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Cinco animadoras para un mal partido _ cap. 9 y 10

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----- CAPÍTULO 9 -----


En esa misma semana fueron nuestros cumpleaños; primero el suyo y al día siguiente el mío. Me encontraba dándome un baño por la mañana, pensando a dónde llevaría a Sara a almorzar, cuando la cabeza me tiró al recuerdo del vídeo de Gloria-chan y sus tetacas. ¿Qué hacía ese vídeo ahí? Es decir… ¿por qué grabarse y subirlo a la red? Cierto es que no se le veía la cara, y podía pasar como un vídeo más cualquiera de a saber qué fémina, pero no sé… incluso así uno podría tener cierto pudor. Tal vez se lo había enviado a algún chico, o tal vez alguno la hubiese grabado sin su consentimiento (pero entonces, ¿qué narices hacía el vídeo en la barra de herramientas de marcadores, justo al abrir el navegador?). No sé… Hasta me puse contento de pensar, aún sabiendo que estaría equivocado, que el vídeo lo habría puesto ahí para mí… para que lo viera… Para que viese esas pedazo de ubres que tenía la niña. Pero sabía que no era así, pues entonces hubiera bastado con dejar el vídeo en el escritorio del ordenador y no subirlo a la red.

En cualquier caso, fuera lo que fuera, ya había visto esas tetas. Lo que me hizo acordarme de las que eran de mi propiedad, las de mi Sarita, y empecé en acordarme de sus rosadas areolas y sus pezoncitos. Así que me puse cachondillo pensando en los melones de mi niña y acabé dándome un homenaje. La había felicitado al despertarnos por la mañana, comiéndole el coño, pero ya la echaba de menos.


Cuando me estaba vistiendo llamaron a la puerta. Era Julia y traía una tarta que más que tarta era tartón.

—Había pensado en haceros dos, pero digo mira, como son pareja, y me dijiste que a los dos os gustaba el chocolate y la fresa, digo pues les hago una bien grande y así les dura —expuso alegremente.

—Muchas gracias mujer, no tenías que haberte molestado.

—Nada, nada. Oye pero ten cuidado, no te manches esa camisa tan bonita. Ya me contarás qué le ha parecido a Sara.

—Seguro que le gusta. Y aquí hay tarta hasta hartarnos… —sentencié con una gran sonrisa.

 

Cuando llegó la niña los presentes la felicitamos, y yo la llevé a su habitación. Nada más entrar me agarró por la corbata, me atrajo hacia ella y me dio un morreo de escándalo.

—Te quiero mucho, mi mene.

—Y yo a ti, pequefresa.

La abracé y me quedé mirándola mientras ella me sonreía.

Cuánto daño me haría ese recuerdo tiempo después…


Cuando abrió su regalo, el gorro ruso, se puso a gritar como una loca y a darme besos. Había logrado sorprenderla, pues no se lo esperaba para nada, y le encantaba el obsequio. Entonces ella fue a buscar el mío. Le dije que me lo diera mañana, pero guiñándome un ojo me dijo que mañana tendría otro para mí, y lo dijo de una forma que, con lo que me gustan las sorpresas, empecé a estar contento de lo bien que me lo podría pasar al día siguiente. Así que abrí su regalo y vi que era una edición de lujo de un libro que le comenté en una ocasión llevaba mucho queriéndolo tener, pero sólo encontraba la edición en tapa blanda. Me encantó, pues siempre considero un libro un buen regalo.

Mientras ojeaba el libro ella me rodeó con sus brazos y comenzó a tocarme el culo. Luego me dijo que se daría una ducha, se arreglaría un poco y podríamos ir a almorzar.


Mientras esperaba en el mini salón apareció Ana, la gallega, junto con Ioana.

—Pero qué guapo, ¡felicidades!

—Gracias —respondí con una sonrisa.

—Qué bien vestido Adirian, pareces un cabaiero —dijo la rumana riéndose.

—Yo siempre soy un caballero —sentencié, mientras pensaba «y Sara mi querida yegua».

—¿De lanza en ristre? —me preguntó Marta, ahora asomada a la barandilla de la escalera, mientras me miraba con una sonrisa cómica.

—¿Cómo? —tardé en comprender por dónde iban sus tiros… y para cuando lo hice ya se estaban riendo las féminas, y Sara ya salía de su cuarto.

Cuando la vi me pareció muy curioso que llevara minifalda, pues en muy pocas ocasiones la había visto así. Sabía que me gustaba que se la pusiera, cuando iba conmigo, alguna que otra vez (sobre todo en la intimidad), pero rara vez salía de ella el ponérsela. Lo más normal era verla con vaqueros rotos. Y para colmo llevaba tacones, y eso sí que lo había visto menos en ella; sólo alguna vez que habíamos ido muy arreglados a algún concierto de Ana.

—¿Pero qué le ha pasado a mi pitufina rockera? ¡Me la han cambiado!

—Qué guapa vas —le dijo Ioana.

—Pues no te acostumbres nene —me dijo Sarita a la vez que se acercaba y me agarraba por el brazo.

Luego le enseñé la tarta que nos había hecho Julia y quedó muy sorprendida por lo grande que era. Les dije a las presentes que ahí había tarta para toda la peña, pero que al menos esperasen hasta que volviéramos la parejita feliz. Ya a la noche pediría las pizzas.


Total, que llevé a Sara a almorzar a un buen restaurante donde, a esa hora, si bien no estaba muy concurrido, parecíamos destacar ante los demás comensales. Supongo que no es muy normal ver a una parejita tan joven en un sitio tan… caro (porque no hay otra palabra, aparte de ostentoso). Pero para eso estaba el dinero que había obtenido tiempo atrás, para pasarlo bien. Y no porque las cosas materiales den la felicidad, sino por meramente pasar un rato agradable que recordar como «ey, ¿te acuerdas cuando almorzamos en ese lugar tan ostentoso en el que no encajábamos?». Porque la verdad es que, por cómo éramos, no encajábamos allí ni la pequeña rockera-comunista ni el escritor novel cuyo futuro era una ruleta.

Se hizo notar un poco cuando, tras haber pedido hacía unos minutos, llamé al camarero y con todo mi acento gaditano le dije:

—Héfe, miravé hi le pue meté priza ar cocinero, que tengo má hambre quel perro el afiladó, que ce comía las shispa pa comé caliente.

—Claro, señor —me respondió el estirado con un gesto un tanto forzado.

Sara y yo nos reímos, nos dimos besos, estuvimos cogidos de la mano… De vez en cuando la notaba algo turbada y colorada, y pensaba «será el vino», pero luego aclaraba «¡qué va a ser el vino, si el único que está tomando vino soy yo!»… para concluir con un «creo que no debería seguir tomando vino…».


En un momento, tras volver mi chica del servicio, hizo como que se le caía un cubierto al suelo; curiosamente bajo la mesa.

—Anda, cógemelo… —me dijo con un tono sospechosamente meloso.

Me agaché mientras pensaba qué narices ocurría, cuando al levantar la mirada, debajo de la mesa, ella se abrió de piernas y pude contemplar que no llevaba bragas…

El mantel era de esos que cubren la mesa hasta la mitad, así que por desgracia no iba a poder detenerme mucho tiempo… Esa cabrona me había calentado, dejándome con toda la frustración, y lo sabía… Y ahí me encontraba yo, en esos segundos en que el tiempo se expandía mientras el cerebro buscaba respuestas a por qué E es igual a mc al cuadrado, y mi polla me expresaba que para cuadrados, mis cojones. Y ella, ahí, con las piernas abiertas y su chochito delante de mí… y algo que sobresalía.

Me incorporé para volver a mi asiento, algo turbado y colorado, mientras ella disimuladamente miraba hacia los alrededores, aguantándose la risa entre sus rosados labios (los de su boca, digo). Acercándome le pregunté a voz baja que qué llevaba en el coño, si un tampón o qué (que no me hubiera molestado). Pero no.

—Uno de tus… regalitos del año pasado —me dijo pícaramente torciendo la nariz.

Yo no pude más que quedar boquiabierto mientras pensaba que la muy zorra tenía en el coño las bolas chinas, que ya habíamos usado algunas veces para jugar, pero que joder… nunca las había sacado de casa. Nunca había salido de casa sin bragas, ni mucho menos en minifalda y sin bragas. Y nunca añadiéndole a eso encima las bolas chinas…

—Buff… eres una puta guarra —le dije entre dientes.

—Sólo para mi niño —me contestó mordiéndose un dedo.

Cogí aire, y viendo al camarero que venía con los platos y tratando de olvidar un poco el tema (antes de que me explotasen los huevos), simplemente le dije:

—Estoy deseando llegar a casa… para tomar el postre.

—Estoy deseando llegar, para tomármelo yo… —me dijo.

 

Cuando llegamos no pude estarme quieto ni mientras subíamos las escaleras. No dejaba de meterle mano y cogerle ese culito de caramelo bajo la falda, sin braguitas, mientras ella se reía la muy pilla.

Fuimos directos a mi habitación, sin encontrarnos con nadie. Tras dejar las cosas fui rápidamente al servicio, y al volver me encontré a mi niña sentada al borde de la cama, con los brazos cruzados y mirándome.

—¿Qué pasa?

—Que me he quedado con hambre —me decía con fingida pena—. Así que me tienes que dar de comer…

—¡Qué coincidencia! Yo también tengo hambre. Si es que al final, como en casa, no se come en ningún sitio —dije riéndome.

Se quitó la ropa, salvo la minifalda, y arrodillándome ante ella empecé a chuparle esos pezones mientras sus manos me acariciaban. Luego fui bajando recorriendo su cuerpo a mordiscos más que besos, hasta llegar a la cueva del tesoro. Ella abrió sus piernas de par en par, levanté la faldita y vi ese pequeño coñito rosado algo abierto y con el hilo de las bolas chinas tratando de escapar de él. Buffff (sí, yo también resoplé).

Mi cara debía de ser un poema, y la de Sara la de una buena guarrita cachonda, pero lo cierto es que en ese momento sólo pude centrarme en los rosados labios de su vagina. Sujeté el hilo y comencé a jalar de él suavemente… Cuando vi aparecer la mitad de la primera bola casi me da algo (debía de estar babeando como un perro). Podía ver cómo brillaba, cómo mi niña tenía toda la raja muy mojada y bien lubricada, porque no costaba para nada jalar de esas bolitas. Entonces, como haciendo fuerza con los músculos de su vagina, terminó de expulsar la primera bola, que salió empapada hacia mí, mientras suspendía aún sujeta a la otra que seguía en su interior.

Me lancé como un loco a chuparla y relamerla, saboreando esos jugos que mi niña llevaba desde hacía bastante rato lubricando para mí, mientras había tenido las bolas chinas dentro y la raja abierta, sin bragas, durante la comida. Sabía a gloria. Y no es broma, el sabor del coñito de Sara era de lujo…

Después seguí jalando, y cuando iba a salir la otra bola saqué fuerzas para desviar mis ojos y verle la cara. La cara de putita cachonda que puso al tener un orgasmo cuando jalé despacito y el juguetito terminó de salir de su empapado coño, mientras con la otra mano le acariciaba el clítoris. Así que bajé mi boca y me dispuse a tragarme todos esos chorritos que mi niña me regalaba.

Después se dejó caer hacia atrás y se acomodó en la cama, tomando aire. Yo me terminé de desvestir, y cuando me tumbé la niña no tardó mucho en dirigirse a mi polla. Me recorrió con su lengua hasta llegar a ella, y mientras con una mano jugaba con mis bolas gaditanas, con la otra comenzó a pajearme suavemente a la vez que daba besitos y lametones a mi capullo. Luego se dedicó por entero a mi pene, jugueteando con su lengua en mi agujerito, relamiendo como una gata lame un plato de leche (y la leche iba a conseguirla pronto).

Entonces alzó la mirada, mirándome y riéndose, y sin soltarme la polla, se puso a horcajadas sobre mí, colocó mi polla a la entrada de su rajita mientras con la otra mano se levantaba la minifalda para que no me perdiera detalle y se la metió hasta el fondo.

—Dios Sara… ¿qué coño… haces?

—Pues eso… darle de comer a mi coño…

—Nena…

—Avísame cuando vayas a correrte —me dijo guiñándome un ojo.

Y comenzó a cabalgarme mientras sonriente disfrutaba, y me hacía disfrutar, y cuando no pude más se lo hice saber, para ver cómo se quitaba rápidamente de encima mía y se colocaba en un 69 para introducirse mi capullo en su boquita, sin relamer ni nada, sin dejar que este saliera de su boca, y limitándose a chupar como cuando yo chupo de sus tetas buscando leche (pero ella con mejor resultado, claro). Y así me corrí derramándome en su boca, sin que ella dejara que ni una gota se le saliera, y yo con su coñito a escasos centímetros de mi boca… pero que por el disfrute que tenía sólo pude dedicarme a frotarle el clítoris con los dedos mientras llegué al orgasmo.


Luego nos quedamos dormidos. El vino se me había subido, al no estar acostumbrado a tomarlo con frecuencia, y esperaba que se me pasara el dolor de cabeza (sobre todo tras las endorfinas liberadas).

 

Nos despertamos cerca de las siete de la tarde. Estábamos todos reunidos en el mini salón cuando saqué el tartón de Julia, y repartiendo en platitos empezamos a degustar la merienda.

—Qué, ¿habéis comido bien? —nos preguntó Ana.

—Sí, la verdad…

—Lo mejor el postre —me interrumpió Sara mientras se llenaba la boca de tarta. Yo le eché alguna mirada de soslayo intentando aguantarme la risa, para que nadie se percatara.

—Qué rica —dijo Ioana.

—Hm… He pensado en pedir las pizzas para esta noche, así que no os atiborréis demasiado que mirad la hora que es. Lo que sobre os lo coméis mañana.

—Pues mejor que sobre pizza, porque esto está muy bueno chico —dijo Ana cortándose otro trocito de tarta.

—Sí, tú come, que yo mañana no curro y soy capaz de hincarle el diente a tu parte —le dijo Marta.

—¿Y eso? —pregunté con curiosidad.

—Nada, descanso. Lo que no me deja cogerme en invierno me lo reparto el resto del año.

—Pues yo también me quedo —dijo Sara al instante—. Total, por un día que falte… Además, es tu cumpleaños —dijo refiriéndose a mí y dándome un besito.

—Ea, ya puestos, ¿por qué no os quedáis todas y en vez de pizza esta noche mejor os invito a almorzar mañana?

—Imposible, mañana… tengo que ir a la biblio… teca… Después de clase —decía Gloria con la boca llena.

—Estudiar —sentenciaba Mari con la cuchara en alto.

—También —le siguió Ioana.

—Pues igual me quedo… ¡Hala! —decía la gallega—. Total, por un día. Si no cuando venga igual no queda tarta —decía entrecerrando los ojos y mirando a su amiga Marta, quien se reía.

 

Esa noche la pasamos tranquila y entre risas. Pedí dos pizzas familiares, y acabó sobrando más de media pizza (sobre todo de quienes se habían hartado a tarta de chocolate y fresas). Vimos la tele, nos reímos, y cuando Sara me cogió de la mano nos fuimos a dormir a mi habitación.

 


----- CAPÍTULO 10 -----


Me desvelé cuando aún no había salido el sol, pero las luces de las farolas entraban por los huecos de la persiana; siempre que la dejo así tengo un despertador natural… Así que me levanté, aún algo adormilado, para ir a mear.

Cuando abrí la puerta del baño me quedé mirando a una figurina de larga cabellera en sujetador, mientras mi cerebro aún en proceso de encendido trataba de buscar palabra o acción.

—Buenos… días —dijo Ioana sacándose el cepillo de dientes de la boca.

—Mmmmmm… —era todo lo que salía de mi boca, como ruido blanco.

—Uy qué cara de suenio tienes.

—… perdón. Eeeh… ¿cómo es que estás en el baño de la segunda?

—Gloria está ariba dushándose, y Marta tiene el otro ocupado.

—Mmmmmm… hostia, perdona. Estoy empanao…

Y salí de allí camino del baño de la primera planta, mientras Ioana se reía, y disculpándome por haber entrado de sopetón con ella dentro. De regreso a mi habitación me crucé con Mari que ya se iba, y como seguía adormilado me acerqué, le di un abrazo y un beso en la mejilla para darle los buenos días, ella se lo tomó a risa. Entré en mi habitación mientras oía ruido en las escaleras, de alguna otra chica que bajaría ya. Me metí en la cama y Sara, medio despierta, me abrazó, me dio besos y me decía cositas bonitas y me felicitaba por mis 25 años.

 

Nos despertamos sobre las diez o así, y mientras mi chica se preparaba un vaso de leche caliente y yo me desayunaba un trozo de pizza, nos cruzamos con Marta. Salía al banco, y ya de paso se pasaría a comprar algunas cosas (básicamente cerveza) y me preguntó si traía algo. Le dije que se pillara ginebra y algunas tónicas, y alargándole un trozo de pizza lo cogió y se fue.

—Bueno… ¿qué hacemos hoy? —le pregunté a Sarita.

—Tú escribir, jugar al PC o lo que quieras, menos dormirte… que aún falta un regalo.

—¿Eh?… ¡Ah, es verdad! Que me dijiste que tenías uno para darme… —dije sensualmente cogiéndola por la cintura y levantando las cejas.

—Jajajaja… Tú ahí, quieto en la habitación. Yo me voy… al cuarto de baño… y voy a tardar en salir…

—¿Mm?

—Voy a darme una duchita caliente, y a acicalarme un poco…

—Si quieres… te echo una mano —dije pícaramente haciendo hincapié en el doble sentido.

—No, no. Me voy solita, que ahora que no hay nadie… es buen momento… —y me besó en los labios.

—Bueno… eso… es discutible —dije zafándome temporalmente de su boquita—. Si al final Ana se quedó…

—Bueno, pero estará arriba. Así que, hala, a tu habitación —y guiñándome un ojo se fue.

Así que nada, me fui a mi habitación y me puse en el PC un rato; hice algunos apuntes en mi segunda novela, esa que iba bastante avanzada ya, pero luego me pasé todo el tiempo mirando algunos vídeos. Salí un par de veces a la cocina, para agenciarme un poco de pizza, y ya de paso saber dónde se metía mi chica, que tanto tardaba y no me daba mi regalo… Pero como seguía oyendo la ducha en el cuarto de baño, pues supuse que seguiría ahí.

Tras bastante tiempo, en una de esas veces aporreé la puerta y pregunté si estaba bien, pero como me dijo que sí y que me fuera a la habitación, no le di importancia.


Era pasado medio día cuando me sonó el móvil, con un mensaje que había llegado. Al leerlo vi que era Sara, que decía: «Tu regalito te espera sobre la cama de mi habitación. ¿A qué esperas?». Así que algo turbado, y sin saber qué podría encontrarme, fui directo a abrir la puerta nº 3 a por el premio que me había tocado…


Al entrar cerré de inmediato. Sara estaba a cuatro patitas sobre la cama, completamente desnuda, con un moño de esos que se ponen en los paquetes de regalos en una de sus nalgas, y moviendo su culito de lado a lado.

—Mira qué he comprado —y me mostró un bote de lubricante con sabor a fresa. Me reí a la vez que me relamía pensando en que me iba a poner morado.

—¿Ese es mi regalo? —le pregunté señalando con los ojos al bote.

—No. ¿El moño dónde está puesto?

Sonreí con lascivia, me acerqué y le di un cachete en el culo. Empecé a meterle los dedos en su coño, mojadito que estaba, y no tardé en quitarme el pijama y los bóxers. Cuando puse la polla a la entrada de su coño para metérsela de golpe se echó hacia delante.

—Nene… ¿no crees que el coño ya lo tengo lubricado?

—Ehh… claro. Joder, de sobra —dije riéndome.

—¿Y… para qué te crees que es el lubricante? —yo estaba algo perdido—. El regalo… es mi culito.

—¡No me jodas! —y me respondió moviendo su culo hacia atrás acariciando mi pene.

Yo no es que sea un gran fan del sexo anal, tampoco digo con esto que no me atraiga, sólo que a diferencia de muchos hombres disfruto más con un coño —más si han pasado por él pocas pollas, por no decir ninguna— que con un culo. Pero claro que es algo que alguna vez tendría que probar; y que hasta ese día jamás había probado.

Así que cogí el lubricante, me lo eché en los dedos y poco a poco fui acariciando su agujerito. Luego introduje un poco el dedo índice, mientras ella apoyada en la almohada se relajaba y gemía. Cuando me di cuenta, ya le estaba metiendo dos dedos. Los movía en círculos esperando que se dilatara más, y cuando tenía la picha más tiesa que un gato de escayola y sin poder contenerme más, me eché un poco de lubricante en la punta y comencé a metérsela poco a poco.


Sólo le había metido el capullo y ella agarraba con fuerza las sábanas, mientras me decía que poco a poco. La sacaba un poquito, le metía más lubricante, y así hasta que le metí medio tronco y ella trataba de aguantar el dolor, como quien sufre por placer, como quien hace un esfuerzo por quien ama.

—¿Estás bien? —le susurré.

—Siiiiii…. —dijo gimiendo un poco de dolor, echada hacia delante con la cabeza perdida entre la almohada— Tu sigue nene…

Entonces no pude contenerme más. Sentía ganas de empujarla hacia mí, de encasquetársela hasta el fondo y romperla y ver cómo gritaba, y con la sangre fluyéndome más por la polla que por el cerebro, la cogí por sus finas caderas y la apreté hacia mí metiéndole de golpe toda mi gorda polla hasta el fondo. Ella dio un aullido de dolor.

—Me rompes… —decía buscando aire.

—¿Paro?

—No… pero… espera…

—Sí, tranquila pequefresa. Espero que se te acomode bien —dije acariciándole las nalgas con una mano, y el clítoris con la otra.

Cuando pasó un buen rato y estaba más relajada comencé suavemente el movimiento. Sé que ella sentía un poco de dolor, pero bueno, su culo me pertenecía… así que tendría que aguantarse. Yo estaba muy contento, y seguía bombeándola, a veces con fuerza sujetándole las caderas con ambas manos, a veces más pausado, mientras con la izquierda le acariciaba el clítoris. Ella ya más relajada comenzaba poco a poco a buscar el disfrute.


Mi orgasmo no tardaría mucho. Un tío por las mañanas se levanta después que su pene, y a poco calentón que reciba entrada la mañana, se pone uno burro. Ya no digamos si estás dentro del apretado y virginal culito de tu chica de 19 años que te lo acaba de dar como regalo de cumpleaños.

—¿Te queda… mucho… nene?

—No, joder… Dios… Sara…

—¿Te gusta… tu… regalo?

—¡Hostia sí!… ¡Joder, me corro!

—Ahh… neneee… ¡lléname el culo!

Y empecé a descargarme por completo dentro de sus entrañas, mientras ella sentía cómo la llenaba y gritaba de gusto, y yo caía sobre ella, rendido pero con fuerzas para no detenerme mientras le masajeaba el clítoris, para seguidamente regalarme su orgasmo.


Cuando se la saqué aún había restos de mi esperma alrededor de su colorado y dilatado agujerito. Bajé a darle unos lametones en el coño y luego subí a abrazarla. Mi pequeñaja, dolorida pero relajada tras el orgasmo, se quedó sin moverse más que para echarme ojitos y lanzarme besos.

 

Volvimos a levantarnos cerca de la hora de almorzar. Mientras ella fue al baño, yo me dirigí a la cocina. Allí me topé con Ana, que estaba echándose un trocito de tarta (que no sería el primero, a mi parecer). La tele estaba encendida, y se sentó a verla mientras yo me cogí el último trozo de pizza e hice lo mismo.

—Qué, no le vas a dejar a Marta, ¿eh? —le pregunté entre risas.

—¡Nop! Es que está riquísima Adri…

—No, si ya te veo… Te vas a poner las botas.

Y a los pocos segundos, tras tragar, me dijo sin mirarme:

—Bueno, tú también te las has puesto… O más bien te las has quitado.

No entendí nada, y de todos modos apareció Marta, que se había parado y traía un pollo con patatas y una tortilla para que almorzásemos. Y cervezas, claro… Pero no las tónicas ni la ginebra.

—Pues te quedas castigada sin tarta —le dije de fingido disgusto.

—Sí, hombre…

—Tú mírale aquí a tu amiguita… —le dije señalándole el plato que tenía Ana entre sus manos, mientras esta desviaba su mirada hacia otro lado y se reía.

(9,50)