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¡Qué calor!

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Habían dado miles de paseos antes, pero el que dieron aquella tarde de mediados de verano tardarían mucho en olvidarlo.

Aquel día había sido uno de los más calurosos del año, lo que les había obligado a permanecer recluidos en su casa, y a no salir a la calle excepto para lo meramente indispensable. Así que, cuando el termómetro descendió hasta una temperatura más tolerable, no se lo pensaron dos veces. Saldrían a dar uno de aquellos paseos que tanto les gustaba dar. Irían al centro y se comprarían sendos helados en su heladería favorita, para comérselos poco a poco por las frescas calles del centro de la ciudad, mientras charlaban y reían, jugueteaban y se metían mano disimuladamente entre la multitud.

Pero esta vez, él quería que el paseo de aquel día fuese un pelín diferente a los demás. Mientras se estaban vistiendo para salir, aprovechó un despiste por parte de la chica para abrazarla por detrás y empezar a sobarle las tetas y a frotarle la polla por el culo. El chico llevaba una temporada que, cada vez que veía la más mínima porción de piel de la chica al descubierto, sentía la imperiosa necesidad de tirarla encima de la cama y follársela. Y para colmo de males, debido al sol, la chica lucía un suave bronceado que la hacía aun más atractiva, lo que hacía que, en aquella ocasión, aquella necesidad fuese aun mayor.

La chica se sorprendió al notar el bulto de los calzoncillos del chico en su culo y las manos de él en sus tetas, pero soltó una risita pícara y se dejo querer, ladeando ligeramente la cabeza para exponer su cuello y sus hombros a los besos y mordisquitos del chico. A ella le encantaban aquellos ataques por sorpresa, por lo que pronto empezó a gemir y a suspirar. Ella comenzó a su vez a acariciarle el pelo al chico mientras él seguía frotándole el culo con una polla que cada vez estaba más dura y le metía una mano en la copa del sujetador para empezar a juguetear con los pezones de la chica, que suspiraba y jadeaba cada vez con más fuerza.

Llegó incluso un momento en el que se puso tan cachonda, que empezó a mover el culo para frotarse ella también contra la polla del chico, y sentir cómo se le metía incluso entre las nalgas por el movimiento, a pesar de que ambos tenían puesta todavía la ropa interior. Esto hizo que el chico, sin dejar de juguetear con los pezones de la chica con una de sus manos, empezase a bajar la otra a través de su abdomen en dirección a las braguitas de la chica.

Cuando llegó a ellas, el chico comenzó a acariciarle el coño a la chica por encima de las mismas, lo que hizo que la chica diera un pequeño respingo seguido de un suave gemido. El chico notó cómo los flujos de la chica habían empezado a empapar ligeramente la tela de las braguitas, lo cual hizo que estuviese a punto de tirarla encima de la cama y empezar a comerle el coño. Pero quería dar ese paseo, y quería que éste fuese especial, así que respiró hondo y se controló un poco.

Tras acariciarle un poco el coño por encima de la tela, el chico decidió meter la mano en las braguitas y cogerle el coño directamente. Se sorprendió gratamente al notar lo húmeda que estaba ya la chica, pero necesitaba que lo estuviese un poco más para hacer lo que tenía en mente, así que empezó a pasar un dedo entre los labios de la chica para abrirle el coño y, acto seguido, empezar a hacerle un dedo.

Él movía los dedos adelante y atrás, a lo largo de los labios del coño de la chica, metiéndoselos de vez en cuando en su húmedo y caliente interior. Empezaba siempre rodeándole el clítoris, para terminar metiéndole un dedo en el coño tras acariciarle los labios en el proceso. Y cada vez, el chico notaba cómo los flujos de la chica le empapaban más y más la mano con la que le estaba masturbando.

A estas alturas, la chica gemía y suspiraba de placer, hasta tal punto, que inconscientemente había dejado de acariciarle el pelo al chico y había empezado a darle ligeros tironcitos. El chico le estaba haciendo un dedo mientras le comía el cuello y los hombros, y le frotaba la polla contra el culo, que a esas alturas, ella notaba tan dura y tan caliente aun a pesar de la tela.

En esos momentos, y cuando la chica pensaba que se iba a correr de pie, el chico dejó de hacer todo lo que estaba haciendo. Ella soltó un gruñido impaciente de protesta, pero él le dio la vuelta y la miró con aquella de malo de película que a ella tanto le excitaba. Antes de que pudiese hacer o decir nada, el chico le ordenó que se tumbara en la cama y siguiese pajeándose ella misma durante un rato. Ella obedeció sumisa y, mientras se tumbaba en la cama y comenzaba a pajearse haciendo círculos sobre su clítoris y metiéndose un dedo en el coño de vez en cuando, observaba intrigada cómo el chico sacaba algo de una bolsa que no había visto antes. Él sacó algo de la bolsa y ella se rió ligeramente al ver un huevo vibrador en las manos del chico. Él se acercó entonces a la cama y, tras quitarle las braguitas del todo a la chica, puso el huevo en funcionamiento y comenzó a pasárselo por el coño para que quedara bien empapado con sus flujos.

A estas alturas, ella estaba tan mojada que al chico no le hizo falta lubricante para meterle el huevo en el coño. Una vez se lo hubo metido, el chico comenzó a encender y a apagar el vibrador como simulando pequeñas descargas eléctricas. La chica estaba tan mojada y tan cachonda, que al chico casi le daba pena lo que iba a hacer, pero se obligó a hacerlo porque sabía que, si lo hacía, el placer que estaba sintiendo la chica se multiplicaría hasta el infinito.

Así que, con una orden firme acompañada de una mirada que no admitía discusión, el chico le ordenó a la chica que volviera a ponerse las bragas y que se pusiera falda para dar el paseo. La chica quiso protestar, pero él le dio una sacudida con el vibrador que hizo que se callara y comenzase a gemir. Muy a su pesar, ella aceptó, y cuando fue a sacarse el huevo del coño, el chico se lo impidió.

-¿Quién te ha dicho que puedes sacarte el huevo? - Le dijo él.

La chica se quedó mirando al chico sorprendida, con la boca medio abierta, dispuesta a decir algo pero sin saber qué decir. El chico cortó toda discusión dándole un beso en la boca con muchísima pasión, y comenzó a vestirse para dar el paseo, para lo que se puso unos pantalones anchos con el fin de disimular su erección.

Cuando estuvieron listos, el chico se metió el mando a distancia del huevo en el bolsillo y salieron a la calle. La chica, que había recuperado un poco la compostura, empezó a ponerse cachonda de nuevo al notar el huevo en su coño con cada paso que daba. Además, el chico aprovechaba para darle pequeñas descarga cada vez que tenían que pararse en un semáforo o tenían que esperar a que pasara un coche para poder cruzar la calle, lo que hacía que la chica estuviese cada vez más empapada. Llevar el huevo metido en el coño en medio de la calle, el no saber cuándo el chico le iba a dar una sacudida y recibirlas cuando menos se lo esperaba la excitaban más de lo que se había podido imaginar.

Pero lo peor fue cuando, a mitad de paseo, se encontraron con otra pareja de conocidos. Para no ser unos desconsiderados ni unos maleducados, se pararon a hablar con ellos, lo que el chico aprovechó para darle a la chica más y mayores sacudidas. La chica estaba tan cachonda que tenía las bragas totalmente empapadas, e incluso notaba cómo un hilillo de flujo había empezado a correr por su pierna. Lo único que deseaba era llegar a su casa cuanto antes y tirarse al chico de una vez, que le metiera la polla hasta el fondo y que la penetrara con todas sus fuerzas aunque, por otro lado, reconocía lo excitada que estaba debido a la situación. La chica se estaba poniendo tan cachonda a cada momento que pasaba, con cada sacudida que le daba el chico, que estaba incluso a punto de correrse. Tuvo que poner todos sus sentidos al máximo para no comenzar a gemir en mitad de la calle, aunque eso no evitaba que cada vez respirase con más fuerza y que empezase a sudar cada vez más. Tanto placer la estaba matando, y ella tenía que aguantar a aquellos dos pesados mientras el chico no paraba de hablar ni de darle sacudidas disimuladamente con el mando en el bolsillo.

-Oye, ¿Estás bien? - Le preguntó la novia del otro chico, al ver que ella respiraba cada vez con más fuerza y la cara se le cubría de un intenso rubor.

-Sí, sí – Se apresuró a contestar él.- Lo que pasa es que, con este calor... ya sabes. En fin, nos vamos a tomar un helado.

Cuando se despidieron, la chica se agarró a la camiseta del hombro para no caerse. Se estaba corriendo en mitad de la calle, por lo que se abrazó al chico para disimular el orgasmo. El chico la abrazó con fuerza mientras notaba cómo se estremecía la chica con cada uno de los espasmos del orgasmo que estaba teniendo.

Cuando se tranquilizó, ella le dio una suave palmada en la cara a modo de protesta. El chico le sonrió alegremente. Le encantaba la cara que ponía la chica cuando se corría, y hacer que esta se corriese en mitad de la calle había sido toda una novedad. Una novedad que, dicho sea de paso, le había excitado como nunca, por lo que se alegraba de haberse puesto aquellos pantalones anchos.

Los dos siguieron aun un rato más abrazados, hasta que ella le pidió ir a una cafetería para poder quitarse el huevo. No obstante, eso no entraba dentro de los planes del chico, por lo que siguieron con el paseo. La chica protestaba ligeramente, ya que, por otro lado, la actitud del chico la sorprendía al tiempo que la excitaba.

Pero él también quería su parte de diversión, por lo que, a pesar de todo, acabaron entrando en una cafetería. Fueron hasta una mesa y, cuando se hubieron sentado, el chico aprovechó para volver a encender el huevo por sorpresa. Pero la sorpresa fue mayor de lo esperada, ya que, cuando lo encendió, se escuchó perfectamente el sonido de la vibración, al estar tan cerca el huevo de la madera del asiento. El chico, realmente sorprendido, carraspeó ligeramente y sacó su teléfono móvil, haciendo como si estuviese leyendo un mensaje que le acabaran de enviar. Mientras tanto. Él miraba de reojo a la chica, la cual se había puesto roja como un tomate al escuchar el sonido, lo que hizo que él estuviese a punto de echarse a reír.

Pero él no había ido a aquella cafetería a reír, sino a follar. Cuando hubieron pedido, ella pidió permiso una vez más para quitarse el huevo, y él, esta vez, aceptó. Ella se levantó, con el paso algo tembloroso, y se dirigió al cuarto de baño. Pero lo que no vio, fue como el chico se levantaba justo después de ella y la seguía hasta el baño. Cuando llegaron hasta la puerta, el chico la empujó disimuladamente con la polla y los dos entraron en el servicio de mujeres.

Tras cerrar la puerta, los dos comenzaron a besarse apasionadamente. Ella, por todo lo que el chico le había hecho, y por lo excitada que aun estaba a pesar de todo lo que se había corrido; él, por todo lo que le había estado haciendo a la chica, y por lo cachondo que se había ido de casa y que aun estaba. Se besaban, se mordían y se abrazaban como si la vida les fuera en ello, como si fuese más vital que el respirar.

Mientras se besaban, él no paraba de cogerle del culo a la chica, metiéndole las manos por debajo de las bragas, mientras ella, directamente, le desabrochaba la cremallera del pantalón al chico y empezaba a masajearle la polla, dura y caliente a estas alturas. El chico le cogió el coño a la chica en respuesta, y se sorprendió de lo mojadísima que estaba. Lo estaba tanto, que incluso tenía empapados el interior de los muslos; tanto, que cuando él le apartó a un lado las bragas para quitarle el huevo, este estuvo a punto de deslizarse entre sus dedos de lo empapadísimo que estaba con los flujos de ella.

La chica se arrodilló y comenzó entonces a comerle la polla al chico. Con ansias, con hambre. Como si hiciese siglos que no comiese nada. La chica jugaba con la punta, lamiéndola y succionándola, pasándole la lengua alrededor del borde y por la puntita, metiéndosela de golpe en la boca de vez en cuando y sacándola muy despacio, para luego volver a empezar, cogiéndole la polla al chico con una mano y los huevos con la otra, masturbándole lentamente al mismo tiempo que se la comía. Al chico le gustaba tantísimo aquella forma que tenía la chica de comerle la polla, que realmente tenía que hacer acopio de fuerza de voluntad para no empezar a gemir y hacer que los descubriesen.

Pero los dos ya estaban más que preparados y más que cachondos, por lo que el chico le cogió de la mano a la chica para que se levantara y, cambiando de posición, se sentó en la taza del váter. La chica no necesitaba que le dijeran nada, y quitándose del todo las bragas, que a estas alturas estaban más que mojadas, se puso encima del chico y, dándole la espalda, le cogió la polla con una mano para, tras ponérsela en la entrada del coño, sentarse encima y metérsela hasta el fondo. Estaba tan empapada que al chico no le costó nada introducir su polla hasta el fondo del coño de la chica. Y estaban tan cachondos, que los dos pudieron sentir perfectamente las formas del otro. Él pudo sentir perfectamente todos los pliegues del interior del coño de la chica, su calor, y cómo sus humedades le empapaban toda la polla, mientras que ella, a su vez, pudo sentir perfectamente cómo la penetraba la suave punta redonda de la polla del chico, seguida por el tronco, tan duro y tan redondo.

Se quedaron así, quietos, durante unos instantes. Les encantaba quedarse un rato experimentando la sensación de sentir al otro de aquella manera. De sentir cómo su polla y su coño se abrazaban y se besaban a su manera. A él le encantaba sentirse dentro del coño de la chica, y a ella le encantaba sentir la polla del chico dentro de su coño.

Y entonces, como si fueran uno, el chico comenzó a mover las caderas para follar a la chica, al mismo tiempo que ella se movía arriba y abajo mientras le acariciaba los huevos al chico, los cuales ya estaban mojados por los flujos de ella. Él movía las caderas mientras le cogía las tetas a la chica por detrás, o le cogía también de las caderas a la chica para poder penetrarla con más fuerza aún.

La chica se mordía los labios con tal de no gritar de placer, y el chico se obligaba a respirar por la nariz para no empezar a gemir y a suspirar. Aquella era la primera vez que estaban follando en un lugar como aquel y los dos estaban cachondos como no lo habían estado en mucho tiempo, por lo que no era cuestión de que les estropearan aquella "primera vez" descubiéndoles en mitad de la faena.

En un impulso de frenesí sexual, el chico se incorporó y, sin sacar la polla del coño de la chica, empezó a follarla por detrás, haciendo que ella se apoyara con las manos en la puerta del lavabo. Cogiéndole con las dos manos de las caderas, o bien de la cintura de la falda como si fueran las riendas de un caballo, el chico embestía con fuerza a la chica una y otra vez, cada vez con más fuerza, hasta que el chico empezó a sentir ganas de correrse y de soltar todo su semen dentro del coño de la chia.

Pero él no quería terminar todavía, y dejando de follarla por un momento, se agachó y, cogiéndole el culo con ambas manos, le abrió el coño y comenzó a comérselo, lamiéndole desde el culo hasta el clítoris, metiéndole la lengua en el coño para lamer sus flujos cuando pasaba por los labios, y volviendo a empezar de nuevo. A la chica le sorprendió el cambio, pero no le importó. Seguía mordiéndose el labio para no empezar a gritar y a gemir de placer. El chico cambió entonces de táctica y, sin dejar de comerle el coño a la chica, se centró en penetrarla con la lengua mientras que, con el pulgar, le frotaba rápidamente el clítoris. El chico le comía el coño a la chica con tantas ansias, que él enseguida comenzó a notar cómo le temblaban las piernas a la chica, cómo comenzaba a arquear la espalda y a poner el culo en pompa, así como a respirar cada vez con más fuerza hasta casi llegar al punto de gemir.

Así que, viendo que la chica estaba a punto de correrse, le dio la vuelta de un tirón y, sentándose de nuevo en la taza, la cogió del culo e hizo que se volviera a sentar encima de él, esta vez cara a cara, cogiéndole del culo y penetrándola, haciendo que el único punto de apoyo de la chica fuese su polla. Ella abrazó al chico con fuerza contra sus tetas mientras no paraba de gemir y jadearle al oído. El chico también gemía, ahogando los gemidos entre las tetas de la chica, mientras la penetraba violentamente ayudándose de las manos, agarrando con firmeza el culo de la chica.

Tan cachondos estaban, que no tardaron mucho en correrse violentamente los dos a la vez, fuertemente abrazados. El chico comenzó a correrse como nunca antes se había corrido, notando cómo su semen salía disparado por la punta de su polla para ir a estrellarse en el fondo del coño de la chica, al tiempo que notaba cómo su coño se estremecía de placer. Ella, por su parte, notaba cómo la calidez del semen del chico la inundaba por completo oleada tras oleada, lo que hacía que su orgasmo fuese aun más intenso de lo normal.

Cuando los dos terminaron de correrse, se quedaron aun un rato uno dentro del otro, sintiéndose y acariciándose con la polla y el coño. Abrazándose el uno al otro con fuerza, empapados en sudor y en flujos, hasta que recuperaron la respiración. Cundo se incorporó la chica, parte del semen del chico que aun quedaba sobre el coño de ella goteó sobre su polla, por lo que ella se arrodilló y comenzó a lamerle la polla hasta limpiársela por completo.

Tras vestirse de nuevo, aun permanecieron un rato abrazados, besándose con pasión y con amor. Antes de salir del baño, y tras adecentarse un poco el uno al otro, el chico cogió el huevo y, tras lavarlo, se lo guardó en el bolsillo del pantalón. Quién sabe cuando podría volver a usarlo de nuevo. Aunque claro, que después de lo que acababa de pasar, un montón de ideas pervertidas comenzaron a acudir a su mente.

Al fin y al cabo, es posible que no tardara en volver a usarlo tanto como él había pensado en un principio... el problema era cómo usarlo después de todo lo que se le había ocurrido. Con estos pensamientos en mente, el chico le dio una palmada en el culo a la chia y, disimuladamente y como si nada hubiese pasado, salieron del cuarto de baño y se dirigieron a su mesa, para tomarse sus helados como una pareja más...

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