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Desaparecido 10 (Final)

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Los tres días siguientes fueron una fiesta de sexo y amor, una mezcla de besos y lecciones para mejorar en mi feminidad. Pero se acercaba el jueves y mi cita con ese tio. Dudé mucho en si ir o no, no quería que el me penetrara, solo quería que lo hiciera Natalia, ni quería verle a él. Lo hablé con Natalia y ella me dijo que no importaba que estuviera con un hombre, de hecho me lo pidió, formaba parte de mi educación. Y me prometió que no tendría envidia, sabía que mi amor era solo suyo igual que yo sabía que el suyo era solo mío. Así que llegó el jueves y como cada día las dos dormimos hasta tarde abrazadas entre las sábanas revueltas hasta que sonó el despertador. A Natalia siempre le costaba mas levantarse que a mi, yo en cambio era como si tuviera un muelle que se accionara con el timbre y me obligara a levantarme de la cama.

Fui al baño, encendí la luz y me empecé a desnudar, una de las prótesis de pecho se había despegado un poco durante la noche, la acabé de sacar y la puse, junto a su pareja en una estantería. Por las mañanas era cuando mi imagen daba mas pena, quizás por eso siempre quería ser la primera en ducharme. Me miré en el espejo y me hice un repasó de arriba a abajo. Estaba mas delgada, casi nada en apariencia, pero yo lo notaba y a mis ojos esto quizás acentuaba menos algunos rasgos masculinos y me ayudaba mas a parecer una mujer. Cuando terminara todo eso, si terminaba debería ganar un poco de fuerza, los pelos volverían a crecer y volvería a ser ¿un hombre? ¿Era eso lo que quería? En una semana mi vida había cambiado tanto que ya no sabía ni quien era, ¿como podía ni siquiera pensar en quien quería ser?

Me duché y me puse una ropa cómoda para limpiar un poco el piso y preparar el desayuno, zumo de naranja, unas tostadas con jamón dulce y café servido en la terraza, a mediados de agosto el Sol era fuerte y valía la pena aprovecharlo. Natalia salió a la terraza en ropa interior, tapada con una larga bata de seda rosada que cerraba aguantando con una mano. Me dio un beso dulce y me preguntó como estaba, nerviosa claro.

―Ya se que hemos tenido esta conversación miles de veces durante los dos últimos días pero...― empecé yo― ¿crees que debo ir?

―Noe, porfavor.

―Pero Nati amor, es que no me apetece acostarme con ningún chico, ni con ninguna chica tampoco, solo contigo que me llenas la cabeza todo el rato.― le dije apretándole fuerte la mano. Se inclinó sobre la mesa para darme un pico corto y se volvió a sentar antes de hablar.

―Es por tu hermana, por Carla. Solo lo haces por ella. ¿Vas a dejar de buscarla por mi? ¿Vas a tirar por la ventana todo el trabajo?

―No, claro que no, es solo que...

―Lo se, pero debes hacerlo.

―Va, vamos a practicar un poco mas el maquillaje, aunque ya te desenvuelves de maravilla y después iremos a comprar algo un poco excitante para este chiquillo, a ver si le animas.

Me maquillé tres o cuatro veces, había zonas que aún se me resistían, trucos que normalmente las chicas tardaban años en aprender yo los estaba memorizando a toda prisa. Las diferentes formas de maquillarme los ojos, por ejemplo, mas allá de lo simple, se me escapaban totalmente. Al final fue Natalia quién me los arregló bien. Nos vestimos para salir y Natalia me llevó a algunas tiendas preciosas, escondidas por la ciudad que conocía. Al final me compró un conjunto nuevo, un camiseta de tirantes negra muy simple con un escote generoso a juego con una falda azul oscuro de puntas y encajes muy del siglo XVIII, para llevarlo me compró unas sandalias romanas negras con un tacón fino de altura media. Volvimos a casa con todo listo, me temblaba todo el cuerpo. Si no hubiera sido por mi hermana nunca me hubiera atrevido a hacerlo, después de que Natalia se fuera, me vestí con mi ropa nueva, cogí el bolso de fiesta y con paso inseguro me puse a andar hacia su casa. Me estaba esperando cuando llegué.

―Hola. ¿Que tal?― me preguntó Andrés sin hacer ningún gesto de familiaridad.

―Bien.― agarré el bolso con fuerza, con las dos manos.― Un poco nerviosa. ¿Y tu?

―Ansioso, la verdad. Pero pasa, ponte cómoda.― crucé el umbral y me fui a sentar al sofá. El me siguió, se sentó a mi lado y se dedicó a mirarme durante unos minutos muy largos sin decir nada.

―¿Y tienes algo planeado? ¿Iremos a cenar o algo? Me he comprado esto para esta ocasión tan especial...

―No puedo salir a la calle contigo, no seas boba.

―Perdón, pensaba que...

―¿Que crees que pensaría la gente si me viera contigo? Como travolo no estás mal pero no creo que mucha gente piense que eres una chica de verdad, solo si están ciegos.― sentí una presión muy fuerte en la sien, quería llorar.

―Perdona, pensaba que te gustaba mas...

―Y me gustas cariño, es solo que no me guste que la gente piense que soy marica, solo eso.― Puso una mano encima de mi pierna y me empezó a acariciar.― ¿Vamos a mi habitación?― De repente me pareció un tío baboso, asqueroso y sin ningún atractivo, pero sabía que debía hacerlo.

―¿Tan rápido?

―Tampoco tenemos nada mejor que hacer.― me cogió de la mano y tiró de mi hacia arriba, me dejé hacer, me llevó a su habitación.

Tenía una habitación muy de hombre, muy masculina, muebles negros, robustos, sin ningún detalle. Parecía la guarida del lobo, o eso, o yo me sentía como si hubiera caído en las garras del lobo.

―¿Te gusta jugar?― debería haber respondido que no.

―Si, claro.― no iba a poner pegas.

―Cierra los ojos y déjame hacer.

Oí un ruido de metales, me cogió la muñeca derecha, tenía miedo, la izquierda. Me las puso por detrás de la espalda y oí unas esposas que se cerraban. Con un poco de brusquedad me agarró del brazo, me movió unos pasos y de un golpe me tiró encima de la cama. Abrí los ojos justo antes de que mi cara rebotara contra el colchón. Me cogió de la camiseta y con dos tijeretazos rápidos cortó los tirantes y con uno mas largo la cortó por la espalda. De reojo vi como se ponía de cuatro patas encima mío y empecé a sentir como su lengua acariciaba mi piel, tenía un tacto suave con un deje rasposo, me daba asco, quería que me diera asco. Pero de repente sentí como mi verga se empezaba a poner dura haciendo fuerza contra la tela del tanga, al cabo de poco se soltaría. Fue subiendo poco a poco y me empezó a besar el cuello con fuerza, sorbiéndolo mientras con una mano bajaba por mi espalda, se metía por dentro de la falda, del tanga y me empezaba a acariciar suavemente la cola, el ano. Mi verga estaba durísima, empecé a gemir, sin poder evitarlo, casi con arrepentimiento. No me gustaba como me tocaba pero me gustaba que me tocara.

“¿Te gusta eh putita?― solo podé soltar un gemido― Si, claro que te gusta, todas sois iguales.” De repente me dio la vuelta con su brazo fuerte. Las manos se me clavaban al final de la columna. Se levantó, se desnudó y cogió su pene con una mano, se puso otra vez encima mío y me fue acariciando la piel, con su pene flácido que se iba poniendo duro por momentos. Cuando estuvo satisfecho se sentó en mi torso, por encima de mi pecho. “Va, abre la boquita.” obedecí, el me cogió la cabeza con las dos manos y me la levantó poniendo su verga a la altura de mi boca, la metió dentro. Era gruesa, empecé a mover la lengua, era el único movimiento que podía hacer, fue el quién con las manos empezó a tirar hacia adelante y hacia atrás mi cabeza. Las manos, con su peso encima se me clavaban con mas fuerza, no sabía cuanto tiempo podría aguantar el dolor y la tirantez en mi nuca. De repente me soltó, su verga salió de mi boca y mi cabeza cayó hacia atrás. “Creo que ya estoy listo.”

Me volvió a girar después de levantarse, me abrió las piernas y me agarró de la cadera para levantarme. No me podía poner a cuatro patas, tenía la parte superior del torso tirada encima de la cama. Sentí como sus dedos me llenaban el ano de lubricante, puso la punta caliente encima mío y con un golpe seco que me hizo lanzar un chillido agudo de dolor metió toda su verga dentro. El dolor fue insoportable pero me consolaba pensar que no me iba a dar placer, me equivocaba. Con las manos marcó el ritmo al que movía las piernas y su pija fue entrando y saliendo. Yo empecé a gemir sin remedio, cada vez mas fuerte, mas fuerte a mas rápido iba él. De repente me puse a chillar entre gemido y gemido, respiraba de manera entrecortada, su verga, mucho mas gorda que la de Natalia me producía escalofríos en cada movimiento. Y de repente paró, un segundo, dos, tres. Agarró mi verga dura y reanudó el movimiento. Se volvió a mover y de repente sentí que se corría, se venía dentro mío llenándome de leche al tiempo que yo me venía solté dos gritos largos y profundos. Sacó su verga, me desató.

―Vete, ya está.

―¿Así?

―Ya te he follado, no vamos a salir juntos, vete.

Me levanté y me puse lo que quedaba de mi camiseta encima, por suerte la había cortado por la espalda. No empecé a correr hasta que estuve en la calle. Entonces no paré, las lágrimas caían por mi rostro, le odiaba, me odiaba. Me había usado, como a una puta, casi me había violado y yo, tonta de mi, había sentido placer y me había corrido con su verga dentro mío.

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