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Cinco animadoras para un mal partido _ cap. 5

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No sé si os estará gustando la historia, si la estáis leyendo, si lo estáis pasando bien, qué os parece la música adecuada al capíutulo... Conforme dé con la tecla de poner bien el texto los pondré más seguido (que estos primeros capítulos son algo sosos, y estoy deseando poner los siguientes).

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----- Capítulo 5 -----

Las próximas semanas fueron normales. Ioana y Gloria se acabaron por integrar a la familia del todo. Ya no era común que las chicas de la planta de arriba se quedaran en sus cuartos encerradas la mayor parte del día. Se las veía en la terraza o en la cocina de la 2ª planta, nos sentábamos en el sofá a ver alguna serie (eso sí, yo en un borde del sofá y Sara al lado de «separador» ante las otras)... Pero todo bien.

Incluso al principio era normal que las chicas del piso de arriba al entrar y salir lo hicieran por la puerta de su planta que salía al descansillo del edificio. Ya no, ya lo común era que todo el mundo entráramos por la puerta de entrada de la 2ª planta, y ya si iban hacia sus habitaciones de arriba subiesen por la escalera de dentro. Vamos, lo que viene siendo una familia conviviendo en una casa grande, con sus buenos momentos, sus «hoy cocino yo», sus «¿me dejas un tampón?», etc.

 

Yo había empezado a enviar mi novela a algunos certámenes, pocos a principios del otoño, pero no me preocupaba no recibir una respuesta pronta. Y es que se me había ocurrido alguna idea más, que había empezado como un mero relato corto, y acabaron ocurriéndoseme más momentos; por lo que ya tenía para otra novela.

Sara tocaba cada vez mejor el bajo. Si no estaba estudiando, o conmigo, estaba con el instrumento; y yo, entonces, escribiendo. Volví a las clases de Krav Magá por las mañanas. Algunos días al bajar a ir a comprar o algo me encontraba a Julia (la antigua casera, ahora simple vecina, de nuestro bloque) y nos saludábamos. No era raro que la viera cuando volvía de entrenar y me preguntaba qué tal todo, si me había acomodado a mi nueva ciudad y demás. Una mujer muy agradable y dichararecha, bien conservada para su edad.

Al comienzo con la idea de montar la residencia imagino que estaría un poco inquieta, aunque le agradaba la idea de tener gente, pues era la única persona que vivía en el bloque por entonces. Pero al ver que todo iba bien, que las chicas eran limpias y tranquilas, que no había jaleos en el portal ni nada, pues todo estupendo. Hasta nos traía alguna cosa de la compra a Sara y a mí al comienzo. Y ahora era yo el que, después de entrenar por la mañana, aprovechaba para hacer algo de compra de camino a casa y a veces le traía algo a ella. Aunque tuviese 50 tantos (52 concretamente , supe más tarde), la describiría más como una tía de la familia, no como una abuela. Y es que, si bien no es que fuera la típica cincuentona pija que pretende ir de veinteañera, haciendo pilates, partidos de tenis y tal, para luego ponerse medio kilo de maquillaje para tapar las arrugas… tampoco es que fuese la típica maruja de bata y rulos. Era casi tan alta como yo, de generosas caderas, con varios kilitos demás. Llevaba gafas y el pelo liso a media melena y teñido de rojo caoba (llamativo, yo también lo pensé).

Se conservaba bien, y era una mujer alegre, a pesar de llevar algo más de diez años viuda. No se había vuelto a casar, y vivía sola en el piso porque sus dos hijas ya se habían casado y no quería molestar. Además le encantaba cocinar, que de hecho era a lo que se dedicaba antes de la crisis, y con la ayuda de una de sus hijas se había introducido al mundo de internet, con un blog que llevaba sobre recetas; el cual alguna vez visité para hacer comida para las chicas, aunque sólo buscaba cosas sencillas porque ya sabéis cómo son los cocineros… Joder, ¿qué carajos es la cúrcuma?

 

En fin, que un día venía de vuelta a casa, tras hacer la compra para Sara y para mí, y de comprar cúrcuma (que resultaba ser una especia) que me había encargado Julia, cuando me invitó a pasar a su casa. Me ofreció algo de beber, y yo la verdad no tenía ganas de nada (acababa de estar entrenando), pero con la insistencia pues me tomé un refresco. Y estuvimos hablando.

Le conté cómo iba todo, lo bien que estaban saliendo mis planes, que había terminado mi novela y ya sólo quedaba encontrar quien la editara. Se puso contenta, y me hizo prometerle que le regalaría un ejemplar cuando me la publicasen. Y me estuvo enseñando su blog de cocina y haciéndome algunas preguntas. Yo de cosas de blogs, redes sociales y jerigonzas no entiendo mucho, pero hace años se me daban bastante mejor los ordenadores. Y bueno, hasta tuve un blog el último año del instituto, en el que empecé mis pinitos con la escritura. En fin, que le estuve echando un vistazo y le puse algunas cosas que ella no sabía cómo.

 

—Ais, muchas gracias, de verdad. La que me hace estas cosas es mi hija Paula, pero claro… ya a una le da cosa, porque mira que vosotros lo hacéis todo muy sencillo y ala… Pero chico, a mi generación esto es que no, que no…

—Bueno, es normal mujer. Yo sé más de una de mi generación que no sabe ni poner la lavadora —dije con tono de broma, acordándome de Marta, a quien siempre era Ana la que ponía la lavadora por las dos. Aunque bueno, yo tampoco era el ejemplo más indicado, porque también había sido Ana la que me había dado algunos consejos.

—Mira me da apuro, pero ¿te puedo llamar alguna vez cuando tenga algún problema con esto?

—Claro que sí, no es molestia, de verdad. Si te puedo ayudar… Porque yo tampoco es que sea un máquina de estas cosas eh.

—No ya, pero más que yo sí.

 

Total, que mientras le daba un sorbo al refresco me lo tiré por encima cuando me soltó con la picaresca digna de las mujeres:

 

—Bueno, y qué, anda que te lo debes estar pasando bien rodeado de tantas mujeres, ¿eh?

—Perdón… —decía colocando la lata sobre la mesa donde tenía el PC en el salón. Ella se reía a carcajadas.

—Nada, voy por un trapo. Me parece que he acertado, ¿eh? —dijo esto último guiñándome un ojo de modo cómplice.

—No, qué va, qué va… —le decía yo en alto mientras seguía sentado—. Si además, yo tengo… novia… Sara y yo…

—Ah, sí, ¿qué tal con ella?

—Bien, ahí vamos —la verdad, no sabía qué decir sobre ese tema a una mujer que me doblaba la edad. Ella trajo una bayeta, me limpió un poco la pernera del pantalón y luego la mesa.

—¿Y no te dice nada? ¿Con tantas chicas en el piso?

—Eh, sí… Que ni se me ocurra acercarme jajaj.

—Jajaja. ¡Ay qué peligro! Un chico joven, guapo como tú, y en un piso con tantas mujeres.

—Qué va, no es para tanto —me refería tanto a mi persona como a la situación… Aunque me puse algo rojo.

 

Yo tenía novia, esta vivía bajo el mismo techo, bajo el cual vivían otras cinco chicas, bajo el cual seguía viviendo mi novia… La ecuación era simple: yo quería conservar mis pelotas. Y además no tenía motivos —si exceptuamos la paja de la bañera el día que entró Marta—, estaba muy bien con Sara.

 

—Bueno, si no estás muy solicitado, alguna vez te llamo yo. Que una mujer más en tu vida no será tan difícil —me dijo entre risas.

—Sí jejej, no hay problema.

 

Total, que nos dimos dos besos, recogí la bolsa de mi compra y me fui. Me dio un abrazo por haberle arreglado lo del blog, y listo.

 

Mientras subía las escaleras mi calenturienta mente elucubraba sobre lo interesante que sería si todo ese harén de mujeres fuese, eso, un harén. Y la verdad, puestos a pedir… me podría pedir cualquiera. Hasta Julia tendría hueco. No me importaba esas caderas anchas de cincuentona, o que pudiera tener las tetas algo caídas. Con ese pelo liso a media melena teñido color caoba —que le daba un aire más joven—, sus gafas estilizadas, esa alegría campante siempre que la veía, y ese culo que, si bien nunca me había fijado, se intuía generoso… ¿Dónde están las pegas? Joder, eso es una mujer real, no una barbie de plástico de tetas operadas y en los huesos, tratando de aparentar trece años aunque tengan veintitantos… que no entiendo a quién coño puede ponerle eso.

Es más, si es que lo tenía todo. Julia sería como el vino tinto (como el color de su pelo), sabroso con la edad, y yo dispuesto a degustar una copa de buena añada. Encima buena cocinera, tócate los huevos.

 

Marta, la compañera con la que podía entrenar y mantenerme en forma. Nunca había problemas de que por un golpecito parase y dijera «ayyy me duele, me has dado» y se fuera a su cuarto… Además, si venía alguien a casa (fontanero, el de las teles, etc.) y podía encargarse ella, lo hacía encantada, y yo igual. Porque nada más que le vieran la cara que ponía y su tono, aún expresándose bien, imponía; no la toreaba nadie. Además, después de la escena del baño empecé a verla con otros ojos. Digamos que alguna vez que me asomaba a la cocina y estaba ella, pensaba «de esa coleta te jalaba yo mientras te daba a cuatro patas…». Aunque lo curioso es que, quizá por su actitud, me ponía también más pensar que fuera ella quien cogiera y me follara a mí (no me refiero a que me metiera nada por el culo; mi culo es toma de salida, no agujero de entrada), sino a que llevara ella la batuta…

 

Ioana era la «belleza extranjera exótica». No es que se me hubiese ocurrido nunca una rumana en un harén… Es decir, no por ser rumana, sino igual que tampoco se me ha ocurrido nunca en pensar en no sé… una afgana, o una argentina, o una sueca, etc. Se piensa más en lo típico, ¿no? Una negra, una asiática… en fin. Pero qué coño, a Ioana no la cambiaba ni por una asiática negra. Con esa belleza del este, su característica nariz que la delataba, esos ojazos y ese largo pelo negro… en una pitufina tan pequeñita que parecía una muñeca. Y ese acento que hacía que te encariñaras de ella sí o sí. Y no olvidemos que, de las chicas que habían pasado por la residencia, para mí era la más inteligente de todas, y siempre podía conversar con ella y tener un rato de humor inteligente.

 

Luego Anita… aix, ¿qué hombre no añadiría una música (músico femenino… como coño se diga —sí, aún no lo miré—) a su harén? Así, mientras follo con las otras, ella ameniza el ambiente. Pero qué narices, ya podría follarme ella… Y si quiere, mientras toca la flauta, yo no me quejo. Entre lo guapa que era cuando sonreía y se la veía alegre, su pelo moreno corto, esos vestidos que se ponía cuando tenía un concierto, esas tetas que, aunque separadas y no demasiado grandes, tenían un morbo de aúpa (no destacaría en cantidad, pero sí en calidad). Ese acento gallego que bufff… ¡Y ese pedazo de culo! Qué cojones, ya podía practicar su flauta mientras yo le metía la mía…

 

Y Gloria era un pastelito, sí señor. Con un cuerpo similar al de Ioana y Sara, sólo que un poco más alta que mi chica. Con esas gafitas, esas coletas —habituales en ella— y ese aire de «pequeñaja juguetona» (como el que suelen tener todas esas frikis… Que mucha decencia, pero cuando llegan las convenciones esas de manga y cómics van vestidas como colegialas japonesas con minifaldas y medias de rejilla). Además, joder… debía ser la más tetona. Y si bien ya he dicho que eso no es algo que me haga decidir a una mujer, y que yo disfruto como el que más de las tetas de Sara (que si bien no son una talla 90, son bastante grandes para el cuerpo que tiene, así que… tampoco es que las compare con las de Gloria porque las de Sara sean pequeñas). Es sólo que las de Gloria llamaban mucho la atención, porque destacaban bastante en su figura, bajo sus camisetas. Era algo que incluso a otra mujer le hubiera llamado la atención, sólo por el hecho de que no era normal. Hmmm… no estaría mal ordeñar esas tetazas, la verdad.

 

Mari Carmen, si bien era algo reservada al comienzo, por vergüenza, luego cuando coges confianza con ella te das cuenta de que es una chica sociable y genial. Es más, si no fuera porque Sara era mi novia, Mari sería la chica en quien me fijaría para tener una relación. Tenía una cara preciosa, con esos hoyuelos que se le marcaban al sonreír; y la línea que hacían sus ojitos marrones tan bonitos. Su pelo rubio, largo y ondulado, que le hacía destacar del resto de cabellos castaños y morenos de la casa. Su cuerpo, que apetecía bastante… Con algún kilo demás incluido; así había dónde agarrarse. Esa rubita rellenita estaba para comérmela, y para colmo era un cielo de persona. Es más, rajaba de su carrera más que Ioana. Y es que a veces charlaban sobre la manipulación de las masas, y Mari mismo se asqueaba de su carrera de publicidad. Pero la estudiaba porque podría entrar en una empresa de un familiar, y así luego poder costearse otra que le gustaba más, pero con menos salidas, como Bellas Artes.

Era con la que mejor se llevaba Sara, y por supuesto yo también, aunque nunca había tenido «material para una paja» con ella. Salvo por sus generosos pechos, que como ya dije podrían rivalizar con los de Gloria (y que tal vez fueran hasta más grandes), no es que hubiera habido ningún roce, ni nunca la había visto en ropa sugerente (su pijama amarillo de andar por casa no cuenta). A Gloria en cambio sí la había visto alguna vez en bragas, al subir al piso de arriba para decirles que bajaran a ver la tele o algo. Mari la verdad es que es de esas chicas que te las quieres follar, pero con cariño, y estallar dentro… Incluso aunque como ya digo tuviera más motivos calenturientos para pensar en Marta, tras el día del baño.

 

Y por último estaba mi Sara… Esa pequeñaja de piel clara y pelo castaño que se ruborizaba y se ponía muy colorada cuando tras salir del baño la empujaba de nuevo para dentro, metiéndome yo también, y con la polla dura me sentaba en la taza del váter y a ella sobre mí, de espaldas. Viendo su cara en el reflejo del espejo no puedo decir que se quejara de que la cogiera por banda allá donde fuera y cuando fuera; aunque acabara de mear. Mi celosa rockera era un amor… Y ahora que pensaba en ella empezaban a disipárseme las ganas de harenes, orgías de sueños húmedos y todo lo que incluyera a otras mujeres.

 

Pero con la tontería entré en casa empalmado. Iba por el pasillo y al llegar al espacio de la cocina y el sofá vi a mi niña de espaldas, preparando algo en la encimera. Así que dejé la bolsa, me acerqué por detrás, la tomé de la cintura y le arrimé la mercancía para que viera el regalito que le había traído.

 

—Holaaa, veo que has salido antes —dije pegándome bien a su culo; que note bien la polla de su novio. Y por supuesto llevando mi mano hacia su pubis acariciándolo con ganas.

 

Entonces al mover ella su cara noté algo raro (aunque no se me bajó la erección).

 

—¡Hostias! ¡Perdón, perdón! —dije a prisa avergonzado, tratando de excusarme en que creía que era Sara.

—Tranquilo… —me respondió algo turbada Gloria; casi paralizada—. No pasa nada.

 

Y es que tenía el pelo suelto, y como llevaba una camiseta negra (de esas de grupos de música y tal) como mi chica, pues me había confundido por completo y le había arrimado la cebolleta a quien no debía…

 

—Es que, creí…

—Ya… —decía ella aún colorada por el suceso, mirando hacia el sándwich en el que había pasado a poner toda su atención.

 

Surgió entonces un silencio de esos incómodos… Conté hasta cinco segundos de insufrible silencio, mientras ella seguía haciéndose el sándwich (poniendo más queso de lo normal; imagino que se había quedado bloqueada en esa acción), y decidí hablar, aunque me interrumpió ella:

 

—Eh… eh…

—Vienes contento, ¿hm?

—¿Huh? —tardé en comprender a qué se refería— Huh ah… hostias. No es que… o sea… sí jeje… eh… —y no se me bajaba la erección.

—Ya te veo, ya —decía ella, colorada y mientras seguía de espaldas a mí concentrada en su tarea.

—… ¿Dónde… está esta?

—¿Sara?

—Sí…

—No sé… Creo que aún no ha llegado.

 

Claro, aún era pronto. Sara seguiría en la universidad, y estaría al volver en una hora o poco más.

 

—¿Y… las demás? —pregunté tratando de escabullirme del perturbador suceso, aunque imaginaba la respuesta.

—Igual. Bueno, Ana está arriba.

—Bien… yo… a mi cuarto… y eso —dije sin saber cómo reaccionar más, y tratando de salir del atolladero, camino a mi habitación.

—Vale…

 

Y antes de salir de la cocina:

 

—Y tranquilo…

—¿Eh? —malpensé entonces: «Joder, no se habrá sentido violada o algo de eso…».

—No le diré nada a Sara —me aseguró con una sonrisa mirándome y mientras guiñaba un ojo y torcía la nariz.

—Vale… sí… —Y me fui a mi habitación, pero antes de cerrar la puerta dijo desde la cocina entre risas:

—¡Qué suerte tiene! ¡Y qué buena bienvenida le espera cuando llegue!

 

Yo trataba de calmar mi mente y me defendía pensando que bueno, viviendo entre tantas mujeres es lógico que ocurra algún que otro accidente sin importancia, que no implica nada… Pero no podía quitarme de la cabeza la idea de que había acercado el miembro al culo de otra, a la vez que le cogía el coño con la mano (por fuera del pantalón, pero lo mismo era, bajo el fino pantalón de pijama que llevaba). Y que había sentenciado con un «tranquilo, no se lo diré a Sara», como si fuese cómplice y partícipe…

 

Pero no, hombre, qué tonterías. Con lo agradable que es Gloria-chan (como yo la llamaba, por ser tan fan a los animes), seguro sólo era porque no quería que tuviera bronca con mi novia por lo que había sido una confusión.

Pero me agradaba la idea de pensar mal, y de creer que a Gloria le había agradado, y en la peli porno de mi imaginación ella se daba la vuelta, se sacaba las tetazas y yo las lamía como un poseso; para seguidamente volver a darle la vuelta, bajarle el pantalón hasta las rodillas solamente, y empezar a follarle el coño mientras le digo lo guarra que es por ponérmela tan dura y nada más entrar en casa tener su coño a mi disposición…

Pero claro, era un cuento de mi imaginación. Pero claro, me la refanfinfla… yo me hice una paja igual. Con gusto hubiera esperado a Sara y nada más llegar la hubiera reventado a pollazos (que además, nunca me ponía pegas ante cogerla en cualquier momento y darle caña, incluso aunque estuviera con la regla, o aunque acabara de llegar cansada de clase). Pero bueno, con la perspectiva de que llegara en una hora como muy pronto, mi dolor de huevos no iba a aguantar. Así que miré a mi colega y le dije: «Lo siento McFly, hay que darle al condensador de fluzo». Y como tenía los cojones llenitos me harté de pañuelos luego.

 

Tras la gayola por necesidad decidí salir y preparar algo para cuando llegara Sara. Vi la bolsa de la compra que seguía sobre la mesita del salón, y me puse a recoger. Entonces vi un vaso lleno de zumo en la encimera. Como no hacía ni cinco minutos del encontronazo con Gloria-chan supuse que sería suyo, y que con las prisas y tal (y la ultraconcentración en llenar de queso el sándwich con tal de no mirarme a los ojos…) se le habría olvidado.

 

Con no muchas ganas de volver a verla tan pronto subí las escaleras con el vaso. Ya en el pasillo me encontré con Ana (imagino que volvía del lavabo a su habitación), llevando sólo unas bragas negras de cintura para abajo, y una camiseta de andar por casa. Los dos nos detuvimos cuando nos cruzamos, aunque yo más bien di un frenazo en seco.

 

—Ehm… —decía mi inútil boca mientras mi cara de póquer salía y trataba de deshacerme de los pensamientos del «vaya día que llevo».

—Ehm… —decía ella— Perdón… Es que como casi no hay nadie y eso y no suele haber chicos en la planta de arriba —decía con una sonrisa.

 

Yo entonces aproveché y bromeé con eso:

—¿Cómo que «no suele haber»? ¿Es que los hay alguna vez? —pregunté de cachondeo— ¡Que no me entere yo!

 

En verdad no podía prohibir que las chicas trajeran alguna vez a algún chico y tal. Más que nada porque, aunque la casa era mía y eran mis normas, hubiera sido un poco hipócrita cuando yo vivía con Sara bajo el mismo techo y teníamos mambo y toqueteos día sí y día también. Pero sí dejé claro desde un comienzo que, si bien podían traer a alguna persona (un ligue, alguien para hacer un trabajo de la universidad, etc.), no estaba permitido que se quedasen a dormir más que los inquilinos. Lo último que quería era cruzarme con otro tío en mi territorio. Aunque hubiera sido difícil, porque arriba había cuartos de baño, y podían salir al descansillo de la escalera por la puerta de salida de la 3ª planta… pero bueno.

De todos modos nunca vi a ninguna de las chicas con algún tío. Si alguna tenía novio, hacían su vida fuera de estas paredes. Pero por lo que sabía, conociéndonos y tal, todas estaban solteras. Salvo quizá Ioana, que sí me parecía que tenía o novio o alguien con quien salía o algo de eso… No hablaba mucho de ello.

 

Ana se rió, y me dijo que se refería a mí, que rara vez me paseaba por la planta de arriba.

 

—Le traigo un zumito a la olvidadiza —dije señalando hacia el pasillo, en referencia a Gloria, que era la única que estaba en la casa aparte de Ana y de mí.

—Bueno… yo vuelvo a mi cuarto… ¡Aix, no me mires el culo! —decía de broma mientras se ponía las manos y comenzó a andar dando pasitos rápidos.

 

Y yo, por las hormonas de la mañana o lo que fuera, no me salió más que decir:

—Pues buen culo que es… —mientras la miraba correr hacia su cuarto.

—Sí, vamos, bien grande… —decía ella desde el marco de su puerta, y con cierta pena.

 

Yo, ya que había empezado, no podía parar… y no la iba a dejar pensando que su gran culo era motivo de aflicción.

—Pues mejor… —le respondí suspirando, abstraído y con la cabeza en otro sitio, como los recuerdos de mi anterior relación.

 

Ella se dio la vuelta, con el culo hacia mí, se dio una palmada, luego me sacó la lengua y se metió en su cuarto.

 

En fin… Me acerqué a la puerta del cuarto de Gloria, y con la cabeza en otra parte rompí una de las normas básicas: llamar siempre antes de abrir una puerta.

 

Podría inventarme que «se oían gemidos tras la puerta» y demás chorradas, como leo en muchos relatos. Pero a menos que una tía esté sola en casa, sin vecinos, y tenga un tono de voz alto… no sé cómo se van a escuchar sus gemidos sin estar en la misma habitación. Y menos cuando éstas estaban insonorizadas.

Simplemente abrí la puerta de golpe con una sonrisa y cara de tonto a la voz de: «Gloria-chan, te traigo tu zumito», tratando de obviar nuestro encuentro anterior yendo de graciosete.

 

Estaba algo recostada sobre la silla de su escritorio, y del susto y el brinco que pegó sólo le dio por sacarse la mano (cosa que imagino, porque aunque no vi cómo se la sacaba del pantalón, el ruido del elástico al sacarla de golpe me lo hacía presuponer), y de bajar de golpe la pantalla del portátil, cerrándolo.

La había pillado buscando a Nemo mientras veía porno… El cual, por cierto, sólo me fijé en los desnudos, pero en nada en especial, porque además no había sonido ya que ella tenía los auriculares puestos; pero estaba claro que era porno, y que la había pillado.

Yo, cogiendo aire, mirando hacia el suelo sólo atiné a decir:

 

—Pe… perdón… Te traía el zumo.

—Va… sí… —respondía esta vez muchísimo más colorada que antes y también mirando al suelo.

 

Yo simplemente me acerqué a dejar el vaso sobre su escritorio, me despedí y me fui. Entonces se me ocurrió una cosa, para quitarle hierro al asunto, y me asomé y le dije:

 

—Tranquila, no se lo diré a tu novio —mientras le guiñaba un ojo y me reía.

—Yaa… —me dijo soltando aire— Como no tengo…

—Ellos se lo pierden —concluí arqueando las cejas, y me fui mientras ella cariñosamente se reía y me hacía un corte de mangas.

 

Mientras bajaba las escaleras, de lo que parecía ser el cielo a la tierra, pensaba en que ya tendría material para otra paja, aunque ahora mismo no tenía ganas. Me acababa de hacer una, y además, ya podía aguantar hasta que viniera Sarita. Lo que me carcomía por dentro era el pensar si había decidido masturbarse gracias a mí y a mi equivocado arrime anterior… Me agradó la idea de pensar que sí, que eso lo había provocado yo (aun sin pretenderlo), y que tal vez ese chochito había subido las escaleras hacia su cuarto bien lubricado deseando meterse los deditos por mí.

 

Cuando volvió Sara comimos, nos preguntamos qué tal nos habían ido nuestras respectivas mañanas (yo omití las evidentes escenas para mi privada mente), y después de comer nos tumbamos un rato en la cama. Me la chupó hasta sacarme la leche, y como una niña contenta que ha conseguido su caramelo, me sonrió, me dio un besito y nos dormimos. Yo, como es lógico, jugaba con mis dedos en su coñito; como siempre que nos acostábamos juntos. Y así nos dormimos.

 

La desperté yo, comiéndole el coño. Di lametones hasta que me aburrí, y cuando me preguntó jocosamente qué estaba haciendo, le dije que «buscar la merienda». Ante su pregunta de «¿qué merienda?», le respondí que «soy como un oso lamiendo la miel de mi abeja reina». Y es que esa era una de las enormes ventajas de su coñito… lo mucho, y rápidamente, que se mojaba. Y se me ocurrió una idea.

 

De golpe me levanté, salí y volví en unos segundos. Al entrar le enseñé la cucharilla que había cogido.

 

—¿Qué haces? —preguntó riéndose.

—Pues eso, merendar —le dije con una sonrisa de oreja a oreja.

 

Subí un poco sus rodillas, le coloqué un cojín bajo la cintura para que su pelvis quedase algo más alta y cómoda para mis menesteres, y me puse dispuesto a disfrutar.

 

—Tú lo único que tienes que hacer… —decía meneando la cuchara— es abrirte bien el chochito con los dedos —cosa que pasó a hacer de inmediato, entre risas.

 

Introduje la cuchara despacito, en ese agujero bien abierto que me presentaba la niña, obteniendo como resultado un pequeño gemido seguido del «¡ay, qué fría!».

Yo, sujetando por el mango la cuchara que le había introducido un poquito, y tocándole el clítoris con el pulgar de la misma mano, le acariciaba con la otra su monte de Venus, suave y sensualmente, haciéndole cosquillitas. De vez en cuando acercaba mi lengua a su rajita y le daba algunos lametones. Quería que se empapara bien bien, hasta que decidiera sacar la cuchara y esta estuviese repleta del flujo de esta pequeñaja. Mmmm Dios, qué rico.

 

Su cara fue un poema cuando me vio sacar la cuchara, y ver asombrado que estaba llenita de sus jugos, y cómo disfruté al saborearla. Se incorporó un poco, y debido al calentón que le entró no pudo más que cogerme de la cabeza, empujarme hacia abajo y decir:

 

—¡Cómemelo, joder, nene! ¡Cómemelo!

 

Cosa que hice, obviamente.

 

Os diría que me tomé mucho tiempo, que fui poco a poco degustando y deteniéndome en cada punto mientras ella gritaba extasiada y bla bla bla… Pero lo cierto es que no tardó mucho en alcanzar el orgasmo. Y lo sé, por otra de sus enormes ventajas: esos chorritos que soltaba al correrse. Que me empaparon la boca, pero me volvieron a poner a cien no, a mil, y empecé a tragármelo todo y comerle como un poseso el coño.

 

Me había encendido tanto que no me bastó con eso. Suspirando ella en la cama, tratando de ganar aire, yo no pude más que ponerme a su altura, liberar mi polla y metérsela de golpe en el coño sin pararme a pensar en condones ni hostias. Le estaba dando la tercera embestida, no con rapidez pero sí con intensidad, cuando la oí entre gemidos y colocando sus manos en mi pecho:

 

—Nene… ahh… que me vas a preñar…

 

Joder… si pretendía pararme con eso, lo había empeorado y mucho… Eso me hizo acelerar más el ritmo, mientras ella gemía y se mordía un dedo. Yo estaba a punto de llenarla, cuando tocaron a la puerta y no pude más que quedarme parado de golpe.

Sara siguió en silencio, con los ojos cerrados, y como ninguno dijimos nada… volvieron a tocar.

 

—… ¿Sí? —preguntó mi pequeñaja.

—Soy Mari.

—Ah… sí… ¡Un segundo!

 

Un libro que tenía que devolverle, y que mi querida, pero inoportuna Mari, le había prestado a Sara ya que le hacía falta en su segundo año.

Mi chica, que es un cielo, antes de abrir (y como yo estaba para soltar La Traviata, pero por el nabo) se lanzó rauda a mi polla y me la lamió hasta que me derramé en su boca. Luego me dio un pico a la vez que con cara triste me decía que lo sentía.

Yo me lamentaba pensando «teníamos que habernos echado la siesta en mi cuarto… Es menos probable que alguna de las chicas aporree mi puerta».

Sara le dio el libro, y como sólo venía Mari por eso (una urgencia que le hacía falta, para echarle un ojo con una prima suya que se había traído a estudiar), Sara me dijo de retomarlo… Pero claro, entre que ella ya se había corrido (la maratón… y en mi boca), y que ya me había ordeñado, pues nos quedamos más bien abrazados un rato.

 

Así hasta que nos levantamos y ella se fue a la ducha, para posteriormente ponerse a estudiar, y yo me quedé jugando en el ordenador de mi cuarto, pensando en darme más tarde un baño calentito abajo. Pero cuando Sara salió de la ducha se vino a darme un beso, y entre juegos y tal nos quedamos un ratito en la cama tumbados.

 

—Estás bobo… Mira que si te corres dentro… —me decía abrazada a mí, acariciando mi entrepierna.

—Y si lo hago, ¿qué? —le espeté, esperando ver su reacción.

—¿Cómo que qué?… Pues… eso. Que me dejas embarazada.

—¿Y? —le dije acariciándole la tripita—. Más morbo. Te imagino follarte con esa barriguita de embarazada, y me pongo loco. Además, si te quedas preñada… nueve meses que nos ahorramos de condones —le dije riéndome.

—Anda, no seas tonto. Soy muy joven nene.

—Pero eres mi hembra, ¿no? —no sé por qué me salió así.

—¿Tu… hembra? —preguntó a voz baja.

—Sí… ¿no? —y le metí la mano bajo las bragas, y no le metí un dedito, porque a mi niña siempre le metía dos de golpe. Pero lo bueno era que, a pesar de ser un coñito pequeño, a mi guarrita le cabían bien tres; y más con tanta humedad. Así que no me di mucha prisa en meterle el tercero y decir:— Anda, pero si a la nena le entran tres… ¿Qué te parece?

 

Ella sólo asintió entre jadeos.

 

—Pero bueno… que si no eres mi hembra, no pasa nada… Hay otras cinco —por un segundo se me pasó por la mente el soltarle lo ocurrido con Gloria esa mañana, para picarla y ver cómo reaccionaba, sacando a la fiera en celo que lleva dentro. Pero rápidamente deseché la idea… pues podía ir muy pero que muy mal.

 

Al escucharme decir eso de que «hay otras cinco», detuvo mi mano, me miró con ojos tristes y me dijo:

 

—Nunca…

—Nunca… —le susurré yo tiernamente, a modo de disculpa por ser tan cruel—. Sabes que contigo me basta y me sobra.

—Júralo —me dijo con semblante triste.

—Lo juro por mi vida —y volví a mover los dedos, tras soltarme ella la mano.

 

(Qué poco faltaba para darme cuenta que casi me iba a costar la vida… pobre de mí…)

 

—A esas zorras ni… mirarlas… Tú ya tienes a tu… hembra —me dijo entre jadeos.

—¿Si? No sé… Demuéstramelo.

 

Para qué dije nada… Me bajó los pantalones, me puso un condón (supongo que intuyendo que ante lo que iba a suceder, si no me lo ponía iba a salir preñada sí o sí). Se levantó, se quitó las bragas, se acercó al escritorio y levantando una pierna me dejó una clara visión de toda su rajita abierta mientras, mirándome con los ojillos entrecerrados con la cara más puta que he visto en mi vida, me espoleó diciéndome:

 

—Venga… dale polla a tu hembra… Que mira qué mojado me tienes el chocho.

 

El ruido que sonó no sé si fue de romper la barrera del sonido, o de los pantalones que desgarré al quitármelos del todo, pero el caso es que estaba para darle un pollazo a la luna y graffitear mi nombre en ella.

Me acerqué y sujetándole la pierna que ella tenía levantada se la metí en el coño bien lubricado y empecé a darle rápido. Con la mano derecha la jalé un poco del pelo, para atraer su cara y darnos un beso (entrecortado por sus jadeos), y luego seguí jalándola del pelo mientras me follaba a esa puta cría de 18 añitos que tanto se empapaba.

 

Cuando ella alcanzó el orgasmo, y viendo que a mí aún me quedaba un poco, me dijo que siguiera dándole, pero que la avisara antes de correrme. Así lo hice, para ver cómo se salía, se arrodillaba quitándome el condón y dejó que la regara por toda la cara. Y joder si eché leche… Eché tanta que tuvo que usar un paquete entero de clínex para limpiarse, no la corrida, sino después del todo… Porque una vez la leche estaba en su cara, la muy cerdita fue cogiéndola con el dedo tanta como podía hasta atraerla hacia su boca, y cuando por fin había degustado todo lo que pudo fue cuando procedió a limpiarse.

 

—No me gusta desperdiciarla —dijo guiñando un ojo.

—Ya te veo…

 

Respiré con fuerza y me senté sobre mi cama. Ahora sí que podía ir a darme un baño calentito mientras ella estudiaba.

(9,30)