Nuevos relatos publicados: 13

El escarmiento

  • 8
  • 15.194
  • 8,50 (8 Val.)
  • 1

Desde que éramos novios, a mi marido le gusta mucho poner a prueba mi fidelidad hacia él. Unas veces lo hace con mi conocimiento y otras a escondidas. Al principio yo me lo tomaba como un juego y le seguía la corriente pero, poco a poco, a llegado a molestarme un poco esa actitud, ya que con ello demuestra que en el fondo nunca se ha fiado de mí, a pesar de no haberle dado jamás motivos para que no lo hiciera.

A los dos años de nuestro matrimonio, una noche que salimos de copas con varios amigos y amigas, se le metió en la cabeza que me gustaba un amigo suyo. Entonces simuló que se marchaba al baño de la discoteca, cuando en realidad se escondió tras una columna para vigilar si yo le tiraba los tejos a su amigo. Cuando regresó de su escondite, y tras comprobar que no había pasado nada anormal, parecía como si estuviera de mal humor. A veces he llegado a pensar si lo que en realidad desea es que le ponga los cuernos con alguien en su "presunta ausencia".

Estas situaciones se han ido sucediendo de forma similar en el transcurso de los años, y debo reconocer que nos han causado mas de una discusión, sin que por mi parte haya habido ningún motivo para ello. Después de quince años de matrimonio sigue poniéndome "cebos", aunque ya no tan insistentemente como antes. Pues bien, tanto va el cántaro a la fuente que termina por romperse. Y eso es precisamente lo que sucedió hace dos meses.

Era el cumpleaños de mi amiga Conchi (31 años), que está casada con Carlos (32 años). Para celebrar su onomástica nos habían invitado a cenar a su casa. – Por cierto, yo me llamo Carmen (42 años) y mi marido Julio (45 años) – . Julio, aprovechando aquella circunstancia, después de cenar se inventó uno de sus macabros juegos para ponerme a prueba una vez más, solo que en esta ocasión le salió el tiro por la culata.

A sabiendas de que nuestros anfitriones, a pesar de estar felizmente casados, son una pareja muy liberal y promiscua, propuso que yo le hiciera una paja a Carlos y que Conchi se la hiciera a él, por supuesto estando los cuatro juntos en la misma habitación, con la apuesta de que Conchi conseguiría que él se corriera antes que Carlos. A nuestros amigos les pareció una idea brillante y divertida. Yo, pese a que por dentro no podía creer lo que estaba escuchando de mi propio marido, me propuse seguirle el juego para darle un escarmiento.

Para darle mayor morbo al asunto, se decidió que los cuatro debíamos permanecer completamente desnudos mientras realizábamos la apuesta. Y así lo hicimos. Una vez que los cuatro nos quedamos en cueros, Carlos y Julio se sentaron juntos en el tresillo. Conchi se arrodilló entre las piernas de mi marido y yo entre las de Carlos. A una señal de mi marido las chicas comenzamos a masturbarles utilizando nuestras mejores armas, ya que se trataba de hacer que nuestro respectivo hombre se corriera antes que el otro.

La cara de Julio adquirió una mueca de cierta preocupación cuando comprobó que la polla de su amigo era bastante más larga y gorda que la suya, y que yo, aparentemente, la masturbaba con decisión. La muy zorra de Conchi le acariciaba los huevos a mi marido al mismo tiempo que su mano le recorría el pene con maestría, y al muy cabrón de Julio parecía gustarle aquello demasiado. Entonces un sentimiento de rabia y celos me hicieron comportarme como lo que no soy, o al menos como lo que nunca había sido hasta entonces: Un "putón berbenero".

Agaché mi cabeza y, mientras masturbaba la polla de Carlos, comencé a lamerle la comisura de los huevos. Aquella primera acción ocasionó que Julio y Conchi se desconcentraran en su faena, ya que ambos me miraban con expresión atónita. Al mismo tiempo la polla de Carlos se puso enorme y más dura que el cemento. Sin acobardarme separé mis labios y me introduje en la boca aquel monumental trozo de carne, que dicho sea de paso comenzó a emitir un olor fuerte, producto de que las primeras gotas de líquido pre-seminal rezumaban por su hinchado y rojizo capullo. Aquel hedor, lejos de producirme asco me puso cachonda.

Mis labios recorrían el miembro de Carlos suavemente, al mismo tiempo que mi lengua le repasaba en círculos el glande, asumiendo sus líquidos previos. Paralelamente mis manos le trabajaban los huevos, imprimiéndoles un masaje sin pausa. Carlos sollozaba de placer y cerraba los ojos sometiéndose a mis maniobras, sin la más mínima negativa. Pese a los esfuerzos de Conchi, a Julio aquel espectáculo se la estaba poniendo cada vez más flácida. Aquella sensación de triunfo que estaba experimentando, unida a que me había puesto cachonda de verdad, provocó mi siguiente acción: Me levanté del suelo, me coloqué a horcajadas sobre Carlos y apunté su verga entre mis labios vaginales.

Julio pensaba que era una treta mía para darle un escarmiento, pero que no me iba a atrever a dar el siguiente paso. Estaba equivocado. Me introduje el capullo de Carlos en la vagina y, sin darme tiempo a arrepentirme, me senté sobre su pubis con fuerza, de modo que su polla me penetró hasta el fondo. Acto seguido comencé a cabalgarle sin parar. Su rabo entraba y salía a toda velocidad en mi húmedo coño, clavándose con fuerza en mis entrañas cada vez que dejaba caer mi cuerpo sobre su pubis. Conchi ya había abandonado sus quehaceres, puesto que la polla de mi marido estaba más flácida y pequeña que la de un crío de 6 años, mientras que la de Carlos parecía no parar de crecer y endurecerse a cada embestida que le daba. Era como una taladradora penetrando en un muro de hormigón.

A los pocos segundos me sobrevino un tremendo y larguísimo orgasmo que me hizo gritar de placer. Julio estaba aterrorizado, no podía creer que me estuviera follando a su amigo delante de él, pero lo cierto es que lo estaba haciendo a conciencia. Además, como Carlos se sabía controlar a las mil maravillas, aquel polvo se fue prolongando de una forma increíble. No llevaba reloj, pero puedo calcular que estuve follándome a Carlos durante mas de quince minutos sin parar, a juzgar por los cinco orgasmos que me proporcionó. En agradecimiento de ello, cuando comprendí que Carlos ya no aguantaba mas, volví a agacharme entre sus piernas, me la metí en la boca y seguí mamando hasta que se corrió en mi garganta.

Cada vez que Carlos se retorcía y emitía un gruñido de placer, me obsequiaba con un potente y caudaloso chorro de leche condensada. Tenía el semen muy espeso y abundante, pero ello no fue óbice para que me lo tragara todo sin el menor reparo. Los lefazos fueron remitiendo, después de cinco o quizás seis descargas, y el cuerpo de Carlos se fue relajando poco a poco, aunque su polla seguía tan grande y dura como al principio, por lo que aproveché para metérmela en el coño, aún goteando esperma, y alcanzar un último pero no menos intenso orgasmo.

Cuando terminamos de follar me quedé un rato sentada sobre Carlos. Notaba en mi interior como su miembro iba perdiendo dureza y tamaño, mientras que mi marido no daba crédito a sus ojos y Conchi se había ido a la cocina a preparar unas copas. Permanecí sentada sobre Carlos, con su rabo clavado en mi coño, durante dos o tres minutos mas, mientras me recuperaba. Cuando finalmente me fui a levantar, Carlos me lo impidió. Entonces comenzó a besarme en la boca y a masajearme las tetas. En menos de dos minutos noté como su polla, que no había abandonado mi raja todavía, comenzaba a engordar otra vez. Aquello me provocó tal excitación que comencé a responder a sus besos hasta ponernos otra vez cachondos.

Luego comencé a cabalgar de nuevo, pero Carlos me obligó a parar. Me pidió que me levantara de encima de él. Luego me sentó en el sillón, se arrodilló entre mis piernas y me la clavó de un solo empujón. Esta vez quería mandar él. Me colocó las piernas sobre sus hombros y empezó a follarme ante la horrorizada mirada de mi marido. En aquella posición, su polla me entraba hasta los mismísimos huevos, los cuales parecían querer entrar también en mi coño.

Esta vez me proporcionó mas de diez orgasmos antes de que él se corriera, ya que su aguante se había multiplicado por dos. En un momento dado pensé que me iba a desmayar de placer, pero justo en ese momento Carlos empezó a vaciarse en mis entrañas. El muy cabrón se estaba corriendo dentro de mi coño sin ni siquiera preguntarme si "iba segura", pero aquel detalle no importaba en ese momento. Su leche rebosaba por debajo de mi coño hasta alcanzarme el ano, el sillón y la alfombra, pero él seguía follándome sin parar. Desde ese momento, hasta que ya no pudo más, consiguió que yo me corriera dos veces más. Aquello no era un hombre, era una máquina de follar y dar placer a las mujeres.

De esa forma mi marido tuvo su escarmiento y yo el mejor polvo de mi vida.

 

- Fin -

(8,50)