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José Luis llegó a Vallecas con algo más de tres años. Nació por casualidad en Málaga en 1.959, en el seno de una familia andaluza de clase media baja, como la inmensa mayoría de las familias españolas, que en esos años, estaban condenadas a esa condición social. La fortuna hizo que el y su hermano, nacieran en el sur, como ya he dicho el en Málaga, y Rafa en Cádiz. Hasta entonces viajaron por media España, esa España gris y triste de principio de los años sesenta, de donde varios millones de españoles salieron rumbo a Europa en busca de un futuro mejor, y auspiciado por los propios gerifaltes franquistas gracias a la Ley de Emigración de 1.960. En esos trece años, hasta 1.973, varios millones de españoles salieron fuera del país, y con el dinero que mandaban a sus casas, ayudaron al desarrollo de España para mayor gloria de los planes de desarrollo del régimen. Su padre trabajaba en la filial de ITT: Standard Eléctrica, en la división de instalaciones, y cuando le enviaban a montar una central telefónica en cualquier lugar de España, que era continuamente, la familia le acompañaba acarreando un gran baúl negro de cartón piedra con refuerzos de madera donde cabían todas las pertenencias de la familia. Después, y durante varios años, formó parte del mobiliario de cuarto de estar, por si acaso tenían que regresar a los viajes. Pero no ocurrió, a su padre le destinaron definitivamente a las oficinas de la calle Ramírez del Prado en Madrid, y sus padres pudieron habitar la vivienda que había comprado un par de años antes gracias a las facilidades de Standard a sus empleados: eran otros tiempos, posiblemente paternalistas, pero gracias a ello pudieron tener un modesto piso en propiedad de cincuenta metros cuadrados. Casi toda la colonia, situada al lado del estadio de Rayo Vallecano, estaba llena de empleados de Standard y Telefónica, y una familia gitana, donde los padres trabajaban en una compañía flamenca que hacia giras nacionales e internacionales.

Su padre, socio compromisario del Rayo, le llevaba desde muy pequeño al fútbol, y allí, pasaba el rato cazando lagartijas por la grada general del estadio antiguo y pidiéndole autógrafos al gran actor José Bódalo, socio rayista y abonado, que jamás demostró sentirse molesto por la pertinaz y molesta insistencia, de pedirle un autógrafo todos los domingos por la mañana que el Rayo jugaba en Vallecas.

Empezó a asistir a la escuela de D. Julio y D.ª Angustias, un matrimonio de maestros fruto de la patriótica victoria en la cruzada nacional contra el demonio rojo, y era la típica escuela de barrio con fotos de Franco y José Antonio, responsos religiosos, métodos docentes a base de palmetazos y capones, y separación física de niños y niñas, gracias a un amplio pasillo entre los dos bloques de pupitres, por donde patrullaba amenazadora la obesa figura de la maestra.

En la misma escuela, se preparó en la catequesis para hacer la primera comunión. Parece que no se le vio demasiado entusiasta, de hecho, los catequistas, que todos los sábados se acercaban desde la cercana parroquia del barrio, tenían que salir a cazarlo con la ayuda de algunos de los “pelotas” que en esos tiempos abundaban en las escuelas españolas. A su madre, ese detalle le traía de cabeza: criada en Sevilla, en un ambiente de religiosidad estricta en el seno de una familia de guardia civil, intento infundir esos sentimientos en sus hijos sin mucho éxito. Aún así, y a pesar de su escaso entusiasmo y sus muchas protestas, hizo la comunión de fraile. Sobre eso bromean mucho su hermano y él:

—No te quejes que yo la hice de lord, con chaqueta oscura de terciopelo y chorreras, —le decía Rafa riendo.

—Yo te cambio mi habito de fraile por tu traje con chorreras. Además, recuerda que hubo otra pringada que lo hizo de monja, y nos toco abrir la comitiva.

—Eso si es verdad, fue una mierda muy gorda. Creo que tienes razón, me quedo con mis chorreras.

Efectivamente, ese día José Luis y la pringada, abrieron la comitiva seguidos por toda la marinería y algún almirante.

Ellos, fueron más influenciados por la figura paterna: hizo la guerra después falsificar su edad, y de alistarse a través de la oficina de alistamiento de un sindicato obrero: el sindicato de Maestros y Enseñantes de U.G.T. de Andújar, el pueblo donde vivían y donde poseían una escuela que tenía niños internos. Eso le obligó, después de terminada la guerra, a tener que hacer el servicio militar después de tres años de guerra y haber participado en gran parte de las batallas más importantes y de haber sido herido un par de veces, un honor reservado a los que se alistaron voluntarios con el bando equivocado.

El final de la guerra y la victoria fascista fue desastrosa para la familia: su padre, en la mili en Tetuán, su abuelo, preso en la prisión militar de Jaén, y su abuela sin poder trabajar en la escuela porque no se lo permitían, y teniendo que sacar adelante a otros dos hijos más pequeños. Un poco antes de su regreso de la mili, pudieron malvender el edificio de la escuela y con parte de eso, trescientas pesetas, pudieron sacar a su padre sobornando al secretario del comandante militar. Como no estaba juzgado, no había sentencia, y se limitaron a abrirle la puerta. La familia emigró a Sevilla intentando alcanzar un futuro mejor, y allí, años después, los padres de José Luis se conocieron. Fue en la Central Telefónica de Sevilla, donde los dos trabajaban: el de instalador y ella de telefonista. Después de un noviazgo corto, se casaron y al poco tiempo comenzaron su vida itinerante cuándo su padre dejó la Telefónica y se metió en Standard Eléctrica porque pagaban más.

Los años sesenta fueron convulsos en la familia, mientras periódicamente el abuelo guardia civil les visitaba en Madrid, procedente de Sevilla, por otro lado, su padre, raro era el día que no llegaba con algún golpe de la Policía Armada, que había asaltado la factoría donde trabajaba a causa de los conatos de huelga que periódicamente se anunciaban.

Para el bachillerato, ingresa en el Instituto Tirso de Molina de Vallecas, pero solo esta un año. Los siguientes cursos, y por causa desconocida, los hace en el Centro Cultural Gredos, un colegio privado de la zona del Puente de Vallecas. En él, cursa hasta sexto, que suspende totalmente a causa de un conflicto con uno de los curas del colegio que impartían la obligatoria clase de religión, un personaje estrambótico, trasnochado y casposo. Perennemente ataviado con una sotana de diseño preconciliar, en el 76, en plena transición, creó un grupo de juventudes hitlerianas en el Puente de Vallecas. Se vanagloriaba de llevar pistola, aunque por fortuna, nunca la mostró, y por lo que me cuenta, era un bocazas, y varias veces se la rompieron a causa de sus alardes y excesos verbales. Nunca he tenido claro si en alguna de ellas tuvo algo que ver, siempre ha sido reacio a aclarármelo y responde con evasivas, aunque sospecho que sí.

En marzo de 1.975 ingresa en el Partido Socialista de la mano de un compañero de colegio que le prepara una cita con la persona encargada del reclutamiento. Previamente había estado trabajando en un grupúsculo acratoide en el mismo Vallecas. Con ellos aprendió el trabajo político en la clandestinidad y a imprimir panfletos con una vietnamita: una rudimentaria imprenta artesanal, descendiente de las que empleo el «vietcong». Ya con el PSOE, durante las manifestaciones de protesta por las últimas ejecuciones de Franco, es detenido y llevado a la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol. Cuando es interrogado, de la manera que se interrogaba entonces, se organiza una trifulca, y aprovechando un descuido, se libera y le da dos hostias a un comisario con cierto renombre en los ambientes represores. A causa de las que le dan a continuación a él, lo ingresan en el Hospital Penitenciario de Carabanchel, le hacen un consejo de guerra y le acusan de terrorismo. No necesitaban excusas, pero como prueba, afirman que tenía un manual de fabricación de armas en su casa. Nunca he visto nada tan ridículo y patético como eso, el supuesto manual resultó ser el libro “Arde París”  de Dominique Lapierre y Larry Collins. En él, en uno de los capítulos, re relata como la resistencia fabricaba cócteles molotov para luchar contra los nazis. Le condenan a diez años de prisión por terrorismo, y a pesar de ser menor, es internado en la Prisión Provincial de Carabanchel, en concreto, en la 7.ª galería, la de los peligrosos.

—Tu culo va a estar muy cotizado aquí, —le dijo sonriendo el comisario agredido, que le acompaño durante el ingreso y que sin duda había tenido algo que ver en todo esto—. Lo vas a pasar muy bien.

Lo cierto es que fue todo lo contrario. Cuando entro a la galería de los peligrosos, un energúmeno de más de cien kilos, más ancho que alto, y con los brazos llenos de tatuajes carcelarios le cerro el paso. José Luis, muy asustado, se le quedo mirando intentando aguantar el tipo, de alguna manera.

—¿Tú eres el que le ha partido la boca al hijo de puta del comisario? —espetó a bocajarro.

—¡Eh!… creo que si, —contesto José Luis con un hilo de voz.

—Pues entonces eres amigo mío. Ya he avisado a todos: si alguien se pasa contigo, me lo dices, —y soltó una sonora carcajada al tiempo que le daba un golpazo en la espalda que casi le dejó sin aire y le hizo trastabillar—. Me caes bien chaval. ¡Qué huevos!

—Pues no sabes cómo me alegro, —logro decir José Luis mientras el grandullón cogía su petate y le achuchaba.

—Me lo tienes que contar todo con pelos y señales.

Tertuliano Dalmau era un atracador de medio pelo especializado en estancos. Durante sus fechorías, no solo se apoderaba de la caja del establecimiento, también se abastecía de Celtas cortos, marca de la que era adicto. Estaba condenado a treinta años, resultado de sus correrías y de las que le atribuyeron para cerrar expedientes. Durante los dos años que José Luis estuvo en Carabanchel se convirtió en su amigo y guardaespaldas, y velo constantemente para que no tuviera ningún contratiempo. En torno a José Luis, se formó un grupito reducido pero peculiar, Osvaldo Ventura era un profesor de conservatorio que había asesinado a su esposa y su amante, a causa de una infidelidad continuada. Nadie que le conociera, comprendía como alguien como él había podido estrangular a su mujer, y acuchillar al amante. Cuando a los setenta años salio en libertad, José Luis le recogió y le pago una residencia privada donde estuvo hasta su muerte. Él, le enseño a tocar la guitarra al estilo del conservatorio, y le enseño el solfeo suficiente para poder leer música e interpretarla. El otro componente del grupo era Eliodoro San Juan, escritor autodidacta, estafador profesional y cantamañanas. Desde luego, como estafador era una birria, la mitad de su vida la había pasado encerrado a causa de su «profesión». En sus largos periodos carcelarios se aficionó a escribir, y enseño a José Luis a hacerlo correctamente, sin faltas de ortografía y con estilo. Un par de meses antes de su salida de la cárcel, escribió su primer poema, sobre la soledad y los amigos. Eliodoro nunca lo vio, desgraciadamente había muerto de un infarto un mes antes.

Tertuliano asistía a las clases de José Luis y, aunque nunca fue capaz de tocar la guitarra, si aprendió a leer y escribir. Hombre de pocas palabras, era un amigo leal y servicial y, aunque nunca lo dijo, todos sabían que estaba agradecido. Cuando a mediados de los ochenta salio de la cárcel, se incorporó inmediatamente a los negocios de José Luis. Entre ellos no hacían falta las palabras, todo era un juego de gestos y miradas. Cuándo yo le conocí era ya muy mayor, pero conservaba el vigor de antaño. Recuerdo la primera visita que hice a su casa de la calle Ruiz. Se empeñó en homenajearnos, y después de achucharme con sus enormes brazos, con el cariño que un padre lo hace con su futura nuera, nos preparo café de puchero, al que se había aficionado en la cárcel. Cada cierto tiempo se levantaba, abría la nevera, y le daba un tiento a la botella de «Anís del Mono» que siempre tenía en ella. Charlamos durante casi toda la tarde, en medio de la tremenda humareda que desprendía su Farias, sustituto de sus amados y desaparecidos Celtas cortos. Por más que lo intenté, nunca logre que dejara de fumar. Incluso al final de su vida, estando ya ingresado en la clínica, se me escapaba y lo encontraba en los baños echando un «pitillito» como el decía. Yo medio llorando le recriminaba su actitud, y el siempre me prometía que no lo volvería hacer, pero era incapaz de cumplir su promesa: uno de los mayores misterios a los que me enfrente, fue descubrir de donde sacaba los cigarrillos, siempre de tabaco negro. Nunca lo conseguí, y el día de su muerte, mientras lloraba desconsolada por mi viejo y amado atracador de estancos, que durante un tiempo, y sin yo saberlo, me había protegido, deposite una cajetilla de Celtas cortos que compre a un coleccionista, y un mechero del Atlético de Madrid, en el nicho del cementerio de Carabanchel donde depositamos sus cenizas.

José Luis salio libre con la segunda amnistía política en marzo de 1.977, el mismo año que nací yo, después de una revisión de las condiciones de su condena. En la puerta de la cárcel le estaban esperando algunos de los lideres del partido, como era habitual. Mientras trabajaba en la construcción, en el seno del partido en Vallecas vive la transición, y los acontecimientos previos al intento de golpe de estado de Tejero, donde actúo de enlace entre las distintas agrupaciones y casas del pueblo de Madrid, unos hechos, que posteriormente conformaron la victoria de Felipe González en las generales de 1.982. A final de ese año, un buen amigo, bien relacionado con grupos ecologistas nacionales e internacionales, principalmente alemanes, le dice que Greenpeace busca tripulantes para uno de sus barcos y que le puede dar una carta de presentación. No se lo piensa, rápidamente gestiona el pasaporte y en enero de 1.983, con todas sus cosas, no eran muchas, metidas en una mochila, viaja en tren a Rotterdam. El barco en cuestión es el Rainbow Warrior, un antiguo carguero comprado por la organización en 1.978 y posteriormente modernizado en 1.981 para adecuarlo a las necesidades de la organización. Su nombre hace referencia a una antigua leyenda de los indios norteamericanos que cuenta que un Guerrero del Arcoíris (Rainbow Warrior) vendrá para salvar al planeta de un desastre medioambiental. En febrero de 1.983, entra como tripulante en el Guerrero, puesto que tuvo que dejar forzosamente en 1.985. Durante este periodo participo en numerosas campañas ecologistas de impacto internacional: caza de focas, caza de ballenas, pruebas nucleares, y contaminación de los mares. En julio de 1.985, el Guerrero llega al puerto de Auckland (Nueva Zelanda), para comenzar una campaña contra las pruebas nucleares francesas en el atolón de Mururoa. El 10 de julio, diez minutos antes de la medianoche, una gran explosión sacude las instalaciones del puerto. Como se demostró durante la investigación y posterior juicio, los servicios secretos franceses volaron el Guerrero para acabar con la campaña antinuclear contra Francia. También acabaron con la vida del fotógrafo del barco, Fernando Pereira que era el único que se encontraba a bordo. Desde el tugurio portuario donde la tripulación estaba de fiesta, oyeron claramente la terrible explosión que acabo con el barco ecologista y con Fernando. Cuando los primeros tripulantes llegaron a él, entre ellos José Luis, el Guerrero ya estaba tumbado de costado sobre el fondo del puerto.

En los casi dos años y medio que estuvo embarcado ahorro mucho dinero, en altamar no había donde gastarlo, y cuando regreso a España comenzó su negocio inmobiliario. Primero solo, y luego con la ayuda de su hermano, empezó a comprar pisos y a reformarlos. Eran pisos antiguos en el centro de Madrid, que llevaban tiempo deshabitados y, que cuándo pasaban por sus manos, parecían nuevos y modernos. Tuvo mucho éxito, y con los beneficios de los primeros fue comprando más, y así, sucesivamente. Su hermano Rafael entró en la empresa con el y se convirtió en su socio.

Pero no estaría mucho tiempo aquí, catorce meses después se va como cooperante de ACNUR (Oficina para los refugiados de Naciones Unidad) al cuerno de África. La zona vive unos años terribles: guerras, hambre, epidemias. La interminable guerra entre Etiopía y Eritrea, había provocado un tremendo desastre humanitario y había mucho que hacer. En 1.987, Eritrea alcanza la autonomía y seis años después la independencia. Pero esto no cambia mucho la situación de la zona, a la que hay que añadir la caótica situación en Somalia, donde grupos armados intentan repartirse los despojos de lo que podría ser una gran nación. Grandes zonas del país y el centro de la capital, Mogadiscio, están controlados por un señor de la guerra, Mohamed Farrah Aidid. El 3 de Octubre de 1.993, fuerzas norteamericanas de Rangers y Delta Forcé ponen en marcha una operación, sin contar con nadie, despreciando a los cascos azules de la ONU, para detener a los principales colaboradores de Aidid. La operación es una cagada total y aunque los detienen, los norteamericanos pierden 19 hombres por entre 1.000 y 3.000 guerrilleros y civiles. La situación se vuelve muy difícil, y a comienzos de 1.994, ACNUR desmantela los campos de refugiados del valle Juba: Almadow, Sakow, Bu’alé y Jillib. La mayor parte son trasladados a los campos de Kenia de Dadaab e Ifo. Pero la situación se complica cada vez más y en 1.995 la ONU termina de retirarse de la zona, un año antes lo había hecho EE.UU.: después de agravar las cosas, salieron corriendo. Como segundo coordinador del campo de Bu’alé, José Luis ayuda en la evacuación hacia Kenia, no solo de su campo, también de los demás. Concluido el trabajo, regresa a España, está agotado y harto de la inutilidad política de los lideres de mundo.

A pesar de la retirada, la misión de ACNUR en Somalia no fue un fracaso. Es cierto que por unas causas u otras, cientos de miles de personas murieron. Pero es igualmente cierto que ACNUR, llego a atender en condiciones terribles, a más de un millón de refugiados que deben la vida a los cientos de cooperantes, incluso norteamericanos, que se la juegan a diario en África y en otros lugares conflictivos del mundo. Aidid es asesinado por soldados norteamericanos disfrazados de guerrilleros, el 2 de agosto de 1.996. Es la forma que tiene la Casa Blanca de solucionar las cosas y hacer “justicia”.

A los pocos días de llegar a España, un amigo le convence, después de mucho insistir, para que le acompañe a la fiesta de Pozuelo donde le conocí.

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