Todo es tan calmado y tan hermoso.
En el pueblo, soñoliento y nocturno,
brilla bajo la luna
la silueta de los árboles de otoño,
junto a las hojas de oro,
bellamente esparcidas por el viento
sobre los viejos bancos de madera y de metal,
en la plaza de la fuente centenaria.
Brota la blanca espuma entre las olas,
en el embarcadero,
junto a las barcas que se mecen.
Debajo, caracolas enterradas,
rosáceas, color nácar y violetas,
como de cristal y purpurina.
Y yo voy buscando las caricias
que brotan de tus manos.
Este anochecer, en los jardines,
nos dan su aroma, generosas, delicadas,
las damas de noche, junto al estanque silencioso
de los gorriones que se bañan en la arena.
Un hilillo de cascada se abre paso
entre las piedras.
Tras palmeras de mármol habitan las estrellas,
y el viento va formando remolinos
en el suelo, con las muertas hojas.
Bajé la balaustrada blanca, entre las sombras,
yo estaba en las penumbras, junto a cráteras,
frente a los viejos arcos nacarados
en las enredaderas de la noche.
Las inquietas polillas vuelan ciegas por el aire,
buscando las luces de las lámparas,
en la ciudad envuelta en telarañas.
Bajo la mosquitera delicada,
en la silla de crujiente mimbre,
busco tus manos de plata.