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Mi adolescencia: Capítulo 17

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Como es de imaginar, durante el trayecto al chalet apenas dijimos nada, de hecho de lo poco que conversamos fue de temas tan triviales (y poco interesantes para ambos) como comentarios sobre el desarrollo de la parrillada/fiesta del día anterior. Eran conversaciones para matar el tiempo y sin interés, pero sumamente necesarias para mantener nuestras mentes ocupadas y así no sentirnos incómodos o violentos por todo lo que estaba pasando. El nerviosismo se mascaba en el ambiente, era palpable, tanto en él como en mí. Y solo deseaba que llegásemos de una vez al chalet para acabar de una vez por todas con esta agonía de espera tan inhumana. Y es que las hormonas adolescentes, tanto a él como a mí, nos estaban devorando y se estaban desatando mucho más vertiginosamente de lo que yo al menos esperaba. Ambos sabíamos que faltaba muy poco para que el anhelo y el ansia mutua del uno por el otro se viese complacida. Por fin llegamos allí y nos bajamos del coche. Yo abrí la puerta del chalet y entramos. Y, a partir de ahí, ya los nervios de ambos desaparecieron y simplemente nos dejamos llevar por nuestro instinto más primario, natural y emocional.

Si he de ser honesta no tengo ni la más remota idea de quién de los dos empezó. Quién dio el primer paso. No lo sé. Pues fue todo muy rápido e intenso, supongo que ambos a la vez nos lanzamos pero no puedo recordar quién tuvo la iniciativa original. ¿Y qué más daba? Lo importante es que nos estábamos besando. Nos besábamos en los labios de forma suave, dulce y cariñosa mientras nos agarrábamos de la cintura. Eran besos llenos de sentimientos, se notaba que había pasión en ellos, así como mucho deseo y frustración contenida que ahora empezaba a fluir poco a poco. Antes de que me diera cuenta le estaba acariciando el pelo mientras le besaba, y él hizo lo mismo conmigo. Era la unión de dos personas muy necesitadas la una de la otra. La conjunción perfecta entre un chico y una chica que se deseaban, anhelaban y querían. Y, aunque la espera fue demasiado larga, creo que llegó justo en el momento adecuado. ¿Hubiera tenido sentido hacer todo esto a los 14, 15 ó 16 años? Pues no, no hubiera sido igual. El habernos hecho sufrir mutuamente durante esos años hacía que ahora fuese mucho más gozoso, placentero y satisfactorio. Era el momento perfecto. El momento de desatarse y desencadenarse todo lo acumulado, tanto emocional como físicamente, en aquellos años adolescentes. Y vaya que si se iba a desencadenar. Más de lo que nunca puede imaginar ni desear.

Los besos a mis labios dejaron paso a unos besos mucho más sensuales y carnales al empezar a darlos por mi cuello. No voy a malgastar palabras en describir los escalofríos que eso me produjo, sobre todo por la satisfacción psicológica de que era Edu, el mismísimo Edu, el que los estaba dando. Edu y yo. Por fin Edu y yo enfrascados en besos apasionados por mi cuello. El sueño se estaba haciendo realidad. Quizás unas semanas antes jamás hubiera reconocido que ese era mi gran sueño, pero en ese momento ya no tenía ningún reparo en declamar al mundo entero que mi mayor anhelo estaba cobrando forma por fin. De repente, de forma algo brusca, Edu me giró y se colocó detrás mía para darme besos en el cuello por detrás, apartando mi pelo con cariño y suavidad, mientras hacía unos chupetones que proporcionaban un placer indescriptible. Se notaba que estaba disfrutando tanto como yo. Se notaba en cómo respiraba o en sus movimientos, estaba gozando el momento (tantas veces imaginado) paso a paso, segundo a segundo. Mientras me besaba por detrás me empezó a acariciar la tripa por encima del chaleco.

Debo reconocer que en esos momentos, mientras me acariciaba por encima del chaleco, me hubiera gustado que dijese algo, eso que se le daba tan bien a Rafa de halagar y piropear mi ropa (cosas como “qué guapa estás con este chaleco”, “qué bien te sienta está ropa, estás buenísima, estás perfecta”, “me pones muchísimo vestida así”, etcétera) pero Edu no era Rafa, y tampoco me importaba tanto que no dijese esas cosas. En cierta manera me daba igual, porque estaba convencida por completo que lo pensaba aunque no lo dijera. Rafa tenía más descaro a la hora de hablar y sabía psicológicamente muy bien lo que yo quería oír en cada momento, pero me daba igual, porque no había comparación posible entre Rafa y Edu, pues Edu era lo que había estado esperando durante tantísimo tiempo y sabía que me iba a hacer gozar más que nadie en el mundo. Por la sencilla razón de que dicho gozo iba a ser tanto psicológico como físico, y eso supone el mayor placer posible para una chica. Y no estaba nada equivocada como pude comprobar poco después.

Los besos por detrás de Edu fueron cada vez más fogosos, apasionados y ardientes. Ya no se limitaba a besar o dar chupetones en mi cuello, sino también en mis orejas e incluso en mis hombros. La pasión contenida de ambos era tanta que aún seguíamos en la misma puerta de la entrada. No habíamos avanzado ni un metro. Ni falta que hacía. Podía notar claramente su deseo por mí. Y yo me dejaba llevar, me dejaba sentir y solo quería disfrutar cada segundo de este subidón de sensualidad, efusión y fogosidad adolescente. Cuando quise darme cuenta ya me estaba acariciando los pechos por encima del chaleco y jugando con cada uno de los botones de dicho chaleco. Yo empecé a excitarme. No mucho. Solo una pequeña llamita que empezaba a recorrer mi cuerpo de forma pausada, tranquila y sin prisas, pero repleta de sensaciones, emociones y ardor. Como era lógico, no se limitaba solo a acariciar mis pechos, sino que sus manos se movían con gran destreza, delicadeza y tacto por mi cuello también. Eso me encantaba, pues compaginar los besos vigorosos con esas dúctiles caricias me hacían estremecerme de placer. Notaba como mis hormonas hervían a gran temperatura. Pero si hervían no era por los tocamientos y caricias, que también, sino por saber que era el mismísimo Edu quien los estaba haciendo. El factor psicológico jugaba un papel muy importante, yo diría primordial y esencial, en la sensualidad de dicho momento.

Siempre con mucha delicadeza, cuidado y respeto me desabrochó dos botones del chaleco, y metió su mano para acariciarme por encima de la camiseta. En esos momentos pensé que quizás la camiseta que me había puesto era demasiado sencilla o simplona, y que debería haber elegido una más elegante o una camisa. Pero me daba igual, al fin y al cabo Edu no era tan fetichista como Rafa, y me pusiese lo que me hubiera puesto sus caricias por mis pechos hubieran sido igual de intensas y sentidas. Me excitó muchísimo que me acariciase los pechos por encima de la camiseta, más de lo que pude imaginar, aunque claro, también influía los besos incesantes que no paraba de darme por la cara y el cuello, así como tener su entrepierna tan pegada a mi trasero. Fue como estar en una sauna, no por el calor, sino por el ardor, escalofrío y emociones que recorrían cada centímetro de mi cuerpo. Y seguramente por el suyo también, pues no cesó ni por un segundo de entregarse apasionadamente a mí. Un puro placer tanto psicológico como físico.

Mucho habían cambiado las caricias de Edu desde que jugó con mi jersey y mi camisa allá a los 15 años con las caricias que me regalaba ahora. A los 15 años fue torpe, brusco, nervioso, precipitado y ansioso. En cambio ahora todo era saborear el momento con lentitud, pausa y regodeándose con su mano sobre mis pechos, acariciándolos cada vez más fuerte e intensamente, con más pasión y entrega, como si hubiese estado madurando y reflexionando durante mucho tiempo cómo deseaba tocarme y cómo deseaba disfrutar de mí, y yo de él, en todo su esplendor. De repente, me giró bruscamente y me colocó frente a él. No hubo nada. Ni tan siquiera un beso. Solo nuestros silencios, nuestras miradas cruzándose, nuestra respiración que casi inspiraba al mismo tiempo y, sobre todo, el brillo en nuestros ojos siendo conscientes de que estaba ocurriendo un hecho histórico, algo largamente planeado y meditado que por fin iba a consumarse. Por fin todas las máscaras de indiferencia se vendrían abajo y por fin seríamos honestos el uno con el otro. No podía ser, por tanto, más histórico y esencial dicho momento. El largo silencio del uno frente al otro fue roto finalmente por un beso apasionado en los labios (nuevamente no puedo recordar quién se lanzó a besar a quién, aunque me inclino a pensar que fuimos los dos a la vez).

A partir de ese momento no sabría describir el orden en que se fueron desarrollando los acontecimientos, pues todo fue muy rápido, pasional y visceral, lo que me provocó una ceguera total de mis sentidos dejándome llevar por la emoción del momento. Todo fue una sucesión de sentimientos y mucha agitación, vibración, desconcierto y un deseo indescriptible por tocarnos el uno al otro. Al mismo tiempo nos fuimos moviendo muy bruscamente por todo el chalet, chocándonos continuamente contra las paredes. Cada vez que nos chocábamos contra una nueva pared nos besábamos y tocábamos con más fuerza, casi con violencia, con una hosquedad y rudeza muy beligerante pero muy placentera al mismo tiempo. Era como estar haciendo al mismo tiempo el amor y la guerra, era como una lucha por controlar nuestra pasión mutua y por darle salida. Es incontable la de veces que nos paramos y chocamos contra las paredes, y cada una de esas colisiones era un nuevo arrebato de deseo, anhelo y fiereza sexual del uno contra el otro.

Nuestras caricias fueron tomando un rumbo cada vez más erótico y sensual, pues ambos nos acariciamos ya el culo por encima del pantalón y casi al mismo tiempo él empezó a sacarme la camiseta por fuera mientras yo le desabrochaba su camisa. Esto nos hizo ser incluso un poco más violento y bruscos, parecía como si nos fuéramos a destrozar la ropa. Aunque a mí en ese momento, cegada, embriaga y sugestionada por la situación no me hubiese importado, pues no era ya racional y la sensatez hacía ya muchos minutos que me había abandonado. Por lo que me dejé llevar y solo quería disfrutar cada segundo que durase todo esto. Intenté quitarle la camisa, pero fui incapaz, pues a pesar de estar completamente desabrochada no dejaba de moverse y de actualmente visceralmente. Más habilidad tuvo él, pues consiguió quitarme del todo el chaleco y lo tiró lo más lejos que pudo con rabia, fuerza y entusiasmo. Las caricias en mis pechos por encima de mi camiseta se intensificaron, al igual que los tocamientos en mi culo. Yo no quería despegarme de él, quería fundirme con él y ser un único ser para así calmar de una vez todo este deseo sexual. Un deseo sexual alimentado durante muchos años a fuego muy lento que ahora se desbordaba por todos lados de tanto haberlo tenido hibernando.

Como ya he dicho, fuimos rodando de un lado a otro del chalet, golpeándonos y chocando contra todo, pero nunca unos choques han sido tan satisfactorios y bien recibidos. Solo en un determinado momento paramos y creo que fue porque ambos fuimos conscientes de dónde nos encontrábamos en ese instante. Estábamos justo en la puerta donde yo el día anterior dije esa frase que desencadenó todo esto y la causante de que las últimas 24 horas hubiesen sido un suplicio de espera y contención. Ambos nos miramos a los ojos, sé que por su cabeza pasó exactamente lo mismo que por la mía, intentamos tranquilizarnos, recuperar la respiración a un ritmo normal y seguir saboreando el momento maravilloso que estábamos viviendo pero sin tanta violencia sensual y movimientos bruscos. El silencio se volvió a apoderar de nosotros, solo nos mirábamos a los ojos mientras intentábamos calmar a nuestro corazón y que nuestra respiración no estuviese tan desbocada. Y, de repente, nos fundimos en un nuevo y apasionado beso lleno de lujuria, pasión y mucha lascivia. Tenía una necesidad casi imperiosa de quitarle de una maldita vez su camisa, lo necesitaba, lo necesitaba tanto como respirar, por lo que yo misma de forma brusca y sin miramientos le quite forzosamente la camisa y se la tiré bien lejos, como había hecho él antes con mi chaleco. Quería ese torso desnudo para mí y quería acariciarlo hasta el último centímetro. Esa necesidad era mutua como muy pronto iba a comprobar.

En un movimiento brusco y convulsivo Edu se abalanzó sobre mis pechos y empezó a comérmelos por encima de la camiseta. Los chupó, los comió y se regodeó en ello al mismo tiempo que me los acariciaba con sus manos. En esos momentos me sentí muy turbada, me hizo vibrar más que nunca y descubre, como nunca antes, lo erógenos que pueden llegar a ser mis pechos. Cierto que Rafa las otras veces ya había jugado mucho con ellos incluso solo con el sujetador, pero no tenía nada que ver con todo esto. Puede que con Rafa estuviese más tensa, nerviosa o incómoda, pero no lo disfruté. En cambio, con Edu era un placer maravilloso contemplar cómo disfrutaba comiéndolos con tanta pasión y deseo. Se suele decir que en una chica el órgano más erótico y sensual es el cerebro. Y es muy posible que sí. Pues a mí todo el juego de preliminares y los factores psicológicos es lo que más me excita, pero en esos momentos era algo netamente físico y un gozo que recorría todo mi cuerpo hasta llegar a mis pechos. Puede que para Edu solo fuese un deseo primario de querer comer las tetas a una chica, pero para mí era un calambrazo brutal que estaba alterando y trastornando todos mis sentidos (vista, oído, olfato, gusto y tacto).

Cierto que en plena adolescencia hasta las cosas más nimias y tontas pueden estimularte muchísimo pues se tienen las hormonas muy revueltas y alocadas, pero nunca como esa noche con Edu volví a sentir más embriaga, estimulada y excitada. Yo simplemente me dejaba llevar. Le besaba la cabeza mientras él seguía concentrando sus besos y chupetones en mis pechos, mientras poco a poco fue subiendo mi camiseta. Hasta ese momento no me había planteado cuál iba a ser el límite máximo que quería llegar con Edu. Si quería que no sobrepasase ciertos límites y que esto fuese solo una aventura light (como las que solía tener con Rafa) entonces este era el momento preciso para decírselo antes de que nos desmadráramos más de la cuenta. A pesar de tener ya 17 años me seguía sintiendo un poco inmadura y tímida y no sabía si estaría preparada para ir a más. Pero por el momento no pensé en ello. Simplemente me dejé llevar. Edu acabó por subirme la camiseta del todo y empezó a comerme las tetas por encima del sujetador con la misma pasión, entrega y fiereza con las que se las había comido antes por encima de la camiseta.

Debo reconocer que me hacía vibrar con intensidad y seguramente puede que mis pezones se endureciesen, lo cual me hizo sentir un poco de pudor por unos momentos. Me encantaba el estilo salvaje, brusco y apasionado con el que Edu se entregaba a mis pechos. La mezcla de acariciármelos al mismo tiempo que me los comía me excitó muchísimo, tanto psicológica como sexualmente. A mí, cada cierto tiempo, me invadía la realidad de que era el mismísimo Edu quien me estaba haciendo todo esto, lo cual me estimulaba muchísimo más. El factor psicológico de poder por fin tener algo con Edu (después de acumular tantos recuerdos, emociones y sensaciones a través de los años) me influía de forma brutal y me estimulaba mucho más. Por eso mi excitación era incluso más mental que física. Fuera lo que fuera, estaba disfrutando más que nunca, y eso era lo único que me importaba. Pero de repente algo nubló mi mente y bloqueó todo el placer que estaba acumulando hasta entonces. Volvió a mi mente la maldita imagen de esa noche en que Graciela acarició la entrepierna de Edu por encima del pantalón. Se me incrustó esa imagen y me empezó a apedrear la obsesión de Graciela una vez más. Me cuestioné a mí misma ¿Hasta dónde habría llegado con Edu? ¿Hasta qué límite habrían llegado? Necesitaba saber la respuesta, mi mente necesitaba saberla y mi corazón desbocado, llenos de celos a rabiar, necesitaba tener la certeza de que no habían ido más allá de unos simples besos y caricias semieróticas.

Me encontraba totalmente bloqueada con esos pensamientos y reflexiones. Dejé de disfrutar de lo que me hacía Edu y hasta me sentí muy frustrada y desdichada. Esas dudas sobre la relación de Graciela y Edu no me dejaban ni respirar y ansiaba una respuesta. Sabía que sin la respuesta verdadera no podría esa noche seguir enrollándome con Edu. No podría. Sería superior a mis fuerzas. Como si mi mundo planificado durante tantos años se viniese abajo. Sé que puede parecer muy absurdo pero, en aquel momento, en plena adolescencia y con el ardor recorriendo todo mi cuerpo no podría continuar. Por lo que brusca y violentamente me separé de Edu y lo ajelé un poco de mí. Intenté respirar con calma al mismo tiempo que me colocaba la camiseta. El pobre Edu se quedó totalmente desconcertado y con cara de crispación. Estaba completamente ruborizado y con los ojos encendidos esperando expectante una explicación a mi reacción. Yo no sabía qué decir. Estaba bloqueada. Intenté decir algo pero no pude. Entonces, de forma totalmente espontánea y natural, me dejé llevar por mi instinto femenino y supe entonces exactamente lo que tendría que hacer. Sonríe y le besé en los labios para tranquilizarle y acto seguido fui yo quien le empujó contra la pared.

Nunca sabré por qué reaccioné así e hice lo que hice. Solo sé que mi instinto y mi intuición me guiaron en cada acción que llevé a cabo y que me ofrecieron justo la respuesta sincera y honesta que estaba demandando, justo lo que necesitaba oír. Intentaré contarlo tal y como ocurrió, pero fue todo tan rápido, acelerado y frenético que seguramente me dejaré cosas importantes en el tintero. Lo tenía arrinconado en la pared y estábamos besándonos con mucho sentimiento al mismo tiempo que nos tocábamos mutuamente el culo. De repente, yo dejé de tocarle a él y en unos pocos movimientos coloqué mi mano en su entrepierna. Su erección era notable y se notaba ya un bulto considerable en el pantalón. Empecé a acariciarle. Noté perfectamente como un calambrazo frío debió recorrer toda su espalda pues la movió de forma brusca y convulsiva, seguramente por lo inesperado que sería todo para él. Pero antes de que pudiera hacer o decir nada, le bajé la cremallera y metí mi mano dentro. Edu se quedó blanco, dejó de besarme y de acariciarme, hizo un gesto raro como de extasiado y solo se limitó a estirar el cuello como si le estuviese haciendo daño. Sabía que debía continuar hasta el final para obtener las respuestas que anhelaba, por lo que con total descaro bajé su calzoncillo y metí la mano dentro.

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