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Mis memorias (3 de 3)

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Pero no nos adelantemos en el tiempo. Volvamos a los primeros días de mi relación con Isabel. 

Al día siguiente me llamó Isabel para decirme que no nos podríamos ver porque, tal como se temía, había venido Vicente y que ya me avisaría cuando se fuera.

Pasados dos días me dejó un mensaje en la recepción del hotel: “El cielo está despejado y podremos disfrutar del buen tiempo esta tarde. No tardes”

A las cuatro estaba yo llamando al timbre de la casa de Isabel y, en seguida, oí pasos que se acercaban a la puerta; pero para mi sorpresa y desilusión me encontré con que era su hija Isa, la que me abría la puerta. 

―¡Holaaa! – me dijo con una sonrisa irónica – ¿A que no esperabas encontrarme aquí? Mi madre ha llamado para decir que tardará un par de horas, que le ha surgido un trabajo urgente en la oficina y que, mientras, yo te atienda. 

Me sorprendió que Isabel no me hubiera avisado a mi antes y encontrarme allí, en la casa, con su hija.

―¡Bueno! Pues en ese caso, me voy y ya le llamaré más tarde.

―¡Ni pensarlo! ¡Pasa, pasa! – me respondió cogiéndome de la mano y tirando de mi para que entrase.

 Así que no me quedó más remedio que pasar. Pasamos al salón, me invitó a sentarme en un sofá y ella se arrellanó en un sillón enfrente de mi. Una mesita dividía el espacio entre nosotros. Así pude contemplarla a placer. Isa llevaba un vestido ligero, corto, bastante ceñido y con un escote discreto que llegaba hasta el inicio de sus senos que, sin estar oprimidos por sujetador, marcaban perfectamente sus pezones a través de la fina tela del vestido. Isa me recuerda a su madre hace 25 años, tienen casi el mismo tipo, deben de usar la misma talla de sujetador, aunque los pechos de Isa no los necesita. Se mantienen firmes y desafiantes sin ninguna prenda que los oprima.

Al sentarse en el sillón, el vestido había subido hasta más arriba de la mitad del muslo y dejaban a mi vista unas piernas perfectas, unos muslos apetecibles en los que sería una delicia poder sumergirse. De pronto, hizo un cruce de piernas, como el que años más tarde interpretó Sharon Stone, que me permitió comprobar el color rosa de sus braguitas.

―¿Te apetece tomar algo? – me preguntó.

―Güisqui con un hielo estaría bien.

―Enseguida te lo traigo.

 Desapareció y al cabo de pocos instantes apareció con un vaso que contenía una buena ración del líquido ambarino en la que flotaba un cubito de hielo, tal como yo había pedido. Se acercó y al inclinarse para dejarme el vaso encima de la mesita me obsequió con una espléndida vista de sus pechos. Ella debió de darse cuenta de mi mirada porque al erguirse sonreía.

Ahora se sentó en el otro extremo del mismo sofá que yo ocupaba. Lo hizo sentándose encima de sus propias piernas que estaban dobladas hacia atrás, por lo que el vestido volvió a subirse ofreciendo, otra vez, a mi vista sus muslos.

 El contratiempo de no encontrar a Isabel me había dejado decepcionado y rebajado el entusiasmo con el que llegaba, pero el espectáculo que me estaba ofreciendo su hija estaba despertando mi libido. A pesar de que mi razón me decía que aquello no estaba bien, mi sexo decía lo contrario y estaba despertando.

 Mirándome a los ojos Isa me soltó a bocajarro:

―¿Qué tal con mi madre? ¿Lo pasáis bien?

―¿Bien? ¿A qué te refieres? – respondí intentando echar balones fuera.

―¡Venga ya! Sabes perfectamente a qué me refiero. A hacer el amor o a follar, como prefieras llamarlo. Aunque, en realidad la pregunta tendría que ser si mi madre te complace en la cama porque yo ya sé que ella se lo pasa estupendamente. Me ha asegurado que jamás ha tenido mejores orgasmos que contigo.

―Mira Isa, eso es algo que preferiría no hablar. Aunque te puedo asegurar que tu madre también me complace mucho. Y aprovecho la ocasión para agradecerte tu complicidad y discreción. Pero me resulta violento hablar contigo de este tema. Eres muy joven.

 Mientras yo hablaba Isa se había ido acercando hasta situarse a mi lado, hasta casi tocarse nuestros cuerpos.

―Si, soy joven; pero ya soy una mujer.

―Si, si. Y muy atractiva.

―¿De verdad te parezco atractiva? ¿Tanto como mi madre? Dicen que nos parecemos mucho. ¿Te gusto yo también?

―¡Claro que si! Pero es que podrías ser mi hija.

―Pero no lo soy, ¿verdad? Al menos mi madre me ha asegurado que no se había acostado contigo hasta anteayer.

 Y mientras decía esto se acercó un poco más hasta que su pierna quedó en contacto con mi mano que estaba apoyada en el asiento del sofá. El contacto con aquella piel tan suave, tersa, acabó de derribar mis defensas y un fuerte ardor recorrió mi cuerpo hasta confluir en mi entrepierna provocándome una erección. Fui subiendo lentamente mi mano por aquel muslo tan apetitoso, disfrutando de aquella carne joven tersa, hasta llegar a sus redondas y prietas nalgas. Entonces, ella, sonriendo se inclinó sobre mi y me dio un largo y húmedo beso, introduciendo su lengua hasta lo más profundo de mi boca, mientras con su mano masajeaba mi pene por encima del pantalón.

 Con la otra mano intenté bajarle el vestido, pero era tan estrecho que los tirantes le sujetaban los brazos y le impedían los movimientos. Por eso y con un solo movimiento se despojó del vestido quedando ante mi sólo con unas braguitas muy pequeñas y transparentes que me permitían vislumbrar su rajita que, totalmente depilada, parecía la de una niña.

 Mientras introducía mi mano derecha dentro de sus braguitas para acariciarla, con mi lengua estimulaba sus pezones. Pronto empezó a gemir y su coño a mojarse en gran cantidad.

 ―¡Uuuuuum! ¡Qué gusto!

 Yo seguí con mis caricias hasta que, para mi sorpresa, me cogió la mano, la sacó de dentro de sus braguitas y me dijo:

 ―¡Ven conmigo! Estaremos más cómodos en otro sitio.

 Sin soltarme de la mano me guió hasta su habitación.

 Allí, nada más entrar, se despojó de la única prenda que le quedaba y se tumbó encima de la cama, abierta, ofreciéndose. Me quité mi ropa y me tendí a su lado. Empecé a besarle por la nuca, detrás de las orejas, labios, cuello mientras le acariciaba los pezones.. Después fui bajando lentamente la mano hasta llegar a su vagina que estaba tan húmeda que me permitió introducir un dedo, y luego dos, sin encontrar ninguna resistencia.

 Isa tampoco permanecía ociosa, había tomado posesión de mi polla y no dejó de acariciarla hasta que empezó a jadear, próxima al orgasmo, que le estaba produciendo mis caricias en su vagina. Cuando alcanzó el clímax se abrazó a mi fuertemente  mientras su cuerpo se convulsionaba.

―¡Gracias! ¡Muchas gracias! ¡Qué gusto! – me dijo cuando se tranquilizó

―¿Te ha gustado?

―¡Si! Pero quiero más. Necesito más.

―No te preocupes que vas a tener más. Aún tengo que follarte, que meterte mi polla en ese coñito tan lindo que tienes.

―¿Tendrás cuidado? Nunca ha entrado en mi cuevita una cosa tan grande... ¡y tan gorda!

 Estuvimos abrazados un corto espacio de tiempo y, pronto, ella empezó a besarme. Primero con piquitos, luego besos más fuertes y largos, para llegar a un morreo impresionante, introduciendo su lengua en mi boca. Mi polla estaba colocada entre sus piernas y su corrida la humedecía. Inició un movimiento oscilante con sus piernas que empezó a provocarme mucho placer. Como yo aún no me quería correr, me separé de ella y la coloqué cruzada en la cama, con las piernas apoyadas en el suelo. Así, me coloqué entre sus piernas que le abrí al máximo y comencé a besarle y a pasarle la lengua por los labios. Volvió a gemir de placer y colocando sus piernas encima de mis hombros me ofreció, su precioso coño, que parecía el de una púber. Mi lengua recorrió toda su raja, introduciéndose en su abertura hasta dedicarse completamente a su clítoris.

―Así! ¡Así! ¡Qué buen me lo haces! ¡Qué razón tiene mi madre! ¡Qué gustoooooo! ¡Me corro! ¡Me corro! ¡Me corrooooo!

 ¡Y se corrió! Se corrió en mi boca. Recogí todos sus jugos que pude y la besé para que los probara.

―¿Te gusta el sabor de tu coño? ¿Lo habías probado?

―Si, a las dos cosas. Cuando me hago una paja, luego me chupo los dedos y me gusta. Son míos.

 Prontamente repuesta de este orgasmo, volvió a cogerme la polla y me susurró

―¿No me las vas a meter? Estoy deseando tenerla toda dentro de mi.

 No me hice más de rogar, me puse encima de ella, que abrió totalmente las piernas, puse la punta de mi miembro en la entrada de su vagina y la penetré un par de centímetros.

―¡Así, así! Despacito.

 Poco a poco fui introduciéndola toda sin que ella manifestara ninguna muestra de dolor.

―¡Ooooh!

―Ya está – le dije - ¿Te he hecho daño?

―No; pero no te muevas ahora. Deja que me acostumbre.

 Al poco, ella empezó a mover muy lentamente su cadera arriba y abajo. Cuando su movimiento se hizo más rápido tomé yo la iniciativa, sacaba mi polla casi completamente para a continuación volver a meterla hasta el fondo. Isa tenía los ojos cerrados y yo embestía cada vez más fuerte.

―¡Asíiii! ¡Asiiii! ¡No pares! ¡Qué gusto! ¡Me voy a correr enseguida!

 Y así fue a los pocos minutos, el cuerpo de Isa se contrajo, me abrazó por la espalda al mismo tiempo que me clavaba las uñas, levantó la pelvis buscando una mayor penetración y con un grito que debieron oír los vecinos se corrió al mismo tiempo que yo descargaba todo el semen que había acumulado aquella tarde de fuerte erotismo.

Poco a poco mi erección fue bajando hasta llegar a salirse del coñito de Isa, me bajé de encima de ella y me acosté a su lado. Isa me abrazó.

―¡Gracias! ¡Muchas gracias por esta tarde de placer -  me susurró al oído.

―Pero tu ya habrás tenido otras experiencias. ¿No has tenido ningún novio?

―Si. He salido con algunos chicos; pero ninguno me ha dado el placer que tu me has conseguido esta tarde. De hecho, ninguno de ellos me había procurado un orgasmo. Ahora ya sé lo que tengo que exigir a mis amantes.

―¿Piensas tener muchos?

―Los que pueda. No pienso desperdiciar ninguna ocasión de pasar un buen rato con alguien que me guste y me de placer.

―Pues que tengas mucha suerte. Ahora creo que deberíamos vestirnos antes de que llegue tu madre.

―Pero antes voy a ducharme. ¿Vienes conmigo a la ducha? – me dijo mientras me tendía una mano.

 No me resistí. También necesitaba refrescarme y quitarme el olor a sexo que desprendíamos. Y así, desnudos como estábamos nos metimos en la ducha. El agua se deslizaba sobre nuestros cuerpos muy juntos. Y esa proximidad y los roces más o menos involuntarios hicieron que volviera a endurecerme.

―¡Vaya! ¡Otra vez estás dispuesto!

―¡Si! Y necesito que me bajes esto. Así que ahora me vas a demostrar tus habilidades – le contesté mientras le presionaba levemente sobre su cabeza para indicarle hacia donde tenía que bajarla.

 No se hizo de rogar pues al instante se metió mi polla en la boca, pasándole la lengua por la punta y haciendo que en pocos minutos me corriera en su boca. No protestó sino que levantándose me dio un beso en la boca y cuando la abrí esperando encontrar su lengua, descargó el semen que había mantenido en su boca. Un sabor entre agrio y amargo inundó mi boca.

―¿Te gusta el sabor de tu polla? ¿De tu leche? ¿La habías probado antes? – me preguntó socarronamente.

―No a la primera y si a la segunda – le respondí – Me ha gustado mucho tu mamada. ¿Lo has hecho muchas veces?

―No. Aunque no te lo creas es la primera vez; pero lo he visto en películas y he aprendido la técnica. Me negué a hacérselo a mis dos novios. Pero contigo es diferente. Te mereces eso y más. Cuando quieras lo repito.

―Ya veremos. Acabemos de ducharnos y vistámonos

 Así lo hicimos, volvimos al salón y nos sentamos como dos buenos chicos que jamás hubieran roto un plato. Yo me serví otro güisqui porque el anterior ya estaba caliente y aguado y al cabo de unos diez minutos llegó Isabel.

―¡Hola! Siento mi retraso pero surgió un trabajo urgente y me tuve que quedar un rato más en la oficina. ¿Qué habéis hecho?

―Nada de particular, mamá. Hemos estado charlando de varias cosas, de la familia, de mis estudios y César me ha estado dando consejos sobre chicos para que encuentre un buen novio.

―Pues hazle caso y a ver si encuentras un novio rico.

―Rico y buen amante – le contestó la hija.

―Voy a mi habitación a cambiarme de ropa y ponerme cómoda que hoy ha sido un día muy pesado para mi.

―Voy contigo mamá.

―Ahora venimos – me dijeron a dúo.

Yo aproveché para ir al cuarto de baño y al pasar por delante de la habitación de Isabel oí que Isa le decía a su madre.

―Ha sido fabuloso, mamá. Tal como tu me decías. Gracias por dejármelo esta tarde.

―Pero esto ya se acabó. Yo he cumplido mi parte del pacto: tú te callabas todo lo que sabes y yo te dejaba que te acostaras con César. Ahora es necesario que te olvides de todo.

―Si, mamá. Descuida que seré una tumba. Disfruta todo lo que puedas y yo te envidiaré.

―Espero que cumplas tu....

 En ese momento entré en la habitación y las dos se quedaron mudas al verme.

―¿Me podéis explicar qué ha sido todo esto? ¡Me habéis utilizado! ¡Me habéis montado una trampa! ¡Me habéis tratado como si fuera un puto! ¡Y tú, Isabel, me prestas como si fuera un vestido! ¡Sin contar conmigo! Está bien que me seduzcáis. Casi siempre sois las mujeres las que lo hacéis y nosotros nos dejamos; pero de eso a tratarme como un objeto que se regala o se presta.

―¡Espera! Yo te lo puedo explicar. No ha sido mi intención tratarte así como tu dices – respondió Isabel.

―¡No! No me hace falta ninguna explicación. Está todo muy claro. ¡Adiós!

 Y abriendo la puerta salí dando un portazo y diciendo ¡Hasta nunca! ¡Olvidaos de mi!.

 ¿Hasta nunca? No se puede ser tan categórico. Siempre puede haber alguna circunstancia que te haga ver las cosas de otra manera. Unos veinticinco años después de esta escena Isabel estuvo en mi septuagésimo aniversario y me susurró al oído que esa noche se quedaba a dormir en mi casa.

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