Nuevos relatos publicados: 16

Mi adolescencia: Capítulo 16

  • 17
  • 4.425
  • 9,50 (10 Val.)
  • 0

Edu me preguntó: “En la cama de esta habitación podemos ir dejando las chaquetas y cazadoras que vaya trayendo la gente, ¿vale?”. A lo que yo respondí de forma totalmente subconsciente e irracional dejándome llevar estúpidamente (o quizás no tan estúpidamente) por mi estado de ensoñación bobalicona: “Sí, aunque esa cama para lo que sería ideal sería para hacerme la dormida y que tú jugases con mi ropa y las caricias”. Nada más terminar de decirlo me invadió tal sensación de pudor, vergüenza y desasosiego que debí ruborizarme por completo y solo quise salir corriendo. Dios mío. ¿Cómo pude decir semejante barbaridad? ¿Cómo no me autocontrolé más? ¿Cómo no me paré un segundo a analizar lo que iba a salir de mi boca antes de solar semejante burrada? En mi vida he tenido más pudor y vergüenza. Si hubiera sido con cualquier chico ya hubiese sido la hostia. Pero encima se trataba de Edu, del mismísimo Edu, del tío que generó esa obsesión desde los 14 años y el causante de mis fantasías y movidas posteriores con Rafa. No me lo podía creer. Me avergonzaba de mi misma a unos extremos que son indescriptibles. Uno de esos momentos ridículos y avergonzantes de la vida que se dan una única vez. 

Y encima el pobre Edu no dijo nada, se quedó flipado con la boca entreabierta, como asimilando, después de tantos años, que lo que pasó en mi cama con 14 y 15 años yo me había enterado de todo y que nunca estuve dormida. Su silencio me crispaba y me ponía todavía más nerviosa. Fueron unos segundos interminables de miradas atónitas y gran incomodidad. Juro que estuve a punto de salir corriendo y esperar fuera ansiosamente a que volvieran Salva y Jordi. No podía aguantar ni por un segundo más la vergüenza que estaba pasando y el estado atónito y flipado de Edu. Y justo, cuando estaba a punto de salir despavorida, Edu reaccionó de la forma más inesperada para mí: Me agarró con firmeza de la cintura, sus ojos soltaron chispas de ilusión, su cara cogió un color vivo de entusiasmo y me besó apasionadamente en los labios. Yo me quedé flipada, parada, alucinada. No pude ni abrazarle, no supe ni que hacer, no me lo podía creer. Me besó con ilusión, pasión, anhelo y unas ganas desmesuradas, con verdadero deseo, como si llevase siglos deseando hacerlo. Quizás tantos siglos como yo llevaba esperando y soñando con este momento. En nada tenía que ver esos besos con los que me dio en aquel frustrante e impersonal morreo a los 15 años, aquel era otro Edu totalmente distinto que disimuló mucho para no parecer en exceso muy ansioso. En cambio ahora se había abierto la caja de Pandora, estaba desatado, besándome, acariciándome y agarrándome con firmeza pero también con suavidad. No me lo podía creer. Estaba ocurriendo de verdad. Estaba pasando. Y, en cuanto asumí que estaba pasando de verdad, yo también empecé a besarle y a acariciarle con la misma pasión e ímpetu. 

Juro que de verdad que en esos momentos fue como si no hubiese nada a alrededor, como si no estuviésemos en el chalet. Sé que suena extremadamente cursi y hortera decir esto, pero era como si estuviésemos en el cielo, pues yo no veía nada más que los ojos de Edu, su cara y como acariciaba su cuerpo. Y estaba pasando de verdad. Y, con lo que más disfrutaba, es que él también se mostraba igual de dichoso, gozoso y ensimismado por poder acariciarme y besarme. Debió darme toneladas de besos. Nos unimos en una sola persona. Fue muchísimo mejor de lo que nunca me plantee ni imaginé. Bueno, sinceramente, nunca me plantee ni imaginé que llegase el día que me acabara enrollando con Edu. Lo veía tan improbable e inconcebible que no gastaba ni una sola de mis neuronas en planteármelo. Pero sí que estaba pasando. Sí que estaba ocurriendo y sí que estaba siendo totalmente real. Un momento memorable e inolvidable. Algo que me acompañaría ya para siempre el resto de mi vida. El momento más álgido de mi vida adolescente. El cenit de mi vida púber y el momento más glorioso e intenso que una podría concebir. Es absurdo seguir intentando describirlo aquí, pues cualquier calificativo en grado superlativo se quedaría corto, y es que hay cosas que es mejor sentirlas más que describirlas o leerlas.

Nuestra mutua pasión fue encendiéndose mucho más rápidamente de lo que yo al menos pensé. Yo llevaba una camisa vaquera abierta con una camiseta negra debajo. Y Edu sin cesar de besarme empezó a quitarme la camisa por los hombros. Estoy convencida de que lo hacía subconscientemente y sin enterarse solo dejándose llevar por el instinto. Y no le culpo, pues yo también tuve impulsos de desabrocharle su camisa. Solo cuando me tenía la camisa casi quitada y estaba empujándome hacía la cama reaccioné. Dije con mucho esfuerzo (pues una parte de mí no quería decirlo): “No, no. Que Salva y Jordi pueden llegar en cualquier momento. Tenemos que dejarlo. Tenemos que parar. Mejor lo dejamos para mañana y así disponer de todo el tiempo del mundo”. La cara de Edu era todo un poema de frustración, me miró asintiendo cómo dándome la razón pero una parte de sí mismo solo quería seguir y no parar tan bruscamente este momento tan maravilloso e intenso. Lo cierto es que era una jodienda. Menudo fastidio. Porque era el momento más idóneo, especial y esperado por ambos desde hace muchos años. Desde el comienzo de nuestra adolescencia. Y, por culpa de la maldita situación, tendríamos que posponerlo 24 horas más. Yo lo asumí con cierta coherencia. Pensé: “Si he esperado 3 largos y eternos años podré esperar solo 24 horas más”. Pero me parece que a Edu le costó mucho más aceptarlo. Su cara era todo frustración, desagrado, cabreo, crispación y desilusión. 

Por lo que volviendo a la dura realidad yo me coloqué de nuevo la camisa vaquera y seguimos ordenando y organizando todo para la fiesta. Eso sí, con mucho pesar, desgana y desmotivación, casi a cámara lenta, costándonos muchísimo y conteniendo nuestros impulsos todo el rato. Fue un momento de contención impresionante y un pesar horrible. No se lo deseo a nadie, fue una mutua frustración que nos dejó echos polvos y muy desmotivados. Una contención brutal que demostró la enorme fuerza de voluntad que ambos echamos en ese momento clave. Casi podría decir que la llegada de Salva y Jordi fue un alivio y casi incluso una necesidad, pues ambos necesitábamos más que nunca volcar nuestros pensamientos en otros temas. Creo que ambos debieron notar algo, pues yo me mostré quizás demasiado impetuosa, nerviosa y con mucha incontinencia verbal venga a hablar sin cesar de los preparativos de la parrillada/fiesta. Me obligué a no mirar a los ojos a Edu en ningún momento, aunque tampoco debió suponer mucho esfuerzo pues creo que él también se obligó a lo mismo con respecto a mí. Y solo hablé con él de cosas de la fiesta cuando eran inevitables. Finalmente lo dejamos todo preparado para la tarde/noche y salimos ya de allí esquivando nuevamente nuestras miradas. 

Es innecesario decir que en la parrillada/fiesta todo el mundo se lo pasó muy bien. Todo el mundo menos yo, claro. Pero era algo para lo que estaba mentalizada y por ello no supuso ninguna frustración. Por lo que traté de pasármelo lo mejor posible, distraerme hablando, bebiendo, bailando, cantando o bromeando. Es decir, dejándome contagiar del ambiente festivo y lúdico de la fiesta aunque nunca lo conseguí del todo. Era imposible que me lo pasase bien, pues mis expectativas, pensamientos y emociones estaban puestas en lo que ocurriría al día siguiente. No intercambié ni una sola palabra con Edu en toda la fiesta. Aunque eso no motivó que más de una vez, a una distancia considerable el uno del otro, nuestras miradas se cruzasen y por breves segundos, yo al menos, quedase paralizada por la intensidad, emoción e ilusión de su mirada hacía mí. Probablemente mi mirada hacía él también desprendería todo eso, aunque por los nervios que estaba pasando seguro que percibió sobre todo angustia en mis ojos. Fuese como fuese, nuestras miradas se cruzaban por accidente continuamente, y cuánto más intentaba esquivarlas más volvía a coincidir.

También para Edu debió ser una noche agobiante y asfixiante, pues no le vi sonreír en ningún momento. Su actitud fue todo el rato de seriedad, frialdad e indiferencia, lo cual, sin duda, debió contrariar a Graciela durante todo la fiesta, pues pude notar más de un gesto raro en su rostro por el extraño y frío comportamiento de Edu a su lado. En esos momentos sentí pena y remordimiento por ella. Lo sentí en lo más hondo de mi corazón y desee que no hubiera pasado nada aquella tarde. Me dolía meterme entre una pareja tan bien avenida y me carcomía la idea de hacer daño a terceras personas. Nunca hasta ese momento había reparado que Graciela como persona me caía muy bien y la estimaba. El que fuese la novia oficial de Edu siempre cegó y distorsionó mi imagen de ella. Pero ahora no quería hacerla daño ni tampoco hacérselo a Edu. Me sentí más confundida, descolocada y desconcertada que nunca. Casi tuve ganas de salir fuera del chalet y gritar a pleno pulmón para así airear y exorcizar todas las emociones que estaba acumulando y que no podía compartir con nadie. 

Siempre me he cuidado mucho de que mi vida amorosa/sexual/sentimental sea un secreto y de una discreción absoluta para todo el mundo, pero en esos momentos sí que necesite desahogarme. Aunque, con mucha fuerza de voluntad, me contuve las ganas y seguí disfrutando falsamente de la fiesta sin comentárselo a nadie. Tenía ya un historial muy jugoso principalmente entre Rafa y Edu, pero en mi fuero interno sabía que debía seguir manteniéndolo todo en secreto y que eso me reportaría muchas más satisfacciones. Ahora, años después, contándolo en este diario, estoy más preparada que nunca para describirlo y confesarlo todo desde lo más profundo de mi corazón, pero en aquella época me resultaba imposible desvelárselo a nadie. Y así quería que siguiera siendo. Bastante tenía con tener las hormonas tan revolucionadas por culpa de mis adolescentes 17 años como para encima tener que contar este complicado lío que me traía entre manos. 

La interminable fiesta por fin se fue apagando poco a poco y dando los últimos coletazos. Como era habitual, la mayoría de los allí congregados nos quedamos a dormir en sacos de dormir, tirados en sillones o sofás o directamente en las camas aquellos que eligieron primeros. A mí lo único que me importó es que yo dormí a escasos tres metros de Edu y Graciela y así pude comprobar, una vez más, como Edu seguía frío, distante y agobiado en esos momentos a pesar de tener abrazada a Graciela a su lado. No debí ser nada discreta con mi penetrante mirada pues Edu se dio perfecta cuenta y me echó una leve y tímida sonrisa, o al menos a mí me pareció una sonrisa. Fuera lo que fuera fue un gesto simpático y tierno que haría mucho más placentera y sosegada la espera hasta el día siguiente. Debía estar yo con las defensas muy bajas y perdiendo muchas facultades, pues en cualquier otro momento jamás hubiera permitido que él se diese cuenta de que le miraba, pero en aquellos momentos tan gozosos me dejé llevar por mi instinto en vez de por mis dichosas comeduras de tarro. Lo único que importa es que cerré pausadamente los ojos y me quedé dormida en el acto de la forma más placentera que jamás pude haber imaginado antes.

Al día siguiente, todos de manera rápida, organizada y eficiente limpiamos y recogimos el chalet a un ritmo muy rápido. Acto seguido nos divididos entre los coches existentes y nos volvimos. Justo en el momento que entraba en el coche eché en la distancia una última mirada a Edu solo para confirmar si todo seguía en su sitio y seguía en pie lo acordado el día anterior, o, por el contrario, todo había sido un desliz pasajero que jamás se volvería a repetir. Solo necesite un instante para seguir viendo su brillo en los ojos y la respuesta a todas mis cuestiones. Todo continuaba igual y la expectación se volvió a adueñar de mí. Ya solo me restaba saber cuándo se pondría en contacto conmigo. Y mala amiga es la expectación, porque los minutos se convirtieron a lo largo del día en horas. Aquel domingo pasaría a la historia por muchas cosas, pero una de ella fue, sin duda, que el inexorable paso del tiempo pasó más lenta, cruel e insufriblemente que nunca. 

No sabría cómo describir mi estado espitoso y nervioso de aquella tarde dominical. Hasta ese momento se había desarrollado todo a tal velocidad que no había tenido tiempo de asimilar lo que realmente había pasado. Y al ponerme a asimilarlo fue cuando mi histerismo, mis nervios y mi impaciencia se adueñaron de mí. Es que era muy fuerte. El día anterior me había enrollado pasionalmente con Edu. Con el mismísimo Edu. La fuente continua de mi obsesión y el origen de mi obsesión inagotable e incomprensible de mi vida afectiva, emocional, sentimental, sensorial y sexual desde los 14 años. Por fin esta tarde de domingo iba a concluir el ciclo que se inició a los 14 años la noche que me hice la dormida. Habían pasado pocos años, pero para mí, en plena adolescencia, era un momento histórico que no me acababa de creer. No podía concebir que en unos momentos Edu me llamaría para quedar y así concluir lo que empezó el día anterior. Por fin podría dejar de disimular, de ser indiferente, de ser fría, de ser distante y de interpretar ese personaje que me había acompañado desde siempre con respecto a Edu. Por fin la guerra psicológica entre ambos llegaba a su fin y concluiría como se merecía. 

Pues bien, el pensar y reflexionar sobre todas estas cosas no es que me tranquilizara mucho. Al contrario, mi nivel de histeria, nervios, ansiedad, inquietud, expectación y taquicardia subió escandalosamente. Y eso era solo el principio de una espiral de tensión absurda que se iba a incrementar según fue pasando el tiempo. Era normal. Era una adolescente de 17 años atontada y expectante por lo que iba a pasar. Lo que nunca pude imaginarme es que mi comportamiento resultase tan ridículo durante ese tiempo de espera, pues me puse compulsivamente a encender y apagar la televisión cada dos por tres, a encender y apagar el portátil, me sentaba, me levantaba, me volvía a sentar, paseaba nerviosa por los pasillos, hablaba sola, mordía los bolígrafos, abría la nevera y la volvía a cerrar sin coger nada de ella, me tumbaba, me recostaba, me levantaba, abría cajones, los cerraba y vuelta a repetir cíclicamente todo el proceso. Debí hacerme varios kilómetros andando por los pasillos de casa. Menos mal que estaba sola, porque sino me hubiera muerto de vergüenza. Era todo tan paradójico. Tantos años esforzándome en desmotivar, dañar y desdeñar a Edu con mi frialdad, superioridad, indiferencia y bordería para que ahora estuviese risueña como una colegiala expectante ante su llamada. Ay, qué difícil de comprender era mi corazón y mis motivaciones, y más aún cuando se estaba revolucionada hormonalmente.

Finalmente el gran momento llegó. No con una llamada como yo esperaba, sino con un simple SMS. Estaba tan tensa y sugestionada por todo esto que tardé varios segundos en abrir el SMS. No podía ser más claro: “¿Quedamos a las 7,30 en tu portal?”. Y, en ese momento, tonta de mí, me replantee decirle que no. Que quedásemos otro día y que lo iría posponiendo poco a poco hasta que se olvidase del asunto. Estuvo a punto de decirle que no. Pero, de repente, con una súbita brusquedad me obligué a mi misma a dejar de ser tan estúpida e inmadura y a contestar lo que realmente quería responder. Por lo que con otro SMS de un simple “Ok” quedó respondida su pregunta. Eran ya las 6 de la tarde, me quedaba una hora y media por delante, y eso sí que me angustió un poco porque quería que llegase ya el momento y acabar así, de una vez por todas, con esta espera agónica. 

De todos modos me esforcé en relajarme y en poco tiempo me fui tranquilizando y sosegando mientras me duchaba y vestía. Tarde un poco en decidir qué me pondría. Yo siempre estaba muy segura de mi misma a la hora de vestir, pero para aquella ocasión dudé considerablemente, y es que la importancia del momento me condicionaba más de lo que gustaba admitir. Quería estar guapa y atractiva, a la par que elegante. Pero sorprendentemente nada en mi armario me convencía esa tarde. Al final, dejé de comerme tanto la cabeza con tantas indecisiones y me vestí con un chaleco negro, una sencilla camiseta blanca y unos pantalones negros. Es decir, elegante pero sencilla y atractiva a la vez. Y, cuando me quise dar cuenta, eran ya las 7,25. Por lo que, sin querer demorar más el encuentro, me bajé a mi portal. Allí ya estaba esperándome Edu con el coche de sus padres, había llegado incluso un poco antes de la hora. ¿Significaba eso que estaba tan expectante y ansioso como yo? Todo parecía indicar que sí, y es que no era para menos. 

Me metí un poco tímidamente en el coche y antes de que me hubiese abrochado el cinturón le comenté: “Llevo la llave del chalet por si te apetece ir allí”. Él contestó sí al mismo tiempo que se le caló el coche, y ambos nos echamos a reír por ello. Supongo que esas risas eran terapéuticas para liberar todo el nerviosismo y tensión que ambos teníamos dentro. Nunca las veces que fui con anterioridad con Rafa había tenido tantos nervios, al contrario, lo de Rafa pasó a ser algo tan cotidiano, habitual y normal que no me producía ninguna inquietud. Pero con Edu todo era otro cantar. Ambos sabíamos perfectamente que esa tarde/noche era la conclusión a un anhelo largamente esperado. Desde aquella noche a los 14 años que jugó con mi ropa y las caricias mientras yo me hacía la dormida llevaba hibernando ese deseo mutuo de poseernos. Un deseo que se fue acumulando a lo largo de los años y que ambos disfrazamos, muy hábilmente, con una indiferencia y frialdad mutua. Ahora, visto desde la distancia, esa frialdad me parecía, al menos a mí, tan absurda y ridícula que hasta me avergonzaba solo de pensar en todo el tiempo que habíamos perdido por culpa del… no sé ¿orgullo? Yo que sé. Solo sé que esa noche, después de tanto esperar con ansiedad y paciencia, se vería liberada esa tensión sexual no resuelta entre ambos. Desde niños siempre hubo algo entre nosotros. Una química, un deseo, una atracción. Y ambos fuimos siempre tan estúpidos de no dar el paso para satisfacerla. Ahora íbamos por fin a corregir ese error.

(9,50)