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Mi adolescencia: Capítulo 18

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No es necesario decir que era la primera vez en mi vida que tocaba un pene. Y no un pene cualquiera, sino el pene de Edu, el pene totalmente erecto de Edu y yo se lo acariciaba como si tuviese experiencia en eso, cuando la realidad es que era la chica más novata del mundo. ¿Por qué hizo todo esto? ¿Por qué fui tan atrevida? ¿Por qué le metí mano así de rápido en vez de dejar que los acontecimientos de la noche siguieran su desarrollo al ritmo lento que se merecía? Pues por una sencilla y contundente razón que probablemente mi subconsciente y mi instinto (ambos mucho más inteligentes que yo) habían planeado sabiamente. Ya que en pleno proceso de las caricias a su pene le pregunté mirándole a los ojos: “¿A que es la primera vez en tu vida que te hacen esto? ¿A que sí?”. Edu, con una sonrisa de placer absoluta y bobalicona, contesto lleno de honestidad y sinceridad: “oh, sí, claro que sí, que pasada”. Parecía que se lo estaba contando a un amigo más que a la chica que se lo estaba haciendo. No pudieron tener más veracidad sus palabras. Sus ojos confirmaban con rotundidad que decía absolutamente la verdad. Eso era justo lo que quería escuchar, eso era justo lo que necesitaba escuchar. Solo con eso todas mis obsesiones, agobios y comeduras de tarro se desvanecieron por completo. Por fin mi mente estaba ya tranquila, relajada y dispuesta para seguir disfrutando de lo que me deparaba aquella noche.

Debo reconocer que disfrutaba teniendo la mano metida por dentro de su cremallera acariciando su miembro. Me sentía rara. Estaba experimentando y descubriendo sensaciones nuevas. También era algo muy psicológico el estar proporcionándole placer así, y tener el control sobre él, eso me excitaba de sobremanera. En un determinado momento Edu dejó de acariciar mi culo y dirigió su mano hacía mi entrepierna. Yo se la retiré inmediatamente. El volvió a intentarlo y yo de nuevo se la retiré. No estaba preparada y que me tocase la entrepierna, aunque fuese por encima del pantalón, era algo que no había planificado y para lo que no estaba mentalizada todavía. No pareció tomárselo a mal, al contrario, pareció relajarse y asumirlo con total naturalidad. De repente, cogió mi mano y la sacó lentamente de su entrepierna, con mucha suavidad y calma. Seguidamente abrió la puerta de la habitación (probablemente llevábamos ya más de 20 minutos al lado de esa puerta) y pasamos dentro. Edu me miraba con deseo, con verdadera lujuria, y yo de pronto me sentí muy insegura y asustada, todo el aplomo y seguridad que había demostrado hasta ese momento empezaba a derrumbarse.

En ese momento, de pie en la habitación a poco más de un metro y medio de la cama, me sentí confundida y desconcertada. Tenía mucha inseguridad en mi misma y no sabía exactamente de si quería seguir con esto. Edu no me dejó pensar a gusto pues nuevamente empezó a acariciar mis pechos por encima de la camiseta, la cual fue subiendo poco a poco hasta dejar al descubierto mi sujetador. Y, al igual que antes, se abalanzo sobre el sujetador a comerme los pechos, saboreándolos con pasión y lascivia. De forma violenta me forzó a quitarme la camiseta del todo, a mí no me importaba quitármela, lo que me molestó es que lo hiciera con tantas prisas e impaciencia. Una vez solo en sujetador empezó a chuparme cada una de las tetas de forma individual, tirándose un buen rato con cada una de ellas. Incluso, a veces bajando un poco el sujetador para llegar a chupar los pezones. Los escalofríos recorrían todo mi cuerpo y cualquier parte del cuerpo que me tocase la sentía como si fuese la más erógena del mundo. Era puro erotismo. Tenía mis dudas de si seguir con ello o no. Por una parte no hacía más que cuestionarme que era Edu y quién mejor que él para llegar al final, pero por otra parte me veía aún demasiado niña e inmadura para dar ese gran paso.

Mis reflexiones no parecieron que estorbaran mucho a Edu, pues él hacía todo menos pensar y reflexionar, ya que no paraba de acariciarme y sobarme los pechos con una dedicación total. De repente, de forma brusca como estaba siendo habitual en cada uno de sus movimientos, se desabrochó el pantalón como si le estuviese molestando en exceso y con rapidez se lo bajó hasta los tobillos. Apenas tuve tiempo de poder ver el bulto de la erección en su calzoncillo pues también se lo bajo del todo. Dejando así libre el inmenso pene totalmente ereccionado. Él lo observaba orgulloso y probablemente se vanagloriaba de lo muy empalmado que lo tenía y, seguramente, pensaría que yo estaría flipando de ver un pene por primera vez en mi vida. Cómo iba a poder imaginar el pobre que tenía en mi retina todavía muy reciente el pene de Rafa y las exhibiciones eróticas que Rafa hizo con su miembro. Es absurdo e infantil comparar entre ambos, pero reconozco que en esos momentos sí que lo hice, llegando a la conclusión que el de Rafa era incluso más grande, aunque con esto no quiero decir que desmereciera el de Edu, pues también tenía un tamaño considerable.

El que me mostrase abiertamente el pene me dejó muda, quieta y un poco descolocada. Seguro que esto desconcertó a Edu, no sé si es porque pensaba que al vérselo me iba a dejar llevar por arrebatos de pasión y lujuria y me entregaría ciegamente a él. Cuando lo que consiguió fue justamente todo lo contrario. No acababa de comprenderme a mi misma y el porqué de mi comportamiento tan frío y distante en esos momentos, si hasta entonces había sido puro fuego de sensualidad y excitación. Me cuestionaba cuáles podían ser los motivos de que este bajón y la frenada de mi entrega pasional. ¿Sería acaso que mi único objetivo era obtener la confesión de Edu de que jamás antes había estado en la intimidad con una chica? ¿Sería eso lo único que quería mi subconsciente y mi instinto y, ahora, al saberlo ya no me interesaba seguir con esto? ¿Había utilizado a Edu sexualmente solo para satisfacer mi ego y así tranquilizarme psicológicamente de que no había pasado nada importante con Graciela? Todo parecía indicar eso. Aunque, por otra parte, Edu era siempre mi máxima obsesión desde los 14 años y ahora estábamos juntos entregados el uno al otro, entonces ¿por qué no dejar vía libre a nuestros instintos y satisfacer todo el deseo mutuo contenido en esos años adolescentes? Como siempre, mi mayor problema fue siempre pensar demasiado, lo cual solo me servía para perder más el tiempo y aumentar el desconcierto del pobre Edu.

Enajenada como estaba sumida en mis pensamientos no me percaté de que la paciencia de Edu ante mi pasividad y frialdad empezaba a quebrarle los nervios. Incluso noté cómo le bajó un poco la erección y cómo la crispación/frustración en su cara fue creciendo. Solo una cosa me hizo reaccionar. Edu notablemente enfadado se subió el calzoncillo y se disponía a subirse el pantalón. Eso me despertó totalmente de mi estado de embobamiento reflexivo y le agarré por el brazo. Solo dije unas breves, pero muy sentidas, palabras: “Lo siento, perdona, anda, bésame, por favor”. Un poco desconfiado por mi cambio de actitud me besó sin chispa ni ganas. Yo le devolví el beso y él me besó de nuevo ya con más entrega y deseo. A partir de ese momento ya sí que se activó el ardor de la pasión que ya no se volvería a apagar en toda la noche. Por fin, íbamos a dejar paso a que nuestros deseos, anhelos y pasiones más ocultas se desarrollasen sin ninguna traba, ni psicológica ni física. Edu era mi hombre y en ese preciso momento lo entendí por fin del todo. El momento había llegado. La espera había merecido la pena.

Dada la vital importancia de todo lo que estaba ocurriendo, y de todo lo que iba a ocurrir, intenté saborear y disfrutar cada uno de los momentos que se abrían ante mí. Tratando de experimentar paso a paso y obligarme a degustar con todo lujo de detalles el instante histórico que estábamos a punto de vivir conjuntamente Edu y yo. Sabía que, pasase lo que pasase aquella noche, sería algo que nunca olvidaría el resto de mi vida y que su recuerdo me acompañaría para siempre. No tenía nada claro cuál era el límite máximo que me había impuesto en esa noche y hasta dónde llegaríamos, pero lo que sí sabía es que sería especial. Por lo que tímidamente cogí de la mano a Edu y le apoyé junto al armario. Le desabroché el botón del pantalón. No supe seguir. El pudor se apoderó de mí y me sentí cortada y desbordada por todo esto. Él debió percatarse de lo insegura y turbada que estaba, por lo que me besó de nuevo para tranquilizarme. Lo consiguió. Le bajé la cremallera y le empecé a bajar el pantalón poco a poco hasta poco más de las rodillas. Mi clara intención era repetir ese mismo proceso con los calzoncillos pero, a pesar de que realmente lo deseaba, me sentí petrificada y bloqueada y no pude hacerlo. No pasó nada. Él mismo se los bajó, y no solo eso, sino que se quitó del todo el pantalón y los calzoncillos, quedando totalmente desnudo delante de mí. ¿No era acaso ese mi sueño desde los 14 años? Pues no lo sé, en ese momento me invadió la vergüenza y, a pesar de tratarse de Edu, quise no seguir con esto para adelante.

Sé que mi comportamiento era infantil y pueril, y que ya tenía 17 años y, sobre todo, que yo era la causante de toda esta movida entre ambos. Sé que mi actitud era absurda e incoherente, pero el verle desnudo, y tan empalmado de nuevo, ante mí me ruborizó y bloqueó momentáneamente. De nuevo quedé sumergida en mis pensamientos y solo desperté de ellos al verme abrazada por Edu. Me estaba abrazando y besando en los labios, de forma suave y cariñosa, casi paternal. Me encantaron esos besos, así como las caricias que fue dándome por mi espalda y mi cuello. Me hizo relajarme y sentirme muy a gusto. Era justo lo que necesitaba. Sus caricias, poco a poco, fueron tomando un cáliz más erótico y sensual pues acariciaron mis pechos por encima del sujetador. Al final, tras tantas caricias suaves y agradables me acabé excitando casi sin dame yo misma cuenta. Me cogió de la mano y me llevó hasta la cama. Él se sentó en la cama y yo permanecí de pie junto a él. Me miró fijamente a los ojos. De forma penetrante transmitiendo mucho deseo a través de sus ojos. Y, con mucha delicadeza, cuidado y tacto empezó a acariciarme los muslos por encima del pantalón.

Que me acariciase los muslos me produjo escalofríos y un nerviosismo casi infantil Me puso tensa y en estado de alerta, el cual no disminuyó en absoluto pues sus caricias pasaron enseguida de los muslos a mi entrepierna. Y, en ese instante, toda la dulzura que habían caracterizados a los movimientos de Edu se convirtiendo en rudeza y agresividad, pues me apretó la entrepierna con fuerza, intensidad y casi diría que con rabia. Se comportó de forma visceral sacando dentro de sí todo el deseo que llevaba dentro. Yo me quedé más tensa y agarrotada que nunca. Estaba asustada, muy asustada, aterrada por cómo se estaba desarrollando todo y, sobre todo, con la convicción absoluta de que ya no habría forma humana de parar todo esto. Hasta ese momento habría tenido ocasión de pararle los pies y establecerle los límites que no quería que sobrepasase, pero a partir de ahí, ya no había forma de parar esto. Era tal la velocidad, deseo e ímpetu con la que me estaba acariciando que no pude evitar soltar unos gemidos. Fue una mezcla de gemidos de placer y de nervios, una mezcla de deseo y miedo, una mezcla de disfrute y terror. Los tocamientos en mi entrepiernas se complementaron cuando empezó a besarme, chuparme y comerme los pechos por encima del sujetador. Nuevamente gemí y me noté muy excitada, todo era muy sensual y erótico. Edu estaba activando todas las zonas erógenas de mi cuerpo al máximo.

Y aquí ya sí que se desató la violencia, la adrenalina, el deseo contenido y la agresividad interna acumulada durante toda la noche. Pues, sin ninguna delicadeza, me desabrochó y bajó a gran rapidez mi pantalón para, acto seguido, cogerme con fuerza y tirarme encima de la cama. Se colocó encima mía y sin gran esfuerzo me sacó del todo el pantalón y lo lanzó lejos. Sin tiempo ni para respirar se abalanzó sobre mí a comerme el cuello. Todo a mi alrededor ardía y estaba a punto de explotar. Era la primera vez en mi vida que estaba en sujetador y braguitas ante un chico y, no solo eso, sino que ese chico era el mismísimo Edu el cual me estaba comiendo brutal y libidinosamente el cuello. El efecto psicológico de que fuese él unido al contacto carnal del uno junto al otro (él no hacía más que restregar su pene contra mis braguitas) hacía que estuviésemos alcanzando unas temperaturas inhumanas, un calor sofocante, abrumador e insoportable. Yo sudaba muchísimo y estaba muy excitada por todo. Más de una vez me bajó violenta y pasionalmente el sujetador, dejando uno de mis pechos al aire, pero enseguida (no sin forcejear) yo volvía a subirlo. Finalmente él impuso su fuerza bruta y me lo quitó sin ningún miramiento, arrancándomelo y tirándolo lejos. Yo enseguida traté de cubrirme con mis brazos. Aún no estaba preparada para esto. Íbamos muy rápido y necesitaba que todo fuese más despacio y a un ritmo más pausado.

De poco me sirvió tratar de cubrirme los pechos pues Edu me agarró de las muñecas y me las colocó por encima de mi cabeza, dejando así mis pechos al aire, los cuales empezó a comérselos al mismo tiempo que decía: “Umm, la de veces que he soñado con estas tetitas, la de veces que he pensado en este momento, la de veces que he sentido la necesidad de vértelas y tocártelas”. Estos comentarios, al contrario de enfadarme o disgustarme, consiguieron un efecto contrario, pues aunque siempre sospeché que estuvo loco por mí nunca tuve la certeza absoluta. Por ello al saberlo ahora supuso un estímulo impresionante que me excitó y revolucionó más de lo que pensaba. Eso me encantó. Él que confesara abiertamente su deseo desde hace años por mí era lo que más me excitaba y estimulaba. Como siempre el factor psicológico era muchísimo más importante que el físico. Yo no me pude remediar de preguntarle en medio de ese foco de pasión descontrolada: “¿a qué te hubiera gustado hacer esto cuando me hice la dormida hace años?”. Edu no me contestó, estaba tan centrado en comerme los pechos que ni oía lo que yo decía. Por lo que en un tono más alto se lo repetí porque ansiaba una respuesta a esa cuestión, la necesitaba, por lo que nuevamente: “¿a qué te hubiera gustado hacer esto cuando me hice la dormida hace años?”. Él levantó un poco la cabeza un poco aturdido y solo dijo: “No sé, han pasado muchos años de eso, ni idea”.

En realidad solo habían pasado dos y tres años, cierto que para mí también parecía que habían pasado muchos más años, pero fue a los 14 y 15 años y me irritó que Edu no supiera o no quisiera contestarme a eso. Por lo que, sin ánimo de querer ser pesada, volví a cuestionarle: “¿Seguro que no te hubiera gustado hacerme esto entonces? ¿No te hubiera gustado quitarme la ropa y comerme los pechos?”. Dejó de lamerme los pezones por un segundo y levantó de nuevo la cabeza, esta vez sí que pareció entender y comprender la pregunta a la perfección, y dijo con total honestidad: “Umm, sí, por supuesto que sí. Claro que sí”. Esto era justo lo que necesitaba saber. Era justo lo que mi mente ansiaba conocer y justo lo que había estado esperando mi subconsciente durante tantísimo tiempo. Fue la comunión perfecta entre el deseo mental y el deseo físico, y ahí sí que me excité y empecé a disfrutar los chupetones y caricias de Edu. Parecía que la vida le iba en ello, como me besaba, como me tocaba, como me trataba y cómo satisfacía su deseo con cada parte de mi cuerpo. Ambos estábamos disfrutando totalmente ese momento, yo probablemente más psicológicamente que físicamente, pero me daba igual. Era un momento histórico inolvidable.

Y, claro, llegó el fatídico momento que ni siquiera me había planteado pues nunca pude llegar a imaginar que llegaríamos a tanto. De hecho yo no quería llegar a tanto y me molestaba que en este primer encuentro oficial llegásemos a la primera a tanto. Me hubiera gustado que fuese el inicio de varias citas, y en cada una de las citas la cosa fuese a más, es decir, incrementando la satisfacción sexual poco a poco según fuesen avanzando las citas, y no que se consiguiese todo en el primer encuentro. Pero todo se me fue de las manos, pues allí me encontraba yo solo en braguitas y el pene erecto de Edu restregándose todo el rato contra ellas. Y el fatídico momento del que hablaba antes fue cuando colocó su mano sobre mis braguitas y empezó a acariciar mi entrepierna sin ninguna suavidad ni tacto, más bien a lo rudo y a lo bruto. Quise pararle los pies. No quería bajo ningún concepto que llegásemos a eso. Eso era muy fuerte. Eso era una pasada y quería cortar ya mismo y dejarlo para otro día. Pero no pude pronunciar ninguna maldita palabra, pues a pesar de la rudeza de sus caricias consiguió excitarme y dejarme muda. Saliendo de mi boca unos no deseados gemidos que sin duda le alentaron a seguir haciéndolo.

Aún hoy en día no comprendo como me pudieron salir esos gemidos, pues no fue esa mi intención, sino más bien quería todo lo contrario, parar todo este desmadre de una vez por todas. Sin embargo, ahí estaba yo gimiendo como una tonta y excitada por las torpes caricias que hacía sobre mi entrepierna. Y, cuando ni me planteaba que la cosa fuese a más, noté como apartó un poco las braguitas, lo suficiente para introducir su pene. Quise pararle. Juro que quise pararle. Pero no fui capaz. Tenía tal ardor, pasión y descontrol sobre mi propio cuerpo que no podía ni hablar. Por lo que Edu empezó a penetrarme poco a poco. Muy poco a poco. Al final, no sé si fruto del susto, de la angustia o de porque me hizo daño, pude pegar un grito. Él me susurró: “Perdona si te hago daño. Es mi primera vez. Intento hacerlo lo mejor que puedo. Lo siento”. Y es curioso como funciona la mente y lo estrechamente relacionada que está la mente y el cuerpo porque estoy convencida que esas palabras hicieron que mi vagina se abriera un poco más para que pudiera penetrarme mejor. Yo me movía ya solo por instinto y era mi cuerpo el que daba ya las órdenes y el que las cumplía. Mi mente ya no tenía control sobre nada.

Por lo que, sin desearlo yo realmente, Edu empezó a empujar poco a poco. Fue doloroso y difícil para ambos. Pues los dos éramos vírgenes y totalmente novatos en estos temas. Nunca supe cuánto llego a meter o si consiguió meterla del todo, pues no quise mirar y tampoco tenía experiencia para saber cuando estaba metida del todo. Solo sé que el proceso fue doloroso, intenso, muy largo y que nuestros cuerpos desprendían muchísimo calor corporal. Desde cierto punto de vista fue una experiencia lamentable, decepcionante y nada satisfactoria. Además no es que se moviera muy bien, pues solo se limitaba a embestirme una y otra vez, como si fuera un toro. Como calmando así todo el deseo acumulado que tenía por mí. Solo en ese momento, cuando ya era demasiado tarde, me di cuenta de lo irresponsables que estábamos siendo por hacerlo sin preservativo. Vaya par de irresponsables e insensatos, pero es que fue imposible preverlo pues hasta solo unos segundos antes de que me penetrara no estaba convencida de que no lo haríamos.

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