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Cinco animadoras para un mal partido _ Prólogo y cap. 1

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----- PRÓLOGO -----

Bueno, llevo años leyendo relatos eróticos y por fin me he decidido a contar mi experiencia. Decir que los nombres serán cambiados, si bien por nombres cercanamente similares, la historia será tal cual con sus más y sus menos.

Recuerdo, hace casi una década, entrar y disfrutar con los relatos eróticos de un gran portal, otrora muy reconocido. Y anda que no ha llovido, ¡y cómo ha cambiado el mundo de los relatos eróticos! Antes había más calidad, mejor nivel de escritura, las historias eran más creíbles (hasta reales) y rara vez duraban menos de 25 minutos. Además de que se llenaban de comentarios y no sólo de 3 ó 4. Espero que mi historia (que no me las doy de maestro literario, ni nada por el estilo) les haga, al menos, disfrutar y traer recuerdos del pasado.

Como verán, no pretendí tomarme muy en serio el relato en un comienzo (lo que pensaba sería un mero relato de menos de ocho páginas acabó alcanzando las ochenta… y no iba ni por la mitad), así que notarán un estilo fresco y alegre, en lugar de la seriedad esperada en una novela para adultos. Y es que, como digo, mi intención es la de contar unos hechos, no la de vender un libro.

Este es el relato que inicié anteriormente en otro gran portal, hasta su censura hace unos meses antes de poderlo terminar. Para aquellos lectores que lo recuerden, decirles que si bien el relato es en total esencia el mismo, esta versión está repasada. He de aclarar que pensaba publicarlo en un blog (cuando dispusiera de tiempo), pero gracias a que un antiguo lector me informó de este nueva y gran portal web sobre relatos eróticos (y de otros temas), me he decidido a publicarlo aquí. Sin duda os invito a venir, leer, y participar.

También exponer a los lectores que no les tomará mucho tiempo registrarse y formar parte de este portal, y así podréis apoyar a los autores y a este mundillo con vuestra participación. Pensad que cuando os tomáis la molestia de votar y comentar, el beneficio no es para el ego del autor… sino para todos. Es para el autor, pero también lo es para todos los lectores, para el portal que os ofrece esta temática, para que esta temática en sí pueda seguir desarrollándose y siendo disfrutada por muchos en lugar de desaparecer… La mejor forma en la que podéis contribuir a algo que os ha gustado como lectores, es dejando claro que os ha gustado, para no dejar que caiga en el olvido. Y por supuesto las críticas, con educación, son todas bienvenidas ya sean positivas o negativas.

Decir que la historia será larga, puesto que se desarrolló durante unos años, y habrá capítulos más «interesantes», y otros no tanto. Así que si esperáis desfogaros en un plis plas id buscando otra cosa que leer (o ver), porque esto expresará una parte de mi vida. Y puesto que es muy extensa, me permitiréis que empiece con largas y detalladas descripciones de la situación previa, y del lugar en donde ocurrió.

 

----- CAPÍTULO 1 -----

 

Digamos que «me llamo» Adrián, y cuando empezó a gestarse todo esto yo contaba con 23 años. Soy un tío normal, que no me como una rosca, que tampoco he sido muy fiestero… Un chico bastante normal al que le encanta leer y una buena conversación. Vamos, que si me fijo en una chica es por algo, y no por el simple hecho de que esté buena o quiera meterla en caliente. Soy moreno y de ojos azules, lo más calité que poseo, pues por lo demás como digo soy bastante normal. De hecho antes de que todo se fuera desarrollando (fue una historia de algunos años), estaba algo rellenito por una mala racha anterior.

Bien, pues… ¿por dónde empezar? A parte de decir que soy un fracaso… Y es que sí, fui muy buen estudiante en mi época, pero me aburre ser «uno más del rebaño», así que me cansé de emplear la mente para ello y me aparté un poco de un futuro académico (y total, viendo el panorama… no me perdí nada). Así que con 22 años me encontraba en paro, con menos futuro que el pretérito perfecto simple, y tras haber perdido dos años encerrado en la cueva con algo, podríamos llamarlo… depresión. ¿Motivo? Mi exnovia, con la que llevaba desde los 18, la primera seria (y con lo que valoro esas cosillas…), con la que lo había compartido todo, y hasta por épocas habíamos estado viviendo juntos (¡benditos los pisos de estudiantes!), se deshizo de mí como si nada y por teléfono.

Pero el destino es caprichoso (y cruel a veces), y un día en un foro sobre debates, de economía, política, cómo el gobierno dirige a los ciudadanos…, conocí a una usuaria que me sorprendió. Esas pocas personas que hoy no abundan, con las que se puede conversar y te sorprenden, y además te encandilan con una energía que te llama y te hace disfrutar cada momento.

Y tras meses, tonto que soy, me enamoré… y ella igual. Nos conocimos y mantuvimos una relación. Al comienzo de amistad, pero el roce hace el cariño (aunque este fuera virtual), y tras pasar dos años hundido comencé a remontar. Ella me hacía sonreír y era todo lo que buscaba: muy cariñosa, dulce, una persona con la que hablar…

Se «llamaba», digamos, Sara… y tenía 16 años. ¡Sí, et voilà le problem! Cuando hablaba con ella me daba la sensación de que rondaría los veintitantos, quizás hasta más que 22 (mi edad entonces), y me llevé una sorpresa al descubrir que tenía 16. Primero porque no me gusta sentirme un asaltacunas, y segundo porque… ¡es para darle un premio a juventudes así! Ojalá los jóvenes de hoy día vinieran con la mitad de la mentalidad de esa chica joder.

El caso es que hablábamos como amigos y tal, y al poco cumplimos años. Ella los cumplía un día antes que yo, así que al par de meses de empezar nuestras conversaciones yo tenía 23 y ella 17, pero seguía sin notar esos seis años de diferencia. Tal vez no sólo por la madurez (intelectual, me refiero) que presentaba ella, sino también porque yo me había pasado los últimos años estancado tras mi ruptura. Los meses habían pasado como días, y aunque yo tuviera 23 años… ¡me sentía como si aún tuviera 20! (De hecho no podía creer dónde se habían metido esos años de más).

A los meses nuestras charlas eran diarias, nos veíamos por webcam y hablábamos por teléfono. Vimos que éramos muy similares respecto a lo que buscábamos, y como es difícil encontrar gente con la cabeza bien amueblada hoy día, pues me supongo que ambos nos maravillamos mutuamente… y nos enamoramos.

Era un problema, no sólo por la edad… sino porque ella era de Madrid y yo de Cádiz. A parte, debido a las circunstancias de mi vida, como dije yo era un fracaso. No veía perspectivas de futuro, y entonces a los meses de nuestra distanciada relación se me ocurrió que podría tal vez probar con aquello que para mí era un mero hobby, y que pretendía aprovecharlo sólo como eso, el día de mañana, teniendo aparte mi trabajo asegurado. Pero como ni trabajo ni nada, pues decidí tratar de probar con ese «as bajo la manga» convirtiéndolo en lo principal de mi vida laboral: escribir.

Así es. Nunca se me dio muy muy mal escribir (creo), aunque he de decir que los relatos eróticos no son mi fuerte, ni las historias con un marco muy real; tiro más hacia la ficción, quizá porque es como arcilla libre que puedo moldear a mi antojo. Y tenía un par de ideas medio empezadas pero sin acabar ni desarrollar del todo siquiera, cuando un día, por esas extrañezas del destino, tuve la curiosa suerte de que me tocara un Euromillón que eché junto con un familiar. Pero tampoco os flipéis, porque el premio no llegaba al millón ni por asomo (y había que repartirlo entre dos). Pero sí me dejó un buen dinero que, si bien no me daba para tirarme la vida a la bartola, me sería útil para pasar de «un fracaso más pobre que las ratas» a «¡ey mira, puedo pagarme unas cañas y hasta cenar fuera!».

Bueno, vale… era más dinero que eso; pero en serio, por desgracia no me había vuelto de oro.

No tengo ni puñetera idea de formar un negocio ni de nada por el estilo, ni tampoco sobre invertir… Así que lo medité y se me ocurrió una idea genial. Yo quería independizarme y largarme ya de casa de mis progenitores (benditos sean… ¡lejos de mí!). El dinero me daría para subsistir un buen tiempo, pero tendría que pensar en algo para el futuro, y ahí entraba mi hobby. Podría desarrollarlo mejor y más distendidamente ahora que tendría el culo asegurado. Y además estaba Sara…

Auné todos esos deseos, y recordé mis tiempos pasados años atrás con mi exnovia, cuando iba a visitarla a su piso de estudiantes (en otra ciudad en la que estudiaba de lunes a viernes) y me quedaba incluso varios días con ella, y se me ocurrió una flamante idea: ¡comprar un piso de estudiantes en Madrid! Que así a ojo, y como está la cosa, no vale pa' una mierda… Pero me venía que te cagas de bien.
Buscaría un edificio en un barrio normalito, de esos que nadie compra ahora con la crisis. Lo compraría y lo reformaría para convertirlo en residencia de estudiantes, con cuatro o cinco habitaciones en el piso (que aquél de mi exnovia tenía ocho habitaciones en un mini piso y eso era una ratonera); y yo podría vivir en una de esas habitaciones, mientras apartado de todo y en mi mundo podría dedicarme a escribir. A la vez, Sara, con 17 años y a punto de entrar a la universidad, se vendría a vivir a la residencia, y ea… el crimen perfecto.

Cuando se lo conté a Sara no se lo creía, pero tras convencerla de que era verdad y que eso era lo que pensaba hacer, se puso muy contenta. No penséis que por mi parte todo era alegría; que yo también tenía dudas. Toda esa aventura me costaría decenas de miles de euros… dinero que jamás había tenido en mis manos hasta ese día… Dinero que iba a emplear en una aventura (y yo no soy de esos de carpe diem), y en gran parte por una chica.

Pero lo cierto es que aunque hasta entonces había estado en el fango, había seguido coleteando vivo como uno de esos peces raros que saltan y se revuelcan en el lodo… En fin, que había sobrevivido tantos años sin un duro, y el dinero como viene se va. Así que saqué mi lado zen y pensé:

«Mira tío, tú hazlo, te independizarás y tendrás tu espacio para escribir a saco, y encima será como montar un mini negocio, que con que saques lo mínimo para que se mantenga, pues listo… Al fin y al cabo tú esto no lo haces para ganar más pasta, sino para poder vivir fuera de casa de tus padres, dedicarte a escribir y estar con Sara. ¿Que luego sale mal? Bueno, ¿y qué pierdes? Habrás ganado experiencias y vida…»

Total, como dije, el dinero no era una millonada que me permitiera retirarme… así que me repetía «¿qué tienes que perder? ¿Qué luego sale mal con Sara? Bueno, pues te autoconvences de que el principal motivo era tener un sancta sanctorum para ti y poder dedicarte a escribir en paz», y acabé montando todo el tinglado.

Fui a Madrid en unas cuatro ocasiones, por supuesto para ver a Sara, y quedamos, salimos, en fin… lo normal. Más muchas otras más que fui yendo luego para ir montando el cacharro. Al final encontré un pequeño edificio que ya tenía sus años, de tres plantas en Madrid, en una zona normalita y algo apartada, pero con entrada de metro no muy lejos (a 10 min.; que me perdonen los madrileños… yo soy de Cádiz, allí todo es mu chico y me recorro la ciudad andando en menos de una hora, así que tener una parada de autobús a 10 min. lo considero aceptable… Igual un madrileño eso lo considera gloria bendita, pero yo no concibo una parada de transporte a media hora de mi casa como lo normal). Yo no soy muy de metro, jamás lo había cogido hasta que viajé a Madrid a ver a Sara y me llevó a dar una vuelta, y tampoco me haría falta porque prácticamente no iba a salir del piso (salvo si me convertía en escritor de éxito y me llamaban de editoriales y… juas juas juas, volvamos a la realidad).

El edificio, de esos que por no llamarle «antiguo» le llamaremos… «veterano», se componía de tres plantas, con dos puertas en cada planta (A y B), pero sólo estaba habitado el 1º B por la casera. Se vino un familiar conmigo que entendía del tema, y antes de marzo ya teníamos todo previsto y firmado.

Pensé en comprar el 2º A y el 3º A y montarme un «dúplex», pero al final acabé comprando también el 1º A. Hubiera preferido por ejemplo el 3º B, por no tener un piso en frente del de la dueña (no hubiera luego problemas con que si ruidos y tal) pero la cosa era unirlos conjuntamente. Debido al tiempo del edificio, que no tenía salida en el mercado (y más estando la cosa como está), os podéis imaginar que no sólo me salió bien la compra, sino que fue una ganga y me vino de perlas.

Hubo que reformar los pisos y unir las tres plantas con escalera, de esas de metal que dan yuyu porque se te puede meter el pie al subir los escalones… pero es lo que hay. Pero al final estaba todo acabado y perfecto tal y como quería. Os podéis imaginar la ilusión de tu primera casa y encima como a ti te gusta, con 23 años y viviendo una aventura… En un edificio que prácticamente es tuyo, porque la «anterior dueña» (por así decirlo), doña Julia, viuda y ya con sus 50 tantos años, aunque seguía viviendo en el 1º B prácticamente ni la veíamos la mayor parte del tiempo. Creo que casi sólo la veía yo cuando al tiempo comencé a salir por las mañanas a entrenar (pero eso vendrá después).

Los pisos no llegaban, cada uno, a 70 m2 pero al unir los tres había un buen espacio para vivir bien. Además, practicaba artes marciales desde los 17, y debido a esa mala racha tras mi anterior ruptura había engordado como os dije y perdido forma. Siempre me gustaba poder dedicar mi tiempo libre a entrenarme, si podía, pero claro allí en mi casa de Cádiz sólo disponía de 1 m2 para hacer pesas y poco más… Ahora tendría mi propio piso (o pisos, según se mire), y podría tener mi espacio.

A estas alturas imagino que os preguntaréis: «¿Pero pa' qué tanto lío? ¿No podías simplemente coger y alquilar un piso en Madrid e irte con Sara?». Supongo que los que os preguntaréis esto no seréis padres… ¿verdad?

Sara era para verla… 17 añitos pero cualquiera la ve y le echa 14. Es bajita, pelo castaño y poquita cosa, con un culito respingón. Un rasgo característico, adornada con una naricilla delicada, era su carita de pilla… (con eso os lo digo todo). A parte de sus tetas, que al ser una chica delgadita y poquita cosa diréis «pues no tendrá casi na», y esa es la cuestión… Si bien no tenía unas tetas descomunales, tenía buenas peras para el cuerpo que tenía; se le hacían notar generosas. Aunque tanto me hubiera dado… porque incluso con las tetas pequeñas hubiera estado igual de buena, de guapa y de todo (y además que no soy de esos que les tiran más dos tetas que dos carretas). Aparte, tenía la piel muy clara y siempre que se ponía colorada se le notaba mucho.

Aunque hablaras con ella y te diera la sensación de una persona madura (aún con sus pintas rockeras de niña mala sacada del público de Guns N' Roses), y aunque fuese a hacer los 18 en poco, estaba claro que sus padres no iban a dejarla irse a vivir con un desconocido, pues ni yo les conocía ni viceversa; por mucha ventaja que fuera el no tener que pagar estancia como la mayoría de estudiantes que empiezan la universidad.

De ahí la genial idea de la «residencia de estudiantes tapadera». Montaba esta mini residencia, hacía un buen precio, Sara se lo decía a sus padres, estos vendrían a ver el sitio a ver qué tal… y ¡zasca! Sara ya tendría sitio donde quedarse…

Pero claro, efectivamente… en toda farsa lo que más importan son los detalles (que son los que al final nos hacen sospechar, porque le señalan a nuestro subconsciente que algo no encaja). Por ello la residencia tendría que tener más de dos habitaciones, y contar con algunas inquilinas previamente añadidas para no levantar sospechas, y que dieran más confianza a sus padres para dejar a Sara en un piso de estudiantes, donde además habita el dueño en una de las habitaciones, y que para más inri es un chico. Sí, por supuesto una especie de residencia femenina pero con un tío de dueño; no os hagáis ideas raras… es por los motivos que luego veréis (cuando se los expliqué a la madre de Sara).

La apuesta era algo arriesgada, pues tenía que asegurarme de que al final acabaría en mi piso; pero tampoco me preocupaba mucho porque lo tenía todo planeado.

 

La disposición final del piso, y tal y como la monté para «atraer estudiantAs» lo más rápido mejor:

 

En el 1º A tiré un tabique para unir el peque salón y una habitación, y monté mi gimnasio particular. Si bien sería de todos, lo cierto es que lo monté más por mí que otra cosa. Siempre es un aliciente decir: «¡Ala, pues esa residencia encima tiene gimnasio!»; pero me traía al pairo si luego al final sólo lo usaba yo.

También en ese primer piso dejé un baño grande, cuya puerta lindaba con ese espacio para ejercicios, con una buena bañera para poder relajarse uno. Y una habitación con dos lavadoras (una comprada nueva, la otra aprovechada de la compra de los pisos ―la que estaba mejor―) y a modo de cuarto de limpieza. De forma que esa planta no sería para vivir, sino para que no dé por culo la lavadora cuando la gente tenga que lavar la ropa y se ponga eso a centrifugar estando tu cama a pocos metros tratando de dormir o estudiar (recuerdos de mi vida estudiante); o no molestar si alguno se pone con la máquina de correr o con las pesas… Vamos lo que viene siendo un «mini gimnasio de la residencia» y un baño de más para la casa.

En el 2º A (el apartamento principal), os describiré el recorrido:

Un pasillo en forma de L, que al entrar torcía hacia la izquierda, y ahí se encontraba la puerta de la primera habitación, Nº 1, luego giraba a la derecha todo recto hasta el final del piso; y tenía en la pared de la izquierda la puerta de la habitación Nº 2 y seguidamente la de la Nº 3. Y en la pared de la derecha (avanzando por el pasillo, desde la puerta Nº 1) lo primero era que se abría a una mini salita unida a una cocina súper moderna… que viene siendo una forma de decir un mierda sofá junto a una cocina de estas abiertas, porque no hay más espacio (la tele estaba colgada en la pared del pasillo, enfrente del sofá, con eso os lo digo … ¡benditas pantallas planas!).

Luego el pasillo seguía hacia el fondo del piso, con el baño de esa planta (con ducha, que no hay más hueco) en la pared de la derecha; detrás de la cocina vamos.

En verdad esa… salita o «espacio de recreo» (propio de esas pelis de viajes en el espacio, donde les ponen una mini zona de esparcimiento para que no se les atrofien los cerebros entre tanto viaje y estrellas ―en este caso entre tanto estudiar o vaguear, según se mire al estudiante―), era muy reconfortante. La pantalla de plasma, colgada de la pared del pasillo no molestaba al paso; el sofá era de esos modernillos, en color naranja, con una mesita bajita de salón de color blanco, y un par de pufs de esos cúbicos (que además se abrían, tipo arcones) también en naranja. La cocina abierta tenía el mismo esquema de color, naranja y blanco… ¡alegría alegría! Que se vayan las caras largas y venga ese toque de progre-modernillo.

En realidad era buen espacio, cabían sentados ahí ocho personas, apretaditas… pero cabían. Y qué coño, se le coge cariño al piso, en serio (y más con lo que pasó… si esas paredes hablasen…).

Era en ese espacio-salita donde estaba la escalera metálica, que pasaba por detrás del sofá para ir al piso de arriba, y en el lado cercano a la cocina abierta estaba el otro tramo de escalera que bajaba hacia la planta de abajo, justo en el gimnasio.

En el lado de la cocina había una puerta de esas que son casi todo cristal, que daba a una mini terraza que tenía el piso de la 2ª planta (la otra que poseía el edificio estaba en el 1º B, donde doña Julia; pero daba a la cara opuesta por lo que no se encontraban). Era una mierda de terraza hablando mal y pronto… pequeña y con cuatro macetones chuchurríos que no sé cómo seguían vivas las plantas. Lo bueno era que no tenía una baranda de esas con huecos, sino un muro, y que estaba en un 2º y no en un 1º, así que estaba más resguardada de la calle.

Le añadí unos tendederos, de esos taladrados a la pared, y que se pliegan y despliegan, para que las inquilinas pudieran tender la ropa. Y dos tumbonas normalitas de esas de piscina. Tuve que sacar los macetones porque evidentemente no había más espacio. Bueno, y un toldo que cubría la mitad más o menos.

El 3º A contaba con cuatro habitaciones más, una mini cocina (más bien «micro»), dos cuartos de baño, con duchas, y carecía de mini salón (y por supuesto de pufs… pufes... o como se diga; ¡qué me encantaban esos cacharros!). Básicamente era la planta donde alojar el resto de habitaciones y baños de la residencia, y una mini cocina por si querían prepararse algo y la otra estaba ocupada, etc. Los baños por lo mismo, no os penséis que cada inquilina estaría reservada a su planta, no no… La residencia eran las tres plantas, y sus siete inquilinos, yo incluido, se podrían mover por las tres indistintamente. De ahí el poner dos cocinas o tres cuartos de baño (bueno, cuatro si contamos el del primer piso con su bañera; que básicamente es para yo, yo mismo y mi mismidad cuando hiciera deporte poder darme un baño caliente).

Tampoco me paro en la distribución de la 1ª y 3ª plantas porque la mayor parte de lo ocurrido sucedió en el apartamento principal, la 2ª. Ya que era la zona de encuentro y donde nos encontrábamos al final todos los habitantes de aquella pequeña y curiosa villa, salvo rara vez que las inquilinas de la 3ª planta no bajaban y se aviaban en su cocinica (claro que con el tiempo se pierde la vergüenza y se llega a ser una gran familia).

Además me encargué de insonorizar los dormitorios; con ello me aseguraba que todos viviéramos en paz y en tranquilidad cuando el ruido de unos (música, risas, gemidos…) pudiera molestar a otros. Y por supuesto internet Wi-Fi… que si no ya podía tener un jacuzzi que no iba a captar inquilinas.

En fin… ¿Una empresa? ¿Una residencia? No… en verdad no era nada de eso y era más que eso, era un hogar… Un hogar no sólo para mí. España se cae a trozos, yo cogí unas pelas que no me daban para el desmadre total, y recuerdo mis años de estudiante en el instituto (porque no fui a la universidad, larga historia que se resume en «¡no os enamoréis antes de estar en la universidad!») y cómo parte de mi futuro se truncó por la falta de medios económicos… Así que eso no iba a ser una empresa, iba a ser una oportunidad. Y dicho sea de paso… ¿qué mejor forma para llenar pronto de inquilinas la residencia?

Así que, ¿qué hice? No sólo ofrecí buenos precios, sino que básicamente esta «pensión para estudiantes» les era una lotería para ellos, un regalo repartido tal y como me cayó a mí del cielo el Euromigaja. ¿Coste? El mantenimiento, básicamente. Así es, ya os dije que no tenía pensado ganar dinero con ello, pues tenía otros intereses más valiosos para mantener esa «residencia». Así que tras llevar tres semanas allí, quedando con Sara y promocionando el sitio por carteles, recibí algunas llamadas. Como en todo, algunas vinieron a ver, otras no, algunas no se quedaron, etc. Así que pasaré a la primera inquilina que sí se quedó: Ana

Ana era gallega y tenía 22 años.Era tan alta como yo y tenía el pelo moreno y cortito ―pero no cortito como un chico, sino lo que las mujeres entienden por «cortito»― y un buen culo. Pero cuando digo esto no me refiero a un culo bonito (que ni me fijé por aquella época; aunque por supuesto que era bonito, como vería luego), sino a un gran culo. Pero cuando digo esto no lo digo de forma despectiva… Sólo que era anchita de caderas y tenía un buen culo (cosa que he de decir también me gusta en una mujer; aunque Sarita era una muñequita… y todavía ni había catado su culo jaja).

Estaba en Madrid estudiando música, tocaba la flauta travesera, y había tenido problemas en su anterior piso, porque ella necesita practicar y claro… Así que mi resi le pareció cojonuda.

Cuando vino a ver el piso se vino Sara conmigo, por eso de darle más confianza y tal. Ella le dijo que también iba a vivir ahí, que estaba muy bien, que sólo queríamos cubrir los gastos de la residencia y ya está, y que poco a poco se iría llenando de gente, que no se preocupara porque todos pagarían lo mismo y el precio no se incrementaría porque hubiera menos gente (total, aún tenía pelas para cubrir los posibles desperfectos de mi plan a corto plazo).

No se lo pensó demasiado la verdad, le pareció genial cuando le dijimos que sólo habría que pagar el gasto de internet, luz y agua (termo, cocina, etc., todo por electricidad), más una parte para fondo general (comprar servilletas, fregonas, en fin… lo que hiciera falta en los pisos), más una limpiadora que venía dos veces por semana a limpiar la 2ª y 3ª planta (donde hacíamos vida) y el cuarto de baño de la 1ª. Todo dividido entre seis, que serían las inquilinas del piso cuando estuviese este completo. ¿Dónde se encuentran pisos así para estudiante por menos de 350 € en Madrid?

Que por supuesto de ese coste mensual de la residencia también sacaba beneficios: algunos euros que sobraban. Sí, una miseria… pero como os dije no hacía eso por dinero, con que ganara para que se mantuviera me conformaba; y luego con ese mini extra daba algunos caprichillos a las inquilinas, para hacer más a mena la convivencia.

Teniendo en cuenta otras residencias que pretenden sacar miles de euros, la mía estaba de lujo… Recuerdo la residencia de mi ex, ocho personas en un solo micro piso y pagando 450 euros al mes CADA UNO; la dueña se embolsaba 3.600 euros mensuales. ¡No me jodas! Ponle que en gastos mensuales del piso la tía pague 600 euros… o ponle 1.000 si quieres, ¡se saca 2.600 euros por la jeta! Joder… no me extraña que la vivienda se montara una burbuja, todos apuntados al carro, macho…

Evidentemente yo vivía en el piso pero no me cobraba a mí mismo… Además, a Sara tampoco, lógicamente. El dinero que invertían sus padres en el coste yo se lo devolvía a ella y así tenía para material de la universidad, darse algún gusto, etc. La cosa era que las inquilinas mantuvieran la residencia (y a mí, juas juas) a cambio de un sitio de puta madre por un precio bastante módico. Porque además aunque yo fuese un inquilino más, era también el dueño del tinglao y el que correría con todos los gastos cuando pasara algo… como por ejemplo las teles, nada más llegar Ana.

Que en verdad menos mal que se dio cuenta porque ni Sara ni yo caímos… ¡las habitaciones no tenían televisores! Sólo estaba el plasma grande del «sucedáneo de salón» de la 2ª planta. Así que cuando le enseñé una habitación y al fijarse me preguntó si las habitaciones no tenían televisor, rápidamente con mi tino le dije que en breves estarían puestos «je je je». Tele de plasma por habitación…

Yo no soy de ver la tele, prefiero leer o el ordenador, así que me ahorré la mía y traje seis más pequeñas que la del mini salón, para poner en cada habitación. Hay que contentar al personal.

Yo me acomodé en la habitación Nº 2, cuya puerta estaba en frente del espacio entre la cocina y el baño; y la Nº 3, puerta justo en frente de la del baño, y contigua a la mía, sería para Sara. Así que le dije a Ana que del resto, escogiera la que quisiera. Escogió la Nº 4, en la planta de arriba; supongo que por sentirse más cómoda, falta de confianzas y tal… Y quizá pensando en lo de que tendría que estar ensayando con la flauta, decidió cogerse una en la otra planta, que encima estaba vacía por el momento.

Para mi desagrado, aunque Sara y sus 17 años venían a verme casi todas las tardes (que para algo era verano) no habíamos podido pasar por el momento ni una noche juntos. Procuraba pasar el mayor tiempo posible conmigo, y ahora que irían entrando chicas en casa… con más razón. Porque sí, Sara era celosa… y no me extraña, yo también (ambos somos Escorpio), y si hubiese sido al revés la situación no creo que yo hubiera podido soportarlo… ¿Mi novia viviendo en una residencia con cinco tíos más?... ¡¿Y con un gimnasio donde se encontraran los cuerpos sudorosos?!

Pero lo cierto es que no tenía motivos, porque yo estaba muy enamorado, y cuando lo estoy no tengo ojos para ninguna más (sí, soy de esa clase de tíos que de tan buenos que somos, somos tontos… jajaja). Además, que no le quedaba otra… jamás iban sus padres a dejarla venir a un piso a vivir «sólo con mi Yo» cuando mi «Yo» era un desconocido para sus padres.

Y como tenía la pasta y vengo de barrio pobre, cosa que en lugar de hacerme desear muchas cosas me ha enseñado a ser humilde y generoso siempre con lo que tengo, pues al día siguiente de llegar Ana fui a comprarle una cosilla a Sara por la mañana. Y por la tarde al venir al piso y abrir su habitación se encontró encima de la cama un bajo Gibson SG rojo de poco más de mil euros. No es que ella fuera profesional ni nada, pero como os dije, aparte de comunista, tiene su toque rockero, y un bajo era un capricho que llevaba años deseando.

A los cuatro o cinco días de llegar Ana vino la siguiente inquilina: Laura.

Laura tenía 22, igual que Ana al entrar, y tampoco me acuerdo muy bien de qué estudiaba ni nada, pero sí que era de Asturias. Se pilló una habitación en el piso de arriba. Y si veis que no me paro aún a describiros a las chicas con detalle es porque no todas se quedaron y formaron parte de la «familia final» (Laura por ejemplo se quedó unos 3 meses y algo).

Después de diez días y sin recibir más inquilinas empecé a comerme el coco… Tenía que llenar la casa de nenas para que aportara confianza cuando los padres de Sara vinieran a ver el sitio, y ella les retrasaba con la búsqueda de residencia tanto como podía, poniendo excusas. Al final fueron a un par de ellas antes de acabar viniendo a ver la mía, pero ella fue con la idea de decir «no» hasta que pudieran venir aquí.

Entonces tuve otra inquilina, llamada Catalina, de 21 años.

La chica era hispanoamericana, concretamente de México, y he de decir que por mucho que me pongan las mexicanas, aparte de que yo sólo tenía ojos para mi pequefresa (como yo llamaba cariñosamente a Sara, por lo colorada que se ponía a veces y lo que se notaba en su piel tan clara), estaba el hecho de que soy una persona muy fiel.

No tengo nada en contra de los latinos por el mero hecho de ser latinos, mas sí lo tengo contra la gente que viene a mi país a joder la economía, generarnos una deuda bestial sólo con llegar, hacer uso de los servicios gratis desde el primer día y vivir de ayudas del estado que pagamos los nativos… ya vengan de México o de Suiza. Pero evidentemente no hay que prejuzgar, porque uno nunca sabe… Puede ser simplemente una estudiante que esté de intercambio, y tiene todo el derecho del mundo. Así que por supuesto le di hueco, y ella encantada del sitio y del precio tan barato. Y yo encantado porque se me echaba el tiempo encima y necesitaba inquilinas.

Como estando Sara y yo una tarde en la cocina (de la 2ª planta, lo que llamaremos «cocina» y punto, porque lo de la planta de arriba era para un avío y poco más) Ana, la gallega, nos escuchó sobre lo de necesitar gente, nos dijo lo siguiente:

—Adrián mira, yo tengo una amiga… lo que pasa que no está estudiando, ella trabaja de camarera y tiene 25 años, pero anda buscando un sitio…

—Hmmm —yo, con mi carisma y la mano en la barbilla pensando, porque tampoco quiero que esto se llene de chavalotas vividoras; quiero dar una apariencia de cierta seriedad… al menos para cuando vinieran los padres de Sara.

Miré a Sara, que estaba callada (no le hacía mucha gracia que metiera a una mujer hecha y derecha de 25 años, dos más que yo y siete más que ella, bajo nuestro techo), pero era lo que había…

—¿Pero es buena gente y eso? —le pregunté a Ana.

—Sí. Es un poco así, pero vamos que no es muy fiestera ni nada, es maja.

—¿Qué es un poco así? —le preguntó Sara.

—Bueno vale, dile que se pase, total nos hace falta gente —le dije a Sara a la vez que le tocaba la nariz para chincharla.

Mmmm cómo explicaros lo de la amiga de Ana… ¿Sabéis ese tipo de personas que cuando te topas con ellas te imponen? O sea, no es que diera miedo ni tuviera malas pintas, nada de eso. Pero cuando vi a Marta la sensación que tuve fue de «vale, ahora es usted el oficial en cubierta»; y no lo digo porque fuese dos años mayor y un poco más alta que yo, sino por la sensación que te daba.

Llevaba el pelo recogido en una cola, castaño, y recuerdo bien que fue la única (de todas las inquilinas que tuve) a la que le encantó de veras disponer de un mini gimnasio jajaja. Me preguntó si se podría fumar y le dije que sólo en las habitaciones o en la terraza, en las zonas comunes no, y le pareció bien. Cuando le comenté el tema del coste me dijo:

—¡Joder chico! Y si me dices que no se puede fumar me jodo y soy capaz de dejar el tabaco, ¡por ese precio! Ana me comentó que estaba bien pero no imaginé tanto.

Marta y sus tacos jajaja, recuerdo que le puse de mote la Arisca, porque me imponía respeto… Vamos que me acojonaba un poco, y siempre estaba con algún taco a la hora de hablar, aunque fuera una conversación tranquila o de risas.

Recuerdo que pensé «igual nos da problemas una chica así, tan echá pa' lante», pero qué va, jamás hubo una discusión en la residencia (salvo la única que habría en el piso, que inicié yo, meses y meses después).

 

Al recuento, para cuando vino Sara con su madre a ver la residencia, vivían en ella:

Ana, en el Nº 4, Laura en el Nº 6, Catalina en el Nº 7 y Marta en el Nº 5; las cuatro en la 3ª planta. En ese momento no me di cuenta pero me venía de lujo, y es que una cosa es que Sara y yo quisiésemos que su habitación estuviera al lado de la mía (ejem… escapadas nocturnas…ejem), y otra que quedando alguna habitación libre en la planta de arriba sus padres fuesen a ver bien que decidiera coger una de la 2ª planta, donde estaba también la mía… Pero ahora al estar todas las de la planta superior llenas, no había sospecha en el aire.

Era más por comodidad, porque en realidad tanto me hubiera dado que hubiera pillado una habitación de arriba… si al final íbamos a pasar las noches juntos en mi cuarto o en el suyo. Pero claro, tiene que tener su cuarto y tal… porque los padres vendrían alguna vez a recoger sus cosas, imagino (como hacían los padres de mi anterior pareja, cuando los fines de semana volvía a su casa y tenía la maleta llena de cosas y trabajos de la universidad que tenía que llevarse).

Así que cuando vino Sara con la madre, pues… tuve que sacar mi papel de actor… Era un casi perfecto vendedor de motos, ahí con mi traje y mi corbata, que recién estrenaba para la ocasión, y que sorprendió a Sara al verme (y es que no os lo he contado, pero a esta inteligente y pequeñaja rockera-comunista le ponían mazo los trajes; así que esa era mi forma de decirle «fiete lo que te espera»).

Además qué coño, ya había salido de mi agujero anterior, volvía a tomar las riendas de mi vida (¡tenía hasta un gimnasio, coño!), y volvía a recuperar mi forma. Así que tenía que empezar a exteriorizar las buenas vibraciones de mi nueva vida, y me compré mi primer traje y mi primera corbata.

Así que fue tal que así:

—Hola, soy Adrián, encantado. Pues como verán, la residencia cuenta con Wi-Fi, bla bla bla…. —en fin, me salto toda esa parte, ¿vale?

El caso es que a la madre de Sara (y a ella, claro) le pareció muy bien el sitio y bien montado, hasta creo que se alegró cuando vio a más chicas, al enseñarle la parte de arriba y encontrarnos a Ana y Marta charlando. Básicamente lo importante de la conversación eran mis intenciones. ¡No lo sospecharía! ¡Su ardiente hija me iba a cabalgar todas las noches como una posesa! Muahahaha.

No, hombre, eso no le dije:

—Pues verá, básicamente es por independencia. Quería tener mi espacio para poder dedicarme a escribir, o eso intento… Y necesitaba gente para mantener la residencia, de ahí los precios tan baratos. Con que dé para poderse mantener y yo poder dedicarme a escribir con tranquilidad, estupendo. Luego, además, los hombres no es que seamos el alarde de la limpieza hogareña. Aunque venga una limpiadora dos veces por semana, si la residencia la llenase de chicos esto iba a ser una pocilga de cachondeo padre ―escenificaba mi cara de responsabilidad―; y eso no es lo que busco. Sólo quiero un sitio tranquilo, con buena convivencia y donde cada uno pueda estar a sus cosas, sin armar jaleo. Por eso sólo admito mujeres.

La madre puso una expresión un poco rara, pero convencida. Llegué a pensar hasta en decirle que era gay, por si le daba más tranquilidad, pero no iba a ser bueno cuando, si todo iba bien con Sara, en un futuro me presentara como su novio. El caso es que todo quedó acordado y montado, y como las habitaciones de la 3º planta estaban ocupadas, no era sospechoso que Sara escogiera una de las dos que quedaban en la 2º planta; escogiendo la Nº 3 básicamente porque está justo enfrente del baño. Como era un viernes, y todo quedó acordado, la «nueva inquilina» Sara, ayudada por sus padres, estuvo de mudanza ese fin de semana.

Ni que decir tiene que esa fue la primera noche que dormimos juntos (dormir, he dicho). No era raro, pues llevábamos ya algunos meses viéndonos entre mis idas a Madrid (el piso, las obras, etc) y desde que quedó todo listo y me asenté. Pero claro, nos veíamos por las tardes, íbamos a dar una vuelta… El toqueteo había sido poco, exceptuando alguna caricia de más. De todos modos como era nuestra primera noche pues sólo dormimos abrazados y besuqueándonos. Pero no os creáis, era una chica muy ardiente; bueno, ambos lo somos (¡somos Escorpio!). Pues como digo la noche la pasamos durmiendo, y no follando, peeeero… la niña no iba a estarse quieta, y estando ya asentada y habiéndose venido a mi habitación, me abraza por detrás y me dice:

—Nene… ¿sabes queee… me ha gustado mucho verte con el traje?

—Ah, ¿siiii? —respondí haciéndome el sueco, a la vez que me levantaba y me dirigía al armario.

—Siii… Oye, ¿por qué no…? —no le di tiempo a acabar.

Aún no me había quitado la ropa del todo, sólo la chaqueta y la corbata cuando ya se había ido su madre al terminar de acomodarse Sara. Ahora volvía a sacar la corbata del armario y me la estaba poniendo con un nudo simple, mientras la pequeñaja empezó a restregarse la mano por encima del pantalón como quien no quiere la cosa, a la vez que se mordía los labios. Le hice señas con el dedo para que se acercara y sentase en la cama.

—Mira, te voy a enseñar cómo se hace el nudo.

Deshice el que había hecho, me dejé colgada la corbata por el cuello, y me bajé el pantalón. Su cara era un poema. Yo llevaba unos bóxers azul marino, que ya se notaban bastante abultados por lo que iba a acontecer, y verle su carita roja como una amapola y los ojos abiertos como platos ayudaba bastante.

—Cielo, mientras te enseño cómo se hace el nudo, tendrás que portarte bien, ¿o no? —ella sólo pudo asentir.

Los nervios le impedían tomar iniciativa, así que suspiré y me bajé los bóxers un poco, liberando mi pene a poca distancia de su carita. Rápidamente (quizá por temor a que pudiera parecerme una «novata inexperta»; como si eso fuese algo malo…) extendió su mano y comenzó a subir y bajar con demasiada rapidez. Le agarré la mano, y le susurré «despacito» mientras le guiñaba el ojo. Entonces comencé a hacer el nudo de la corbata mientras le indicaba, pero la muy pilla no estaba echando mucha cuenta, sólo tenía ojos para mi polla, tiesa que estaba entre sus delicadas manos.

Notaba cómo tragaba saliva, e imaginé que tendría la boca seca y el corazón a mil. A mí me temblaban las manos también, la verdad, aunque yo ya había tenido experiencias con mi expareja (y que, por cierto, no tuve nervios). Por dentro estaba tranquilo, pero las manos me temblaban, y supongo que por eso la cosa de coger la corbata entre mis manos y distraerlas haciendo un nudo, mientras la tensión del ambiente se calmaba y ambos nos habituábamos a la situación.

Me agaché y le di un beso en los labios, largo y con lengua; pero ella seguía sin soltarme la polla. Reculé un poco hacia atrás, inclinado sobre ella para darle el beso, y liberando mi miembro de su mano.

—Oyeee… jooo —se quejó la pequeña comunista—. Dámela, joo…

Sólo quería picarla, tampoco iba a acabar esto en la crisis de los misiles, pues aunque no tenía intención de penetrarla (aún), sabía dónde iba a acabar el cohete.

—No sé, como sólo la tocas con la mano… igual es que no te gusta mucho —le sonreí pícaramente; ella, más roja que un tomate, entendió lo que insinuaba.

Me acerqué, volvió a cogerla con delicadeza, y acercó su boca para darle un lametazo… Después otro… luego otro… Y luego se la metió.

Joder, si es que se me pone dura sólo de recordar la escena… Con esa inocencia, mitad fingida mitad real. Con esa dulzura y delicadeza, de una persona que te quiere y te quiere sólo para ti. Con esa inexperiencia y primera vez que una polla cruzaba sus labios… Joder.

Cuando comenzó a aligerar el ritmo me daba con los dientes (con lo que duele), y ante mi gemido venía su disculpa. Además de ser algo normal para alguien profano, también pensé que era bastante lógico. Pues si bien de longitud mi herramienta es normal (no voy a ser como esos flipados que alimentan su ego fingiendo en los relatos tener un nabo de 20 tantos centímetros, que al final uno encuentra eso en cada relato como si fuera lo más normal del mundo… no me jodas; la mía medirá 16-17 cm o así, y punto, lo normal), de grosor, en cambio, sí es bastante gruesa. Así que yo le acariciaba y le decía que no pasaba nada; era tal como lo sentía. Aunque me rozara con los dientes la escena era tan erótica, sensual y amorosa… que casi me daba igual.

Seamos sinceros, ¿a qué hombre no nos gusta esa inexperiencia en una mujer? Yo al menos no me creo cada vez que algún tolai se alegra porque «era experimentada», «era como una batidora» y bla bla… Donde se ponga una mujer virgen, inexperta, ¡pero eso sí!, con ganas de aprender y experimentar… que se quiten todas las refolladas fiesteras de una noche. Que a los hombres nos gusta sentirnos especiales, que somos «EL macho», no «UN macho más». Cuanto más inexpertas, y con ganas de aprender, mejor; ya las enseñará uno.

Así que ahí me encontraba yo, de pie con los pantalones bajados, al borde de la cama donde estaba Sara, mi novia de 17 añitos, haciéndome su primera mamada (ahora sí, más despacio y con cuidado, utilizando la lengua cuando se la introducía). Y yo, con una mano en la cintura y la otra enjugándome la frente, comencé a meditar sobre lo comprensible que empezaba a ser que un hombre se inmolara a cambio de 72 mujeres vírgenes… cuando de repente con su mano cogió la mía, la colocó sobre su cabeza y comenzó a hacer fuerza… Indicando que quería que la empujara a comer más polla.

—Jodeeerr… —fue lo único que pude decir.

Y es que lo dicho, una chica inexperta, pero con muchas ganas de aprender, es un regalo de la diosa Venus.

No iba a correrme aunque siguiera así todo el rato (algún que otro roce de vez en cuando dolía), pero no pasaba nada. Se la saqué y comencé a pajearme delante de ella, mientras se pasaba la mano por la boca y miraba la polla de su novio, que se estaba comiendo, con ojos de hambrienta. Los hombres que hayáis tenido la suerte de desvirgar a una chica (y sentiros tan especiales), sabréis perfectamente de qué hablo cuando me refiero a esa mirada ante sus primeras experiencias con una polla. Esos ojos que te miran como embelesados, mientras les arde y les chorrea su virginal coñito y piensan: «Joder, qué bueno».

Aceleré el ritmo de la paja y cuando iba a correrme se lo dije. Supuse que, por su inexperiencia, se quedaría mirando con la mirada perdida mientras echaba lefazo tras lefazo… Pero no, para mi sorpresa, si bien el primer disparo se le escapó y fue a parar a su barbilla, luego acercó bien la boca y comenzó a llenarla con toda la leche, sin dejar escapar más. Luego, la muy guarra, tragó.

—Me la he tragado… —me decía con mirada de pilla y mostrándome la lengua.

—Joder, niña… buff —y me eché sobre la cama—. ¿Qué tal?

—Bien… rica… Sabe como a yogur natural —decía acurrucándose a mi lado.

—Jajaja… bueno, como es leche…

—Y tú… ¿qué…tal?

—Bien… bien…

—Digo… que… o sea, y qué tal… y eso.

—¿Eing? —andaba un poco perdido, pues acababa de hacerme una mamada mi novia, de 17 años; su primera mamada, y encima se había tragado mi leche. Supuse que se refería a «¿qué tal si ahora me lo comes tú?», pero no iban por ahí los tiros (y en cualquier caso, ahora iba a ponerme a ello).

—Que qué te ha parecido…

—¡Ah, joder!… Ven aquí, pequeñaja… Más que genial… ¡Ultra genial! Creo que las pruebas lo reflejan claramente —le dije sonriendo.

—Perdón por haberte dado con… —y la callé de un beso. Su boca aún sabía un poco a mí, pero bueno, no pensé en eso tampoco.

—Lo has hecho muy bien, cielo —recalqué el muy—. Me ha encantado, te lo aseguro… Además, lo de los dientes se arregla con el tiempo.

—Sí, a base de hacerlo más veces —me decía sonriendo.

—Eso es, habrá que repetirlo luego. Por ahora… —y comencé a meter mi mano por debajo de su pantalón y de sus bragas— ¡Joder!… Pero peque, ¿has visto cómo estás? —le solté con fingido tono recriminatorio. La niña tenía las bragas empapadas.

—Luego… me cambio…

—Ni se te ocurra —le susurraba al oído mientras jugaba con su clítoris y ella suspiraba fuera de lo común; primero despacito, arriba y abajo, luego en el sentido de las agujas del reloj—. Eres una guarrita, y has empapado las bragas, y no te doy permiso para que te las quites.

—Pero…

—Nada de peros. Hoy te quedas con las bragas empapadas puestas; que huelan bien a mi niña.

Y bajé por su vientre, pasando los dedos de mi otra mano por su camiseta. Me acomodé, y cuando mis manos llegaron a la cintura de su pantalón lo deslicé hacia abajo. Se lo saqué, y luego hice lo mismo con las bragas. De rayas rosas y blancas, aún lo recuerdo, por el olor a coño que tenían impregnadas y que me dediqué a degustar bien. Ella bajó una mano y empezó a acariciarse su monte de Venus, mientras introducía la otra en su camiseta, por debajo del sujetador.

—Joder, pequefresa, cómo huele a hembra… —y me lancé a lamer ese botoncito y a darle a mi niña su primera comida de coño.

Buena forma de dar una bienvenida, supongo.

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