Nuevos relatos publicados: 16

Amor prohibido

  • 5
  • 6.069
  • 8,50 (10 Val.)
  • 0

Nuestra historia empezó cuando siendo unos niños nuestros padres se casaron de segundas nupcias, así nos convertimos en hermanos, no de sangre pero hermanos al fin y al cabo. Eso no nos preocupaba.

Desde el principio congeniamos muy bien, nos gustaba estar juntos y compartir nuestros juegos. Siempre estábamos tramando travesuras que traían por la amargura a nuestros padres.

Cuando nos convertimos en adolescentes seguíamos siendo inseparables, si alguien se metía con alguno de nosotros el otro salía en su defensa, nos aconsejábamos sobre nuestros amores, nuestras alegrías, penas y preocupaciones. Incluso salíamos en la misma pandilla.

Así, poco a poco, cada día que pasaba nuestra relación se estrechaba aún más, nosotros no le dábamos importancia, ya que lo veíamos normal, sin embargo nuestros padres empezaban a preocuparse, para ellos pasábamos demasiado tiempo juntos.

Nuestra afición favorita eran los caballos. Siempre que podíamos íbamos a cabalgar, nos gustaba pasear cerca de un lago que descubrimos por casualidad y que se convirtió en nuestro lugar secreto. Cuando queríamos estar solos íbamos allí, y pasábamos horas mirando el lago, tumbados sobre la fina y mullida hierba mientras nos hacíamos confidencias.

El tiempo pasaba y continuábamos yendo a cabalgar hasta el lago a pesar de las reticencias de nuestros padres. –ya no sois unos niños. –nos decían. Tenían miedo pero no nos decían lo que les asustaba. Algo en nuestro interior nos avisaba de cual era su temor pero lo ignorábamos, si nos gustaba estar juntos porque renunciar a nuestra compañía.

Un día estando en el lago mientras me hablaba de unas compañeras una punzada de dolor invadió todo mi cuerpo. No era la primera vez que hablaba de chicas, pero esta vez era diferente. Me di cuenta que estaba celosa.

Entonces me di cuenta que últimamente cada vez que íbamos al lago, mientras estábamos allí tumbados lo observaba, ya no éramos unos niños y habíamos cambiado. Ahora lo veía como el hombre en que se había convertido, un hombre atractivo, con unos ojos color miel que irradiaban calidez, tranquilidad y confianza, su cuerpo bien torneado, a causa del deporte, con músculos definidos y esa boca tan sensual con sus labios bien delineados.

Que me estaba pasando, era al que llamaba hermano, con el que había compartido mi infancia, mis juegos, pero en estos momentos solo podía verlo como a un hombre, el hombre que deseaba, y no como mi hermano.

El seguía hablando pero no lo escuchaba, estaba absorta en mis propios pensamientos.

Sin que pudiera remediarlo la expresión de mi cara cambió y se dio cuenta de que no le prestaba atención. Se acercó y me abrazo preguntándome que me pasaba. No podía decírselo, que pensaría de mí, pero por otro lado necesitaba saber si el sentía lo mismo, y entre nosotros nunca habían existido secretos.

Como si me hubiera leído el pensamiento me besó. Fue un beso lleno de ternura y al mismo tiempo de pasión, una pasión que durante mucho tiempo estuvo controlada, recluida en lo más hondo de nuestro ser y que ahora salía de su escondite para dar rienda suelta a todas nuestras emociones, sentimientos y deseos que ya no podíamos, no queríamos controlar.

Cuando cesamos de besarnos me sonrió y me dijo con toda naturalidad que sentía lo mismo, que desde hacía tiempo sólo podía verme como la mujer que era, me deseaba y se había sentido mal por ello, pero ya no podía contenerse más.

El silencio se apoderó de nosotros dejando paso a nuestras reflexiones, yo que aún estaba algo abrumada por la situación decidí darme un baño en el lago para aliviar la tensión.

Desde allí lo llamé y lo invité a entrar en el agua. Aceptó de buen grado y enseguida se unió a mí. Empezamos a jugar como cuándo éramos unos críos sabiendo que esta vez los juegos acabarían en algo más.

Nos acercamos poco a poco hasta fundirnos en el abrazo que lo desencadenaría todo.

El contacto de nuestros cuerpos hacía que se nos erizara la piel, las caricias nos producían escalofríos y los besos sacaban a flote toda nuestra pasión. Todas estas sensaciones hacían que nos deseáramos aún más y nos hacían olvidar que lo que estábamos haciendo estaba prohibido. Seguíamos siendo hermanos.

No podíamos pararnos. Recorrimos nuestros cuerpos una y otra vez para que no se nos escapara ni un resquicio de piel, nos besábamos con tanta fuerza, pasión y lujuria que nos quedábamos sin aliento y así poco a poco nos convertimos en un único ser.

Fuera del agua, tumbados sobre la mullida y cálida hierba como otras tantas veces volvimos a amarnos aún con más intensidad. Volver a notar su aliento y su aroma en mi cuerpo me hacía estremecer de placer, esas caricias, esos besos no los olvidaría nunca.

Los dos sabíamos que aquello no estaba bien, nuestros padres nos habían criado como si fuésemos hermanos de sangre y para ellos enterarse de esto supondría un gran disgusto, pero nos amábamos.

Era un amor que había nacido con los años y que poco a poco fue creciendo hasta convertirse en auténtica pasión y deseos. Pero no podíamos herir a nuestros padres, ellos que nos lo habían enseñado y dado todo.

Ambos sabíamos que de aquel encuentro los únicos testigos existentes eran nuestro lago, el bosque y nuestros cuerpos. De todos los secretos que compartíamos este sería el mayor y mejor guardado.

Siendo conscientes de que esto no podía volver a repetirse nos amamos una vez más sabiendo que sería la última vez que nos demostraríamos nuestro amor.

Para nosotros era un amor imposible o más bien un amor prohibido. Para no hacer sufrir a otros, padeceríamos y sufriríamos nosotros.

(8,50)