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Melisa (deseo, obsesión y perversión)

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Era miércoles por la mañana -casi cerca del mediodía-, cuando Melisa, una hermosa rubia de 16 años, daba a luz a su primer hijo en un hospital público. Afuera del edificio, la noticia corrió como reguero de pólvora y toda la prensa amarillenta daba a conocer su verdadera y triste historia.

Doce horas después, y en la quietud de la noche, Melisa se cortaba las venas de sus brazos y acurrucada en la cama, esperó que su vida se fuera diluyendo con cada latido, hasta que finalmente, entregó su alma a Dios.

La prensa la recordó como el caso de la "adolescente parricida que esperó tener a su hijo para terminar con su propio sufrimiento". Ésta es su historia.

Infancia, y noviazgo con su padre.

Melisa era la hija única de Roberto, un ginecólogo y obstetra de muy buen pasar. Huérfana de madre desde muy pequeña, su vida comenzó a transcurrir con su padre como única figura familiar.

Al ocupar el rol de padre y madre, Roberto cuidaba de Melisa como si fuera un objeto de deseo y obsesión. Tanto cariño, sublimó en un enamoramiento tal por ella, que lo llevó a pervertirla aprovechándose de su inocencia y de la sublime admiración de su hija hacia su padre, "el doctor".

Desde pequeña, Roberto acostumbró a Melisa a recibir "caricias especiales", sobre todo en las noches cuando él iba a taparla a su cama. Estas caricias comenzaron como un juego secreto que Roberto inculcó en ella con la misma facilidad con la que se puede programar una computadora.

Así es como los inocentes besos sobre los labios de Melisa (a sus cinco años), y que muchos lo llaman "besito francés" se transformaron en algo más, sobre todo el día en que su padre le pidió que abriera un poco los labios, y que meta su pequeña lengua en la boca de él.

Al poco tiempo, y mientras la lengua de Roberto recorría ahora la boca de su hija, las dos manos del médico acariciaban la cola y la zona vaginal de la pequeña.

En un par de meses, Melisa había comenzado a dormir en la cama de su padre y era común que antes de acostarse, se quitara la bombacha, puesto que éso era lo que él mismo le había enseñado meses atrás.

Cada sesión de besos y caricias terminaba con su padre corriendo hacia el baño. Melisa siempre creía que era porque le agarraban unas desesperadas ganas de hacer pis.

Las caricias siguieron hasta los 6 años. Allí Melisa descubrió que bajo el calzoncillo de su padre se escondía un miembro duro al cual Roberto le había enseñado a acariciar a tal punto que siempre un poco de "orina blanca" le manchaba la mano, y dependiendo de la posición de ellos, parte del cuerpo.

Ya era común, que Melisa terminara en la mitad de la noche con el camisón subido casi hasta su cuello. Roberto, besaba su cuerpo desde las piernas hasta el cuello, pasando un largo rato prendido a unas inexistentes tetitas.

Cuando cumplió 7 años, Melisa aprendió a recibir la "orina blanca" dentro de ella.

Con sumo cuidado, Roberto le hacía abrir sus piernas al máximo y con sus pequeñas manos, separar los costados de su vagina, dejando un pequeñísimo agujero al descubierto en el cual Roberto apoyaba su glande y se pajeaba. La presión sobre el agujero era más grande cuando el padre le descargaba dos o tres chorros de semen que por la fuerza con que los largaba, se colaban por el canal vaginal hasta llegar a lo más profundo de sus entrañas.

Como parte del protocolo, después de recibir cada descarga, ella debía dormir tranquilamente, y recién a la mañana siguiente iría al baño, donde dejaba bajar el viscoso líquido que se entremezclaba con su primera orina matutina.

A los nueve años, su padre le enseñó que debía dejar que la descarga también le entrara por el ano, y que dado que ese agujero se abría al cagar, la entrada de un dedo no debía ser dolorosa. Esto hizo que desde entonces el ano de Melisa fuera objeto todas las noches de una profunda penetración del dedo anular de Roberto, para que cuando lo retirara, la cabeza de la enorme vara de carne del padre taponaba el agujero anal, y sin penetrarla le descargaba a veces una copiosa cantidad de leche que muchas veces obligaba a Melisa a ir corriendo al baño por temor a cagarse encima.

Con el tiempo, Melisa no sentía dolor alguno. Su esfínter se había acostumbrado al grosor del dedo de Roberto, y para poder aguantar el líquido depositado en su recto, había aprendido a cagar antes de ir a la cama. Con las tripas limpias, la leche podía guardarla hasta la mañana, de la misma forma que lo hacía cuando Roberto le llenaba la vagina.

De esa forma, Melisa llegó virgen casi hasta los 11 años.

Preadolescencia y "Limpieza de Menstruaciones".

Faltando una semana para su onceavo cumpleaños, su padre la convenció de transformarla en "mujer" a través de una relación más profunda en todo sentido. Los besos cada vez eran más apasionados, las caricias ya buscaban provocar un fuego interno en Melisa. Parecía que cada vez que Roberto apoyaba su cabeza en los labios vaginales, ella deseaba ser penetrada hasta el fondo.

Para no asustarla con el desgarrante dolor de una primera vez, Roberto le aconsejó que en las primeras veces, ella debía estar dormida. Y a esos efectos, le suministró una droga potente que hizo que ella perdiera la noción de lo que le pasaba y casi no sintiera dolor alguno en la penetración.

Esa noche, Roberto cogió a su hija por primera vez, desvirgándola.

Durante una hora, dilató primero la vagina con su dedo y luego, una vez que Melisa estaba profundamente dormida comenzó a penetrarla con mucho cuidado para no producir desgarro alguno. La verga de Roberto finalmente se fue abriendo paso por el canal vaginal y en poco tiempo su glande entró en contacto con el útero de la chica.

Con movimientos lentos y cuidadosos, su padre le llenó la matriz en muy pocos minutos, y luego sin sacarla, volvió a recuperarse y acabó nuevamente.

Durante otras dos noches, Roberto repitió esta operación, de tal modo que a la semana, Melisa había aprendido (esta vez despierta) a recibir la verga de su padre y a comenzar a sentir "algo extraño" cuando éste acariciaba su clítoris que ahora se alzaba diminuto pero sensible.

Supo además, que esa pequeña sensación de electricidad, temblequeo y descarga de tensión que sentía en su cuerpo se llamaba orgasmo.

Meses después, Melisa podía alcanzar un orgasmo con facilidad, ya sea porque su clítoris era frotado por el dedo de Roberto, o porque antes de dormir, éste le chupaba la concha con tanta suavidad que hacía que Melisa se contorneara como poseída en el momento del clímax.

El despertar hormonal de Melisa y la casi frecuente relación "marital" existente entre padre e hija, derivó en que en poco tiempo, la chica comenzara con frecuentes nauseas y vómitos.

Revisada (como corresponde) por su padre, Melisa se enteró que su estado de salud se debía a que estaba reteniendo la primera menstruación y que él la ayudaría a limpiarla… y que eso era lo que hacía con otras mujeres.

Una tarde de viernes, con once años y medio, Melisa se recostaba en la silla ginecológica de su padre. La misma en la cual éste le había revisado "su conchita" miles de veces. Pero esta vez, su padre en lugar de revisarla, le introdujo una cánula hasta el fondo de su agujero, y a través de una pequeña aspiradora le vaciaba el contenido de su útero.

Roberto tuvo que repetir esta operación tres veces en un año.

Con un poco más de doce años, Melisa –sin saberlo- ya había sufrido tres abortos.

Adolescencia y "una pequeña pancita sexy".

La adoración de Melisa por su padre, hacía del sexo entre ellos un secreto de siete llaves. Poco a poco, Roberto le fue explicando la función reproductiva, restándole importancia a los posibles embarazos que ella tuviera.

Al fin y al cabo, su padre, como médico podría ayudarla en caso que ello ocurriera.

Sin poder distinguir entre lo que estaba bien y mal, Melisa se entregó a los placeres sexuales y a los 14 años recién cumplidos quedó preñada (nuevamente).

Desde el momento de conocer su estado de gravidez, Roberto la hizo sentir "la mujer más linda del mundo". Sobre todo luego de los tres meses, cuando Melisa lucía desnuda en la cama una pequeña pancita sexy que redoblaba el deseo de Roberto por cogerla noche a noche.

Al entrar al cuarto mes, Roberto decidió que debía poner fin al embarazo y le dijo que debían realizar una pequeña operación para extraerle el bebé, puesto que no podía exponer una panza mayor en el colegio o frente a la gente sin que ésta supiera que era por un embarazo. El secreto de ambos debía quedar al resguardo.

La confianza indiscutible en él, le hizo estar nuevamente con las piernas abiertas en la silla ginecológica y estrenar un aparato que alguna había visto anteriormente: el espéculo.

La dedicación de Roberto hizo que ella no sintiera ni la frialdad del acero dentro de su vagina, y que no protestara mucho cuando su padre le dilataba su canal por encima de lo normal.

La cánula –a la que ya estaba acostumbrada-, esta vez fue anticipada por una pequeña "cuchara" llamada cureta, que raspaba las paredes internas de su matriz. Por dos días posteriores, su padre la atendió como una reina, mientras ella guardaba reposo para evitar cualquier hemorragia o complicación.

La búsqueda del calostro y el nacimiento parcial.

Roberto siempre quería más de Melisa.

Su perversión y amor hacia ella le llevó a dejarla nuevamente preñada a los tres meses del último aborto. Y como la vez anterior, cuidó a Melisa de tal forma que ésta sentía que su padre ocuparía siempre el lugar de un esposo.

A ella le resultó extraño que pasado los tres meses, su padre no mencionara nada de "intervenirla" para limpiar su matriz. Y eso le llevó a preguntarle al padre sobre este embarazo.

Roberto le contestó que lo que él buscaba ahora era poder tomar leche materna directamente desde sus pezones (los cuales gracias al desarrollo de los años y del embarazo, lucían como hermosos frutos en un árbol, listos para ser disfrutados).

Pero Roberto sabía que esos frutos darían su leche no antes del sexto mes de embarazo, por lo que planeó un viaje al interior (donde nadie los conocía) pasando allí un verano completo y en el cual, durante los últimos 30 días, Roberto se dedicó más de media hora por día a succionar fuertemente los pezones en búsqueda del líquido amarillento.

En la última quincena, y después de provocarle grandes hematomas en sus pechos, los pezones finalmente abrieron sus canales mamarios y Melisa comenzó a proporcionarle a Roberto ese néctar tan buscado.

Cada dia que pasaba, Melisa estaba más hermosa: su panza era perfectamente proporcional a su estatura, y sus pechos habían crecido lo suficiente como para ser considerada una mujer en miniatura.

En lugar de la clásica apatía hacia el sexo, que sufren las embarazadas, Melisa disfrutaba todas las posiciones y momentos.

Su anillo anal, ya era una roseta colorada, y su vagina (afeitada delicadamente por el mismo Roberto) mostraba dos grandes labios que circundaban un agujero digno de una buena esposa.

Finalmente, el estómago de Melisa se había convertido desde hace meses en el receptáculo de las descargas de semen matutinas que Roberto le dispensaba casi todos los días.

Finalizando el verano, y en el viaje de vuelta a su casa, Melisa le planteó a su padre que quería tener ese hijo, para que los uniera para siempre. A lo cual Roberto se negó terminantemente.

Melisa no lograba entender el por qué del rechazo.

En su idealización paterna, creía que Roberto era "su" hombre. No congeniaba con la idea de que su propio padre no pudiera ser su marido, su amante y el padre de su hijo –todo al mismo tiempo-. Creía que esa figura podría con todo y que el mundo tenía que saberlo.

Dos, tres y hasta cuatro discusiones, terminaron enojando a Roberto quien le intimó a Melisa a abortar apenas llegaran a la casa/consultorio.

Cuando llegaron a ésta –justamente un viernes de madrugada-, Melisa estaba destruida emocionalmente por el rechazo provocado por su padre y por tener que poner fin al sueño de compartir algo para toda la vida con él.

Nunca tuvo en ese momento la idea de lo aberrante del aborto, y de la matanza de una criatura que estaba en su vientre. Quizás porque todavía era chica para saberlo, quizás, porque así había sido acostumbrada. La "limpieza de menstruaciones" a la que había sido víctima muchas veces, comenzaba ahora a "hacerle ruido" en su cabeza.

No obstante, confiando que un nuevo embarazo en unos meses ablandaría a Roberto y que finalmente ella tendría un hijo con él, se recostó sin decir nada en la silla una vez más… abriendo sus piernas: esperando la cureta y la cánula.

Pero para su sorpresa, la "operación" duró solamente unos minutos, en los que su padre colocó una "laminaria" en el cuello de su útero, que como una espiral de metal comenzó a dilatarlo fuertemente.

Luego de un reposo de un día, Roberto reemplazó esa laminaria por otra de mayor grosor, lo que dilató aún más el cuello. El reposo ahora comenzaba a ser doloroso puesto que la dilatación no provenía de un desarrollo normal del embarazo sino de un efecto físico externo.

Recién al tercer día, Roberto retiró la tercera y última laminaria con la que logró la dilatación mínima requerida para realizar una intervención llamada "nacimiento parcial", que no es más que una forma médica compleja para llamar al "asesinato" de un bebé por nacer.

Con el cuello uterino dilatado en extremo, y sintiendo un dolor en sus entrañas que nunca había tenido, Melisa escuchó de boca de su padre el cruel procedimiento que consistía en sacar al bebé por los pies y tirar de ellos hasta que salga casi todo del útero excepto la cabeza (de allí el nombre del aberrante procedimiento).

Roberto no quiso comentarle cómo proseguía la operación. Sólo le dijo que era indolora para ella y que en poco tiempo más tendría otra oportunidad para poder parir un hijo.

Esa noche, por más cuidados que le brindó Roberto, Melisa no accedió al sexo oral (única forma que le quedaba) y prefirió dormir sola en su cuarto.

Crisis y Homicidio.

Aun a pesar de todo el amor que Melisa sentía por ese hombre, esa noche, descubrió que el amor por su hijo era mayor y que debía hacer algo, porque a la mañana siguiente, su padre iba a matar la criatura que él mismo había procreado.

Su crisis de llanto fue suspendida sólo por la desesperación de hacer algo para detener toda esta locura.

Ya allí, se dio cuenta de todos los asesinatos que su padre había cometido contra su cuerpo y contra los bebés que había concebido. Allí se dio cuenta que era una elección de vida. La vida de su hijo, implicaba la muerte de su padre.

Con una frialdad que nunca la había caracterizado, Melisa se levantó durante la noche y accediendo al consultorio de su padre, tomó un bisturí y se dirigió al dormitorio de él.

Éste dormía profundamente, ya que había tomado un calmante para relajarse por la operación que restaba hacer al día siguiente.

Melisa se paró delante de él y estuvo con el bisturí en la mano durante cinco minutos, ahogando su llanto y desesperada por no saber si no se arrepentiría de lo que intentaba hacer.

Ella nunca explicó a nadie, qué la sacó de ese estado de parálisis. Quizás pensó en lo que le esperaba al otro día, quizás con su otra mano se acarició el vientre.

Lo único que le dijo a la policía es que de repente se acercó a la cama y cortó de un solo manotazo gran parte del cuello de Roberto, que despertó de golpe, con un grito ahogado y sin saber qué estaba ocurriendo.

En segundos, el cuerpo de Roberto cayó sobre la cama y la sangre comenzó a esparcirse en las sábanas formando un cuadro cruento del cual Melisa quiso escapar.

El bisturí cayó al piso.

Y Melisa volvió corriendo a su cuarto, y se acurrucó como pudo en la cama, esperando que pasaran los días y su matriz pudiera cerrar el cuello para retener a su bebé hasta que pudiera nacer.

Dos días después la propia Melisa llamó a la policía y le relató lo sucedido.

Melisa nunca volvió al cuarto de su padre.

Esperando el parto.

Los médicos que la atendieron y el fiscal de la causa, consideraron que había actuado en defensa propia. La evidencia de las laminarias encontradas en el consultorio y la existencia de una ficha médica de Melisa y sus fechas de embarazo y abortos fueron prueba suficiente para su inmediata liberación.

Pero Melisa nunca se liberó de ser la culpable de la muerte de su padre. Quizás su vida había entrado en un dilema del cual no sabría cómo salir hasta que no naciera su hijo.

Todos sus recuerdos, se centraban en los años de su infancia. Las primeras caricias, los primeros besos, y hasta las primeras descargas recibidas dentro de ella.

Nadie supo en qué centró su mente luego de cortar sus venas. Quizás su muerte fue el costo que tuvo que afrontar para juntarse nuevamente con Roberto y ser "su mujer".

(Sin valorar)