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Mis memorias (1 de 3)

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Hace unos días celebré mi cumpleaños. Rodeado de toda mi familia y de buenos amigos y amigas celebré la entrada en una nueva decena de mi vida. Y hoy he decidido hacer un recordatorio de los momentos más felices de estos primeros setenta años de mi vida. Algunos de ellos he pensado compartirlos con ustedes; pero otros me los guardaré para no aburrirles. Tampoco voy a llevar un orden cronológico, sino que los iré transcribiendo a medida que vayan surgiendo en mi memoria.

He disfrutado de los placeres de la vida. También del trabajo que me ha permitido esos placeres. Y el mejor ha sido el que me han proporcionado las mujeres. ¡Las mujeres! ¡Qué maravilla de la Naturaleza! Ni le edad, ni el aspecto físico, ni muchos menos su estado civil han sido obstáculo para disfrutar de su compañía, de sus caricias, de sus besos… Siempre he considerado que si estaban casadas o prometidas no era un problema mío. Pero nunca les he mentido ni prometido nada que no estuviera dispuesto a cumplir.

Precisamente recuerdo una larga relación que tuve con Isabel. Isabel y su marido Vicente eran amigos nuestros desde hacía mucho tiempo. Isabel es menudita, pero con un cuerpo muy proporcionado. Su simpatía y alegría son las mejores cualidades de su carácter. Me resultaba una mujer muy atractiva.

Sucedió que, con el tiempo, ellos se fueron a vivir a otra ciudad distante unos doscientos kilómetros de la nuestra; pero eso no fue impedimento para que siguiéramos manteniendo nuestra amistad. Con frecuencia nos desplazábamos a verlos o ellos venían a visitarnos. Otras veces nos reuníamos a mitad de camino para comer juntos. Nuestros hijos y los de ellos también solían acudir a estas reuniones familiares y el trato era tan íntimo entre  las dos familias que los hijos de ambas se consideraban primos.

Por motivos laborales tuve que desplazarme a su ciudad durante una temporada. Mi empresa me encargó que organizara y coordinara unos cursos de formación para los nuevos profesionales que se incorporaban. Mi trabajo era bastante arduo y me tenía muy ocupado. Me pasaba todo el día encerrado en un despacho que me habían montado en el mismo hotel donde se iba a alojar todo el personal. Allí mismo comía y, por la noche, cansado, me iba a dormir a mi habitación.  Pero una tarde decidí que ya estaba bien de trabajar y que me merecía salir a tomar el aire. Entonces llamé a casa de mis amigos y fue Isabel la que se puso al teléfono.

- ¡Sorpresa! – le dije.

- ¡Hola, César! – me respondió. Hacía tiempo que no sabíamos nada de vosotros. ¿Cómo estáis?

- ¡Muy bien!… Pero os llamo porque estoy aquí, en vuestra ciudad y había pensado que si no tenéis ningún plan podríamos salir a cenar y tomar una copa. ¿Qué os parece?

- A mi me parece bien; pero… es que Vicente no está. Se ha ido a su pueblo a resolver no sé que cosas de sus tierras. Pero yo si que me apunto a salir. ¿Dónde quedamos?

- ¿Qué te parece en la Plaza Mayor? Me han hablado muy bien de un restaurante, El Brosquil.

-  De acuerdo. ¿A las 8?

-   Allí estaré.

Llegué unos minutos antes, me senté a la mesa que ya había tenido la precaución de reservar y, puntual, llegó Isabel. Elegante y guapa como nunca. Nos dimos un abrazo y un par de besos, nos sentamos y pedimos la cena.          

La cena transcurrió agradablemente, la conversación fue fluida  y nos contamos las últimas novedades familiares. Cuando le dije que estaba allí por trabajo y que llevaba ya unos días, me riñó por no haberla llamado antes. En fin, una conversación normal. También me dijo que las relaciones con su marido no estaban en su mejor momento, pues él prefería vivir en su pueblo cuidando de sus tierras. Pero había algo en el ambiente que no era tan normal. Isabel estaba endiabladamente atractiva y su sonrisa me estaba cautivando. Cuando nuestras miradas se cruzaban parecía que saltaban chispas de uno al otro.

Al salir, Isabel me propuso ir a tomar una copa a un pub cercano. Y hacia allí nos dirigimos. A la espera de poder pasar en un paso de peatones, no pude resistirme más.

- Estás preciosa. Hoy estoy paseando al lado de la mujer más bonita de esta ciudad.

- ¿De verdad que me ves así? – me preguntó mirándome a los ojos.

- Si – respondí mientras me inclinaba y le daba un leve beso en los labios.

Yo esperaba una reacción negativa por su parte; pero para mi sorpresa levantó su cabeza y me respondió con otro beso más largo y húmedo.

- No sé si soy la mujer más bonita de esta ciudad; pero en estos momentos soy la más feliz. Gracias.

El semáforo se puso en verde y empezamos a cruzar la calle. Entonces me cogió del brazo y se apretó contra mí.

El pub tenía las mesas separadas unas de otras por unas mamparas por lo que había bastante intimidad. Cuando el camarero nos trajo los combinados que habíamos pedido brindamos y volvió a cogerse de mi brazo.

- Mi corazón va esta noche como una locomotora. ¿Lo notas? – me dijo mientras cogía mi mano y la ponía sobre su pecho.

- No muy bien. Déjame que lo compruebe más cerca.

Y metí mi mano por dentro de su jersey hasta colocar mi mano sobre su pecho izquierdo, por encima del sujetador. Ella me miró a los ojos y sonrió.

- Creo que aún no lo noto bastante – dije mientras bajaba la copa del sujetador y acariciaba directamente su teta izquierda.

Entonces noté su corazón, la textura de su piel y la dureza de sus pechos. No eran muy grandes pues casi las podía abarcar con mis manos, pero si que pude comprobar que eran muy sensibles. Los pezones se le endurecieron y pronto empezó a gemir de placer.

 - Déjame, por favor que nos van a ver – me suplicó.

 - No hay nadie a nuestro alrededor y me encanta acariciarte. ¿No te gustan mis caricias?

 - Claro que si; pero, además, esto que estamos haciendo es una locura.

 - ¿Y por qué no podemos hacer locuras? Aún tenemos edad para ello.

No me respondió y aceptó mis caricias. Luego puso su mano encima de mi pierna y, mientras yo seguí acariciando sus pechos, Isabel fue desplazando lentamente la mano hasta ponerla en mi entrepierna.

 - ¿Notas cómo la tengo? – le pregunté – Me gustaría tenerla dentro de ti ¿A ti no te apetecería?

 - ¡Que barbaridad!

 - ¿Qué es una barbaridad? ¿Mi polla? ¿O mi propuesta?

-  ¡Las dos cosas! – respondió con una sonrisa pícara -  Tu propuesta no puede ser. Además se está haciendo muy tarde. Tengo que irme a casa que mañana tengo que ir a trabajar y      hay que descansar.

Pagué la cuenta y, al salir, cogimos un taxi. Al llegar a su casa le dije que para mi era aún pronto y que si me invitaba a un café.

- ¡Claro! Sube.

En el ascensor la abracé y la besé apasionadamente. Ella correspondió a mi beso y a mi abrazo. Nuestras lenguas se acariciaron mutuamente. Fue un trayecto muy corto, no duraría más de un minuto pero fue suficiente para que el calentamiento que ya llevaba se elevara unos grados. También Isabel demostraba que el beso y el abrazo no habían sido inocuos.

Pero al entrar en su casa nos esperaba una sorpresa: sentada delante del televisor estaba su hija Isa.

- ¿Qué haces aquí? – le preguntó Isabel

- ¡Hola! – respondió. Me apetecía hacer una escapada a la ciudad y no te he avisado que venía porque quería darte una sorpresa. Pero la sorpresa ha sido mía al no encontrarte en casa.

-  Mira, ha venido César. Está aquí por trabajo y hemos salido a cenar y tomar una copa.

Isa no mostró ninguna extrañeza porque la amistad entre las dos familias es muy grande y encontró normal que su madre y yo saliéramos. Se levantó y me dio un par de besos.

-  ¿Qué tal toda la familia?

-   Muy bien. Os traigo recuerdos de todos. ¿Y tu padre?

-   ¡Bien! Allí está en el pueblo cuidando de sus viñas.

Isa es la hija mayor de Vicente e Isabel. Tiene 20 años y es una chica muy agradable y atractiva. Pero prefiere vivir en el pueblo con su padre y escaparse de vez a cuando a la ciudad.

-   Yo voy a ponerme una ropa más cómoda – dijo Isabel - César, en la cocina están las bebidas. Ponte lo que quieras y a mi me puedes poner un whisky con hielo.  Yo voy enseguida.

Así lo hice y ella cumplió su palabra. A los pocos minutos apareció cubierta con una bata y zapatillas. A mi me hizo gracia verla con aquella indumentaria tan casera y sonreí.

-  No te rías de mi – dijo – Sé que esta ropa no es muy sexi pero yo estoy así muy cómoda.

-   A mi me gustas de cualquier manera – le respondí mientras le acercaba su bebida.

Chocamos nuestros vasos, bebimos un sorbo y acerqué mi boca a sus labios mientras la miraba fijamente a los ojos. Correspondió calurosamente a mi beso y yo la abracé. Cuando separamos nuestros labios metí mis manos por dentro de la bata y me encontré con que debajo no llevaba nada.

-  ¿Ves como así estoy más cómoda?

Le desabroché la bata y comprobé que debajo sólo llevaba unas braguitas de encaje. La volví a abrazar pero ahora mis manos tocaban directamente su piel, acariciando sus senos. Mi erección era ostentosa a pesar de la ropa que me cubría e Isabel empezó a frotar su pelvis contra mí mientras gemía de placer.

Al cabo de unos minutos la levanté en vilo y la senté en la mesa de la cocina. Le separé las piernas y pude observar la mancha de humedad que había en sus bragas. Sin dejar de besarla, comencé a pasar mi mano por encima de su vagina, aún tapada por la ropa interior. Isabel reprimía sus gemidos de placer. Enseguida introduje mi mano dentro de su braga para acariciarla directamente y frotar suavemente su clítoris.

- ¡Dioooos! ¡Qué gusto me estás dando!

Casi al instante se corrió mientras reprimía un grito hundiendo su cabeza en mi pecho. Cuando dejó de estremecerse me dijo:

-  Creo que nunca he tenido un orgasmo así. Ha sido magnífico. No lo olvidaré nunca. ¿Y tú? ¿Cómo estás? – Preguntó mientras ponía su mano en mi entrepierna.

- ¡Bien! Pero como no me desahogue puede tener un dolor “testicular” enorme.

-  ¿Quieres que te la acaricie?

-  Prefiero metértela.

-  Es que puede venir mi hija y pillarnos en medio de la faena.

-  También nos podía haber sorprendido hace un momento cuando te acariciaba o mientras me haces la paja.

-   No. Ya verás!

Me desabrochó la bragueta e introdujo su mano dentro del pantalón hasta alcanzar mi polla. Intentó meneármela así; pero era imposible porque no había suficiente espacio. Así que no le quedó más remedio que sacarla del pantalón. Yo quería algo más y me acerqué a ella apoyando la punta del miembro en sus bragas.

-  El aroma de tu coño atrae mi polla. ¿No lo ves? ¿No te gustaría tenerla dentro de ti.

-  Si que me gustaría. Me has puesto muy cachonda pero eso haría nuestra infidelidad muy grave.           

Su mano seguía cogiendo mi polla, pero sin acariciarla. En esta posición mi polla sobresalía unos diez centímetros. Así aparté a un lado su braga e introduje la punta en su vagina.

-  ¡No, por favor! – exclamó - ¡No me la metas!

-  ¿No te está gustando?

-  ¡Siiii! Pero ya te he dicho que no quería llegar a esto.

Empujé un poco más; pero ella seguía sujetándome la polla y solo pude introducir otro par de centímetros. Nuestra conversación era en susurros y yo seguía besándola en el cuello y en la boca, mordisqueándole la oreja y acariciándole las tetas. Isabel seguía impidiéndome entrar más a pesar de que se le notaba que estaba muy excitada pues su coño destilaba jugos en  grandes cantidades. Entonces mientras la besaba en la boca y nuestras lenguas jugueteaban introduje mi mano dentro de sus bragas y comencé a acariciarle el clítoris que lo tenía totalmente hinchado y grande como un garbanzo. Sus gemidos se hicieron más fuertes y me abrazó con las dos manos. Así, mi polla sin el impedimento entró totalmente en aquel coño tan lubricado.

-  ¡Aaaaah! ¡Lo has conseguido! ¡Fóllame muy fuerte! – dijo mientras avanzaba su pelvis para aumentar la penetración.

Me aparté de ella sacando mi polla de aquel agujero tan agradable.

-   ¡Nooo! ¡Ahora no te salgas!

Rápidamente me desabroché el cinturón y el pantalón cayó al suelo, me bajé al calzoncilllo y volvía a penetrarla.

-  ¡Así! ¡Así! ¡No te pares! ¡Sigue! ¡Sigueeee!

Y en ese momento se corrió con un fuerte grito de placer. Las contracciones de su vagina hicieron que también yo me corriera casi a la vez. Después de aquel orgasmo tan fantástico nos quedamos abrazados. Isabel recuperó la cordura, se separó de mi, se abrochó la bata y me dijo que me vistiera enseguida.

- ¿Crees que nos habrá oído mi hija?

-   No creo, está viendo la tele y su ruido habrá apagado los nuestros.

-    Disimulemos por si viene ahora. Parece que la película se está acabando y se irá a dormir enseguida.

En efecto, Isa apareció y bostezando dijo:

-  Me voy a dormir. Me caigo de sueño. ¡Hasta mañana!

-  Yo también me voy que se ha hecho muy tarde – dije.

-   Me he alegrado mucho de verte. Da recuerdos en casa.

-   ¡Adiós! ¡Qué descanséis!

Me dirigí hacia la puerta de la casa acompañado de Isabel, la abrió y la volvió a cerrar dando un golpe más fuerte de lo normal.

-  Ahora no te vas a ir y dejarme sola.

Me cogió de la mano y me guió hasta su habitación.

-  Espérame aquí sin hacer ruido. Yo vengo enseguida.

La casa de Isabel es muy grande con una cocina espaciosa y cómoda, un salón y la habitación principal cerca de la entrada y las otras habitaciones están en el otro extremo de la vivienda. Esa distribución permite cierto aislamiento, sobre todo si se cierran las puertas de todas las dependencias.

Mientras la esperaba me desnudé y me metí en la cama. Apagué la luz principal y dejé encendida una pequeña que dejaba la habitación en una agradable penumbra. A los pocos minutos apareció Isabel y al verme en la cama, sonrió. Se quitó la bata con movimientos sensuales y se metió en la cama conmigo mientras me anunciaba que su hija ya estaba dormida.

- Te arrepentirás del placer que me has dado. En toda mi vida no había disfrutado tanto. ¡Qué polvo! Lo malo para ti es que voy a exigirte muchos más como ese.

Nos abrazamos con pasión, nuestros besos ardorosos, nuestras lenguas buscando la del otro, nuestras manos acariciando los cuerpos. Introduje mis manos por dentro de sus bragas para acariciarle las nalgas y mi polla más gruesa y grande que nunca se acomodó entre sus piernas.

Después, la coloqué boca arriba y comencé a besarla suavemente, mordisqueaba sus orejas, la besaba en el cuello. Fui bajando hasta llegar a sus pechos, mordisqueé sus pezones y fui bajando hasta llegar a su monte de Venus.

Isa se dejaba hacer, susurraba palabras que no entendía, gemía de placer. Pero cuando abrí sus piernas e introduje mi lengua en su vagina ya no pudo reprimir sus palabras.

- ¡Sigue, sigueeee!. ¡Me estás matando de gusto!

Encontré su clítoris hinchado, duro, y lo lamí, lo mordisqueé con los labios, lo volví a lamer e Isa volvió a correrse, esta vez con un grito que debió de oírse por todo el vecindario. Después de este orgasmo, Isabel se quedó quieta durante un par de minutos, con los ojos cerrados y alguna sacudida de su cuerpo. Luego me abrazó mientras me besaba en los labios.

- Si el anterior ha sido bueno, éste lo ha mejorado. Ahora déjame a mí.

Enseguida cogió mi pene que estaba en todo su esplendor y se lo metió en la boca. A continuación lamió la punta como su de un helado se tratara, volvió a metérsela toda en la boca mientras me acariciaba los testículos. Así estuvo durante unos minutos.

- Ahora quiero que me folles, que metas tu polla en mi coño y me hagas que me corra otra vez.

No me lo hice repetir, la volví a poner boca arriba, le abrí bien las piernas, acerqué mi polla a su coño y la fui introduciendo lentamente hasta el fondo.

- ¡Me llenas!

Empecé a bombear, la sacaba casi toda y la volvía  a meter de golpe. Ella cruzó sus piernas en mi cintura y me ayudaba en mis embestidas. Con el calentón que llevaba sabía que no tardaría en correrme y temía dejarla a medias. Pero hubo sincronización. Cuando ya no podía resistir más, noté que su vagina se contraía, que su cuerpo se tensaba, que sus brazos me abrazaban fuertemente y supe que ya no había que aguantar. Mi eyaculación inundo su vagina.

Permanecimos así, abrazados hasta que mi pene empezó a languidecer. Entonces me quité de encima y me coloqué a su lado.

- ¿Te ha gustado? – me preguntó.

- ¡Mucho! Ha sido genial.

-  ¿Lo podremos repetir? – preguntó mientras acariciaba mi polla

Aquella noche lo hicimos tres veces más y tengo que reconocer que Isabel tuvo gran parte del éxito. Descubrí en ella una gran amante con técnicas que conseguían volver a levantar lo que yo ya consideraba agotado. A las cuatro de la madrugada me levanté, me vestí silenciosamente para no despertarla y después de darle un suave beso en los labios salí de su casa y me marché a mi hotel.

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