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Cinco animadoras para un mal partido _ cap. 4

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----- CAPÍTULO 4 -----

 

Los días pasaron, y todo iba normal, como si nada con Marta hubiera sucedido. Alguna vez había visto a Ana pasearse en bikini por la terraza (imagino que tomando el sol), poco más. Las mañanas las pasaba durmiendo o haciendo ejercicio, y las tardes que no pasaba con Sara lo hacía con las chicas en el sofá viendo la tele.

 

La rubita también se había ido de la residencia al comienzo de verano, pero con la habitación guardada hasta mediados, y ya había vuelto. Ioana solía ir de vez en cuando a la biblioteca, y como la pobre Marta le tocaba currar, la mayoría de las tardes que estábamos solos nos quedábamos Gloria, Mari y yo viendo la tele en el sofá comiendo algún helado, conociéndonos. Incluso nos enganchó la friki de Gloria a una serie de anime, la cual se descargaba y con el pendrive la veíamos los tres en el televisor enfrente del sofá, sobre la pared del pasillo. Si bien, ella aclaraba que más que «friki» era «otaku» (al parecer, amante de los animes y esas cosas), a mí me bastaba con pensar a modo de coña: «Bueno, con que no se contagie…»

 

Una tarde subía por las escaleras a la 2º planta a ver si comía por fin algo, tras haber estado en el gimnasio desde que me levanté, como a la una y algo del medio día, y haberme dado un baño relajante. Eran cerca de las seis de la tarde, y ese día Sara seguía con sus padres, pero regresaría pronto de vuelta a la residencia (quizá ese día, o en los dos próximos).

Total, que subí a la 2º planta y me estaba preparando un sándwich cuando mirando perdidamente a través de la puerta de cristal que conectaba la cocina con la mini terraza vi en ella dos chavalas con las tetas al aire, aprovechando el solano del verano.

—¡Hola! —me soltó una voz desde lo alto, que casi se me cae el bocadillo del susto. Era Gloria, asomada por la escalera, y se dirigía hacia abajo—. El microondas de arriba está escacharrado… ¿te importa si…?

—Lo siento joven pádawan, pero me temo que ni usando la Fuerza lograría arreglarlo.

—No hombre —decía la cordobesa riéndose mientras bajaba, sujetando una taza con cuidado—. Si puedo usar el tuyo.

—¡Ah, coño! Joer, claro. No es el mío. Bueno, sí… pero quiero decir, que no es sólo mío, es de todos. Todo lo que está en las tres plantas es de uso común, salvo las habitaciones, y la respectiva balda del frigorífico —sonreí masticando.

 

Al pasar a la cocina miró por la puerta de cristal y también vio a las otras dos de las tumbonas. No me había fijado mucho, pero sí lo bastante para no verlas muy morenitas, por lo que Ioana no era una de ellas; y puesto que Gloria estaba calentándose un colacao, nos quedaban a la gallega y la Arisca. Al darse cuenta Gloria de que estaban con las tetas al aire me dirigió una mirada de sorpresa como quien no quiere la cosa, y se rió.

Yo me limité a sonreír mientras seguía almor-merendando, sin caer en la cuenta de que su expresión indicaba lo que a continuación presuponía:

 

—Con razón estás tú aquí tan calladito comiendo en la cocina.

—¿Eh…? ¿Qué? No, ¡no! Sólo vine a comer y esto ya estaba así…

—Sí, sí… pillín…

—En serio, ¡lo juro! ¡Soy inocente! Socoorrooo… —comencé a hacer el idiota, como suelo hacer, gimoteando de cachondeo con la boca entreabierta mientras Gloria se reía.

 

—Hola, ¿qué hacéis? —era Mari, que venía desde su habitación. Ya se iban conociendo todas, y Gloria y Ioana eran muy sociables, así que la convivencia era genial; como una gran familia.

—Nada… aquí, merendando —sentencié.

 

Mari no pudo evitar ver también algo fuera de lo común a través de la puerta transparente. Gloria le dirigió una mirada cómplice de cachondeo.

 

—Ya, claro… —dijo Mari con sorna—. Como venga Sara… —decía, camino del servicio mientras se reía.

 

—Sara y tú… estáis juntos, ¿no? —me preguntó la pequeña amiga de los animes. Claro, ella se había incorporado cuando Sara no estaba «fija» aquí cada día, y como cada vez que veníamos íbamos directos a mi cuarto, poco se hubiese imaginado Gloria.

—Sí. ¿Ves? Por eso soy inocente, ¡tengo novia!

—Ya bueno, pero también tienes ojos —decía señalando con la mirada a la terraza y soplando su colacao.

—Sí, pero sólo para mi capullito de alelí —contesté poniendo cara de galán cómico y haciendo gestos.

—Sí, pero viviendo con tantas tías normal que se te vayan los ojos. Y tu novia ¿qué dice?

—Nada —mentí un poco, sobre los celos de mi chica—. Si ella también vive aquí, lo que pasa que ahora está en su casa y eso… Pero en poco volverá para el curso.

—Aaam… ¿Cuántos años os lleváis?

—Ehh… seis —respondí con algo de apuro.

—Bueno, tampoco es tanto. Una amiga mía estaba con uno de veintiocho, le sacaba once años.

—Joder, mucho.

—Sip —decía mientras se tomaba el colacao, y yo me quedaba embobado mirando hacia sus tetas. En realidad no estaba pensando en ellas, sólo en si sería bueno que Sara me fuese presentando a sus padres y tal y decir la verdad; pero con la mirada perdida a esa altura, parecía que le estuviera mirando las tetas a Gloria.

 

No es que tuviera escote (por casa solía vestir con alguna camiseta negra de esas de grupos de música, como las que también usaba Sara, o de animes y cosas de esas), pero se notaba la camiseta bastante abultada.

 

—Las de allí se ven mejor.

—¿Eh?

 

Y me apuntó con la mirada a la terraza.

 

—Que digo que las de allí, se ven mejor —y dio unos pequeños botes señalándose a los pechos y riendo.

—¿Qué? Hostias, no, perdona, se me va la cabeza.

—Ya te veo…

—No, no, o sea… aix.

 

Había sido sin querer, pero vamos se lo tomó a risa, y al poco apareció Mari y vino a sentarse al sofá, y Gloria y yo hicimos lo mismo. Entonces sí pensé en las tetas de Gloria. No las habría visto bien, pero se notaban que eran bastante grandes. La chica estaba delgadita, pero se intuían buenos melonacos. Mi disertación vino apoyada cuando las dos seminudistas aparecieron (con el bikini puesto, eso sí) y se sentaron con nosotros. Pude fijarme que, si bien Marta tenía más tetas que Ana, ambas eran superadas por Gloria. Es más, me atrevería a decir que era la más tetona; o tal vez superada por Mari, que también se gastaba una buena delantera.

Pero desde luego me atrevería a decir que, si bien cada una tenía su puntito, Gloria llamaba mucho la atención en el «radar calenturiento» de un hombre, y que ella era consciente de ello; incluso por encima de la belleza del este de Ioana. Y no porque Gloria vistiese enseñando cacho en todo momento, sino… por sí misma. Es difícil de explicar: sus gestos, sus movimientos, siempre con la soltura e inocencia fingida de una «niña mala» más lista de lo que parece; y cómo no, el verla con sus gafitas y esas coletas… antes cuando se había puesto a dar saltitos con sus tetas bamboleándose bajo su camiseta… buf.

 

Ana se cogió un helado de la nevera, y se sentaron en los pufs cúbicos a los lados del sofá.

 

—¿Qué hacéis? —preguntó Marta mientras se sentaba y cogía el mando de la tele.

—Nada, aquí tomando un colacao —dijo Gloria.

—¿Un colacao?

—Sip, calentito.

—¿Caliente encima? Joder tía, para eso te tomas un batido de chocolate, y del congelador al ser posible.

—¡Está rico! —sentenció la otaku relamiéndose.

—Además, no hay batidos en el congelador —dije yo, haciendo un gesto con la cabeza hacia Marta, sentada en el puf a mi derecha, a ver si con suerte veía bien ese canalillo y hacía más comprobaciones («todo científico que se precie está siempre recabando información sobre las cuestiones del universo», me diría una vez Gloria). ¿Y qué mayor cuestión universal que estudiar la masa de los cuerpos celestiales y la gravedad que estos ejercían sobre mi cohete?

 

La falta de Sara me afectaba. Nunca le sería infiel, pero como siempre estoy con el cachondeo y tal, el no tenerla por casa, a ella y a su mirada vigilante, hacía que me preguntara acerca de cuestiones melonares sobre las féminas que residían bajo mi techo; aunque sólo por mera curiosidad.

 

—Cambia tía, que ahí sólo hay idioteces —le decía Ana a Marta, que acababa de poner TeleCirco.

—Toma, pon tú. Si total, a esta hora no hay nada que merezca la pena.

—¿Y Ioana? —preguntó Mari.

—Estará arriba —comentó la gallega.

—Arriba —dijo casi al unísono Gloria, dando un sorbo de su taza.

 

Entonces escuché la puerta. Ana cogió el mando y bajó un poco el volumen de la tele, y yo me quedé pensando en que tenía que ser Sara, y lo «divertido» que podría ser que apareciese y me viera rodeado de tantas féminas, apretaditos en el poco espacio, y dos de ellas en bikini… mientras yo ponía cara de millonario playboy. Seguro que se pondría furiosa —por dentro— y se iría a su cuarto al verme. Luego me echaría la bronca, y ambos sabíamos cómo acabaría eso… Con mis dedos en su coñito mientras le susurro que yo ya tengo dueña.

Pero no caí en una cosa… ¿Y si venía con su madre? Quien solía traerla o recogerla cuando se llevaba las cosas. ¡¿Qué pensaría mi ajena suegra si me encontrara en aquella situación apretado entre tanto tetamen?!

De golpe me levanté, mientras oía pasos acercarse por el pasillo. La idea era escabullirme a la terraza y poner la excusa de que estaba ahí tomando el malsano sol de Madrid o el infecto aire de la gran ciudad. Pero las prisas no son buenas, y me di con la mesita al levantarme y me caí de bruces. Casi le tiro el colacao a Gloria, menos mal que justo lo acababa de levantar de la mesa para beber.

Entonces apareció Ioana.

 

—Estooo… hola —dijo con su característico acento.

 

Yo, con cara de póquer y medio atolondrado, tirado en el suelo y mientras me sujetaba Marta —en bikini—, sólo atiné a poner cara de imbécil y soltar un leve: «Hola».

 

—Qué bien acompaniado —decía mirándome mientras se reía.

—Pensábamos que estabas arriba —le dijo Ana.

—Salí hacer unas fotocopias. ¿Qué veis?

—Nada —dijo Marta—. Si no hay nada que ver en la tele.

 

Ana se echó a un lado para que Ioana pasara y pudiera subir escaleras arriba. Mientras, yo tirado en el suelo, hacía por resistirme mentalmente a que Marta me ayudara a levantarme… pues podía ver la delgada y pequeña figura de la rumana subir las escaleras, con su larga melena que casi le llegaba a la cintura. Como llevaba falda esperaba ver algo con el bamboleo de su culito al ir subiendo escalón tras escalón, pero en verdad desde donde estaba poco y nada iba a ver.

Entonces volví a escuchar la puerta, y esta vez sí que sí tendría que ser Sarita. Así que, ya de pie, rápidamente me metí en mi cuarto, mientras escuchaba a Gloria decir con tono de broma «¡corre, corre!» y las demás se reían.

 

Sara venía sola. Saludó y echó un vistazo rápido.

 

—Y este, ¿dónde está? —preguntó en general, pero dirigiéndose a Mari.

—En su cuarto —respondieron ella y Ana.

—Lleva toda la tarde ahí —dijo Gloria, la muy pilla…

—Bueno, yo voy a hacer bicicleta —decía Marta, refiriéndose a la estática de la planta de abajo—, ¿alguna se apunta? —sólo sonidos de negación.

 

Sara llamó a mi puerta, le dije que pasara, y yo mientras tenía un libro entre las manos. Le había dado a encender el ordenador, pero aún no había llegado al Windows cuando entró. Una imagen un poco rara, lo sé.

 

—¿Qué haces? —me dijo algo sosita.

—Nada, aquí, leyendo.

—¿Con el ordenador encendido?

—Sí, es que… estaba leyendo, y digo voy a encender el ordenador y me pongo un rato a escribir.

        —Ahm… —se sentó muy seca en la cama. No caía, pero no me había dado un beso (como hacía siempre que nos veíamos). Entonces me retiré de la silla y me fui a su lado.

 

—¡Eyy! ¿Cómo está mi pequeña rockera? Dame un beziiiito —dije poniendo morros y cara de bobo.

 

Me lo dio, o más bien se dejó besar.

 

—Pues sí tienes tema para escribir, con todas esas ahí —dijo con un leve pero denotado mosqueo.

—¿Cómo?

—¿Pues no que están ahí sentadas en bikini? —me dijo algo indignada.

 

En ese momento fue como si se parase el tiempo y por mi mente pasaron diversas respuestas, a cada cual más equívoca. Lo primero que pensé en decir, para que no se sintiera algo escandalizara por que Marta y Ana estuviesen en bikini en la casa, era que se debía a que habían estado haciendo topless en la terraza… Pero mi astuto cerebro pudo detener a mi boca de memo antes de abrirse.

Luego pensé en decir «no sé, llevo todo el día aquí encerrado», pero claro… ¿y si alguna de las chicas le había dicho de cachondeo que su novio se acaba de meter corriendo en la habitación? Cogería mi mentira y sería peor. Pensé entonces en soltar algo como «se estarían dando un baño», pero joder… menuda estupidez. ¿En qué piscina? Sólo tenemos tres duchas, y la bañera de abajo… ¿pa' qué coño iban a ponerse bikini?

Así que finalmente mi mente recurrió a la clásica —pero a veces efectiva— respuesta del:

 

—¿En serio?


Y traté de poner un pelín de cara como de novio escandalizado, y esperar a ver qué decía la novia.

 

—Sí.

—¿Quiénes?

—Marta y Ana.

—Bueno, no sé, hace calor… —ya empezaba mi boca a saltarse el cortafuegos de mi cerebro.

—¿Y? Pues que se metan una Coca-Cola fría en el coño, no te digo.

—Anda, ven aquí —y me tumbé, y la atraje hacia mí, sobre la cama—. Si sabes que aunque vengan todos los ángeles de Victoria's Secret en bikini, tú seguirías poniéndome más aunque llevaras anorak.

—Calla, bobo… —y la noté algo apenada.

 

Era algo que me dolía, pues imaginé que su tribulación tenía que ver con el pechamen mostrado tan ligeramente por las otras. Y es que mi peque estaba algo acomplejada con el tamaño de sus tetas, y pensaba que yo la alababa por complacerla. Si bien en parte era así, también es cierto que tenía unas peras generosas, gracias como ya dije a que destacaban en su pequeña figura.

 

—Ahí con las tetas, mostrando carne, ¿para qué? Y más ellas, que saben que eres mío —continuó, con la mirada un poco tristona.

—Pues claro. Y saben que prefiero más estas —dije cogiendo uno de sus pechos, por debajo de la camiseta—, que todas esas juntas.

 

Le levanté la camiseta, y ahí sobre la cama comencé a chuparle los pezones.

 

—El nene quiere teta —le dije mientras le succionaba un pezón y le acariciaba con la otra mano el otro.

 

La muy picarona me había confesado tiempo atrás que le ponía «darme el pecho», como si fuera su niño de teta. Si bien he de decir que el hecho de chupar la leche de los pechos de una mujer debe ser algo bastante erótico, nunca había pensado en el acto en sí de chuparle las tetas como si fuera un niño chico. Ni mucho menos había conocido a una chavala que me lo reconociera (y menos una joven de 18 añitos, tirando para 19, tan pequeñita y calenturienta).

 

—Eso… chupa nene… Ahora la otra —me decía con su tierna voz, ya más sosegada; y yo, obediente que soy, me iba cambiando.

 

Me encantaba jalar con mis labios de esos pezoncitos rosados, succionándolos como si buscase que mi niña me diera su leche. Le acariciaba las rosadas areolas en círculos mientras yo seguía a lo mío y ella se relamía de gusto y se frotaba el clítoris. De vez en cuando yo le cogía el dedo y lo atraía hacia mis labios, para saborear sus jugos.

Al poco se le ocurrió algo a la muy mala. Se desvistió por completo, me hizo quitar los pantalones con prisa, me pegó unos lametones en la polla (que no hubieran hecho mucha falta, pues ya estaba despierta), me lanzó un preservativo del cajón y dándome la espalda se fue hacia la puerta, apoyándose en ella, poniéndose en pompa y dándose un cachete en el culo me soltó:

 

—Vamos, que este chocho es tuyo.

 

Me levanté como un puto gorila en celo y se la metí de golpe. La cogí por las caderas y comencé a apretar el ritmo.

 

—Joder, qué mojada estás.

—Claro… para mi niño… así me lo pones… ¡Ah!...

 

La muy cabrona comenzó a gemir pero levantando la voz. Gemía de gusto, sí, pero levantando el volumen.

 

—So guarra, que nos van a oír.

—Eso… es lo que quiero… Que se enteren esas zorras… que eres mío… ah… ah… sólo mío. Dame….da…meee…

 

Y tenía razón, en lo de que era suyo y en que nos iban a oír si seguían ahí en el minisalón, porque aunque las paredes estuvieran insonorizadas, el volumen de los ruidos disminuía bastante, sí, pero no desaparecía del todo (y menos estando en la puerta). Así que los grititos de mi niña llegarían a oírse al otro lado. Al menos lo bastante como para que tuvieran que subir un poco el volumen de la tele si no querían oír a Sara disfrutar.

Había convertido a mi joven novia en una completa guarrilla… ¡y cómo me gustaba! Aunque bueno, en mi defensa decir que si bien éramos muy decentes, como ya he dicho varias veces ambos éramos muy ardientes; vamos, que ella la leña la traía de fábrica, yo sólo serví de yesca.

 

Estaba a punto de correrme, follando a lo bestia a esta pillina, mientras la puerta retumbaba con las embestidas, cuando me lamenté no poder llenarla de leche. Es de las cosas que más me pone, llenar un coñito que sé que es mío y sólo para mí, de mi leche. Pero claro, la niña no tenía ningún desajuste con la regla, y si empezaba a tomar la píldora y los padres lo descubrían... tardarían poco en sacarla de aquí. Así que exploté llenando el condón mientras le mordía el cuello y le agarraba las tetas.

Casi se diría que ella había disfrutado más que yo, porque del orgasmo que tuvo se fue viniendo abajo y quedó de rodillas. Yo me limité a abrazarla, arrodillándome, mientras buscaba aire para respirar.

 

Pero la sorpresa no había terminado. Se dio la vuelta, me puso de pie, y me quitó el condón. Lo que no esperaba era que, mirándome y poniendo cara entre avergonzada y pidiendo permiso, lo puso sobre su boca esperando recibir la leche, que no era poca, y tras degustarla (mientras yo disfrutaba del placer de verla) me enseñó la lengua completamente limpia.

No era la primera vez que se tragaba mi leche, lo hizo así desde el primer día. Pero sí la primera que tras correrme en el condón quedaba tan cachonda como para tomarse la leche de él.

 

Luego me confesó que lo había pensado hace mucho, cuando le dije que le daría de comer «el primer y el segundo plato, y de postre leche», y que tras correrme aquella vez, en el condón, imaginó en hacerlo. Pero le daba mucho apuro, y era comprensible… Llevábamos poco (hablando de «activos sexualmente»), y temía espantarme o algo así.

Yo ya le había dicho que tranquila, nada que pudiera hacer me iba a espantar, que todo era cuestión de hablarlo, y que lo mejor era eso, decir lo que nos ponía y tratar de agradar al otro. Además, con lo cachondo que soy yo… no sólo no me había espantado, sino que me había puesto como una moto.

Así que pensé en dejar que me lamiera la polla un rato, en la cama. Pero no. Conforme acabó todo se vistió rápido, con intención de salir, como hembra rampante que se pavonea, como amazona guerrera a mostrar la piel de su presa.

 

—Tengo que ordenar las cosas, ¿me ayudas?

—Claro, ahora voy… —dije mientras me acomodaba en mi camita, y secaba con un pañuelo el sudor de mi frente.

 

Sara salió por la puerta, pero como mi habitación no queda enfrente del minisalón, sino del espacio entre la cocina y el servicio, fue a pasarse por la cocina, como pretendiendo que todas la vieran claramente. Como marcando su territorio con el olor a su macho. Se sirvió un vaso de agua del grifo. Todo era una pantomima, y se notaba, pero salió como ella quiso. Gloria, Mari y Ana (en bikini) con cara de póquer y cuchicheando entre sí cuando mi chica se metió a su cuarto.

 

Mari tenía ahora un helado entre las manos, y Ana el mismo de antes o tal vez otro. Gloria se me quedó mirando aguantando una risa con cara de sorpresa cuando me vio salir. Yo, como gallo desplumado, hice por no mirar hacia ellas y aprovechando que no se me veía mucho la expresión desde donde ellas estaban, me dirigí hacia el baño a mear y lavarme la cara, para luego ir con Sara.

 

Mi dueña había vuelto al hogar, que no había sido el mismo sin ella; lo que significaba que volvería a dormir abrazada a mí.

(9,29)