de dolor, vamos a establecer una palabra de seguridad: BASTA. En cuanto digas esa palabra, me detengo. ¿entendido?

―Sí.

―Bien, sacate la bombacha y recostate sobre mi falda. Quiero que recibas el castigo sin intentar moverte ni taparte con las manos.

Me saqué la bombacha y me acosté como había ordenado. Él levanto la falda del vestido y me dio 15 azotes en cada cachete. Tenía razón, el dolor no había sido tan malo. La humillación había sido mucho peor, y me encantaba. Estaba empezando a descubrir este lado de mí, tan raro, tan irreal, y tan sublime.  Mientras recibía los azotes pude notar en mi vientre bajo que él iba creciendo una erección. Me calenté, así de simple. Entre las nalgadas y su reacción quede totalmente mojada en cuestión de minutos.

―Muy bien, Valeria. Veo que has recibido el castigo de buen grado. ¿cómo te sentís?

―Humillada, pero feliz. (Creo que el estar boca abajo, sin que me vea ruborizar, me hizo sentir más libre de expresar todo lo que sentía). Un poco dolorida, pero puedo soportarlo.

―Voy a revisar tu vagina. Separá las piernas.

―¿Qué? Dijimos que no iba a haber cosas sexuales…

―No, dije que no aseguraba que fuera a haber sexo. Ya te habrás dado cuenta de que me calentaste, ¿o no sentís lo duro que está mi pene? Abrí las piernas, quiero ver qué efecto tuvo el castigo sobre tu vagina.

Sin decir nada, y totalmente colorada, separé un poco las piernas. Él pasó un dedo por mis labios vaginales y pudo comprobar lo que yo ya sabía, estaba totalmente excitada. Hizo una risa de satisfacción y lo escuché lamerse el dedo. Luego me ordenó que volviera a ponerme la bombacha y que empezara con las habitaciones.

El día continuó normal. A las 5 de la tarde me indicó que fuera a su dormitorio. Me hizo desvestirme. Se sentó en la cama, me ordenó que me arrodillara frente a él y lo mirará a los ojos.

―Bajá el cierre de mi pantalón, y chúpame la pija.

―¡sos un ordinario¡

―Mira, Valeria, no estamos acá para andar con rodeos, a mi me gusta hablar así, y a partir de ahora, así voy a hablar. Hoy tuve reparos por ser la primera conversación, pero es hora de que te acostumbres.

―Perdón, Sebastián. Estuve fuera de lugar.

―Mejor. Ahora chúpame la pija, y tené en cuenta que la obediencia se premia y la desobediencia se castiga. Tratá de que esta regla juegue a tu favor.

Dicho esto, me esforcé en hacerle el mejor pete de mi vida. Su pija en mi boca era un regalo. Había estado todo el día pensando en esa erección. Si él no hacía nada hoy, ya había decidido hacerme una paja a la noche cuando estuviera sola en la cama. Sebastián fue guiándome muy bien. Agarró mi pelo por la nuca y me tiraba la cabeza para adelante cuando quería una penetración más profunda en mi boca. Luego me tiraba el pelo para atrás cuando quería que me alejara. No dio caso a mis arcadas cuando la punta de su pija tocaba el fondo de mi paladar. Al final me agarró la cabeza con las dos manos y aclaró que iba a acabar en mi garganta y tiró con fuerza hacia adelante a la vez que largaba chorros de leche. Los tragué por primera vez, nadie antes había acabado en mi boca. El sabor no era rico, pero no me importó. Estaba tan caliente que hubiera hecho todo lo que me ordenara.

―Wow! Esa fue una muy buena chupada de pija. (me ruboricé al instante) parate y abrí bien las piernas, quiero ver cómo está esa concha.

No podía ser tan humillante todo, y a la vez tan excitante. Hice como me ordenó y otra vez paso un dedo por mis labios, luego, sin aviso, metió un dedo en mi concha, que resbaló sin dificultad. Le siguió otro dedo.

―Veo que mi instinto no fallaba. Estas disfrutando esto tanto como yo. Vamos a pasar una semana excelente, ya lo anticipo. ¿hace cuánto que no cojes?

La brusquedad de sus palabras era cruel, a la vez, me calentaba más todavía.

―3 meses más o menos.

―¿Y cuantas pajas te haces a la semana?

―1 o 2.

―¿Cuándo te tiene que venir la menstruación?

―En 10 días aproximadamente.

―Bien. Me gustan las conchas bien dispuestas. Veo que la tuya está más que dispuesto. Los labios están inflamados, y tu clítoris muy erguido. Tócatelo. Sóbalo mientras yo te pajeo. Hiciste un muy buen trabajo y esta es tu recompensa.

―Gracias.

Así fue la primera vez que un hombre me hacía una paja. Y fue excelente. Sus dedos, en combinación con los míos, me hicieron acabar al cabo de 3 o 4 minutos. Fue raro, estar parada frente a él, cogida por dos dedos.

―Tenes instinto de sumisa, y de puta. Es una excelente combinación. ¿hace cuánto que no te cojen por el orto?

―Más de un año.

―Eso lo vamos a remediar antes de que termine la semana. Es más, recostate sobre la cama boca abajo. Y separá bien las piernes, ponete una almohada en la pelvis para levantar las caderas. Ya vuelvo.

Volvió a los 4 minutos con algo.

―Vamos a limpiar bien ese culo antes de que te lo coja. Voy a hacerte un enema. Quedate tranquila, lo vas a disfrutar mucho. Bueno, al menos yo sí lo voy a disfrutar mucho.

Me untó el agujero del culo con algún tipo de lubricante y metió el dedo chiquito dentro, solo la primera falange.

―Relájate, de lo contrario te va a doler.

―Sí, Sebastián.

Hice lo que pude por relajarlo, y la expectativa me ayudó. Me metió una manguera con pico en el culo y sentí como poco a poco ingresaba un líquido tibio dentro mío. Él me explicó que era agua tibia con un poco de glicerina líquida. Mis intestinos se empezaron a llenar. La sensación era rarísima. Nunca me habían hecho un enema. Se sentía muy placentero por un lado, y por otro empezaba a ser un poco doloroso, como si tuviera retorcijones. Vació todo el líquido dentro mío y me puso un tapón anal.

―Bueno, esto es lo que vamos a hacer. Quiero que retengas el enema lo más que puedas. Como mínimo, espero que lo retengas pro 15 minutos. Se que va a ser molesto y doloroso, pero vas a poder soportarlo. Ponete solo el vestido y anda a preparar la cena, cuando sientas que no podés más, vení a buscarme a mi despacho.

―Si, Sebastián.

La sensación en mi culo era genial, por un lado sentía el tapón en la entrada de mi culo, y por otro sentía que todo lo que tenía dentro luchaba por escapar con todas las fuerzas. Hice mi mejor esfuerzo, pero todo se hacía más difícil. Tenía que caminar con el culo bien fruncido por temor a que se saliera el tapón y todo lo que él contenía. A medida que pasaron los minutos la sensación era más fuerte. Pude poner las milanesas en el horno y lavar la verdura para la ensalada, pero no más. Estaba a punto de reventar y los retorcijones de estomago era cada vez más fuertes. Sentía que si no estaba parada, quieta, y frunciendo el culo, iba a hacer un desastre en la cocina.

Despacito, fui a buscarlo a su estudio. Golpeé la puerta.

―Sebastián, discúlpame, sé que no pasaron los 15 minutos aún, pero no aguanto más, por favor. ¿puedo ir al baño?

―Sí, yo te llevo.

Me agarró de la mano y me llevó hasta el baño. Me quitó el vestido y me ordenó que me dieran la vuelta.

―Cerrá bien fuerte el culo porque voy a sacarte el tapón y no quiero que me ensucies.

―Sí, Sebastián, estoy lista.

Me sacó el tapón de un tirón y me ordenó que me sentara en el inodoro. Se quedó mirándome, parado, recostado contra el lavatorio. Le pedí que me diera privacidad y se negó. Dijo que quería presenciar todo, y que yo no tendría que tener reservas frente a él. Intenté aguantar. No podía hacer caca frente a él, pero finalmente mi cuerpo me venció y evacué todo el enema. No pude mirarlo a los ojos, intenté imaginar que él no estaba en el baño, pero sabía muy bien que me estaba mirando muy atentamente. Cuando terminé, ruidos y olores aparte, me ordenó que me lavara bien con el bidet. Mientras, abrió el último cajón del mueble del baño y sacó un tapón mucho más grande del que había puesto antes. Me hizo dar vuelta y abrir las piernas. Me secó con una toalla untó mi culo nuevamente con lubricante y me puso el segundo tapón. Me dio una palmada muy fuerte en uno de los cachetes del culo. Me dio el vestido para que me lo vuelva a poner.

―Listo, ya podes terminar de hacer la cena.

Cuando se sentó a la mesa, me explicó que no había puesto las servilletas. Y que, por consiguiente, luego me castigaría. Después dijo que la comida estaba muy rica y cambio a otros temas.

―¿Qué película viste recientemente que te haya gustado?

―Vi hace unos meses Madagascar, en el cine, y me pareció muy graciosa…

―Yo también la ví, me gustó mucho. Trae una botella de vino, tengo ganas de tomar una copa.

―Claro.

Cuando volví con la botella y el sacacorchos, me preguntó:

―¿Cómo se siente cenar con un corcho metido en el culo?

―Me da mucha vergüenza hablar de esto.

―Me gusta que te dé vergüenza. Es una de las cosas que espero lograr con estos comentarios. Además realmente quiero saber cómo te sentís.

―Bien, me siento bien, estoy excitada.

―¿Y cómo sentís el agujero del culo?

―Siento que late, siento que tengo ganas de hacer caca.

―Esta noche, te voy a llenar el culo con mi pija. Te voy a acabar adentro. Después quiero que te quedes en cuatro patas, con las piernas abiertas, exponiendo tu ojete.

La milanesa se me atragantó pero no dije nada, solo intenté volver a masticar. Me ayudé de un poco de agua mientras él seguía con la descripción de lo que había planeado.

―Quiero que te quedes en esa postura hasta que pueda ver mi leche goteando por tu culo. Para eso vas a necesitar relajar mucho tu agujero. Si no logras que la leche salga en los primeros 5 minutos, hay castigo. Por otro lado, el castigo por las servilletas lo van a recibir tus tetas, ya que tu culo está ocupado. Quiero que ahora mismo, antes de sigas con la cena, te saques el vestido. Quiero ver como se mueven esas lindas tetas carnosas que tenés mientras comés. Después vas a venir al living, te vas sentar en el sillón, desnuda y con el tapón en el culo, y te voy a castigar las tetas. Te voy a estirar los pezones hasta que estén bien erguidos. Luego te las voy a cachetear. Sé que esas tetas pueden recibir unos buenos cachetazos, quiero verlas moverse y oscilar. Quiero verte la cara mientras recibis el castigo. 20 golpes en total a cada teta. Las quiero coloradas e hinchadas. Eso va a bastar para que se me pare la pija y te pueda pegar una buena cogida por el culo.

De más está decir que no pude hacer que la leche se cayera por mi ojete antes de los 5 minutos. Y de más está decir que después de la primer semana Sebastián y yo dicidímos que continuaríamos. La única diferencia es que de ahí en adelante iba a llamarlo Amo y Señor.

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