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Siempre hay una solución

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Había salido a dar un paseo cuando empezó a llover. No era una lluvia muy fuerte pero al no llevar paraguas decidí entrar en la primera cafetería que encontré. Y nada más entrar me llevé una sorpresa. Allí estaba Paula que me recibía con una sonrisa.

― Hola! Qué sorpresa! Ya te había visto pasar a través del cristal y suponía que entrarías.

― Pues ha sido la lluvia la que me ha empujado a refugiarme aquí. Qué haces?

― Ya ves! Tomarme un café. He estado de compras, estaba cansada y he decidido reconfortarme con una café calentito.

Paula es la mejor amiga de mi mujer. Tienen cincuenta años, se conocen desde el colegio cuando tenían unos 12 ó 13 años y su amistad, con el tiempo, ha ido a más. Está casada con Enrique y con frecuencia salimos a cenar e, incluso hemos hecho algunos viajes juntos.

― Qué quiere tomar? – me preguntó la camarera

― Tráigame un whisky con hielo, por favor. Y tú Paula? Quieres tomar algo más?

― No, nada. Gracias

Miré a Paula mientras buscaba algo en su bolso. Paula es rubia, delgada y alta. Muy guapa aunque desde jovencita me había parecido algo sosa y pacata. Sin embargo, desde hacía un año la veía con otros ojos, me parecía más pasional, más audaz y más segura. Todo esto desde que en una comida con más parejas amigas, y tal vez como consecuencia de un par de copas de más, dijo que con la edad le pasaba lo contrario de lo que, decían, era habitual. Ella tenía más deseos de "hacer el amor"

―Qué me miras?

―Lo guapa que estás.

―No me seas lisonjero. Me vas a ruborizar – protestó.

No obstante, y a pesar de su protesta, pude comprobar que le había gustado mi piropo. Estuvimos hablando un largo rato sobre diversas cosas: los hijos, nuestras respectivas ocupaciones, de cine, de teatro…

―Y Enrique, cómo está? Qué hace?

―Uf! Mi marido se pasa el día en casa jugando

―Jugando?

―Si. Cuando sale del trabajo, come, hace su siesta y se dedica a hacer maquetas, cuida las plantas. En una palabra se dedica al bricolaje. No le gusta salir, ni ir al campo, no quiere ir al cine. Cada vez está más metido en si mismo.

―Pues si que lo siento.

―Bueno! Estoy acostumbrada: Me tendré que ir. Se me está haciendo tarde.

―Si. Es verdad. Vámonos.

Pagué y le acompañé un rato hasta que nuestros caminos se separaban. Había dejado de llover y fuimos paseando.

―He pasado un rato muy agradable – le dije.

―Yo también.

―Podíamos quedar dentro de una semana, en el mismo sitio y a la misma hora y seguíamos charlando.

―Me estás pidiendo una cita? – me preguntó con una sonrisa irónica

―Tómalo como quieras; pero yo estaré en esa cafetería dentro de una semana.

―No creo que pueda ir. Lo de hoy ha sido una casualidad.

―Y por qué no se pueden repetir las casualidades?

―Que tengas una feliz semana y que no te canses. Recuerdos a Vera.

―Lo mismo para Enrique

Nos despedimos con un par de besos en las mejillas y nos fuimos cada uno por nuestro camino.

Llegó el día y, a la hora prevista, entré en la cafetería y me dirigí a una mesa al fondo de la sala. Pasaron los minutos y, al cabo de media hora, después de tomarme un café y cuando ya iba a irme la vi entrar y mirar alrededor buscándome. Pude observarla mientras se dirigía a mi mesa. Estaba guapísima y elegante. Ella podría decir lo que quisiera pero yo tenía claro que se había arreglado especialmente para mí. Nos saludamos con los consabidos besos en las mejillas, aunque yo procuré que los míos fueran más calurosos y menos protocolarios.

―Creía que ya no venías y me iba a ir.

―La verdad es que aún no sé por qué he venido. He estado dudando hasta ahora mismo.

―Lo importante es que has venido – le dije mientras la miraba a los ojos.

Me sostuvo unos segundos la mirada, pero bajó los ojos ruborizándose ligeramente. Hice la comanda a la camarera, que nos sirvió enseguida.

―Le dijiste a Vera que nos habíamos visto la semana pasada? – me preguntó

―Si, claro. Pero no pensaba comentarle nuestro encuentro de hoy.

―Yo también se lo dije a Enrique y opino lo mismo que tú. No debemos decir nada de lo de hoy porque pueden pensar lo que no es.

Percibí que se había creado entre nosotros una intimidad y pensé que si "no era lo que podía parecer" por qué no lo podíamos decir. Debía de ir con mucho cuidado, con mucho tiento, si no quería asustarla y hacer que retirara aquella íntima complicidad que se estaba gestando. Pero… yo qué quería? Era un juego? Hasta donde pretendía llegar?

Estuvimos charlando como la tarde anterior aunque esta vez nuestra conversación fue derivando a detalles más íntimos. De tal manera que me atreví a preguntarle.

―Sabes? Envidio a Enrique

―Lo envidias? Por qué?.

―Pues porque creo que tiene mucha suerte teniéndote a ti. Porque, a pesar de los años puede disfrutar contigo, de tu compañía y de …. sexo.

―De sexo? Qué quieres decir? De dónde sacas esa conclusión?

―Bueno. El día de la última comida del grupo de amigos dijiste que a pesar de la edad seguías con los mismos deseos de disfrutar de todo, incluso del erotismo, del sexo.

Se quedó muy sería durante unos segundos y yo creí que había metido la pata.

―Ese es un tema en el que tienen que estar de acuerdo dos personas y Enrique no está tampoco por esa labor.

―Vaya! Si que lo siento. Y tienes razón. Es mejor hacer esas actividades a dúo.

―Nos vamos ya?

―Te ha molestado mi pregunta.

―No. No es eso. Es que se me está haciendo tarde.

―Bien. Tengo el coche aparcado aquí cerca. Te puedo acercar a casa.

―Estupendo. Vamos.

Durante el corto trayecto apenas hablamos. Cuando faltaban un par de manzanas para llegar a su casa dijo:

―Para por aquí. Es mejor.

―Como quieras.

Acerqué el coche a la acera para que bajara; pero aún estuvo unos instantes sentada en su asiento, callada y seria.

―Quedamos para la próxima semana? – le pregunté.

―Ya creía que no me lo ibas a pedir. Claro que si, si a ti te apetece.

―Te parece que te llame por teléfono?

―De acuerdo. Pero llámame por la mañana, de 10 a 12, al móvil. Hasta pronto

Y entonces se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla, muy cerca de la boca. Antes de bajarse del coche me dijo:

― Eres un encanto

Estuve observándola mientras se alejaba hasta que torció por la primera bocacalle. Aún estuve allí detenido pensando. Mi vida sexual no había sido muy activa. Mi mujer, Vera, no había correspondido a mis deseos. Siempre se había mostrado pasiva antes mis requerimientos sexuales y durante largas temporadas habíamos estado inactivos. Y ahora, con la edad, aún más. Sin embargo yo seguía con ganas de gozar del contacto con mujeres. Yo había tenido varias amantes, casi siempre de amigas insatisfechas por sus maridos. Y ahora me encontraba con una posibilidad, cada vez más clara, de iniciar una relación íntima con la mejor de las amigas de Vera y que, además, estaba casada con uno de mis amigos. Sería prudente? No sé si lo era, pero yo estaba necesitado de sexo, Paula también y nuestras respectivas parejas no eran capaces de satisfacernos. Así que fuera prejuicios, si las cabezas de Enrique y de Vera acababan adornadas ellos se lo habían buscado. Yo no tenía claro cuales eran los planes de Paula, así que habría que ir con suma delicadeza para no asustarla y echarlo todo a rodar.

Dos o tres días más tarde la llamé al móvil.

―Quieres que quedemos el próximo lunes?

―Bueno. Donde siempre?

―No. Esta vez cambiaremos de ambiente. Como está haciendo buen tiempo nos iremos de excursión al campo, así que ponte ropa cómoda.

―Puedo estar lista a las tres y media y me puedes recoger en la esquina de la cafetería de siempre. Te parece bien?

―Perfecto. Allí estaré.

Allí estaba yo diez minutos antes de la hora y Paula apareció puntual. Iba tan elegante como siempre con una falda amplia, un sueter ligero y sandalias. Entró rápidamente en el coche, me dio un beso cálido en la mejilla, arranque el coche rápidamente y puse rumbo hacía una zona montañosa a unos 30 kilómetros de nuestra ciudad. Por el camino apenas hablamos. Paula iba recostada en su asiento, con los ojos cerrados y yo podía contemplarla sin perder de vista la carretera. La falda se le había subido hasta mitad de los bien formados muslos y yo tenía una erección.

Cuando llegamos, aparqué el coche y salimos a dar un paseo. Al tener que saltar un pequeño desnivel, la cogí de la mano. Yo no la solté y ella no hizo ningún gesto por retirarla. Hablamos de diversos temas hasta que me dijo:

―Estoy un poco cansada. Te parece que regresemos al coche?

―Claro. Perdona que no me haya dado cuenta.

Regresamos al coche, nos sentamos cado uno en nuestro asiento y puse la radio. En ese momento se oía "Te necesito" una canción de Amaral. Paula se reclinó en el asiento, entornó los ojos escuchando la canción. Al cabo de unos instantes, sin cambiar de posición, me preguntó:

―Te voy a hacer la misma pregunta que tú me hiciste el otro día. Dime, Vera te satisface sexualmente?

―No – contesté inmediatamente – Es una persona muy fría, siempre lo ha sido y ahora más. De hecho llevamos más de cuatro meses sin echar un polvo, sin follar.

Utilicé intencionadamente estas palabras en lugar de "hacer el amor" porque siempre me han parecido una cursilada y por provocar.

Paula no dijo nada y siguió en su misma posición. Entonces decidí dar un paso adelante. Me incliné sobre ella y rocé sus labios con los míos. No cambió de posición y repetí mi beso con más fuerza. Paula abrió su boca para permitir que mi lengua penetrara para encontrarse con la suya, pasé mis brazos por su cintura, sus manos se apoyaron en mi cuello y nos fundimos en un abrazo apasionado.

―Estamos locos, César – dijo

―Si. Pero es una locura maravillosa – le contesté mientras volvía a besarla y mis manos se introducían debajo de su jersey y acariciaban su suave piel.

Seguíamos besándonos y mis manos se iban haciendo más osadas. Comencé a acariciarle sus pechos por encima del sujetador, sus pezones se pusieron erectos. Entonces empezó a suspirar. Al cabo de unos instantes le subí las copas del sujetador y pude acariciarla directamente. Sus tetas se pusieron duras, le subí el jersey y me agaché para besárselas y chuparle los pezones.

―Para ya o no voy a poder controlarme

―Te gustan mis caricias?

―Claro. No lo notas?

―Hasta donde te llegan?

―Hasta lo más profundo

―Dónde es eso?

Una de sus manos, mientras se había apoyado en mi muslo y había ido subiendo hasta mi entrepierna y ahora estaba acariciándome por encima del pantalón. Estaba atardeciendo pero aún había mucha claridad y estábamos muy cerca de la carretera donde, de vez en cuando, pasaba algún coche y ciclistas.

―Hasta donde te llegan mis caricias? – volví a preguntarle

Tardó unos segundos hasta contestarme entre gemidos.

― Por todo mi cuerpo. Hasta mi coño

Metí entonces mi mano debajo de su falda; pero cerró sus muslos.

―Basta ya, César. Aquí nos pueden ver. Y, además, esto no está bien. Vámonos a casa.

―Tienes razón. Aquí estamos demasiado a la vista. Nos iremos a otro sitio más discreto.

No me puso objeciones, puse en marcha el coche y me adentré por un estrecho camino sin asfaltar hasta un lugar espeso apartado de la carretera. Observé que no se arreglaba la ropa. Cuando llegamos le invité a pasar al asiento de atrás y una vez allí volví a acariciarle los pezones mientras la besaba. Su mano volvió a posarse en mi entrepierna.

―Quieres que te desabroche el pantalón? – me preguntó

Me aparté de ella para que pudiera maniobrar, me desabrochó el cinturón y el botón de arriba del pantalón, bajó la cremallera, introdujo una mano dentro del calzoncillo hasta encontrar mi pene. No tuvo problemas para encontrarlo porque estaba en todo su esplendor.

―Estás muy excitado – afirmó mientras me lo acariciaba.

Al cabo de unos instantes metí mi mano por debajo de su falda acariciándole los muslos por la parte interior. Esta vez no puso objeciones. Al contrario, los abrió más para que llegara sin problemas hasta sus bragas. Observé que estaban muy mojadas.

―Tú también estás muy excitada – le dije – Tienes las bragas empapadas. Por qué no te las quitas?

―Te mojaré la tapicería del coche.

―Prefiero acariciarte el coño sin impedimentos

―Si Vero ve la mancha, qué le dirás?

―Que son los jugos de tu coño.

―Serías capaz?

―Claro. Qué te crees?

Mientras hablábamos se había subido la falda hasta la cintura mostrándome a la tenue luz del atardecer sus espléndidos muslos. Acerqué mis manos hasta el borde de las bragas y empecé a bajárselas. Paula favoreció la operación levantándose ligeramente del asiento. Las bragas llegaron hasta los tobillos, se las quité del todo y a mi vista quedó su coño recubierto de un vello rubio. Volví a abrazarla, a besarla, a acariciarle los pezones con una mano mientras con la otra volvía a explorar su entrepierna. Me sorprendió la suavidad de su vello y estuve acariciándoselo unos instantes para introducir, suavemente, un dedo en su vagina. Paula me respondió con un gemido al mismo tiempo que abría más las piernas. Mi otra mano tampoco estaba ociosa. Subí el sueter dejando sus pechos al aire y me incliné a chuparle los pezones. Sus gemidos iban en aumento por lo que introduje otro dedo en su vagina mientras empezaba en mete―saca suave.

― Que gusto! Me estás matando de gusto!

Exploré su coño buscando el clítoris. Lo tenía hinchado. Le di unas caricias en círculos, lo masajeé con los dedos índice y pulgar, volví a acariciarlo en círculos, mientras le chupaba los pezones.

― Basta! No sigas! No puedo más! – me susurraba mientras tenía la cabeza apoyada en el respaldo del asiento, con los ojos cerrados, totalmente entregada.

― De verdad quieres que pare?

No me contestó, pero abrió aún más las piernas, mientras su respiración se hacía más agitada Comprendí que estaba a punto de alcanzar el orgasmo. De pronto, explotó.

―Aaaaaaaaaaah! Dioooooooos! – gritaba mientras su cuerpo se convulsionaba y cerraba las piernas aprisionando mi mano.

Al cabo de unos instantes me abrazó, me besó en el cuello y me susurró.

―Gracias! Ha sido maravilloso! El mejor orgasmo que he tenido en mi vida!

―Pues creo que aún podría mejorarlo – me atreví a frivolizar.

―No lo creo – me contestó mientras metía la mano por mi bragueta buscando mi polla.

―Y tú? Cómo estás? Quieres que te acaricie? – me preguntó

―Preferiría correrme dentro de ti.

―Quieres penetrarme? No. Eso no. Me han gustado mucho tus caricias pero no debemos pasar a mayores. La infidelidad sería ya total. No estoy preparada para eso.

―Como tú quieras. No te voy a obligar a hacer algo que no te guste.

―Es que si que me gustaría; pero creo que no debemos hacerlo.

Yo pensaba que sus escrúpulos me parecían una tontería después de todo lo que habíamos hecho; pero prefería seguir con la táctica de ir paso a paso. Me bajé los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos, me desabroché la camisa, quedándome prácticamente desnudo. Sus manos se dirigieron a mi polla que estaba en uno de sus mejores momentos, tiesa y gorda, apuntando hacia el cielo. Empezó a acariciarme y al cabo de unos instantes bajó su cabeza y pasó la lengua por la punta, se introdujo en la boca unos centímetros.

―Para! Para!

―No te lo hago bien?

―Si. Muy bien. Pero si sigues así voy a correrme enseguida. Prefiero que dure un poco. Siéntate encima de mi.

―Me la vas a meter?

―Ya te he dicho que no te haré nada que no quieras. Sólo quiero tenerte abrazada, muy cerca.

Eché el asiento del conductor todo lo que se podía hacia delante para dejar espacio, la cogí de la mano e hice que se sentara encima de mis piernas. Le quité el jersey y el sujetador y la abracé fuertemente. Ella correspondió a mi abrazo y nuestros cuerpos quedaron totalmente pegados. Su falda cubría nuestras piernas. Comencé a besarle, primero suavemente, luego más fuerte introduciendo mi lengua en su boca, nuestras lenguas se buscaron acariciándose, mis manos se introdujeron bajo su falda para acariciar sus nalgas y atraerla hacia mí hasta que su vagina quedó pegada a mi pene. Poco a poco empezó a mover su caderas de tal manera que con esos movimientos, su coño acariciaba mi polla, recorriéndola de abajo a arriba. Sus movimientos se hicieron más rápidos mientras sus besos se hacían cada vez más apasionados. De pronto, se quedó parada, se levantó unos centímetros, metió su mano bajo la falda cogió mi polla y la colocó en la entrada de su vagina. Luego, lentamente, fue bajando mientras mi polla penetraba en su coño.

―Aaaaaah! Así, así! Tengo el coño lleno. Tu polla me llena completamente el coño. La tienes tan grande! Qué ganas tenia de tenerte dentro. De que me follaras – me dijo.

Yo pensé que era ella la que me estaba follando, pero preferí no discutir estos detalles y dejar que las cosas siguieran su curso. Sus movimientos eran bruscos, sus caderas se movían con movimientos largos y lentos. Poco a poco fue cambiando el ritmo, pasando a moverse más deprisa.

―Me corro! Me voy a correr otra vez! Que buenooooo! Aaaaaaaaaah! Ya, ya , yaaaaa…..

Pude notar perfectamente las contracciones de las paredes de su coño mientras se corría y, entonces, exploté yo. Con un orgasmo como pocas veces había experimentado que recorrió como una fuerte descarga eléctrica todo mi cuerpo, exploté y grandes chorros de esperma inundaron el coño de Paula.

Aún permanecimos abrazados y unidos durante unos pocos minutos mientras mi polla se iba deshinchando.

―Te has corrido? – me preguntó

―Si. No lo has notado?

―Si. Claro. Tu leche me ha llenado toda. Y ahora está escurriendo por mis piernas.

Era verdad. Nuestras piernas estaban totalmente mojadas con nuestros jugos. Paula se levantó y yo saqué una caja de kleenex para limpiarnos. Nos vestimos y limpiamos todo lo posible las consecuencias de nuestra pasión, aunque en la tapicería quedó una mancha delatora.

―Tendremos que volver. Se ha hecho muy tarde – dijo Paula.

―Si. Vámonos ya. Aunque es una lástima que no podamos seguir juntos toda la noche.

―Eso es imposible. Y, César, lo de esta tarde no puede volver a repetirse.

Ya estamos, pensé. Siempre igual con las decentes. Una vez has calmado su calentura, tienen sentimientos de culpa, se arrepienten y corren a contárselo a su confesor.

―Tienes razón. No podemos volver a hacerlo en el coche. Ya no somos adolescentes y podemos acabar con una hernia discal por una mala posición. Buscaré otro sitio más cómodo: un apartamento o un hotel.

―Sabes que no me refería a eso. Tu mujer es mi mejor amiga y me siento culpable de haberle puesto cuernos. A ella y a mi marido.

―Ellos tienen la culpa por no saber complacernos. Al fin y al cabo no les hemos quitado nada.

―Tienes razón; pero es igual. No quiero tener una doble vida, una vida paralela, secreta.

―Bueno. Si tú quieres que sea así, lo respetaré. Ya te he dicho que no te haré nada que tú no quieras. Pero, por lo menos, podremos vernos de vez en cuando y tomarnos un café o comer juntos y charlar un rato.

―Eso si. Podemos vernos de vez en cuando.

Bien. No se han cerrado totalmente las puertas. Quedaremos para vernos, comeremos, tomaremos una copa y….

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