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Hacerme la dormida

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Solo me percate de que tus ojos ya no miraban solamente a los míos el día en que irrumpiste en mi habitación y yo me estaba empezando a vestir, me sorprendiste poniéndome las braguitas e instintivamente me tape el pecho que a pesar de mis catorce años ya era abundante dejando mis bragas abrazadas a mis rodillas y mi sexo expuesto a tu mirada que no pudo apartarse de él durante unos instantes que a mi me parecieron eternos, entonces una mano abandono mis pechos que una sola apenas podía tapar y quedaron a merced de tu mirada… -“perdón”- apenas pudiste articular esa palabra antes de salir de nuevo por la puerta rojo como un tomate.

Si, esa fue la primera vez que yo me di cuenta que tu mirada no era lo inocente que yo pensaba y para serte franca me gusto, me gusto mucho porque entonces eras mi héroe, mi amor platónico, el hombre de mi vida, el mas guapo, el mas valiente y también el mas atractivo.

Claro que ese día mi mirada sobre ti también cambió, empecé a verte mas como hombre que otra cosa, me di cuenta que mi presencia por casa cuando descuidadamente andaba en ropa interior, o con camisetas finas sin sujetador te turbaban, y a mi me gustaba turbarte, me sentía excitada cuando disimulando mi intención de exhibirme para ti, lo hacia haciéndome pasar por una inocente colegiala cuando en realidad jugaba a seducir al hombre de mi vida y sentía tu mirada sobre mi cuerpo.

Luego vino el sofá en el salón mientras veíamos la tele, desde niña me gustaba acostarme a tu lado mientras tu estabas sentado con las piernas apoyadas en un puf, utilizaba tu regazo como almohada y sentía el calor de tu cuerpo en mi mejilla reconfortándome y tu olor a … a ti, solo olías a ti, un olor que me alteraba desde siempre, no supe porque hasta ese verano de los catorce años…

Hacia calor los dos estábamos solos en el sofá, veíamos la tele como siempre, probablemente deportes o algún documental, yo te olía y fingía dormir, tu me acariciabas el pelo y el hombro como en tantas ocasiones, mis cómodos y finos pantalones de pijama eran todo mi atuendo de cintura para abajo, y una camiseta de tirantes el resto de ropa que vestía aquel día, al llegar al salón tu ya estabas sentado en tu esquina del sofá y nuevamente tus ojos fueron más para mi cuerpo que para los míos, me acosté a tu lado son un suspiro de satisfacción, apoye mi mejilla en tu regazo y espere a tu mano sobre mi pelo y mi hombro desnudo…

Tus caricias no se hicieron esperar, mis ojos se entornaron, no me interesaba la tele, solo tus caricias… acompasé mi respiración a ellas y me hice la dormida… tus manos se deslizaban suavemente por mi pelo largo y suelto, lo apartabas de mi cara cada vez que caía sobre ella con delicadeza y tus dedos seguían el contorno de mi cuello bajo mi oreja recorriéndolo hasta llegar a mi hombro… pero hoy noté tu respiración distinta… creías que dormía y tu mano fue mas allá que de costumbre, tus dedos se abrieron paso bajo el tirante de mi camiseta despacio, tímidamente, al primer intento apenas pasaron de mi axila, al segundo fueron mas osados y acariciaron la parte mas alta de mi pecho, tu respiración no era la de siempre…no, no lo era y mi mejilla noto que algo se movía en tu regazo… mi corazón se desbocaba por momentos, apenas podía disimular mi excitación, pero seguí haciendo que dormía.

Justo entre mi ojo izquierdo y mi mejilla tu excitación bajo el pantalón corto se endurecía por momentos, sentí como empezaba a palpitar y mi excitación subía y palpitaba acompasándose a la tuya.

Tu mano después de varios tanteos se coló bajo mi camiseta y acaricio mi pecho íntegramente, sentí como lo cubrías completamente con ella, con mucha suavidad, supongo que temías despertarme aunque nunca estaré segura de haberte engañado al fingir que dormía, la dejaste allí parada un buen rato en tanto que la dureza y presión que sentía en la parte alta de mi mejilla izquierda iba en aumento, tanto que sentí la necesidad de moverme para no “estorbarte”… con un suspiro gire mi cuerpo como buscando una posición mas cómoda en mi sueño e hice coincidir mi boca en la parte abultada de tu pantalón… sacaste la mano precipitadamente de mi pecho y permaneciste un buen rato inmóvil, como cerciorándote de que me volvía a dormir profundamente y volviste…

De nuevo tu mano, esta vez el escote de mi camiseta estaba expedito para ella, te colaste despacio por él, como acariciándome inocentemente, tu erección estaba justo ante mi boca y entreabrí los ojos para verla… entre mi cabeza y tu ombligo una montaña de excitación se mostraba ante mis ojos atónitos y excitados…

Sentí tu mano acariciar mi pecho, primero suavemente como una pluma, después firme atreviéndote a apretarlos ligeramente y acariciar mis pezones con la yema de tus dedos… me sentí morir de placer, las primeras caricias de mi hombre, las primeras caricias de cualquier hombre, estaba embriagada de excitación, paralizada y fingiendo dormir creí que mi respiración se agitaba lo suficiente para estropearlo todo e intenté tranquilizarme…

Estabas tan excitado que no podías contener tu sed de mi cuerpo adolescente, tu mano se apoderaba de mis pechos con la avidez y suavidad suficiente para no despertarme, mis pezones sensibles a tus caricias se rizaron para tus dedos y ellos les correspondientes con ligeros pellizcos que me estremecían de placer… en uno de ellos gemí ligeramente y retiraste inmediatamente tu mano de ellos… te levantaste suavemente como para no despertarme y vi como ibas al baño… tardaste un buen rato… volviste a tu sitio y mi cabecita también, ya no había palpitaciones ni dureza en tu regazo…

Ese paseo al baño me había robado a mi hombre aquel día…

Esa fue la primera siesta “diferente”, después vinieron más… muchas más…

Gracias papá.

Tu niña.

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