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Arrepentidos lo quiere Dios. Capítulo 5º

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Capítulo 5

 

Año 1975

 

Tenía a la sazón 35 años. Mi gran amiga, madre y valedora, doña Patrocinio había fallecido, y en virtud de no tener descendientes directos, fui su heredera universal.

En quince años había pasado de ser una mancha en mi familia por culpa de mi carácter fogoso, a ser una de las señoras más respetadas de aquella sociedad también gracias a mi cuerpo. ¡Paradojas de la vida!

El cura párroco de mi pueblo, don Celestino aún vivía, aunque estaba muy mayor el hombre. Me absolvió de todos mis pecados porque todo el dinero heredado de doña Patrocinio que ascendía a varios millones de pesetas, los doné a una fundación que se fundó con mi nombre:

Fundación Doña Manolita.

Al Municipio también doné bastantes millones, y se pudo reparar la iglesia, instituir dos escuelas, una para niños y otra para niñas, un comedor social, y todavía le sobró dinero para otros asuntos sociales que atendía primorosamente.

El alcalde pudo llevar agua corriente a todos los hogares, acabar ese alcantarillado que no había forma de terminarlo por falta de recursos; y crear un casino con tele club, donde los mayores podían acceder a los esparcimientos propios de la edad.

Recuerdo la recepción que me hicieron las fuerzas vivas de la zona: el señor Obispo, el Gobernador Civil, y el alcalde don Matías. El discurso de don Celestino me emocionó y no pude reprimir unas lágrimas de emoción.

 

Ciudadanos y ciudadanas de Los Alcores: Hoy me cabe el honor de nombrar hija predilecta de esta noble villa, a doña Manolita, pues gracias a su generosidad, ha sido posible escolarizar a todos los niños y niñas de la localidad, y dotarle de las estructuras que durante años se nos han sigo negadas por la Administración.

Hace quince años salió de este insigne pueblo detractada por todos sus vecinos porque cayó en el pecado mortal de la carne. Pero gracias a su arrepentimiento, a mis plegarias al Altísimo, y a nuestra patrona Virgen de las Encinas, nuestra ilustre hija predilecta, ha sido tocada por la mano del Señor, y puesta en el Camino de la Esperanza, donde solamente los elegidos transitan.

Demos pues todos gracias a doña Manolita, y recemos todos para que Dios le conceda larga vida y prosperidad.

 

Lamenté profundamente que mi madre no pudiera haber vivido este acontecimiento; había fallecido hace dos años. Pero murió muy tranquila sabiendo que la vida me sonreía. Mis hermanos no asistieron al acto, posiblemente por vergüenza, ya que no me habían perdonado nunca ser el desdoro de la familia. Y ahora no sabían o no podían asumir mis éxitos en la vida. De mi padre nada sabía, ni me importaba.

Todo esto fue posible gracias a los consejos de mi segunda madre doña Patrocinio. Me decía:

 

Manolita hija: vivimos en una sociedad tremendamente hipócrita, donde los valores que se pretenden crear son falsos. Tú misma compruebas día a día la doblez de aquellos que determinan la conducta de los ciudadanos. No te rebeles nunca contra el sistema.

La Iglesia perdonará todos tus pecados si eres generosa con ella, y a los pobres sólo se los perdonarán con la sumisión a sus preceptos.

A las fuerzas del orden, demuestra tu adhesión. Tú siempre: ver, oír y callar. Es la única forma de prosperar y ser respetada en esta sociedad.

 

 

¡Qué razón tenía! Seguí sus consejos, y gracias a ellos supe, sin necesidad de hacer daño a nadie, llegar a donde nunca pude soñar.

 

Continuará

 

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