La muchacha del arpa y el tiempo secuestrado,
dulcemente, tristemente también,
la muchacha de los delicados pies descalzos,
de los dedos frágiles tocando,
con su sepulcral silencio de zafiros,
y con su encanto misterioso los desliza
cuidadosamente entre las cuerdas.
Y la belleza inmaculada e inocente
de la muchacha,
como cada nota que vive, cada nota que sale
de lo más profundo de su pecho y de sus lágrimas,
lágrimas de pena como el rocío nocturno,
mientras los cabellos de la soñolienta luz de oro
entra por la ventana,
las luces como manos
acariciando el frágil rostro de la arpista,
sus tiernos brazos,
la piel bajo la túnica,
los rayos enamorados de la música,
que se mezcla con el aleteo imperceptible
de las multicolores mariposas.
La música del arpa entremezclada
con los felices cantos de gorriones,
las amigables y pequeñas crías de pájaro,
que en su madera se apoyan.
Hay rosas, gorriones, mariposas, entre las cuerdas.
Esta joven de cabellos castaños,
en los remolinos y los vientos de la Historia,
la muchacha del arpa en el Imperio Griego,
llenando de sonidos cada cuarto,
y todos los habitantes de la casa,
quedaban paralizados escuchando
en una serena calma, embriagadora y atrayente,
se llena de felicidad aquella casa,
la muchacha del arpa ocupa el universo,
en las estrellas, con las rosas y las perlas delicadas,
con su erotismo delicado y suave,
sin intención alguna,
el instrumento resonando en los jardines,
que la ciudad anegan.
Sólo quiero escuchar deliciosas notas
de la muchacha del arpa, mientras exista.
Ningún otro sonido ya
ocupe mi tiempo.
Yo le hice una escultura a la muchacha,
para que siga viva cuando muera,
y vencer la eterna batalla del Tiempo,
con su música que mata o que embelesa.