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Otra historia del siglo 23 (2 de 4)

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Otra historia del siglo 23... También hay mujeres robots iguales (y en algunas cosas mejores) que las reales

 

Cuando Jorge me terminó de contar su "aventura" con la robot, yo tenía una erección que por suerte disimulaba por estar sentado, pero la imagen de Jorge haciendo el amor con Valeria era realmente excitante.

– ¡No puedo creerlo! – le dije.

– Creelo porque es absolutamente cierto.

Jorge tenía una expresión de duda en su rostro.

– ¿Qué te pasa?

– No sé. Me siento raro.

– ¿Por qué?

– Por gozar así. Es... extraño.

– No digas bobadas. Es el sueño de cualquier hombre. Una amante que no te pide nada. Excelente en la cama y encima, preciosa. ¿Qué más querés?

Esa noche, Ximena se quedó a dormir conmigo. Mientras estábamos haciendo el amor, yo no podía dejar de pensar en la robot. Me imaginaba cogiendo con ella. Chupándole los senos, metiendo sus pezones en mi boca.

Ximena fue deslizando su boca sobre mi pecho, llegó a mi estómago y fue hacia mi verga.

– ¡Mi amor. Qué grande la tenés!

Y se la metió en la boca.

Yo sólo pensaba en que era Valeria la que me chupaba. El relato de Jorge me había dejado caliente todo el día y ahora era Ximena la que disfrutaba mi calentura. Su boca subía y bajaba a todo lo largo de mi verga, mientras me acariciaba los testículos.

De pronto no me pude contener más y acabé. Nunca le había acabado en la boca, pero esa vez no pude avisarle para que parara. La robot ocupaba todos mis pensamientos.

– ¡Ahhhh...! – exclamó y soltó la verga, haciendo que el segundo chorro golpeara con fuerza en su mejilla. Se apartó y otros dos cayeron sobre mi pierna.

– ¿Por qué no me avisaste que ibas a acabar?

– Perdoname, no me dio tiempo.

– Está bien. Lo que pasa es que nunca me... nunca dejé que me acabaran en la boca.

– Perdoname – insistí.

– Está bien, mi amor. No pasa nada. ¡Estabas muy caliente! ¿No?

– Si. No te imaginás cuánto.

– Yo también. ¿Cómo me vas a satisfacer ahora? – preguntó con una sonrisa de picardía.

Entendí la indirecta y empecé a besarla en la boca, el cuello, los pechos, que eran más grandes que los de Valeria (no me podía sacar a la robot de la cabeza) y seguí hacia abajo, hasta hundir mi cabeza en la concha de mi novia.

Mi lengua empezó a moverse sobre su clítoris, al tiempo que con mis manos debajo de sus nalgas la levantaba un poco de la cama, atrayéndola hacia mi boca.

Lamiendo sus labios, su clítoris y cada tanto intentando entrar en su concha con mi boca, Ximena alcanzó un tremendo orgasmo al cabo de pocos minutos, mientras que yo sentía como se humedecía de excitación. Mientras ella gozaba, yo pensaba como sería chuparle la concha a Valeria.

A la mañana siguiente, cuando Ximena se fue a estudiar, después que desayunamos, le pregunté a Dora donde estaba Jorge. El robot, con formas apenas distinguibles como de mujer, me respondió con su voz metálica y monocorde que aún no se había levantado.

Me lo imaginé pasando la noche con Valeria, cogiendo con ella, disfrutando de ese cuerpo espectacular, y no resistí la tentación y me acerqué a su dormitorio.

Pegué el oído a la puerta y alcancé a escuchar gemidos de mujer.

Con cuidado y muy lentamente abrí la puerta para ver qué sucedía dentro. Valeria estaba en cuatro patas en la cama, mientras Jorge, de rodillas detrás de ella, la penetraba como perrito.

Desde mi ubicación pude apreciar como él se movía, entrando y saliendo mientras que la robot gemía ante cada empujón que él le daba y se aferraba a las sábanas con los ojos cerrados y una expresión de placer en el rostro que desmentía su condición de máquina insensible.

A pesar de la noche pasada con Ximena y del polvo que nos dimos antes de levantarnos, apenas media hora atrás, sentí como mi verga daba un salto y comenzaba a ponerse dura.

Espié a mi amigo un par de minutos y cuando llegó al orgasmo cerré despacio la puerta.

Cuando se levantó estaba con una sonrisa de placer que pocas veces le había visto. Durante el día no hablamos más del asunto, pero yo no podía sacarme de la cabeza a Valeria.

Era poco creíble, pero estaba sexualmente caliente con una máquina.

Luego del almuerzo servido por Valeria vestida con su uniforme de mucama de falda muy corta, que dejaba casi totalmente a la vista sus piernas, enfundadas en medias negras caladas, blusa blanca semitransparente y hasta una cofia, todo lo que me hacía perder la cabeza, al punto de que Jorge se dio cuenta y me lo dijo directamente.

– ¿Te pasa algo con Valeria?

– No, no – respondí yo, pero sin convencerlo.

– Vamos, si cada vez que se acerca a vos te ponés nervioso.

Yo guardé silencio unos segundos hasta que me decidí –Tenés razón. Estoy caliente con ella.

– ¿En serio lo decís? ¿Tu que eres un modelo de fidelidad con tu novia estás caliente con otra mujer?

– No es una mujer – argumenté, pero sin convicción.

– ¡Claro!, es una máquina y por eso te excita – su burló él.

– Está bien, no sé que me pasa.

– No te preocupes. ¿Por qué no la probás?

Yo lo miré con una sonrisa algo dubitativa.

– Dale – insistió – probala. ¡Valeria! – la llamó

La robot entró al comedor caminando como si fuera una modelo, lo que en definitiva parecía.

– ¿Si, señor? – preguntó, manteniendo la formalidad de una mucama.

– Quiero que esta tarde te vayas a la habitación de Néstor y hagas lo que él quiera. ¿estás de acuerdo? – le preguntó

– Será un placer, señor – y me lanzó una mirada seductora, al tiempo que me sonreía.

No sé como llegué a mi habitación. Cuando reaccioné, estábamos parados al lado de mi cama, abrazados besándonos con una pasión impresionante.

Valeria me desprendió la camisa y me la quitó sin dejar de besarme, mientras que yo le sacaba la suya, dejándola en sostén. Ella desprendió mi pantalón y se arrodilló delante mío para bajarlo. Mi slip parecía reventar de lo dura que estaba mi verga, dureza que aumentó si es posible cuando ella me acarició pasando sus mejillas por ella, mientras me miraba a los ojos.

Yo ya no resistía esa visión de cara de hembra caliente que ponía. Cuando me sacó el pantalón, se levantó y me empujó contra la cama, haciendo que me sentara.

Se colocó entre mis piernas y se desprendió el sostén, dejando los pechos a la altura de mi cara, pasando una mano por mi nuca me hizo juntar mi cara a su cuerpo. Comencé a besarle los pechos con delicadeza, disfrutando de cada pezón, de cada centímetro de esos senos hermosos que me tenían loco.

Mientras, ella se quitó la falda, quedando sólo con una diminuta tanga, un portaligas y las medias, todo el conjunto de color negro. Me empujó sobre la cama, haciendo que me acostara, se subió encima de mí y me quitó el slip lentamente, dejando por fin libre mi verga que saltó endurecida.

Lentamente, y mirándome a los ojos con una sonrisa, fue acercando su rostro a mi entrepierna. Sacó la lengua y lentamente la pasó por la punta de mi erección, arrancándome un gemido, para luego meterse la verga totalmente en la boca.

Creí morir. Eso era absolutamente increíble. Nunca antes me habían chupado así. Su boca parecía amoldarse exactamente a mi verga, su lengua parecía recorrerla toda. Una máquina con forma de hermosa mujer me estaba haciendo la mejor chupada que había recibido en mi vida.

Después de algunos minutos, en los que sus manos me acariciaban las nalgas, el pecho, se metían en mi boca sus dedos, en fin, era un torbellino de caricias mientras su boca me llevaba al límite del placer, por fin me soltó, sólo para pararse, quitarse la tanga y, con las medias y el portaligas puestos, imagen más que sugerente en las fantasías de los hombres desde hacía más de cinco siglos, se montó sobre mí, tomando mi verga y dirigiéndola hacia su concha. Una vez colocada en su entrada, lentamente se fue dejando caer, hasta que la verga le entró totalmente.

A partir de ese momento, el tiempo pareció perder valor. Sólo podía sentir esa hembra caliente sobre mí sin poder asumir que era sólo una máquina. Este pensamiento no podía entrar en mi cabeza. Yo estaba con una mujer hermosísima y nada más. Disfrutaba como loco con esa mujer y eso era lo único importante.

No sé cuánto tiempo estuvo cabalgándome, bajando sus pechos para que yo los chupara. Sentía en mi boca sus pezones parados, su vagina cálida se humedecía cada vez más y la sentía gemir de placer. Mi mente sabía que no podía ser cierto su placer, pero mis sentidos decían lo contrario. Incluso en determinado momento, la cabalgada se hizo más rápida e intensa, sintiendo que su concha se contraía con mi verga dentro, que sus pezones de endurecían más aun y sentí claramente los espasmos de su cuerpo que acompañaban los gemidos de placer de su orgasmo. Esto me potenció y no pude resistir más. Me dejé ir y sentí el mayor placer de toda mi vida al acabar ruidosamente, gimiendo con pasión y sintiendo mi leche que se derramaba dentro de ella. Por su parte, Valeria, cada vez que yo largaba un chorro en su concha, contraía sus músculos vaginales y me apretaba la verga, arrancándome más gemidos.

Por fin, quedé extenuado, ella acostada sobre mí, apoyadas sus tetas en mi pecho y besándome agitada en el cuello.

Tuve que reconocer que quienquiera que hubiera realizado esa maravilla de la cibernética, había realizado una obra de arte, porque el comportamiento de Valeria era el de la más rendida enamorada del mundo. Realmente me trataba con verdadero cariño.

Mientras estábamos abrazados y mi verga iba perdiendo lentamente su erección, sentimos unos golpes en la puerta y la voz de Jorge.

– ¿Se puede?

– ¿Puede entrar? – me preguntó Valeria mirándome con una sonrisa sumisa en su rostro.

Asentí con la cabeza, me sentía incapaz de decirle que no a ella.

– Adelante – dijo ella en dirección a la puerta, pero sin quitarme la mirada de los ojos.

Jorge entró y acercándose a la cama dijo – Vaya escándalo que metieron.

Mi cara debe haber reflejado asombro, porque ambos se rieron.

– ¿No te diste cuenta de cómo gritaste al acabar? – preguntó Valeria.

Me mordí los labios con una sonrisa y dije -¿Fue mucho?

– Si – afirmó Jorge – pero no fuiste el único, también se la escuchó a ella.

– Perdón, Señor – dijo ella con una sonrisa de humildad, bajando la cabeza.

A todo ésto, ella seguía acostada sobre mí, en tanto que mi verga seguía dentro de su concha.

– No hay problema – dijo él – solo que me excitaste.

Valeria me miró y me dijo, con una sonrisa pícara – Señor Néstor, tengo que satisfacer al señor Jorge también.

Al oír ésto mi verga dio un respingo y sentí el principio de una nueva erección. Ella se dio cuenta y me dijo sonriendo seductora – También voy a satisfacerlo a usted de nuevo.

Jorge se comenzó a desvestir lentamente, hasta quedar desnudo, con su verga completamente parada. Esa era la primera vez que yo estaba delante de otro hombre desnudo y excitado.

Valeria se salió de encima mío y tomó la verga de Jorge con su mano izquierda, mientras que la derecha fue hasta mi entrepierna, tomando mi ya respetable erección.

Valeria nos masturbó durante unos minutos, luego empezó a chuparlo a Jorge mientras seguía con su mano en mi verga.

Me moví en la cama, dejando espacio para ellos. Jorge se acostó sin que ella dejara de chupársela. Se puso de rodillas entre las piernas de él, apoyada en una mano y sin sacarla de su boca, mientras que con la otra mano me seguía masturbando. Me miró directamente a los ojos, me la soltó y llevó su mano a sus nalgas, en un mudo gesto de pedido.

Entendí perfectamente lo que quería y me puse de rodillas detrás de ella, apoyando mi miembro en la entrada de su vagina, empujando lentamente y penetrándola en la humedad de sus jugos y de mi propio semen.

Valeria gimió, con su boca llena de la virilidad de Jorge, mientras yo comencé un lento vaivén.

Para mí era una experiencia nueva. Jamás había estado con una mujer y otro hombre. Era la primera vez que hacia un trío y lo estaba disfrutando a pleno.

 

Continuará...

 

Mikaela Fuell

(9,50)