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Arrepentidos los quiere Dios. Capítulo 2º

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Capítulo 2

 

Año 1958

 

Vivía en un pueblecito muy pequeño llamado Los Alcores; y en esa hora tonta que dicen tenemos las mujeres, un viajante de alpargatas muy guapo él, me hizo una tripa cuando tenía diecisiete años.

Mi padre y mis dos hermanos me echaron de casa por considerar que era la deshonra de la familia. Mi pobre madre nada pudo hacer, salvo llorar y rezar todos los días. Y fui estigmatizada por el alcalde, como una maldición para el pueblo.

Con mi barriga, una falda, un jersey, un sujetador y dos bragas, y sin apenas recursos económicos, abandoné el pueblo y me vine a la capital a buscarme la vida; pero lo que encontré fue mucha hambre y piojos.

Gracias a don Celestino, el párroco del pueblo, me aceptaron en una casa de beneficencia para chicas descarriadas.

A las dieciséis semanas de embarazo, aborté de una forma natural, ya que si quería tener a esa criatura.

No sé cómo me sobrevino, porque no me dieron explicaciones, sólo escuché decir que estaba muy débil y con anemia, y que el feto no había podido seguir el proceso de gestación debido a la falta de los elementos necesarios para la culminación de la vida.

Superado el trauma que me supuso el aborto, y rebasado el tiempo máximo que podía permanecer en la casa de acogida, me pude colocar de mujer de la limpieza en una de las casas de citas más famosa del lugar. Ya había cumplido los dieciocho años.

Aquí empezó mi vida a resurgir; pues aunque durante seis meses, me hinché a limpiar todos "los restos del amor pagado" que dejaban aquellos señores de porte tan distinguido. Allí mismo aprendí más de la vida en esos ciento ochenta días, que el resto de la misma intentando ser una mujer honesta y honrada, de la manera que mandaba la Santa Madre Iglesia.

Un día después de comer me dijo doña Patrocinio, la dueña de la casa:

-Manolita, ¿Sabes que los clientes se fijan más en ti que en mis niñas?

Efectivamente, así era. Muchas veces tuve que parar los pies a más de uno de aquellos señores haciéndome la tonta. La verdad que tenía 18 años esplendorosos, pero a todos decíamos que tenía veintiuno, ya que al ser menor no podía ejercer la prostitución.

 El comisario Fernando Lopetegui era amigo íntimo de doña Patrocinio; y cómo se acostaba gratis con todas las niñas, hacía "la vista gorda". Por eso me adelanté a ejercer "el oficio".

-Ya me he dado cuenta; pero mire usted, yo no sé si serviré para esto.

-Ven conmigo, verás de que manera vas a sorprenderte. Me dijo a la vez que me tomaba de la mano y me llevaba a su habitación; en donde el lujo, el boato y el buen gusto se manifestaba por las cuatro paredes y en el techo.

-¿Te gusta lo que ves?

-¡Jolín! Claro que me gusta, esto no lo tienen ni las señoras más ricas de mi pueblo.

-Es que las señoras decentes no pueden tener estos lujos

-¿Y por qué no? Pregunté con ingenuidad manifiesta.

-Porque las señoras decentes dependen de sus maridos; y éstos, las tienen como siervas, no como amantes. Y las esposas no necesitan estas clases de atenciones, es un pecado; pero para las queridas no, porque como ya están condenadas a ir al Infierno, en la Tierra pueden hacer lo que quieran.

No podía entender sus razonamientos, pero lo que observaba a mi alrededor no era un sueño, era una realidad palpable. Abrió un armario y quedé alucinada de la cantidad de vestidos a cual más bonitos que contenía.

-Te voy a transformar para que compruebes lo preciosa que eres. Después de manipular mi rostro y mi cuerpo durante un buen rato, dijo:

-Mírate en el espejo.

No quedé alucinada, quedé totalmente deslumbrada; en unos minutos me había convertido en una princesa.

Me desprendió de mis viejas y vetustas ropas; dio libertad a mi pelo del color del oro dejando que transitara hasta más allá de mis hombros, pues estaba preso en una especie de moño que parecía más bien un repollo.

Dio una sombra profunda y misteriosa a mis ojos, y emitió luz a mis labios; labios sensuales que invitaban perennemente a ser besados. (Eso era lo que me decía aquel viajante que me dejó preñada)

Mí cuerpo de un metro setenta centímetros, adquirió unas dimensiones desconocidas dentro de aquel vestido que doña Patrocinio había estimado el ideal para que se luciera en mí anatomía. Parecía una diosa salida del Olimpo.

Odiaba a mis caderas y mi trasero porque me parecían demasiado anchos, y mi pecho también me parecía desproporcionado, pero ¡Oh! milagros de la plástica: fui ubicada por doña Patrocinio en mi verdadero espacio...

...Y aquella burda y paleta niña de pueblo, se había convertido en una mujer capaz de poner a sus pies a todos los hombres...

Por mi mente pasaron fugazmente las imágenes que me hicieron tan desgraciada: el pueblo, mi familia, la casa de acogida, el hambre, los piojos, y el aborto. Y supe al instante que mi vida había cambiado radicalmente.

Doña Patrocinio miraba con delectación la obra de arte que acaba de crear conmigo; y al ver la expresión agridulce de mi rostro, supo que aquella Manolita que limpiaba "su Casa", se iba a convertir en una princesa al alcance de muy pocos. Sólo pude abrazarme a ella y darle las gracias.

-¿Te atreves a salir al salón así? Me dijo muy convencida. Dentro de poco empezarán a llegar los clientes, te aseguro que todos cuando te vean se van a poner a tus plantas para solicitar tus favores.

-Una pregunta ¿Cuánto ganan sus chicas?

-En un mes, más que tú en un año limpiando la basura que dejan esos que te van a admirar igual que se admira a una diosa en cuanto te desnudes delante de ellos, porque tu cuerpo Manolita es igual que el de una deidad.

Quedé perpleja, y al recordar todas las vicisitudes que me trajo aquella hora tonta, y me dije: acordándome de Vivien Leigh en la película: "Lo que el viento se llevó".

 

 

“A Dios pongo por testigo, que si por mi vulva dejé de ser una mujer honrada; por mi vulva seré reivindicada"

 

Continuará. 

 

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