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Mi adolescencia: Capítulo 14

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Quise rectificar y matizar que necesitaba tiempo para pensármelo y que ya vería si lo hacíamos, pero antes de que me diera cuenta Rafa estaba ya ilusionado y risueño como un colegial pagando los refrescos y saliendo del bar. Se le veía feliz, dichoso y muy satisfecho. En ese momentazo de euforia, viendo que yo no decía nada y que seguía descolocada por mis propias palabras, me dijo: “vale, pues si te parece bien te paso a recoger mañana a las 9 de la noche. Venga, hasta mañana”. Sin darme tiempo a asimilar todo me vi con una pose ridícula yo sola en mi portal preguntándome qué demonios había pasado y por qué demonios íbamos a realizar esa fantasía que ni siquiera quería realizar. ¿Qué motivos tenía mi subconsciente para querer realizar esa fantasía machista que tanto agradaba a Rafa? ¿Qué razones tenía mi dichoso subconsciente para tener tanto interés en que se llevara a cabo? Estaba segura de que todo tenía que ver con el obsesivo tema de Edu y Graciela que tanta frustración me causaba y, sobre todo, con la dichosa imagen de la mano de Graciela colocada en ese sitio. Fuera como fuera, ya el acuerdo entra Rafa y yo estaba ya tomada y no podía echarme ya atrás si no quería parecer una tonta. 

Y debo reconocer que todos estos asuntos pseudoeróticos fantasiosos con Rafa eran un antídoto perfecto, pues a lo largo de todo el día no recordé en ningún momento todo el tema obsesionante de Graciela/Edu y me centré en la curiosidad de realizar esta nueva fantasía que tanto entusiasmaba a Rafa. Era un remedio fabuloso, el mejor de los antídotos y sabía ya muy bien que la expectación que siempre me generaba horas previas el tema de las fantasías me haría olvidar por completo todo lo acontecido el sábado anterior en el chalet. Puede que existiesen otros posibles remedios o antídotos pero en esos momentos no había nada que fuese más eficaz y eficiente que una sesión fantasiosa con Rafa para erradicar de mi mente dicha obsesión. Por ello, creo que mi subconsciente fue lo suficientemente inteligente para aceptar el ofrecimiento de Rafa aunque yo no estuviese convencida del todo. Es lo malo (o lo bueno, quién sabe) de tener un subconsciente más inteligente y perspicaz que una misma. 

Por lo que nuevamente nos encontrábamos de nuevo en el chalet dispuestos a realizar esta fantasía tan especial para Rafa y tan necesaria (para olvidar mis obsesiones) para mí. Rafa llevaba una bolsa en la mano de la que sacó su camisa perfectamente lavada y planchada. Se notaba que le quedaba pequeña y que la había usado al menos dos años antes. Aunque yo a mis 17 años no era tan alta como ahora que mido 1,72 ya debía estar cerca del 1,70 por lo que era lógico que me quedase bien. Era una camisa gris a cuadros, bastante bonita y elegante. Me metí en el cuarto de baño, me quité mi jersey y me puse la camisa de Rafa. No me quedaba perfecta del todo pero sí que era de mi talla y todo el rato que estuve mirándome en el reflejo del espejo me vi bastante guapa y elegante, a pesar de llevar una ropa que no era mía. Como era habitual, no sé cuántos minutos me tiré en el cuarto de baño, solo sé que Rafa debió tener bastante paciencia pues nunca golpeó la puerta para que me diera prisa. Finalmente salí de allí dispuesta a jugar a esta nueva fantasía y a dejarme llevar, como era habitual, por las sensaciones, emociones y estremecimientos que me reportará las siguientes horas.

Nada más salir, Rafa me miró de arriba a abajo varias veces y me dijo: “Me alegro que te hayas metido la camisa por dentro del vaquero, me gusta mucho más así, es más sexy”. Ese fue uno de los momentos en que me percaté que ambos pensábamos igual sobre muchos temas respecto a cosas sexy, sensuales o eróticas, y aunque nuestras fantasías eran sumamente light era muy excitante saber que los dos opinábamos igual. Fue un poco cortante y ridícula la situación el uno frente al otro, finalmente yo dije: “Bueno, ¿y ahora qué?”. Tras la pregunta comprobé como los ojos de él se llenaron de brillo, de ilusión, de entusiasmo y casi de una inocencia infantil sobre todo cuando dijo: “Pues corre por todo el chalet esquivándome y yo te iré persiguiéndote”. Se me escapó una sonrisa al escucharle eso, parecía tan pueril, tan tonto, tan niñato todo este juego, no era digno de dos adolescentes que jugaban ya a ser mayores, pero aún así tenía el morbo suficiente como para probarlo. ¿Por qué no? Por lo que como una exhalación salí corriendo por los pasillos y escaleras del chalet al mismo tiempo que me reía por lo absurdo de la situación. 

Ahí estaba yo, a mis 17 años, jugando al escondite por todos los rincones del chalet. ¿Absurdo? Pues sí. ¿Infantil? Pues sí. Pero si no se le da a la vida estos pequeños alicientes puede llegar a ser extremadamente aburrida. Además yo lo hacía por una buena causa, al menos una buena causa para mí, quitarme de la cabeza a Edu y Graciela, y la mejor forma de exorcizar esos recuerdos eran con juegos como estos. Al principio Rafa iba en plan lento y relajado, es decir, me alcanzaba, yo forcejeaba un poco, me liberaba en pocos segundos y volvía a irme a otro sitio. Afortunadamente el chalet era lo suficientemente grande para ofrecer multitud de oportunidades para esconderse o esquivarle. Aunque claro, siempre al cabo de un rato acababa siempre cogiéndome de nuevo. Pero volvía a forcejear, a resistirme un segundo y me volvía a dejar libre, y de nuevo a otro sitio. La mezcla de risas, acción y el subidón adrenalítico que suponía el estar continuamente escapando de sus manos acabó divirtiéndome mucho. Y por lo que veía a él también, pues tampoco paraba de reír y de disfrutar el juego. 

Según fueron pasando los minutos, y el cansancio se fue apoderando de ambos, fue apagándose el interés poco a poco. Pero cuando pensaba que ya empezaba a no tener gracia el juego empezó a resultar más excitante de lo que suponía. Todo empezó cuando, por total sorpresa, me pilló por detrás y me agarró con sus manos los pechos. Yo estaba jadeando, al igual que él, por las continuas idas y venidas corriendo de un lado a otro, y sí que me excitó que en ese preciso momento me agarrase los pechos así con tanta fuerza, firmeza y resistencia. Yo, muy metida en mi papel, volví a forcejear, a resistirme, a intentar liberarme y a escapar de él. Pero esta vez ya no me dejó. No hacía más que agarrarme por detrás acariciando mis pechos por encima de la camisa. Yo volví a forcejear y luchar por librarme de sus tocamientos y caricias. Fue inútil. No era lo suficientemente fuerte para librarme de él. Finalmente Rafa habló: “¿Qué pasa? ¿Es que no te gusta esto?”. Sí que me gustaba y excitaba, pero yo, muy metida en mi papel, contesté “No, no, déjame en paz. Suéltame. Déjame”. Que yo siguiese a rajatabla el guión le debió excitar más todavía, porque noté como arrimó muchísimo más su entrepierna a mi trasero y con más fuerza acarició mis pechos. Percibí perfectamente, a pesar del pantalón, que él tenía una erección y que estaba mucho más excitado de lo que yo estaba.

Fue un momento que se me nubló la mente, porque notar esa erección en su pantalón me hizo traer a la memoria dos imágenes indelebles de mi mente. Una era obvia, el momento que Graciela acarició por encima del pantalón la entrepierna de Edu, y la otra el día que miré a Rafa acariciar gozosamente su pene erecto mientras yo le miraba anonada a una distancia corta. Estos dos pensamientos me hicieron bloquearme un poco y me quedé un poco descolocada y baja de defensas, incluso me obligué a no pensar en ninguna de las dos cosas. Pero ya era tarde, Rafa aprovechó mi momento de debilidad para irme empujando poco a poco hacía la habitación de siempre y yo, aunque opuse algo de resistencia, no pude pararle porque no dejaba de pensar en esas dos imágenes que bombardeaban mi mente. Estaba excitada, alterada y con una gran agitación, a todo esto se le suma el subidón adrenalítico del juego y el cocktail era ya bestial. Rafa me tiró un poco violentamente encima de la cama y me dijo totalmente extasiado: “Joder, pero que buena estás, me vuelves loco y te lo voy a demostrar”. 

Antes de que me diese cuenta tenía su boca en mi cuello, al cual empezó a dar chupetones, primero en un lado y luego en otro. El ímpetu de su acción me agradó y me relajé para disfrutarlo, lo cual no debió gustarle pues enseguida me recriminó: “Sigue defendiéndote, sigue resistiéndote”. Al parecer lo que le ponía es que yo forcejease todo el rato y aunque me parecía un poco absurdo (pues ambos estábamos disfrutando de ello) lo hice, aunque un poco mecánica y desganadamente. Rafa no paraba de besarme y pronto empezó a tocarme los pechos por encima de la camisa. No lo hizo con suavidad y tacto como otras veces, al contrario, lo hizo con brusquedad, ansia y ritmo frenético, como si la vida le fuese en ello. En un determinado momento me susurró al oído: “Un segundo, ahora vengo” y salió de la habitación antes de que yo pudiera decir nada. Volvió al cabo de unos segundos con la bolsa de la que antes había sacado la camisa. Me sonrió y sacó un bonito y elegante pañuelo de chica. Inmediatamente pensé: “Qué bien, lo de tener vendada los ojos siempre produce mucho más morbo e interés”. Estaba totalmente equivocada. 

Todo se desarrolló muy rápido y casi sin que me diera tiempo en reparar en nada, pues estaba convencida que el pañuelo era para vendarme los ojos como las otras veces, pero ante mi impasibilidad y perplejidad Rafa no lo usó para eso, sino que me cogió de ambas muñecas y me estiró los brazos, anudando mis manos con el pañuelo a la cabecera de la cama. No sé que me irritó más, que lo hiciera él o que yo fuese tan tonta y sumisa de decirle que no lo hiciera. Pues no dije ni una sola palabra, solo le observé anonadada y desconcertaba mientras me anudaba. Como si aquello no fuese conmigo. Y sí que iba conmigo, y es algo que si me hubiera dejado pensarlo solo un segundo me hubiese negado en redondo, porque esas cosas no iban conmigo en absoluto. Fui una tonta, me comporté como una tonta sumisa y condescendiente mientras él me anudó al cabecero. Cuando quise por fin reaccionar ya era tarde y estaba totalmente inmovilizada. Eso no me gustaba nada. Eso saltaba las reglas de la fantasía de que fuese light como siempre. Rafa debió percibir mi enfado en mis ojos pues enseguida me susurró: “Tranquila, no pasa nada, solo es para darle un poco más de morbo al asunto. Seguro que te gustará. Estate tranquila”.

Sus palabras no fueron nada tranquilizadoras, al contrario, lo susurro de una manera tan insinuante y sensual que me inquietaron más todavía. Cierto que ya era una chica de 17 años muy madura pero en ese momento al sentirme tan indefensa y sin tener el control fue como si tuviese muchos años menos. Por lo que empecé a forcejear, esta vez en serio, y empecé a exigirle: “Venga tío, déjate de tonterías, desátame, que esto no me gusta, así no”. No pude seguir hablando y quejándome, pues repentinamente Rafa empezó a besarme en los labios. Era la primera vez desde que nos conocíamos que me besaba en los labios. Habíamos hecho muchas fantasías pero nunca llegó a besarme en los labios. Me resultó extraño y raro, me confundió esta acción y me sentí descolocada por ello, y, cuando quise darme cuenta, reparé que me estaba gustando y excitando esos sensuales besos sobre mis labios. Sin saber ni como abrí un poco la boca y fue el pretexto perfecto para que introdujera su lengua y empezase a jugar con la mía. Era un morreo muy sensual y de repente me percaté que el tener las manos anudadas al cabecero hacían mucho más sensual, morboso y excitante dicho morreo. 

La sensualidad del momento iba a incrementarse de forma notable cuando Rafa me empezó a acariciar el pelo con ambas manos y agarró mi cabeza para que, de esta manera, no pudiese escaparme de su morreo con lengua. No tenía ninguna intención de escaparme, pues me estaba gustando, pero el tenerme agarrada la cabeza sí que incentivó y caldeó más el ambiente. Fue todo muy sensual y excitante, y empezaba a ser un poco erótico, más de lo que me hubiera gustado a mí, pues no quería que se desmadrase mucho la cosa. No es que el morreo durase mucho, apenas fueron un par de minutos, pero a mí se me antojó largísimo, una eternidad y me produjo un gran placer. Dicho placer no sería nada comparado con el placer y gozo que me esperaba a continuación. Y es que Rafa, una vez más, me demostró lo mucho que me conoce y cómo sabía perfectamente qué cosas me excitaban con más intensidad. Empezó con el cuello, besándolo y chupándolo con pasión, luego bajó un poco y empezó a besar por encima de la camisa mis tetas. En mis pechos permaneció otros dos minutos venga a besarlos, incluso a comerlos o a darles pequeños mordisquitos, eso a mí me gustaba mucho y me excitaba. Entre chupetones y besuqueos le escuché decir: “Umm, ya sabía yo que con esta camisa estarías tremenda, mucho mejor de lo que nunca imaginé”. 

Si hubiera dependido de mí se podría haber tirado horas solo así besando los pechos y diciendo esas frases sobre lo guapa que estaba con esa camisa. Eso me excitaba mucho y me gustaba mucho, me proporcionaba mucho placer. Como siempre la mezcla de caricias, tocamientos o determinas frases me estimulaba más que nada en el mundo, esa mezcla de placer físico y psicológico era muy estimulante y de agradecer. Para mi frustración al cabo de un par de minutos dejó de jugar con mis pechos y siguió bajando. En ese momento me sentí decepcionada pero enseguida volví a recobrar la intensidad sensual de antes, pues empezó a besarme el ombligo y a colocar sus manos sobre mis pechos, los cuales masajeó con deseo, ansía, anhelo y mucha pasión. A un ritmo endiablado y acariciándolos como si le fuese la vida en ello. Yo le miraba desde mi posición, anudaba al cabecero de la cama, con cierta picaresca, picardía y un tono juguetón. Me estaba gustando mucho cómo lo estaba desarrollando y el morbo/encanto que estaba aportando a la fantasía. Aunque lo mejor estaba todavía por llegar.

Excusa decir que siempre el momento más sensual para mí durante las fantasías es cuando me desprende poco a poco la camisa del pantalón y esta vez no solo iba a ser una excepción, sino que sería mucho más estimulante, sensual y portentoso. ¿Por qué? Pues porque no se ayudó de las manos, sino que colocó su boca sobre mi ombligo, mordió la camisa y empezó a tirar de ella de forma lenta y pausada, saboreándolo. Fue una auténtica gozada, yo lo veía todo con detalle como se iba desprendiendo poco a poco la camisa del vaquero, muy lentamente, degustando ese momento hasta que consiguió sacarla del todo por fuera del pantalón. Fue maravilloso. Me excité muchísimo con ello y el ambiente erótico se escaldó incluso más de lo que ya estaba. Pensaba que en esos momentos estaba yo incluso más excitada que él. Estaba equivocada pues al volver a sentarse a horcajadas encima mía pude ver el enorme bulto que había en su entrepierna. A Un bulto inmenso que me llamó muchísimo la atención y que se le marcaba muy visiblemente en el pantalón. Era super descarado. 

Y, sin poder evitarlo, de nuevo me ví atacada por los recuerdos de Graciela acariciando la entrepierna de Edu. Se me incrustó de nuevo la maldita imagen de cómo le acarició Graciela la entrepierna por encima del pantalón y me preguntaba si en aquel momento Edu se le notaría tanto el bulto como a Rafa en ese momento. Me entraron sudores y ardores de solo pensarlo, me cabree conmigo misma por dejar que esos recuerdos volviesen a mi mente y me obligué a no pensar más en ello. Pero fue inútil, no había manera de extraerlos de mi cabeza y cuánto más pensaba en esa imagen más me cabreaba y enfurecía conmigo misma, incluso sentí unos celos brutales (los cuales hasta ese momento nunca se habían manifestado). Para fastidiar más aún el cocktail de imágenes de Edu y Graciela que tenía en mente, se me coló también la imagen del inmenso pene de Rafa el día que se lo acarició estando yo a cinco metros de distancia. Lo enormemente ereccionado y empalmado que lo tenía y como gozaba acariciándoselo. Lo pasé falta, se suponía que esta fantasía era para exorcizar mis malos recuerdos y solo estaba sirviendo para intensificarlos mucho más. 

Maldije el momento que le miré a la entrepierna a Rafa, pues si no lo hubiera hecho seguramente jamás hubieran vuelto a reaparecer todos esos recuerdos y ahora estaría tan tranquila disfrutando y gozando de esta fantasía. Encima, debí disimular tan mal que Rafa se percató perfectamente de que le estaba mirando descaradamente a la entrepierna, era justo lo que su ego necesitaba y una motivación más que suficiente para seguir tomando el mando sobre la fantasía. Con mucha sorna y sarcasmo, acompañado de su característica media sonrisa, dijo: “¿A qué te gusta lo grande que está? ¿A qué disfrutas mucho viendo lo inmensa que me la has puesto?”. Que ingenuo e inocente era, si supiese en realidad que en lo que menos pensaba en esos momentos era en su pene, y que lo único que me tenía monopolizado todos mis pensamientos era la obsesión que tenía por la relación de Edu y Graciela. La vanidad de Rafa se infló con un globo, y con aires de superioridad empezó a acariciarse la entrepierna con orgullo y deseo. Debo reconocer también mi culpa en el asunto, pues en ningún momento mientras se acarició no aparté la vista ni mostré un gesto de rechazo. Por una parte lo rechazaba profundamente, pero por otra, no sé si por curiosidad, morbo o yo que sé, me gustaba mirarle como se acariciaba.

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